Garragélida - Capítulo 12: Desconexión

Story by Rukj on SoFurry

, , , , , , , , ,

#12 of Garragélida

Bueno, finalmente está aquí el último capítulo de "Garragélida". Ayer tuve algunos problemas tratando de subir el archivo (últimamente mi conexión va fatal) así que lo estoy intentando de nuevo ahora.

Como muchos de vosotros recordaréis, este no es el final de la historia de Zèon. Su historia está formada por varios libros y "Garragélida" es sólo el primero de ellos. Sin embargo, espero que os guste el final de este libro y, ¡gracias por leer!


Camus revisó por enésima vez su reflejo en una de las pantallas apagadas de la habitación, tratando de alisar su ropa y de peinarse un poco con algo de saliva. A sus espaldas, Sophia dejó escapar un bufido de desdén.

-¿Y luego soy yo la que le concede demasiada importancia a los anthros, Camus? -preguntó, inoculando una buena dosis de ironía en su voz.

El hombre se giró hacia ella, entrecerrando los ojos.

-Aunque tú no parezcas entenderlo, soy el Comisario del Orden, Sophia. Mi imagen debe transmitir orden y disciplina.

Sophia enarcó una ceja y se ahorró el comunicarle que su imagen contrahecha y deforme transmitía más bien poco orden. También tuvo que contenerse para no decirle que el título de "Comisario" se lo había adjudicado él mismo y que, en realidad, el único motivo por el que estaba allí era por ser familiar de uno de los grandes de la Corporación.

Por más ganas que tuviera, aquello no les habría llevado a ninguna parte. Además, si todo salía como lo había planeado, no tendría que volver a preocuparse por Camus nunca más.

-¿Cómo podría castigar a tu favorito, Sophia? -preguntó entonces el hombre, mientras se llevaba la mano al látigo eléctrico que pendía de su cintura -. Ha cometido muchas infracciones últimamente. No pienso perdonarle aquella vez que me dejó encerrado en los sótanos durante dos días... ni a ti que tardarais tanto en recogerme.

-Oh, mis disculpas. Creí que estabas al corriente de que esa zona no estaba vigilada -sonrió Sophia, con sarcasmo.

El hombre se detuvo en el sitio y le dirigió una mirada de soslayo con su ojo sano. Por el leve temblor en su labio, la mujer adivinó que estaba conteniéndose para no mostrar su ira.

-Créeme, Sophia. Voy a encargarme de que ese maldito animal muera hoy, habiendo aprendido para siempre cuál es el lugar que le corresponde.

Dicho esto, escupió al suelo y salió de la sala, tomando el pasillo que iba en dirección al comedor de los prisioneros. Sophia le vio marchar, con una leve sonrisa en los labios, y a continuación se sentó en una silla, cruzando las piernas. Se llevó una mano a la sien y comenzó a golpear suavemente la patilla de sus gafas con el dedo meñique.

<<Qué irónico>> pensó, sin poder evitar sonreír <<Sólo una persona va a aprender hoy cuál es el lugar que le corresponde. Así que controla tu lengua y aplícate el cuento, Camus>>.

Zèon sólo alzó la cabeza cuando los demás enmudecieron repentinamente y se escuchó el sonido de las puertas de cristal al abrirse. Sabía lo que aquello significaba y, a pesar de todo, no pudo evitar estremecerse ante la abrasiva mirada de odio que le dirigió Camus, una vez hubo entrado en la sala. Había demasiados misterios en la Caja, muchos que ni él mismo podía resolver. En cualquier caso, el motivo por el que Camus odiaba tanto a los kane y a los fehlar y, especialmente, a él, no era uno de ellos.

De rodillas sobre el suelo y sintiendo sobre su nuca la tensa mirada de todos los que se habían reunido en el comedor para ver su castigo, Zèon no pudo evitar hacer memoria. Si bien durante su estancia en la Caja nunca había sido feliz, había llegado a acostumbrarse a la rutina y a las privaciones de aquella prisión. Jamás había pensado que sus planes de fuga junto a Ike y Luca pudieran llegar a salirles tan caros; por otra parte, nada de lo que había sucedido se parecía remotamente a lo que había imaginado. Desde el día en que Vent había llegado a la Caja, desafiando con su presencia allí toda la lógica que regía aquel lugar, las cosas habían ido torciéndose poco a poco. Había tenido que tomar decisiones que detestaba y hacer cosas de las que no se sentía para nada orgulloso. Había perdido muchas cosas por el camino, pero siempre había creído que sería para llegar a algún lugar, más allá de la Caja.

No había sido así. Después de todo, se dijo a sí mismo, ya había sido lo bastante afortunado al conseguir escapar del cautiverio la primera vez. Habría sido demasiado afortunado de haber podido hacerlo dos veces.

-Hola, escoria -le saludó Camus, una vez se hubo colocado a su nivel.

Seguía llevando el parche en el ojo derecho, por lo que el zorro ártico dedujo que sus heridas no se habían curado, ni sanarían jamás, probablemente. No pudo evitar sentirse algo orgulloso de, al menos, haber conseguido dejarle aquella marca en el rostro. En silencio, decidió esperar a la ristra de insultos que sin duda estaban por llegar.

-Esta vez han sido tus amiguitos los que me han llamado para que te destroce. Veo que hasta los de tu calaña te ven como el montón de estiércol que eres. -Camus esbozó su ya característica sonrisa torcida, enseñando ligeramente los dientes -. Al menos estamos de acuerdo en algo.

