Garragélida - Capítulo 9: Prioridades

Story by Rukj on SoFurry

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#9 of Garragélida

¡Buenas! Después de dos semanas, subo el noveno capítulo de "Garragélida". Me ha costado más tiempo de lo normal traducirlo debido a su extensión. Ése es el motivo por el que tampoco lo he subido en español hasta ahora. ¡Mis disculpas!

En el anterior capítulo, Zèon estaba resuelto a comenzar su incursión de noche por la Caja junto a Luca. A pesar de todo, no puede evitar sentir un mal presentimiento...

Como siempre, gracias por leer y ¡espero que os guste! ^^


La oscuridad había caído sobre la Caja y Zèon aguardaba, pacientemente, tumbado boca-arriba en su cama. El techo era apenas visible en aquella penumbra, pero el zorro ártico mantenía sus ojos clavados en él, tratando de permitir que el tiempo pasara... cuanto antes, mejor.

No podía dejar de pensar en lo que había hecho, y la culpabilidad le carcomía por dentro. Creyendo que su plan era infalible, había utilizado a Ike para conseguir ponerle de su lado en los planes de escapada que compartía junto a Luca. Había pensado que comprendía cómo reaccionaría el león cuando él le contara lo que sabía... pero existía un factor que había olvidado por completo, algo en lo que no había caído.

El amor. La fascinación que Ike sentía hacia él le había impedido entender lo que le había dicho.

Quizás para alguien con más experiencia en aquel terreno, aquel detalle no hubiera pasado por alto al planear algo tan ruin y descabellado como lo que Zèon había llevado a cabo. Sin embargo, el zorro ártico jamás había tenido la oportunidad de enamorarse de nadie... ni de saber que nadie estaba enamorado de él. Todo lo que sabía sobre el amor se basaba en lo que había escuchado cuchichear a las cocineras de su palacio, cuando era demasiado pequeño como para entenderlo, y en las escasas menciones al mismo que había escuchado en el campamento de refugiados, donde la gente estaba demasiado ocupada con otros temas como para enamorarse.

Zèon suspiró, cerrando los ojos. El amor era algo extraño. No podía racionalizarse, ni entenderse. A veces, impulsaba a hacer cosas que no seguían ningún tipo de patrón lógico, cosas que nadie habría hecho en otra ocasión. Como cuando había decidido interponerse entre Koi y Camus, el día que había recibido aquella paliza. Aquel era un tipo diferente de amor al que le profesaba Ike, pero Zèon tenía la impresión de que nacía de la misma fuente. Y aun así, no dejaba de ser un completo misterio para él.

El amor podía obligar a alguien a cometer verdaderas locuras. Podía hacer que las personas más racionales perdieran la cabeza. Podía iniciar guerras... y también frenarlas. En silencio, el zorro ártico se preguntó si algún día llegaría a experimentar el roce de aquel arma de doble filo. No llegó a ninguna respuesta concluyente.

Fue entonces cuando percibió, al otro lado de la sala, un sutil movimiento. Comprendió casi al instante que Luca había decidido que era hora de entrar en acción y se incorporó también, en su cama.

En medio de la penumbra, la mirada rojiza del lobo se cruzó con la de sus ojos azules como cristales de hielo.

Ambos asintieron casi imperceptiblemente.

Después de haberse lavado en un lago de aguas frescas y cristalinas para quitarse de encima la mugre y el hedor a estiércol, Zèon había tomado unas ropas que Luca había ido a buscar para él y se había vestido, bajo la atenta mirada del lobo. Había notado que se había fijado en la marca de su cadera y, aun así, ninguno de los dos se atrevió a decir nada al respecto. Cuando el sol comenzó a ponerse, el zorro ártico no dudó en seguir a Luca a través del bosque, en dirección al que sería su hogar durante los siguientes años.

En el campamento de refugiados de Bosquespino, cada uno tenía una tarea que realizar. Los más fuertes se dedicaban a patrullar la zona, protegiendo a todos los refugiados de un posible ataque fehlar. Los más débiles, o aquellos que hubieran resultado heridos permanentemente en la guerra y no estuvieran en sus mejores condiciones físicas, desempeñaban tareas de mantenimiento, como preparar la comida o reforzar las precarias tiendas en las que todos dormían.

Los que no pertenecían ni a un grupo ni a otro, como Luca y Zèon, eran recolectores. Salían cada mañana al bosque en busca de agua, alimento y, en alguna ocasión, también madera. No la utilizaban como leña para las hogueras, sin embargo. Al fin y al cabo, todos seguían teniendo demasiado miedo de que los fehlar les encontraran.

Más tarde, Luca le había presentado a su familia. El lobo había escapado con ellos desde la región oriental de Platalomo, donde la invasión fehlar les había tomado por sorpresa. Era prácticamente un milagro que se hubieran salvado y, aun así, Luca había perdido a su padre y dos de sus hermanos durante la huida. Ahora vivía con su madre, sus dos hermanas y su hermano pequeño, tratando de rehacer en aquel pequeño campamento la vida que la guerra les había arrebatado.

Zèon fue inmediatamente acogido por la familia de los lobos. Y, sin embargo, no terminaba de acostumbrarse a estar allí. Por muchos esfuerzos que la familia de Luca hiciera para que sintiera que aquel era su sitio, Zèon no podía evitar pensar que había perdido de vista el verdadero lugar al que pertenecía. La madre de Luca no era su madre, ni los hermanos de éste sus hermanos, por más que se esforzaran por hacerle sentir que así era. Pero de hecho, tan sólo se sentía como la pieza perdida de un puzle.

El único al que realmente pudo llegar a sentirse unido fue Luca. Ambos fueron emparejados casi inmediatamente como recolectores, y todas las mañanas salían del campamento en busca de alimentos y agua. El zorro ártico solía caminar detrás de Luca, observando los cautelosos movimientos del lobo, que avanzaba entre los árboles prácticamente sin ser oído ni visto. No tropezaba con las raíces, ni removía los arbustos, ni dejaba huellas a su paso. En aquel medio, casi parecía un espíritu del bosque: libre e intangible, moviéndose con el viento.