Los dedos alargados del hombre tamborilearon sobre el mango del látigo eléctrico. Zèon los siguió con la mirada y tardó unos segundos en darse cuenta de lo absurdamente tranquilo que se sentía. Quizás fuera porque era plenamente consciente de que, si no moría a manos de Camus, lo haría bajo el ataque furtivo de algún fehlar dolido por su intento de asesinar al heredero de su trono. O quizás fuera porque, después de todo, por muy doloroso que aquel castigo pudiera ser, ya no tenía nada que perder.

Había perdido su verdadero nombre, había perdido a Luca, había perdido el amor de Ike, el control de su propio cuerpo e incluso cualquier esperanza de escapar. ¿Qué más podían quitarle?

-Según me han contado, esta vez estás aquí por haber atacado a otro animal. ¿Acaso no recibiste tu castigo la última vez por defender a uno? -El hombre negó con la cabeza mientras chasqueaba la lengua, con un ademán desaprobador que pareció extremadamente forzado -. Y pensar que Sophia cree que eres inteligente. -Pronunció aquella palabra con un extraño desdén -. Que puedes tomar decisiones racionales. Pues, ¿quieres saber algo? ¿Queréis saber algo? -añadió, girándose hacia todos los presentes, con el látigo en la mano -. ¡Ninguno de vosotros puede! ¡No sois más que simples, estúpidos animales!

-Pues este estúpido animal consiguió dejarte encerrado en el sótano -masculló Zèon, sin poder contenerse.

Un murmullo de asombro se levantó en el comedor y Camus se quedó petrificado en el sitio, mientras su sonrisa de desdén se iba transformando poco a poco en una mueca de odio.

-¿Qué has dicho? -masculló, con un tono de voz tan amenazante como una cobra a punto de dar un mordisco.

Zèon dirigió una mirada circular. Descubrió, mirándole desde la multitud, el rostro impasible de Ike, en cuyos ojos se adivinaba sin embargo un leve rastro de tristeza. <<Lo siento>> quiso decirle con la mirada, incluso aunque supiera que él no iba a entenderlo. También descubrió a Koi y Vent, muy juntos, observándole con preocupación. Su corazón se encogió ante la perspectiva de dejar a Koi solo, de que él tuviera que verle así, agachando la cabeza antes de irse...

Y fue entonces cuando tomó su decisión.

Estaba cansado. Estaba terriblemente cansado de aguantarlo todo.

De modo que alzó de nuevo la cabeza, con determinación, y clavó sus ojos en aquel hombre pequeño y deforme, encarándose a su odio con la mayor dignidad posible. Al fin y al cabo, se repitió otra vez, ya no había nada que perder.

-He dicho que te encerré en el sótano -repitió, alzando el tono y vocalizando de la manera más clara y lenta posible, mientras se levantaba del suelo -. ¿Lo has entendido ahora o hace falta que vuelva a decírtelo?

Camus retrocedió un paso, llevándose la mano al látigo, de nuevo. Parecía que la reacción del zorro ártico le había pillado por sorpresa.

-Cómo te atreves... -siseó, furioso.

-Dices que nosotros somos los seres estúpidos pero, en realidad, has demostrado ser mucho más estúpido que nosotros -le espetó Zèon, entrecerrando los ojos -. No eres más que un hombre guiado por su odio y su inseguridad. Te sientes tan patético por el hecho de que Sophia te mangonee como le da la gana que intentas descargar tu ira sobre nosotros para desahogarte.

Camus no respondió. Permanecía quieto, con los labios muy apretados, y el único ojo que llevaba al descubierto parecía echar chispas. Zèon intuyó que no tenía mucho tiempo antes de que el hombre explotara.

-Te sientes tan frustrado e impotente que tratas de hacernos sentir igual a nosotros. Dices ser un ejemplo de racionalidad y orden, el "Comisario" de la Caja. Pero, en realidad, apuesto a que no hay nadie en esta sala tan mezquino como tú. En el fondo, todos sabemos que el único ser inferior aquí... eres tú -le aseguró, y a continuación añadió -. Y eso es tan fácil de ver como tus deformidades físicas.

Ni siquiera había acabado la frase cuando el hombre gritó de furia y activó el látigo eléctrico, que destelló en la sala iluminando el rostro de todos los presentes. Zèon sabía que había cruzado la raya, pero sinceramente aquello era lo que había deseado desde el principio.

No estaba dispuesto a seguir rebajando su orgullo, ni el del resto de kane y fehlar. Aquel hombre había creído erróneamente que ante su final seguro se acobardaría... pero lo cierto era que se sentía más libre que nunca.

Ni siquiera se movió cuando el hombre avanzó a grandes zancadas hacia él, mientras el látigo resplandecía y chasqueaba realizando pequeños arcos en el aire. Se decidió a aguantar el dolor y a asumir el final, de la manera más elegante posible, para por lo menos conseguir darle un ejemplo digno a Koi.

Él era, después de todo, lo único que dejaba atrás.

Sin embargo, alguien se interpuso entre él y Camus. Sucedió tan rápido que Zèon sólo pudo ver una sombra anaranjada y, después, al hombre sujetándose la mandíbula mientras dejaba escapar una sonora maldición y retrocedía unos pasos, aún con el látigo eléctrico en la mano.

Por algún motivo, el zorro ártico creyó por unos segundos que había sido Ike el que se había interpuesto entre él y el Comisario, y sintió una leve calidez en su corazón. Pero cuando miró por segunda vez no pudo evitar sorprenderse de encontrar allí a Shiba, la tigresa.

-¿Qué es esto? -preguntó el hombre, mientras se retorcía por el dolor -. ¿Es que tú también quieres recibir un castigo, idiota?

-Todos queremos un castigo -masculló Shiba, entrecerrando los ojos -. El tuyo.

Camus le dirigió una mirada incrédula, como si no hubiera escuchado bien. Sin embargo, en ese momento percibió un movimiento por el rabillo del ojo y se giró, mirando a su alrededor con el látigo aún en la mano. Todos los fehlar y kane que habían estado contemplando aquella escena estaban estrechando su círculo en torno al contrahecho hombre, avanzando muy lentamente hacia él.

Camus dejó escapar una risa desdeñosa, mientras se giraba hacia todos lados. Dio un latigazo en el suelo, probablemente tratando de asustar a los presentes, pero apenas surtió efecto. Los que se sobresaltaron por el sonoro chasquido apenas tardaron unos segundos en continuar caminando hacia el hombre, que continuaba riendo desdeñosamente.

-¿Qué os creéis que estáis haciendo? -le oyó decir Zèon. Había un deje de nerviosismo en su voz -. ¡Atrás! ¡Soy el Comisario del... del Orden!

El látigo volvió a restallar varias veces contra el suelo, pero las filas de kane y fehlar no dejaron de acercarse poco a poco hacia el hombre, cuyo rostro dejaba traslucir cada vez una desesperación mayor.

-¡No sois más que estúpidos animales! Malditos... animales...

-¡Ahora! -se alzó una voz en medio de la multitud.

Y de repente una avalancha de zarpas, colmillos y garras cayó sobre Camus tan repentinamente que el hombre apenas tuvo tiempo de soltar una exclamación de advertencia antes de ser sepultado bajo una marea de "animales" enfurecidos. Sus gritos de horror se perdieron bajo el tumulto de multitud de gruñidos satisfechos y salvajes aullidos de triunfo, que resonaron por todas partes en el salón entremezclándose en una alocada sinfonía de rebelión y muerte.

Zèon lo contemplaba todo como hipnotizado, desde su lugar privilegiado a tan sólo unos metros de la marabunta de kane y fehlar que se habían abalanzado sobre Camus. Apenas unos segundos después de que la refriega comenzara, el látigo eléctrico salió despedido del círculo y chocó contra sus patas, apagado. Se agachó para recogerlo, pero alguien se le adelantó. En cuanto alzó la mirada, Zèon se encontró con unos ojos de color sangre que apenas podía ubicar, pero que le sonaban extrañamente familiares.

-Esto es mío, si no te importa -le dijo Kainn, mientras se levantaba de nuevo -. Siempre me he preguntado si a este aparato se le podrían dar usos... poco convencionales. No puedo esperar a oler la carne quemada de ese tipo -añadió la hiena, esbozando una siniestra sonrisa.

Zèon asintió lentamente y le vio pulsar el botón del látigo, que desparramó una larga hilera de chispas por el suelo mientras se encendía.

-Por cierto, tengo entendido que intentaste matar al león. Quería que supieras que lo encuentro... bastante interesante -le confió la hiena, aún con aquella sonrisa en su rostro. A continuación, le guiñó un ojo sugerentemente y se dio media vuelta, con el látigo tras de sí.

El zorro ártico le vio marchar y, unos segundos más tarde, se estremeció al oír los alaridos de dolor más escalofriantes que jamás hubiera escuchado. Se dio media vuelta, buscando a Koi con la mirada y deseando que no estuviera por allí. En lugar del pequeño husky, se encontró cara a cara con Shiba, que le observaba con el ceño fruncido.

-Gracias por... -empezó a decirle; pero antes de que pudiera acabar la frase, la tigresa le propinó un rápido puñetazo en la cara.

Zèon, sorprendido, retrocedió unos pasos y le dirigió una mirada confusa, esperando a que ella le diera alguna explicación. Sabía que aquel golpe había sido sólo de advertencia: Shiba podría haberle golpeado mucho más fuerte de haber querido.

-Eso es por intentar matar a Ike -dijo secamente la tigresa, al cabo de unos segundos.

Después, se acercó lentamente a él, le cogió por ambas muñecas y las puso a su espalda, empujándole suavemente hacia un rincón concreto del comedor. Zèon se dejó llevar al principio, demasiado aturdido aún como para reaccionar, pero después de unos instantes caminando no pudo evitar preguntarse, definitivamente qué estaba sucediendo.

-¡Espera! ¿Adónde me llevas?

-Con Ike -respondió la tigresa, como si fuera natural.

Zèon comprendió. Aún no se fiaba de él, por eso prefería llevarle con las zarpas detrás de la espalda. El zorro ártico sacudió la cabeza; por más humillante que aquello resultara, era una buena medida. La última vez había atacado a Ike en contra de su propia voluntad, bajo el simple influjo de Sophia. Agradeció internamente que aquella vez Shiba le tuviera bien sujeto.