Zèon aprendió a seguirle el paso: aprendió a silenciar sus pisadas y a camuflarse en la maleza. Agudizó su oído aún más y aprendió a reconocer las huellas que dejaban no sólo los animales, sino también los fehlar. En aquellas incursiones, tenían que estar atentos para no tropezar con uno de ellos, puesto que eso habría supuesto no sólo su fin, sino probablemente también el de todo el campamento.

Luca nunca le enseñó nada, sin embargo. Al principio, cuando Zèon caminaba por el bosque pisando con fuerza sobre la hojarasca, tampoco le reprendía por llamar la atención de aquella manera. Simplemente le dirigía una mirada de advertencia, sin articular palabra, y seguía adelante. Zèon comprendía a qué se refería e inmediatamente reducía el ritmo de su paso y trataba de repartir de manera diferente el peso en sus patas, para hacer menos ruido. Se fijaba en Luca y trataba de comprender cómo hacía él las cosas, y el motivo por el que las hacía así. Con el tiempo, aprendió a moverse de la misma forma que él.

Libre, intangible. Como un espíritu del bosque.

Aquella noche, en la Caja, ambos demostraron que no habían olvidado aquella particular forma de moverse. Silenciosos como sombras, ambos se deslizaron por la penumbra como un soplo de aire fantasmal. Zèon podía escuchar la leve respiración del lobo e incluso los pausados latidos de su corazón. Era consciente de que, a pesar del peligro que suponía lo que estaban haciendo, Luca permanecía tranquilo y no estaba seguro de si eso le tranquilizaba o le inquietaba.

Después de todo, Luca estaba allí porque había confiado en él.

Zèon había deducido que Sophia no vigilaba el centro por la noche. Era absurdo que lo hiciera, teniendo en cuenta que con el somnífero que colocaba en sus comidas se aseguraba de que ninguno de ellos pudiera salir a explorar. Sin embargo, aquella era sólo una teoría, y el zorro ártico no estaba seguro de si merecía la pena arriesgarse a ser descubierto por ello.

Luca, al parecer, sí que había decidido correr el riesgo. Y aquello enternecía a Zèon, pero al mismo tiempo le llenaba de preocupación. Si las cosas no salían como ambos esperaban, la culpa sería suya y sólo suya. Incluso aunque Luca no le culpara por ello.

De modo que, por más que lo intentara, no lograba acallar los nerviosos latidos de su corazón. Era plenamente consciente de que se estaban jugando mucho.

Ambos salieron de su habitación, cerrando con cuidado la puerta a sus espaldas e internándose en el largo pasillo que comunicaba con los baños por la derecha y el salón por la izquierda. Tras un breve instante de duda, ambos giraron en dirección al salón, retomando aquel paso tan ligero y, al mismo tiempo, tan discreto. Sus zarpas descalzas apenas hacían ruido al pisar sobre el suelo de metal.

Zèon avanzaba detrás de Luca, tal y como había hecho siempre. Había algo en aquella posición que le hacía sentir cierta seguridad. En el pasado nunca habían tenido problemas cuando habían salido a cazar así; era lógico pensar, por lo tanto, que no los tendrían tampoco ahora. Zèon se aferró a aquella intuición y decidió seguir adelante, tan sigilosamente como le fuera posible.

Fue entonces cuando las orejas de Luca se alzaron y el lobo se detuvo en el sitio repentinamente. Zèon le imitó: a él también le había parecido oír un ruido en el pasillo, aunque no hubiera sabido decir exactamente de dónde procedía, pues las paredes metálicas del largo corredor hacían eco y era fácil confundirse. Ambos aguardaron durante unos segundos, alerta, con todos los músculos flexionados por si llegaba el momento de echar a correr. Sin embargo, al cabo de unos segundos intercambiaron una mirada y comenzaron a moverse de nuevo. Aquel ruido podía perfectamente haberse debido al ruido que alguien había hecho al removerse sobre su cama, y ninguno de los dos estaba dispuesto a perder el tiempo por tonterías como aquella.

No tardaron en llegar al salón. Bajo la luz atenuada de las bombillas alargadas del techo, la enorme sala estaba sumida en una inquietante penumbra. Los contornos de las sillas y las mesas producían sombras que parecían cobrar vida en medio de la oscuridad, como si pertenecieran a seres animados en lugar de a simples objetos. El silencio era absoluto ahora que se habían alejado lo suficiente de las habitaciones como para no oír los débiles ronquidos de los residentes que dormían a aquella hora.

Por el momento, no había rastro de ningún guardia, lo que alivió a Zèon... a medias. Seguía teniendo la ligera sospecha de que, a pesar de que el somnífero mantenía dormidos a todos los kane y fehlar del edificio, a Sophia no le bastaba con aquello. Tenía que haber algo más, otra forma de controlarles que no tuviera que ver sólo con la droga que colocaban en su comida, pero... ¿qué?

A pesar de que Sophia nunca estaba presente, Zèon estaba casi seguro de que podía observar todos sus movimientos y escuchar todas sus palabras. A menudo se planteaba si aquel no sería sólo un reflejo paranoico del miedo que le inspiraba la mujer. Sin embargo, por si acaso, había actuado como si ella hubiera podido ser consciente de cualquiera de sus actos. Y, de momento, todo había salido bien.

Independientemente de si la omnisciencia de Sophia era real o no, Zèon dudaba mucho de que aquel salón no estuviera vigilado de algún modo. Por ello, mientras caminaba lentamente junto a Luca, dirigió rápidas miradas hacia todos los rincones, tratando de encontrar algo que pudiera delatarles. No lo encontró, pero este hecho no hizo sino inquietarle aún más.

Entonces, ambos llegaron hasta la amplia puerta de cristal y se detuvieron en frente de ella.

Zèon tragó saliva, recordando el día en el que se habían llevado a Adam por aquellas mismas puertas y algo de él se había quedado atrapado allí para siempre. Había algo respecto a aquel lugar, el acceso al verdadero corazón de la Caja, que le había producido escalofríos siempre, aunque no habría sabido decir el qué.

Desde su posición, apenas podían ver un largo pasillo que parecía continuar hacia el infinito, a cuyos lados podían verse algunas puertas metálicas, similares a las que llevaban a sus propias habitaciones. Zèon dedujo que aquellas debían de ser las habitaciones de los trabajadores de la Caja: no sólo los guardias, sino también cualquiera que realizara labores de mantenimiento allí. En cuanto a qué había más allá de donde el pasillo se perdía de vista... aquello sólo podía dejarlo a su imaginación.

Luca le hizo una seña para que se acercara y el zorro ártico obedeció, aunque sin poder evitar sentirse algo incómodo. El lobo colocó ambas zarpas sobre la puerta de cristal, como palpándola, y Zèon reprimió un escalofrío. Aquello no le transmitía buenas vibraciones, a pesar de que Luca pareciera estar tan tranquilo y relajado.

Entonces, ante su sorpresa, la puerta de cristal se abrió.

Zèon sintió que se le erizaba todo el pelaje y dirigió una mirada aterrada a Luca, que se giró a mirarle algo alarmado. Unos instantes de silencio transcurrieron antes de que el zorro ártico captara el significado de su mirada muda.

<<Voy a entrar>> parecían querer decir los ojos del lobo.

<<No lo hagas. Es una trampa>> suplicaba Zèon, con una sombra de verdadero miedo en lo más profundo de su mirada.

<<Sólo echaré un vistazo. Saldré antes de que pueda ocurrir nada malo. Tranquilo>>.

Zèon estuvo a punto de retenerle a su lado, pero comprendió que no conseguiría convencerle de que se quedara junto a él. En el fondo, el zorro ártico comprendía los sentimientos de Luca: llevaban tanto tiempo allí encerrados, tantos meses sin atisbar siquiera ninguna posibilidad de escape, que el hecho de haber encontrado aquella puerta abierta era algo por lo que merecía la pena arriesgarse. Además, si no les habían retenido hasta el momento, nada implicaba que fueran a hacerlo en aquel momento. Y aun así, ¿por qué tenía aquella horrorosa sensación de que algo terrible estaba a punto de suceder?

Luca se separó de él y avanzó, atravesando la puerta de cristal, que se hallaba entreabierta, sin siquiera rozarla. Tras unos eternos instantes de duda, Zèon se decidió a seguirle, con el corazón latiendo con fuerza en su pecho y un sudor frío cubriendo su frente. Ladeó su cuerpo para atravesar la obertura que Luca había dejado en la puerta de cristal y se internó tras él, decidido a seguirle hasta donde hiciera falta. No estaba seguro de qué podían encontrarse allí dentro, pero sí de que lo afrontarían mejor si estaban juntos.

Se juntó con Luca algo más adelante. El lobo le dirigió una mirada algo apurada, como si tratara de decirle que no era necesario que él entrara también. Zèon estuvo a punto de darle a entender que le habría seguido al fin del mundo, cuando un sonoro crujido llamó su atención y le hizo estremecerse.

Tras unos breves segundos de quietud cautelosa, los dos se giraron sobre sus talones y volvieron su vista hacia la puerta de cristal que tenían a sus espaldas. Un escalofrío de profundo terror recorrió la espina dorsal de Zèon cuando descubrió, alarmado, que se había cerrado sola, dejándoles atrapados dentro de aquel pasillo.

Incapaz de moverse del sitio debido al miedo, el zorro ártico apenas fue consciente de cómo el lobo se movió rápidamente hacia la puerta, tomando el pomo con una zarpa y tratando de volver a abrirla, sin resultado. Algo en su interior comprendió demasiado tarde que desde el principio había estado en lo cierto y que aquello había sido desde el principio una trampa orquestada por Sophia.

No sabía cómo, pero ella había sido consciente desde el primer momento de todo lo que se proponían. Había jugado con ellos como había querido. Después de tanto tiempo luchando por buscar una forma de salir de allí, una manera para escapar de aquel lugar sin que Sophia se diera cuenta de lo que planeaban, la realidad les demostraba que les habían estado vigilando desde el principio.

Zèon sintió que el suelo se movía bajo sus pies, mientras una desbordante sensación de fracaso se cernía sobre él.

Fue entonces cuando ambos escucharon un carraspeo a sus espaldas y se giraron de nuevo, sobresaltados. Las puertas de los primeros dormitorios del pasillo se habían abierto y de ellas habían salido cinco figuras. Una de ellas, ligeramente encorvada, tenía un parche en el ojo derecho.

-Buenas noches -les saludó Camus, con una sonrisa torva -. ¿No podíais dormir?

Aquella era una escena tan surrealista que, por unos instantes, Zèon fue totalmente incapaz de reaccionar. Frente a él, Camus le dirigía una mirada socarrona, como regodeándose en el hecho de haberles pillado en mitad de aquella incursión. El zorro ártico estaba seguro de que aún tenía ganas de vengarse por lo que había sucedido unas semanas antes en el comedor...

-Cogedlos -dijo entonces el hombre, con un gesto de su barbilla.

Los hombres que tenía tras de sí dieron un paso resuelto hacia los dos kane, sin mostrar la más mínima expresión de compasión en sus rostros. No parecían tener muy buenas intenciones, y Zèon dedujo que si les atrapaban, no tendrían ninguna posibilidad.

Sin embargo, y pese a todo, seguía sintiéndose totalmente incapaz de avanzar ni aunque fuera un mísero paso. El miedo, la decepción y aquella terrible sensación de fracaso parecían haberle clavado al suelo de manera indefinida. El recuerdo de aquel látigo eléctrico que colgaba ahora de la cintura de Camus cruzó su mente y le produjo un tremendo escalofrío. Aquello no podía estar sucediendo de nuevo...

-¡Zèon! -escuchó entonces la voz de Luca, trayéndole a la realidad.