De modo que asintió y trató de buscar la razón por la que todos habían decidido rebelarse súbitamente contra Camus. Pensar que había sido su pequeño discurso el que había encendido los ánimos de todos los kane y los fehlar habría sido presuntuoso, por lo que creyó comprender que eran Shiba y Ike los que habían organizado aquello, de alguna manera. En cualquier caso, pronto saldría de dudas.

Shiba le condujo hasta una de las esquinas del comedor, donde Ike le esperaba, con una leve sonrisa en los labios.

-Aquí lo tienes -masculló Shiba, una vez hubieron llegado a su lado. Parecía que le desagradaba el contacto con el zorro ártico.

-Ike -comenzó Zèon, sin poder contenerse -, ¿qué está pasando? ¿Por qué está toda esta gente luchando contra Camus?

-No sólo contra Camus -murmuró la tigresa entonces, queda.

Varios guardas habían aparecido por las puertas de cristal, tratando de frenar aquella repentina rebelión. Muchos de ellos conseguían derribar a un kane o un fehlar, pero luego eran abatidos por otros. Algunos enarbolaban armas eléctricas como el látigo de Camus, pero muchos prisioneros habían encontrado la forma de arrebatárselas a los guardas que ya estaban derribados y ahora luchaban en igualdad de condiciones. En la refriega, muchas mesas habían sido volcadas y ahora se usaban como parapetos o lugares donde los más jóvenes se escondían o contemplaban aquella pelea con los ojos muy abiertos.

Zèon negó con la cabeza, sorprendido. Los kane y los fehlar luchaban juntos. Unidos, contra un enemigo común. Era algo que no habría podido imaginar ni en sus más salvajes sueños.

-Creímos que era la única forma de ganar -le explicó Ike, con suavidad -. Teníamos que aliarnos. Y cuando vi lo que te habían hecho, supe que había llegado el momento de actuar. Cuando te quedaste en la habitación, me reuní con varios kane. Fue difícil convencerlos de que mi plan no era una trampa... pero en cuanto le cedí a Kainn el derecho de hacer lo que quisiera con los humanos, las negociaciones se volvieron ligeramente más fáciles -añadió, con un estremecimiento.

-Así que decidisteis entregarme a Camus para luego atacar -comprendió Zèon -. Me habéis usado como cebo. Pero... -murmuró, aún sin entender ciertas cosas -, ¿no estabas enfadado conmigo? Al fin y al cabo, esta mañana...

Pero Ike negó con la cabeza, interrumpiéndole en mitad de la frase.

-Sé que no fue intención tuya -le aseguró, y Shiba dejó escapar un resoplido de desdén -. ¡Lo sé, Shiba! Tú no viste su cara mientras intentaba matarme. Estaba aterrorizado, mucho más que yo. Lo estabas, ¿verdad?

-Sí -reconoció Zèon, asintiendo lentamente -. Pero eso no es motivo para perdonarme la vida, Ike. Si sigues esa ética, no creo que dures mucho reinando -añadió, en voz algo más baja.

-Eso mismo le dije yo -suspiró Shiba.

-No, no me entiendes -se exasperó Ike, sentándose en el banco que había junto a la mesa e inspirando profundamente. Su mirada se perdió durante unos instantes en la pelea que tenía enfrente, antes de que soltara, como si nada -. Sé a dónde fuisteis Luca y tú la otra noche. Sé que salisteis a explorar.

Zèon tardó unos segundos en reaccionar, cogido por la sorpresa.

-¿¡Qué!? -preguntó, al cabo de un rato -. Entonces, ¿entendiste lo que quise decirte ese día? ¿Sabías que la comida nos hacía dormir?

-Sí y no -respondió Ike, removiéndose algo incómodo en el asiento -. No lo entendí hasta bien entrada la noche. Había estado pensando en ello durante todo el día y finalmente creí recordar lo que me habías dicho... así que tenía que hacer algo. Me levanté, decidido a buscaros, pero cuando llegué al comedor...

-...las puertas de cristal ya se habían vuelto a cerrar, con nosotros dentro -comprendió Zèon, sorprendido -. Es decir, que te levantaste justo después de nosotros. Tú debiste ser el que hizo aquel ruido que nos puso sobre alerta a Luca y a mí en el pasillo -recordó, de repente.

El león asintió.

-Al cabo de un rato vi que no podía hacer nada... y me marché a la cama de nuevo. Pero no pude dormir aquella noche -añadió, pensativo -. Luego, apareciste inconsciente... y pensé que, al igual que pasó con Adam, ellos habían hecho algo contigo. Por eso, cuando intentaste matarme -pronunció aquellas palabras con un temblor -me imaginé que Sophia estaba detrás de ello.

-No me lo puedo creer -murmuró Zèon, anonadado -. Así que no sólo nos seguiste aquella noche, sino que además has planeado todo esto tú solo.

Ike malinterpretó su expresión.

-¡Lo siento mucho por usarte de cebo! Fue la única cosa que se me ocurrió, en realidad -se disculpó el león, verdaderamente preocupado -. Aún no sé de dónde saqué la idea...

-No, no -le tranquilizó Zèon, admirado -. Me parece una idea brillante. Pero ahora, ¿qué?

-¿Ahora? -preguntó Ike, esbozando una sonrisa por primera vez desde que había comenzado la conversación. Señaló con la cabeza hacia las puertas de cristal, que se hallaban abiertas de par en par desde que los guardas habían entrado a la habitación -. Ahora tenemos que ir a visitar a Sophia y convencerla de que nos saque a todos de aquí.