Fue como si alguien le hubiera despertado echándole una jarra de agua por la cabeza. Inmediatamente, el zorro ártico alzó la cabeza y distinguió a dos de los cuatro hombres que avanzaban junto a Camus dirigiéndose hacia él.

No podía permitir que le atraparan de nuevo. Y por aquella razón, precisamente, no se lo pondría fácil.

-¡Ahora! -exclamó el lobo, a sus espaldas, aunque en realidad Zèon no habría necesitado ninguna indicación por su parte.

Ya había descubierto un hueco por el que podía escabullirse, pero para conseguirlo tenía que moverse en aquel preciso instante.

El zorro ártico frunció el ceño y se lanzó hacia el guardia más avanzado, que no mostró ninguna sorpresa ante aquella maniobra. Zèon casi pudo ver como los músculos del brazo derecho de aquel humano se flexionaban, bajo aquel traje irrompible que llevaba, y percibió como los dedos del hombre se abrían dispuestos a cerrarse en torno a uno de su cuello.

Pero él fue más rápido. Con una elegante finta, se apresuró a avanzar por el espacio que quedaba entre la pared metálica del pasillo y el brazo izquierdo del guardia, deseando de todo corazón que no fuera zurdo. Lo vio reaccionar, con el rabillo del ojo; pero no fue lo suficientemente rápido y la larga cola del zorro escapó de sus dedos por apenas unos centímetros. La mano del hombre se cerró en el aire, pero Zèon simplemente ya no estaba allí.

Antes de que el segundo guardia que más había avanzado hacia él se diera cuenta siquiera de lo que estaba pasando, Zèon echó a correr hacia él. Escuchó un grito de frustración a sus espaldas y percibió los rápidos pasos de Luca, que sin duda también estaba intentando escapar también. Le deseó suerte interiormente, mientras se agachaba y apoyaba una zarpa en el suelo, girando velozmente hacia un lado y desconcertando al guardia con el que se las veía ahora. Se deslizó por el suelo, pasando junto a una de las piernas del confuso hombre, y volvió a ponerse en pie tan pronto como se hubo alejado unos pasos de él.

Ni siquiera había planeado que haría cuando se encontrara cara a cara con Camus, pero afortunadamente para él, no le hizo falta. El hombre se limitó a mirarle, girándose hacia él en el último momento y alargando una mano ganchuda hacia él demasiado tarde. Zèon comprendió que el físico contrahecho de Camus limitaba en gran medida sus movimientos y que aquello suponía una gran ventaja para ellos.

Tras sortear a Camus, el zorro ártico se encontró con el pasillo totalmente despejado delante de él y no dudó en echar a correr. No necesitó girarse para saber que Luca también había logrado esquivar a los guardias y que corría detrás de él. Ninguno de los dos sabía adonde conducía aquel pasillo, pero en aquellos momentos no podían permitirse ser muy selectivos. Cualquier cosa que encontraran delante sería mejor que lo que dejaban atrás.

Ignorando los gritos e improperios que Camus soltaba a sus espaldas, ambos continuaron con aquella frenética carrera en medio de la noche, sin detenerse por un solo segundo. La adrenalina, el miedo y el esfuerzo físico desesperado hicieron que Zèon recordara una situación similar que había tenido lugar tiempo atrás: la terrible huida de su último amo. Parecía como si hubieran pasado siglos desde aquello, pero la historia volvía a repetirse.

El pasillo resultó no ser tan largo como ambos habían creído en un principio y no tardaron en llegar a un desvío hacia la derecha que ambos tomaron rápidamente, sin mirar atrás y sin plantearse adónde llevaría. Casi inmediatamente, se encontraron con una estrecha escalera de caracol de metal que conducía tanto hacia arriba como hacia abajo.

Zèon tragó saliva y se dirigió hacia Luca, sintiendo un nudo en su estómago al adivinar lo que iba a decirle:

-Yo por arriba y tú por abajo -masculló el lobo, tratando de recobrar el aliento.

-¡No! -exclamó Zèon, revelándose ante la idea de separarse de él -. Si nos cogen...

-Si vamos juntos y nos cogen, los dos estaremos perdidos -se apresuró a explicarle Luca -. Pero si nos separamos, tendremos más posibilidades de escapar. Tú sabes eso mejor que yo, Zèon. Uno tiene que salvarse.

<<Sí>> pensó el zorro ártico, con el corazón en un puño <<Lo más lógico sería separarnos. Pero no quiero>>. Si aquella situación ya le resultaba siniestra junto a Luca, no quería imaginarse lo que sería vivirla sin poder contar con la protectora sombra del lobo.

Sin embargo, Luca no le dio opción a elegir. Le empujó insistentemente hacia el camino que descendía por la escalera mientras él comenzaba a ascender, tan rápido que a Zèon le costó seguirle con la mirada. Quiso gritar su nombre, pero tropezó con el primer escalón y estuvo a punto de caer por la escalera. Logró mantener el equilibrio y comenzó a bajar aprovechando el impulso de la caída, saltando los escalones de tres en tres mientras giraba por aquella endiablada escalera de caracol.

No habría sabido decir cuánto tiempo estuvo bajando y girando sin parar, hasta que finalmente la escalera desembocó en otro pasillo que se abría hacia adelante. Había una puerta en el fondo y Zèon se echó a correr hacia ella, torpemente. Sin embargo, tuvo que detenerse después de haber dado unos cuantos pasos, puesto que de tanto dar vueltas en la escalera no había podido evitar marearse.

Apoyó las zarpas en sus rodillas y se paró unos instantes para recobrar el aliento, aún con el corazón latiéndole con fuerza dentro de su pecho. Aguzó el oído y distinguió unos pasos que se alejaban de donde él estaba, a sus espaldas. Dedujo que los guardias habían decidido subir por la escalera y reprimió una maldición. Iban a por Luca.

Al cabo de un rato, consiguió tranquilizarse y normalizar un poco su respiración. Dirigió una mirada a la puerta que tenía enfrente, que constituía la única salida de aquel pasillo a excepción de la escalera por la que había llegado, mientras trataba de ordenar sus pensamientos.

Habían entrado en la zona de la Caja que hasta aquel momento había estado prohibida para ellos. Pero Sophia había previsto sus intenciones y había colocado a Camus en la entrada, para que les esperara allí y consiguiera atraparles. La incompetencia de aquel hombre, sin embargo, les había permitido escapar y existía la posibilidad de que todavía podían conseguir salir de allí.

-Si estás pensando que podéis escapar de aquí estás muy equivocado, Lagopus Z -resonó entonces una voz en el pasillo, interrumpiendo sus pensamientos.

El zorro ártico soltó un respingo al reconocer la voz de Sophia y se giró en todas direcciones, buscándola desesperadamente con la mirada. Sólo se encontró con el pasillo igual de vacío que la última vez que había mirado.

-No seas iluso. No necesito estar ahí para que me oigas hablar.

Zèon se tranquilizó sólo a medias. Por un lado, escuchar la voz de Sophia le producía escalofríos; pero por otro, saber que estaba lo suficientemente lejos de él como para tener que recurrir a comunicarse a distancia le hacía sentirse menos amenazado. Tratando de no hacer el más mínimo ruido, comenzó a moverse hacia la puerta sigilosamente.

-Tampoco necesito estar ahí para verte. Así que puedes dejar tus absurdos intentos de pasar desapercibido para otra situación en la que te sean más útiles.

Zèon dejó escapar un suspiro resignado y comenzó a andar hacia la puerta a paso normal. En silencio, se dijo a sí mismo que la voz de la mujer era, al fin y al cabo, sólo eso: una voz. No tenía que tener miedo de ella mientras no llegara a la fuente de la que provenía.

Sin embargo, cómo se las apañaba Sophia para saber todo lo que ocurría en la Caja seguía siendo un misterio para él. De la misma forma, seguía sin entender cómo podía hablarle sin estar en la misma habitación que él.

-Debo informarte, además, de que al separarte de Lupus L en la escalera has tomado una mala decisión -continuó la voz, ajena a las reflexiones de Zèon -. Este camino no tiene salida. En este mismo instante, te encuentras a veintitrés metros bajo tierra. Lupus L, en cambio, se ha encaminado hacia la salida del complejo... pero dudo que llegue siquiera a echar un vistazo a la puerta de salida.

Una oleada de alivio recorrió al zorro ártico al escuchar aquellas palabras. Quizás Luca, después de todo, sí que tuviera alguna posibilidad para salvarse.

Sin embargo, al cabo de unos segundos, sacudió la cabeza y decidió que aquello era improbable. No el hecho de que Luca consiguiera escapar, sino que Sophia le estuviera contando la verdad.

-¿Qué quieres? -le preguntó, sin poder evitar que su tono de voz sonara algo asustado -. ¿Por qué me hablas?

-Sé que eres inteligente, Lagopus Z. Quizás no sensato, pero sabes evaluar bien la situación en que te encuentras a cada momento. Ahora mismo, no estás una buena situación. Eso es algo que deberías haber averiguado ya por ti mismo -le explicó la voz de Sophia. Su eco metálico y frío resonaba por la pared, creando disonancias fantasmagóricas -. Quiero que dejes a un lado este plan de fuga sin sentido y que te presentes ante mí inmediatamente.

-Si me conoces tan bien, deberías saber de antemano por qué no voy a obedecerte -replicó Zèon, reprimiendo un gesto de hastío. Una de sus zarpas se cerró en torno al picaporte de la puerta del fondo del pasillo, sopesando si continuar con su camino.

-Sabía que responderías algo así. -La voz permaneció durante unos segundos en silencio. Zèon aguardó tenso, junto a la puerta, a que continuara hablando -. Eres demasiado orgulloso, Lagopus Z. Estoy convencida de que ese orgullo te pasará factura en el futuro. Verás, actualmente no dispongo ningún medio para convencerte de que seguir mis órdenes es lo mejor, pero créeme... encontraré la manera.

El zorro ártico abrió la puerta, pensando que ya había escuchado suficiente. Sin embargo, una última advertencia de Sophia le hizo permanecer en su sitio:

-No te oiré ni veré si cruzas esa puerta, Lagopus Z.

Zèon ladeó la cabeza.

-Tanto mejor.

-Creí que te convendría saberlo. Espero de verdad que reflexiones un poco acerca de tus... prioridades.

La última palabra se perdió en el eco de aquel pasillo metálico, produciendo un siniestro susurro que hizo que a Zèon le recorriera un escalofrío. Inmediatamente después, el zorro ártico se asomó a la puerta y dirigió una larga mirada para tratar de averiguar adonde llevaba. Se trataba de otro pasillo, aunque este era marcadamente diferente al anterior. Si bien todas las paredes de la Caja parecían ser de metal, las paredes de aquel pasillo no eran en absoluto de este material. En cualquier caso, parecían estar levantadas con una mezcla de tierra y roca, dándole un aspecto más de túnel que de otra cosa. En el techo, unas débiles luces parecidas a las que había en el resto del edificio parpadeaban agónicamente, dando a aquel túnel una pinta aún menos agradable de la que ya tenía.

Zèon suspiró. No era el momento de tener miedo. Pero, por otro lado, Sophia le había dicho que aquel pasillo no tenía salida. ¿Estaría tratando de hacerle desistir, de alejarle de la verdadera salida? <<Es lo más probable>> se dijo a sí mismo. Sin embargo, tenía sus dudas. Al fin y al cabo, hasta aquel momento Sophia no le había mentido jamás... aunque sí le había dado motivos de sobra para desconfiar de ella.

Finalmente, decidió arriesgarse a averiguarlo por sí mismo. Entró en aquel siniestro túnel y comenzó a caminar lentamente, por miedo a que las paredes se derrumbaran sobre él ante algún movimiento brusco. Aquel sitio parecía realmente abandonado, y Zèon no podía evitar pensar en que quizás, después de todo, Sophia tuviera razón y aquello no llevara a ninguna parte. Pero si era así, si realmente había escogido el mal camino como había dicho ella, necesitaba comprobarlo. No tardó en distinguir una puerta al fondo del túnel y se aproximó a ella, incapaz de contener sus ganas de salir de aquel pasillo que parecía a punto de caerse encima de él.