Zèon dirigió una mirada a su alrededor, contemplando el caos que se había desatado en el comedor. No podía evitar tener la extraña sensación de que todo aquello había sido muy sencillo y de que había algo que aún no encajaba... pero al fin y al cabo, ya nada tenía mucho sentido desde hacía un buen tiempo. Sacudió la cabeza, apartándose de esos pensamientos, y clavó su mirada en Ike.

-Me gusta ese plan -dijo, solamente.

Zèon guió a un nutrido grupo de kane y fehlar a través de los corredores interminables más allá de las puertas de cristal. Al fin y al cabo, a excepción de Adam y Luca era el único que había estado ahí y sabía qué camino se debía seguir para llegar hasta el centro de operaciones de Sophia. Sin embargo, avanzaba aún con las zarpas en la espalda y bien sujeto por Shiba, que se resistía a dejarle suelto por miedo a que le diera otro ataque de furia asesina ahora que estaban tan cerca de conseguir su objetivo.

-Puedes confiar en Zèon, Shiba -había insistido Ike, algo molesto por el trato de la tigresa hacia el zorro ártico.

-Si hubiera confiado en él la primera vez, ahora mismo estarías muerto -había contestado ella.

Y no se había hablado más del tema.

En realidad, Zèon prefería que fuera así. No sabía exactamente qué estaba haciendo Sophia en aquel momento. Quizás no se hubiera enterado aún de la rebelión en la Caja, pero aquello era muy poco probable. <<Quizás estuviera durmiendo>> se dijo Zèon, pero descartó aquella posibilidad casi de inmediato. Aquella mujer no habría dejado el centro desatendido durante tanto tiempo. Si dormía, debía hacerlo a la misma hora que ellos.

Pronto llegaron a la sala en la que Zèon se había reunido por primera vez con Sophia. Las puertas se abrieron a su paso para mostrar una habitación totalmente vacía, lo que hizo sospechar al zorro ártico que se encaminaban directamente hacia una trampa. Intercambió una mirada con Shiba y descubrió que ella pensaba exactamente lo mismo, pero nadie dijo nada.

Desde hacía un buen rato, todos se habían mantenido inmersos en un silencio sepulcral tan sólo roto por el sonido de sus pasos y sus respiraciones. Pasaron por la sala de los "logros" sin decir una sola palabra. La imagen del cubo de Adam continuaba allí, flotando ingrávida, tan silenciosa como el grupo de kane y fehlar que pasaron a su lado sin mirar.

Finalmente, llegaron a la última sala en la que Zèon había estado con Sophia: aquella cuyas paredes y suelo totalmente negros estaban extrañamente cálidas y parecían palpitar al tacto. El zorro ártico sabía ahora que debían de estar hechas de un material muy especial, capaz de atrapar todos los pensamientos de los residentes de la Caja y redirigirlos a aquella sala. Se estremeció, sin saber muy bien por qué.

Todos entraron discretamente, sin hacer el más mínimo ruido. No había ninguna luz encendida y el silencio era tal que, por unos segundos, Zèon creyó que aquella sala también estaba vacía. Sin embargo, un leve movimiento en una esquina captó su atención y la del resto de miembros del grupo, que se adelantaron un paso.

-Sal de ahí, Sophia -dijo Ike, al lado de Zèon -. Sabemos que estás ahí.

Una palmada resonó en mitad de aquel tenso silencio y las paredes se encendieron con el chasquido que Zèon recordaba. Al ver fluir los números de un lado a otro por su superficie, iluminando la habitación, el zorro ártico dejó escapar un jadeo de disgusto y, a continuación, alzó la mirada.

Sophia estaba en uno de los rincones de la sala, esbozando su ya habitual media sonrisa. Zèon se sorprendió de que, a pesar de estar totalmente acorralada, la mujer tuviera la entereza suficiente para actuar como si fuera ella la que los tuviera rodeados.

-Hola, chicos -les saludó, ladeando la cabeza -. Habéis provocado un buen caos ahí abajo. Pobre Camus. Seguro que vuestra rebelión le sentará muy mal.

-Camus está muerto -le informó Shiba, hosca.

Sophia mantuvo su mirada durante unos segundos, sin dejar de sonreír.

-Oh. Qué lástima -dijo, después de un rato que se hizo interminable. No parecía sentirlo lo más mínimo.

-Sophia, has perdido -le dijo Ike, avanzando un paso hacia ella -. Déjanos volver a Lykans, a nuestro mundo. Déjanos volver a casa.

La mujer no contestó. En lugar de eso, comenzó a caminar hacia el otro extremo de la sala, aparentemente sumida en profundas cavilaciones. Zèon la siguió con la mirada, tenso, intuyendo que la mujer aún se reservaba un as bajo la manga.

-Ganar, perder... -murmuró, como para sí misma -. Leo I, hablas como si todo esto fuera un juego. ¿A ti te parece un juego? -le preguntó, alzando un poco la barbilla -. Creo que no. Estoy convencida de que no entiendes ni remotamente el alcance de lo que estáis haciendo hoy aquí.

Ike fue a responder, pero Zèon se le adelantó:

-No pareces muy preocupada.

La sonrisa de Sophia se acentuó más mientras se giraba hacia el zorro ártico.

-Lagopus Z... eres muy observador. Demasiado observador -musitó, paladeando cada una de las sílabas -. Los que son como tú pueden acabar de dos maneras muy diferentes, pero no te diré cuáles son. Será mejor que lo averigües por ti mismo cuando llegue el momento dado.