La puerta estaba cerrada con un cerrojo por fuera. Zèon tardó unos segundos en conseguir quitarlo, pues estaba lleno de óxido y se quedaba atascado, aunque finalmente consiguió desplazarla y escuchó un escalofriante chirrido. La puerta se abrió ante él, mostrándole una habitación sucia y desvencijada, cuyas paredes parecían ser también de tierra... pero no; en realidad, eran de un metal tan oxidado que casi parecía el mismo material del túnel por el que acababa de pasar.

Zèon entró en la sala, titubeante, y dirigió una mirada a su alrededor. Si el resto de la Caja siempre le había parecido todo lo limpia y ordenada que pudiera estar una prisión, aquella sala era todo lo contrario. El suelo estaba lleno de papeles, astillas y otros materiales que Zèon no alcanzaba a identificar. Varias hileras de algo parecido a mesas (Zèon dedujo que eran escritorios por su forma alargada) se repartían por la sala, aunque a muchas de ellas les faltaba una pata o directamente estaban rotas. También había algunos estantes, cajones y librerías que tenían el mismo aspecto viejo y carcomido. La sala sólo estaba iluminada por una bombilla que colgaba del techo, balanceándose lentamente de un lado a otro y creando extrañas sombras bajo las mesas. La suciedad y el abandono se respiraban en el ambiente, en forma de una capa de polvo que estuvo a punto de hacer que Zèon estornudara.

¿Para qué podía haber sido utilizada aquella sala? Zèon habría esperado encontrarse un almacén o algo parecido en el piso inferior de la Caja, pero aquella sala no parecía tener exactamente esa función. Lo único que estaba claro era que, fuera lo que fuera aquello para lo que la habían utilizado, llevaban sin hacerlo mucho tiempo... quizás, incluso, varios años.

Aquello trajo una nueva pregunta a la mente de Zèon: ¿cuánto tiempo tenía la Caja? ¿Cuándo había sido construida aquella prisión y hasta qué momento planeaban los humanos mantenerles presos allí? El zorro ártico sacudió la cabeza, frustrado. Sabía que no conseguiría resolver aquellas preguntas por sí mismo. En lugar de eso, se giró en todas direcciones tratando de encontrar una salida de aquella sala. Comprobó que, en efecto, no había ninguna otra salida. Se estremeció al comprender que Sophia le había dicho la verdad. <<Pero quizás eso signifique que Luca tiene alguna posibilidad>> pensó, tratando de consolarse.

Justo en ese momento, escuchó un ruido procedente del túnel y la sangre se le heló en las venas. El eco de unos pasos renqueantes llegaba claramente a sus oídos. Zèon creía saber a quién pertenecía aquella forma de andar, pero por si aún tenía dudas, sus temores se vieron confirmados inmediatamente después.

-¿Z? ¿Z, estás ahí? -Era la voz de Camus -. No hace falta que respondas. Sé dónde te escondes.

Un escalofrío de horror recorrió la espina dorsal de Zèon. Habría jurado que todos sus persecutores habían ido tras Luca hacia el piso superior, pero al parecer, Camus se había separado del grupo principal exclusivamente para ir en su busca. El zorro ártico sabía que aquel hombre quería vengarse por lo que había sucedido el día en que le había atacado, y algo le decía que no iba a tener precisamente muchos miramientos con él. Si hasta aquel momento Camus no había llevado a cabo su venganza era probablemente porque Sophia se lo había impedido.

Entonces, el zorro ártico recordó las palabras que la mujer le había dirigido apenas unos minutos antes. << Espero de verdad que reflexiones un poco acerca de tus... prioridades>> había dicho ella. Zèon tragó saliva, comprendiendo que al entrar en aquel túnel había conseguido esconderse de la mirada de Sophia, pero que por el contrario era más vulnerable que nunca a Camus. Un humano armado que, por si aquello fuera poco, sentía un terrible odio hacia él.

Y él estaba en aquella sala. Solo, incomunicado... y perfectamente indefenso ante Camus, que tendría por fin la venganza que con tanta rabia ansiaba.

-Ahora que esa pequeña bruja no está aquí para defenderte, me aseguraré de hacerte pagar por el ojo que me quitaste -masculló el hombre, con un tono de voz que destilaba veneno. Sus pasos se acercaban más y más por el túnel, rebotando en sus paredes de tierra.

Zèon echó una mirada circular, desesperado, tratando de encontrar un lugar en el que esconderse. Su mirada tropezó con la hilera de escritorios más próxima y se preguntó si conseguiría pasar desapercibido escondiéndose bajo uno de ellos. Estaba a punto de comprobarlo cuando, al avanzar, su pata quedó enredada en algo y estuvo a punto de caer.

-¡Ja! -exclamó triunfalmente Camus, al oír el estrépito -. ¡Sabía que estabas ahí!

Sus pasos se aceleraron un poco, pero aun así, Zèon sabía que disponía de unos segundos antes de que llegara a la sala.

Por ello, trató de identificar qué era aquello que había estado a punto de provocar que cayera y se encontró con el extremo de una cuerda vieja y roída. En cuanto la siguió con la mirada, distinguió que estaba conectada a una estantería y una idea descabellada se formó en su mente. Era arriesgado, pero podía ser la única forma de que escapara de allí con vida.

Inmediatamente, se escondió bajo uno de aquellos escritorios, conteniendo el aliento, mientras sujetaba con una zarpa la cuerda con la que había estado a punto de tropezar.

No tardó en escuchar los pasos de Camus y su respiración fatigosa en la entrada de la sala.

-Vaya, vaya... parece que alguien quiere jugar al escondite, ¿eh? -rio socarronamente Camus, mientras entraba en aquella vieja habitación -. Muy bien, entonces. Jugaremos.

No había terminado de decir esta frase cuando un zumbido eléctrico se alzó en la sala y el resplandor del látigo iluminó todos los rincones. Zèon se estremeció al sentir sobre la piel de su espalda el recuerdo que había dejado aquel látigo eléctrico la última vez que había tenido la oportunidad de probar su ira.

-Eres un cobarde, Z -masculló el hombre, mientras avanzaba por la sala. Sus pasos crujían sobre la capa de residuos que había en el suelo -. Después de atreverte siquiera a tocarme, deberías tener las suficientes agallas de presentarte ante mí y mirarme a la cara como un hombre -hizo una pausa -. Aunque supongo que, después de todo, eso sería sobrevalorarte. ¡No eres más que otro animal estúpido!

<<Ya empezamos>> pensó Zèon, hastiado. Parecía que aquella absurda necesidad de compararlos con animales no era sólo cosa de Vent.

-Sí, no eres más que otro animal... ¡Y los animales deben saber el lugar que les corresponde! ¡A los pies del hombre! -exclamó Camus, con voz chillona -. Por más que a esa idiota de Sophia le fascinéis, ¡no dejáis de ser nada más que alimañas! Su fascinación por vosotros os ha hecho olvidar el lugar que os corresponde. Pero yo os lo recordaré... yo te lo recordaré.

El látigo silbó en el aire y cayó rápidamente sobre una mesa cercana a la entrada, que inmediatamente explotó en una nube de astillas y polvo. El hombre dejó escapar una maldición al descubrir que no había nada debajo.

-¿Dónde te escondes, maldito zorro? -preguntó, mientras retomaba su lento caminar encorvado -. Deja que Camus te vea.

Zèon se encogió aún más bajo la mesa que ocupaba, tratando de no hacer el más mínimo ruido. Sabía que si sucumbía al pánico habría perdido cualquier oportunidad de escapar de allí y, precisamente por eso, trató de conservar la calma. Sólo tenía que esperar al momento adecuado...

El látigo volvió a caer sobre una mesa, iluminando la sala durante unas milésimas de segundos antes de que una mesa situada justo al lado de Zèon se rompiera en pedazos. El zorro tuvo que hacer grandes esfuerzos para no dejar escapar un grito por la impresión, pero finalmente se contuvo y aguzó el oído para tratar de percibir los pasos del hombre.

En aquel instante, Camus estaba justo detrás de su mesa y podía incluso ver sus zapatos. Un poco más... sólo un poco más y podría intentarlo. Sus garras se cerraron con fuerza en torno a la cuerda, mientras el zorro cerraba los ojos. Tenía que funcionar.

-Deberías salir ya. Sabes que no tienes ninguna posibilidad -continuó el hombre, y dejó escapar una estridente risotada. Sus pasos se movieron un poco hacia un lado y Zèon entrecerró los ojos, expectante -. En cuanto te pille, te prometo que te haré desear no haber nacido... y después, te mataré. Pero no sin que antes te hayas roto la garganta gritando de dolor. Quiero que en los últimos momentos de tu vida, lo único en que seas capaz de pensar sea en lo estúpido que fuiste al desafiar un humano. ¡Quiero que no olvides el lugar al que perteneces!

El látigo silbó de nuevo en el aire; esta vez, Zèon estaba seguro de que iba dirigido a la mesa bajo la que se encontraba él. Sin embargo, Camus ya se había colocado justo donde él quería que estuviera, y tiró con fuerza de la cuerda, rogando por que no se rompiera.

La estantería a la que la cuerda estaba conectada crujió un poco pero no tardó en ceder al empuje y caer pesadamente sobre un aterrorizado Camus, que dejó escapar un grito de dolor y frustración.

Zèon no perdió un solo segundo y salió de su escondite, rodeando la estantería caída y corriendo desesperadamente hacia la puerta. Distinguió, en medio de aquella siniestra iluminación, que la librería había caído sobre las piernas de Camus, inmovilizándole, y que en aquellos instantes el humano profería unos escalofriantes gritos de ira.

-¡¡Maldito animal!! -chillaba, rojo de furia -. ¡¡Te mataré!!

Zèon no miró atrás y siguió avanzando hacia la salida, notando los fuertes latidos de su corazón en las sienes mientras trataba desesperadamente de salir de allí a tiempo. Escuchó un nuevo silbido eléctrico detrás de él y trató de acelerar el ritmo, pero no pudo evitar que un nuevo latigazo, que Camus había conseguido ejecutar desde el suelo, restallara con fuerza sobre su espalda.

El zorro ártico profirió un grito de dolor mientras notaba cómo la descarga atravesaba todos los músculos de su cuerpo. Tropezó con los cascotes del suelo y cayó hacia adelante, clavándose la esquina de una mesa en el costado y aterrizando de espaldas. Desde debajo de la estantería, Camus le observaba con un odio inabarcable, mientras alzaba de nuevo el brazo que tenía libre para propinarle un nuevo latigazo. Su brillo eléctrico se reflejó en las pupilas del zorro ártico.

A pesar de que su cuerpo se hallaba sumido en dolorosos temblores, Zèon se las apañó para arrastrarse hacia atrás y esquivar el segundo latigazo en el último momento. Reunió la fuerza suficiente para incorporarse y salir de la sala, tropezando y manteniéndose de pie a duras penas. Entonces, se giró hacia la puerta y comenzó a tirar de ella tratando de cerrarla, con tanto esfuerzo que profirió un nuevo grito de dolor al notar que su cuerpo, simplemente, no daba más de sí.

-¡¡No te atrevas a encerrarme aquí!! -gritó Camus, mientras se preparaba para atacar de nuevo -. ¡¡No te atrevas...!!

Con un pesado sonido, la puerta se cerró por fin y el zorro ártico, respirando con dificultad, se apresuró a poner el cerrojo oxidado. Le costó unos segundos moverlo, pero finalmente se las apañó para hacerlo y escuchó con alivio aquel agudo chirrido que indicaba que la puerta ya no podía ser abierta desde dentro. Algunos escalofriantes gritos y amenazas se alzaron en el interior de la habitación, pero Zèon ya no los escuchaba.