Zèon sostuvo su mirada durante unos segundos. Los ojos de la mujer, pequeños y penetrantes, le atravesaron como una lanza, pero el zorro ártico ya no tenía miedo. Al fin y al cabo, era consciente de que ella lo sabía todo sobre él. Ya no tenía nada por lo que sentirse cohibido.

Sin embargo, le molestaba el hecho de que ella se mostrara tranquila, contenta incluso ante aquella rebelión. El zorro ártico notó de nuevo aquella angustiosa sensación de que había algo que no encajaba.

-Ya basta de palabrería -gruñó un kane del grupo.

-Eso es -apoyó Ike -. Sophia, no lo repetiremos más. Déjanos volver a nuestro mundo o...

Entonces, la mujer dio dos palmadas y un extraño sonido metálico resonó en algún lugar no demasiado lejos de allí. Shiba soltó a Zèon, alarmada, y dispuesta a abalanzarse sobre Sophia en el caso de que aquello se tratara de alguna trampa. Sin embargo, en cuanto aquel extraño ruido cesó, ninguno de los presentes percibió cambio alguno en la sala en que se encontraban.

-La puerta a vuestro mundo se ha abierto en el piso inferior -les explicó la mujer, calmadamente -. También la puerta al lugar del que proviene Sapiens V. Y, por supuesto, a los guardas se les ha dado la orden de detener la batalla y retirarse, debido al peligro que supone el escape de vuestra raza. En definitiva, sois libres -añadió, por si no había quedado claro -. Podéis marcharos de aquí.

Aquellas palabras resonaron profundamente en la mente de Zèon. Libres...

-No -se opuso Ike, entonces.

Todas las miradas de la sala se dirigieron hacia él, incrédulas.

-¿No? -preguntó Sophia, suavemente.

-¿No? -repitió el kane que había hablado antes, sin comprender.

Ike frunció el ceño, con decisión.

-No nos iremos de aquí sin ti, Sophia. Mereces responder ante un consejo por lo que les has hecho a los kane y a los fehlar -hizo una pausa -. Tú te vendrás con nosotros a Lykans y allí serás juzgada por tus crímenes.

Zèon dirigió una larga mirada a Ike. El león había hablado con una dureza y determinación que no eran propias de él. Estaba claro que quería hacerle pagar por lo que le había hecho tanto a los fehlar como a los kane... pero, en silencio, el zorro ártico no pudo evitar preguntarse si no le guardaría rencor por haber hecho que Zèon, aquel del que Ike estaba enamorado, hubiera intentado matarle.

Todas las miradas se clavaron entonces en la mujer, que permanecía en uno de los extremos de la sala, con calma y serenidad. Zèon la temía y la odiaba, pero no podía evitar admirar el hecho de que estuviera actuando como si todo aquello estuviera controlado. A no ser que, realmente... lo tuviera todo controlado.

-Así que yo soy la prisionera ahora -respondió la mujer, ladeando la cabeza -. Os he mantenido aquí durante meses, encerrados, y ahora queréis pagarme con la misma moneda y llevarme a vuestro mundo. Ojo por ojo, diente por diente. ¿Debo considerarme afortunada de no haber seguido la misma suerte que Camus? Sin embargo, Leo I, hay un pequeño detalle que has pasado por alto. Y es que...

Zèon lo comprendió entonces todo. Las piezas del puzle encajaron en su mente con un sonoro crujido como si fueran las caras del cubo que tantas veces había resuelto ya. Entendió el por qué de la tranquilidad de Sophia y los motivos por los que aquella rebelión no le importaba lo más mínimo. Comprendió como iluminado por un rayo de entendimiento los motivos que la habían llevado a actuar así.

Y también, como si se tratara de una premonición, vio qué era lo que estaba a punto de suceder.

La mujer, esbozando una sonrisa triunfal, había extendido una mano hacia una pared: una mano embutida en un largo guante negro, que se hundió limpiamente en la pared como si esta fuera de mantequilla.

-¡No! -exclamó, aterrado, mientras se lanzaba a correr hacia ella -. ¡No lo hagas!

-¡...aún hay alguien aquí que es mi prisionero! -anunció, cerrando los dedos con fuerza en torno a un pequeño grupo de números.

Zèon supo que llegaba demasiado tarde apenas unas milésimas de segundo antes de que aquel número se desvaneciera en la pantalla como si jamás hubiera existido, disuelto en una nube de datos incoherentes.

Aquello fue lo último que vio antes de que todo se volviera negro y su cuerpo dejara de responder.

Cayó al suelo, inerte, y su consciencia se apagó como la llama de una vela bajo un soplo invernal.

Ike contempló horrorizado el cuerpo inmóvil del zorro ártico que se había desplomado sobre el suelo. Tardó unos segundos en procesar siquiera lo que acababa de ver, que carecía totalmente de sentido racional para él. Un segundo antes, Zèon estaba a su lado, a punto de escapar junto a él de la Caja.

Ahora, estaba allí, en el suelo. Inmóvil. Muerto.

Los siguientes acontecimientos se precipitaron. Se vio a sí mismo avanzando hacia Sophia, que le observaba con aquel febril brillo de triunfo en los ojos, desde el extremo opuesto de la sala. La sangre en sus venas hervía, bullía ante la injusticia cometida y clamaba venganza. Su primer impulso fue atravesar a la mujer de lado a lado con sus garras, y habría cedido gustosamente a aquel impulso si alguien no se lo hubiera impedido tomándole con fuerza de una zarpa.