Se apartó unos metros de la sala, por prudencia, y se dejó caer en el suelo, tratando de recobrar el aliento y controlar sus temblores. Además, necesitaba hacerse a la idea de que, al menos por aquella vez, había conseguido dar esquinazo a Camus.

Cuando hubo conseguido todo aquello y el dolor que sentía en su cuerpo comenzó a desvanecerse poco a poco, el zorro ártico se levantó y comenzó a caminar torpemente de vuelta a la parte más moderna de la Caja. El camino hacia el primer pasillo por el que había pasado se le hizo interminable, y aunque aún seguía escuchando los horrorosos lamentos del hombre a sus espaldas, lo que más miedo le daba era que aquellas paredes contrahechas cayeran encima de él.

Finalmente, alcanzó la puerta por la que había entrado a aquel túnel y dejó escapar un suspiro de alivio en cuanto entró a aquel pasillo en el que se veían las paredes metálicas a las que había llegado a acostumbrarse con el paso de los meses. Apoyó la espalda en una de ellas notando el frío en su piel dolorida y, agotado, pensó que jamás habría imaginado que llegaría a echarlas tanto de menos.

-Veo que pareces haber recapacitado -escuchó entonces la voz de Sophia, procedente de todas partes y ninguna al mismo tiempo.

Zèon habría jurado que había un leve tono burlón en su voz, aunque por lo general la voz de aquella mujer solía ser tan fría y desprovista de emoción que decidió que era más probable que se lo hubiera imaginado.

-Mi oferta sigue en pie -continuó aquella voz -. Preséntate ante mí de inmediato, Lagopus Z.

-Puede que haya averiguado que este pasillo no lleva a ninguna parte -murmuró Zèon, todavía jadeante -, pero eso no quiere decir que me vaya a rendir tan fácilmente.

-Ya lo suponía.

La voz de la mujer hizo una pausa tensa, que se prolongó durante unos segundos que a Zèon se le hicieron eternos. El zorro no podía evitar pensar, sin embargo, que casi prefería la compañía de Sophia a la de Camus.

-He encontrado algo que podría ayudarte a tomar la decisión correcta -continuó entonces la mujer, con suavidad -. Sé que tienes curiosidad, Zèon. Yo también. Esa es una de las muchas cualidades que ambos compartimos. -Hubo una nueva pausa -. Preséntate ante mí y te contaré todo. El motivo de que estés encerrado aquí, cómo funciona este complejo... incluso puede que averigües lo que le sucedió a Vulpes A.

<<Adam>> pensó Zèon, recordando todas las incógnitas que envolvían su sorprendente cambio de personalidad. Ladeó la cabeza. La oferta de Sophia era tentadora, pero intuía que si le estaba ofreciendo aquello era porque tenía algunas posibilidades de escapar... ¿o quizás no?

-Sé que en este mismo instante te debates entre acceder o no, Lagopus Z -comentó la voz de la mujer -. Te ayudaré a acelerar el proceso. Tenemos a Lupus L.

-¡Luca! -exclamó el zorro ártico, sin poder contenerse.

-Eso es -confirmó la voz, aunque Zèon no lo necesitaba. De nuevo, hubo una pausa que estuvo a punto de hacerle perder los nervios -. Si te presentas ante mí de inmediato, no le ocurrirá nada. Si por el contrario, sigues negándote a obedecer mis órdenes... no puedo prometer que Camus no decida cargar su ira contra él.

Zèon sintió un escalofrío. <<Luca...>> pensó, con el corazón encogido. No podía dejarle a merced de aquellos dos. Algo dentro de él habría muerto definitivamente si algo malo llegara a pasarle. Necesitaba asegurarse de que nadie le hiciera ningún daño... aunque aquello supusiera entregarse a sí mismo.

-Veo que la decisión está tomada -oyó que decía la voz de Sophia. Había un leve deje de satisfacción en su tono -. Avanza hacia la escalera. Te guiaré hasta nuestro punto de encuentro.

Zèon se resignó a obedecer, sintiendo una enorme oleada de desilusión en su interior. <<No ha servido para nada>> se dijo a sí mismo, alicaído. No sabía qué estaba ocurriendo exactamente aquella noche, pero comenzaba a tener la sensación de que todo parecía estar en contra de los planes que él y Luca habían trazado durante tanto tiempo. Habían saboreado la libertad... pero no habían llegado siquiera a rozarla.

Después de levantarse, comenzó a caminar por los interminables pasillos de acero de aquella zona de la Caja. No avanzaba rápidamente y Sophia no le metía prisa. Después de todo, no era necesario. La mujer sabía de sobra que ya era suyo, que había conseguido atraparle, y Zèon también era dolorosamente consciente de aquello. Por ello, siguió sus indicaciones sin protestar, sorprendido de que ni un solo guardia le saliera al paso. El zorro ártico se preguntó si Sophia habría ordenado que le dejaran vía libre para caminar a sus anchas. Quizás le gustara que fuera él mismo el que se entregara a ella, voluntariamente. Por unos segundos, casi se planteó tratar de huir de nuevo, pero aquello habría supuesto abandonar a Luca, y aquello era algo por lo que Zèon no estaba dispuesto a pasar.

Finalmente, se colocó frente a una puerta que se abrió sola a su paso, como movida por una mano invisible. Sorprendido al principio, Zèon pronto se recompuso del susto y avanzó hacia su interior, titubeante. La sala en la que entró se encontraba iluminada por un inquietante brillo azulado, de tonos eléctricos, que parecía inundar toda la sala dándole una luminiscencia extraña. Un leve zumbido se alzaba en el aire, y tan sólo fue interrumpido por el sonido de las puertas al cerrarse automáticamente a su espalda.

Pero Zèon apenas reparó en las puertas. Desde el centro de la sala, sentada en una silla con una pierna cruzada sobre la otra y el reflejo de las luces eléctricas en sus gafas, Sophia le contemplaba con una fría media sonrisa.

-Bienvenido, Z -dijo, solamente.