Trató de liberarse, demasiado furioso como para atender a razones, pero alguien le retuvo con una fuerza asombrosa. Se giró hacia atrás, airado, y se encontró con la severa mirada de Shiba. Sintió deseos de golpearla a ella también y después hacérselo pagar a aquella condenada mujer, pero se contuvo justo en el último momento.

-¡Déjame! -gritó, tirando de ella -. ¡Tengo que... tengo que....!

-¿Matarme? -preguntó Sophia, sin perder la calma en ningún momento -. Adelante, Leo I. Soy toda tuya.

El león dejó escapar un rugido de ira y estuvo a punto de soltarse de la zarpa de Shiba, pero esta utilizó la otra para mantenerle agarrado y forzarle a volverse hacia ella. Una vez hecho esto, la tigresa le miró fijamente a los ojos, con seriedad.

-Ike. No dejes que juegue contigo. Es lo que quiere, ¿no lo entiendes?

No; Ike no lo comprendía. No entendía por qué habían pasado por tanto, por qué habían arriesgado tanto... sólo para que ahora Zèon estuviera muerto. Aquella mujer no tenía derecho a arrebatarle todo lo que le importaba y, si lo había hecho, merecía pagar por ello. Él le haría pagar.

-Prefiere que la mates antes que ser hecha prisionera y llevada a Lykans -le informó la tigresa, con suavidad -. No le des lo que quiere. Vamos, Ike.

El león trató de poner toda su atención en aquellas palabras e intentó calmar los alocados latidos de su corazón, que sentía como cañonazos en sus sienes. Le costó unos cuantos minutos, pero finalmente la ira fue desvaneciéndose poco a poco para dejar paso a un profundo abatimiento.

-¿Por qué? -preguntó, girándose hacia la mujer -. ¿Por qué has tenido que matarle?

-No está muerto -le informó Sophia, encogiéndose de hombros -. Tan sólo está... desconectado.

Tras asegurarse de que el león no se abalanzaría sobre la mujer, Shiba soltó su zarpa y se arrodilló junto al zorro ártico caído en el suelo. Colocó una oreja junto a su hocico y, a continuación, le tomó una de las zarpas. Tardó unos cuantos segundos en girarse de nuevo hacia Ike, con expresión neutra.

-Tiene razón -dijo, simplemente -. Su pulso y su respiración son débiles, pero no está muerto.

Ike sintió una gran oleada de alivio y asintió con energía. Sin embargo, no podía evitar sentirse verdaderamente preocupado por Zèon. Si no estaba muerto, ¿qué era lo que le había sucedido? ¿A qué se refería la mujer cuando decía que lo había "desconectado"? No había forma de saberlo, ni mucho menos de comprender los motivos de aquella odiosa humana. Sin poder evitarlo, se giró hacia ella bruscamente. Un fuego inextinguible brillaba en lo más profundo de su mirada; un fuego lleno de rabia y sed de venganza.

-No sé qué le has hecho -comenzó -ni qué pretendías conseguir con ello. Tampoco sé qué pretendíais al hacernos a todos prisioneros ni por qué la habéis tomado con los kane o los fehlar. Pero hay algo de lo que estoy seguro. -Hizo una pausa -. Vas a venirte con nosotros a Lykans, quieras o no. Una vez allí... me aseguraré de que se te juzgue como es debido. Y si es necesario que ardas en una hoguera para purgar tus crímenes... puedes creerme cuando te digo que seré yo el que encienda la pira -le aseguró, amenazante.

Nadie dijo nada después de esas palabras. Ni siquiera la propia Sophia, que permanecía aún erguida en su rincón. Su rostro no denotaba emoción alguna, pero al menos había dejado de sonreír.

-Vámonos, Ike -murmuró la tigresa entonces, colocando una zarpa en su hombro -. Es hora de volver a casa.

Ike asintió.

Las "puertas" de las que Sophia había hablado en realidad no eran tal. Dos grandes oberturas casi perfectamente circulares se habían abierto en el piso inferior de la Caja, aquel que comunicaba con un túnel viejo y casi derruido, y se habían iluminado con un brillo extraño. Cualquiera que tratara de mirar en su interior, descubría que, en realidad, aquellos dos agujeros abiertos en la pared no tenían un fondo propiamente dicho. Sus colores eléctricos y mareantes se perdían en el infinito, llevando hacia lo desconocido. En el centro de aquel espacio sin límites, ingrávido, flotaba lo que parecía ser un pequeño mundo envuelto en la burbuja.

Aquellos que sabían algo de geografía reconocieron, inmediatamente, la silueta del único continente que formaba Lykans en uno de los portales. En el otro había una imagen diferente, muy azul, salpicada por algunos pequeños pedazos de tierra. Nadie hizo preguntas al respecto puesto que no era necesario.

Algunos se ofrecieron voluntarios para comprobar que aquellas "puertas" fueran realmente la salida de la prisión y, más importante aún, la vía directa al mundo del que todos habían venido. Los que atravesaron el portal en primer lugar tardaron tan sólo unos minutos en regresar, eufóricos, asegurando que, en efecto, habían atravesado aquel espacio vacío hasta llegar a Lykans. La mujer no había mentido cuando les había dicho que todo había acabado; eran realmente libres.

-Supongo que... nos separamos -murmuró Vent, en la boca del portal que conducía a su propio mundo.

Junto a él, tan sólo se encontraban Koi y Ike, que llevaba a Zèon en brazos. Shiba también estaba cerca, pero permanecía atenta al desalojo de la prisión junto a otros kane y fehlar que se habían ofrecido a guiar al grupo entero. Por suerte para ellos, la mayoría de prisioneros ya había atravesado el portal y, en aquellos momentos, los últimos rezagados se apresuraban a volver a su mundo. Había muchos, sin embargo, que no podían evitar tener miedo de aquel extraño medio de transporte.

-¿Podremos ir a visitarte alguna vez? -preguntó Koi -. Yo quiero saber cómo es el lugar donde vives.

-No sé si te gustaría -respondió el humano -. Pero, en lo que a mí respecta, estáis todos invitados. No sé lo que voy a hacer al llegar allí. Sé que es el lugar al que debo ir, pero... -hizo una pausa -. Voy a echaros mucho de menos. A todos -añadió, pesaroso.

Ike se las apañó para esbozar una leve sonrisa y colocó una zarpa en el hombro del humano.

-Ánimo, Vent -le dijo, tratando de infundirle algo de coraje -. Estoy seguro de que, a partir de ahora, todo te irá bien.

-Eso espero yo también -suspiró el humano, esbozando también una cansada sonrisa.

Koi se aproximó al joven y se abrazó a su cintura, cariñosamente. Vent sonrió, acariciándole la cabeza. Esperó pacientemente hasta que el pequeño husky se apartó de sus piernas y, entonces, comenzó a caminar hacia el portal de regreso a su mundo.

-¿Sabes, Vent? -comenzó Ike, antes de que el humano desapareciera del todo bajo aquella extraña luz eléctrica del portal -. Todo comenzó a ir a mejor desde que tú apareciste aquí. Antes de que vinieras, todos nos habíamos acostumbrado a nuestra situación como prisioneros, y aunque intentábamos escapar, apenas había ningún cambio. Pero yo quiero creer que tu llegada supuso el inicio de nuestra huida de la Caja -le dijo, con suavidad.

Vent sonrió de nuevo.

-Gracias, Ike. Espero que volvamos a vernos de nuevo, alguna vez.

Y dicho esto, dio otro paso dentro del portal, en dirección al mundo al que sólo él, de entre todos los que se encontraban allí, pertenecía. La extraña luz del portal difuminó su imagen lentamente hasta que no quedó ninguna huella de la anterior presencia del humano en aquel pasillo.

Casi al mismo tiempo, Shiba les hizo una seña desde el otro portal. Todos los kane y fehlar que quedaban en el edificio ya habían realizado el trayecto de vuelta a casa. Incluso Sophia había atravesado aquel portal, acompañado por algunos fehlar que se habían ofrecido voluntarios para vigilarla y no dejarla escapar, por cualquiera que fuera la circunstancia. Sólo la tigresa, Koi y Ike quedaban por atravesar el portal en dirección al mundo del que habían venido.

El león asintió, dándole a entender que irían justo detrás de ella, y la tigresa no dudó en dar media vuelta y adentrarse rápidamente en él. Aquella luz eléctrica iluminó su silueta hasta que desapareció por completo en las profundidades del portal.

Ike suspiró y, aún sujetando a Zèon contra su cuerpo con un brazo, le dio una zarpa a Koi.

-Venga, pequeñajo. Es la hora de volver a casa.

-¿Despertará Zèon cuando regresemos a casa? -preguntó él, tomando la mano de Ike sin dudarlo ni un solo segundo.

El león sintió una pequeña punzada de dolor en su interior.

-No lo sé -respondió, sinceramente.

-Estoy seguro de que sí -sonrió el pequeño husky -. Despertó una vez y despertará de nuevo. Además, es un Garragélida, ¿sabías? Luca, antes de marcharse, me dijo que los Garragélida son increíbles.

El león dirigió una larga mirada al zorro ártico que sostenía en brazos. Su rostro, sumido en una tranquila inconsciencia, parecía más frágil que nunca y, aun así, Ike sabía perfectamente toda la fuerza que se escondía tras él.

-Sí que lo son -murmuró, como para sí mismo -. Al menos, él sí que lo es.

Aún echó un último vistazo a sus espaldas, recorriendo con la mirada las paredes vacías de la Caja, sintiendo el extraño silencio que parecía haberse adueñado de todo y que, probablemente, se quedaría allí tras su partida. Al león casi le costaba trabajo pensar que, después de más de un año, por fin hubieran encontrado una forma de escapar de aquellas paredes metálicas que se habían convertido en su rutina durante tanto tiempo.

Por fin podían huir de la Caja, de la prisión en la que aquel grupo de humanos sin escrúpulos les habían encerrado a todos, por un propósito que ninguno de ellos estaba cerca de entender aún. Y aun así, por algún extraño motivo, Ike tenía la sensación de que una parte de ellos se quedaría para siempre allí, que nunca podrían recuperar lo que aquel sitio les había robado. Sacudió la cabeza, apartándose de aquellos pensamientos.

-Vámonos -murmuró, tirando suavemente de Koi en dirección al portal.

Volvían a casa.

-La historia de "Garragélida" continuará en "Colmillo Ígneo", próximamente.-