Garragélida - Capítulo 8: Fracaso

Story by Rukj on SoFurry

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#8 of Garragélida

¡Buenas! Hoy os traigo el octavo capítulo de "Garragélida". Las cosas están empezando a cambiar imperceptiblemente en la Caja, y Zèon tiene la sensación de que es el momento de pasar a la acción... sin embargo, antes de hacerlo, aún hay algo que tiene que hacer.

Espero que este capítulo os guste. Como siempre, ¡gracias por leer!


Los días pasaron lentamente.

Con el tiempo, Zèon se las apañó para ignorar la intensa culpabilidad que le asaltaba cada vez que miraba a Ike a los ojos y le mentía diciéndole que le quería. Se convirtió para él casi en un acto natural, involuntario; lo decía de manera automática, tanto era así en ocasiones que temía que el león se diera cuenta de que no sentía realmente lo que le decía.

Sin embargo, Ike nunca tuvo dudas respecto a él o, si las tuvo, no lo demostró. Se limitaba a sonreír, complacido, y a lamerle la frente o abrazarle con fuerza mientras le susurraba al oído lo mucho que le importaba. Zèon se dejaba mimar, emocionado por el afecto que le profesaba el león, pero incapaz de darle nada a cambio más que las vacías palabras de su mentira. En silencio, deseaba haber sido capaz de amarle. Sabía que Ike lo merecía, que debía conseguir encontrar a alguien que le correspondiera con la misma intensidad con la que él amaba al zorro ártico. Zèon, desgraciadamente, no era la persona indicada y lo sabía.

Normalmente Ike se reunía con él en su habitación y pasaban el día encerrados juntos, sentados o tumbados en alguna de las camas, mientras charlaban o simplemente disfrutaban de su mutua presencia. Zèon tenía siempre cuidado de cerrar la puerta y no permitir que nadie les viera, puesto que aún tenía en mente la advertencia de Shiba. Además, sentía que ya iba a perjudicar lo suficiente a Ike como para además poner en entredicho su derecho al trono fehlar. Lo último que deseaba era causarle más problemas de los necesarios.

Sin embargo, y a pesar de sus precauciones, era inevitable que ciertas personas se enteraran. En cierta ocasión, Vent entró una vez sin previo aviso en la habitación y encontró a ambos fundidos en un apasionado beso. Aquello no sólo consiguió que dejara escapar un grito de la impresión, sino que encima le avergonzó tanto que pasó varios días sin hablarles, a pesar de que Ike le quitara importancia al asunto. Shiba, por su parte, se enteró rápidamente gracias a su cercanía con Ike... y al hecho de que sabía leer sus expresiones casi tan bien como Zèon las de Luca. No dijo nada, pero el zorro ártico era capaz de sentir la mirada de recelo que le dirigía ahora cada vez que se cruzaban por la Caja.

Quizás la reacción menos llamativa fue la de Luca. Se limitó a mirar, comprender lo que estaba ocurriendo y continuar con su día a día, sin llamar la atención. Zèon no sabía a ciencia cierta si el lobo era consciente de que sus sentimientos por Ike eran falsos, o si creía que realmente estaba enamorado de él. Lo único que percibía en la mirada de Luca era un creciente brillo de impaciencia que parecía pedirle que le contara al león todo lo que había averiguado lo antes posible. Zèon sólo sabía, porque lo había intuido durante una comida en la que cruzaron diversas miradas, que el lobo tenía la intención de permanecer una noche en vela y salir a investigar la Caja a solas, cuando los guardas ni siquiera estaban en sus puestos. Zèon había asentido imperceptiblemente, dándole a entender que iría con él, pero también había dirigido una significativa mirada a Ike. Tres pares de ojos ven más que uno y el zorro ártico esperaba que una vez le hubiera contado lo que habían averiguado, Ike se uniera a aquella improvisada expedición nocturna.

Sin embargo, los días pasaban y Zèon no encontraba el momento adecuado. A cada hora del día, tenía la sensación de sentir en su nuca la fría mirada de Sophia, taladrándole fijamente. Pasaron dos semanas y el brillo impaciente en los ojos de Luca creció casi hasta extinguir su tono rojizo.

Una mañana, el lobo le dirigió a Zèon una mirada cargada de significado. <<Es hoy>> parecía querer decir <<. O se lo dices hoy, o nos vamos sin él>>.

Zèon decidió que había llegado el momento de hacer de tripas corazón y confiar en su buena suerte. Quizás aquel día Sophia tuviera cosas más importantes que pensar que la relación que ambos habían empezado hacía ya más de dos semanas.

-Están desapareciendo. Bueno, siguen ahí, pero cada vez se notan menos.

La zarpa del león se deslizaba lentamente por su espalda, siguiendo el rastro de las cicatrices que el látigo le había dejado sobre la piel. Zèon sabía que en un primer momento su espalda había estado en carne viva, pero poco a poco las heridas se habían ido cerrando y, aunque ocasionalmente seguían doliéndole, su sufrimiento se había reducido en gran medida.

-Terminarán por marcharse -aseguró el zorro ártico, con suavidad -. La primera vez también fue así.

-¿Te habían azotado antes? No lo recordaba -murmuró Ike, perplejo.

-Fue poco después de que llegáramos. Discutí con un fehlar. Le dijo algo poco agradable a Koi.

El león asintió, esbozando una amplia sonrisa. Sus zarpas acariciaban con cariño la espalda desnuda del zorro ártico, cuya respiración tranquila y pausada demostraba que se hayaba profundamente relajado.

-Ese husky... te importa mucho, ¿verdad? -preguntó, al cabo de un rato.

-Sí -respondió Zèon, con un suspiro. A continuación, añadió -. Creía que era obvio.

-Oh, bueno. Lo es -admitió Ike -. Sólo que... siempre he sentido curiosidad por saber por qué.

Durante unos segundos, no hubo respuesta.

-Le conocía desde antes de que llegáramos aquí. Por aquel entonces, aún vivía con mis padres -rememoró el zorro ártico entonces, con un tono cargado de nostalgia -. Asistimos a su ceremonia de toma de nombre. Él era tan pequeño entonces... tan sólo tenía unos meses de vida.

Ike esperó durante unos segundos a que Zèon continuara hablando, y al no escuchar nada más, preguntó, sin poder disimular su sorpresa:

-¿Y eso es todo?

El zorro ártico se encogió de hombros, o lo habría hecho de haber estado en una posición más favorable a aquel gesto.

-¿Qué más debería haber? Lo recordaba de... de mi antigua vida. No hay mucho que conserve de aquellos días, ¿sabes? -le recordó, con cierto tono de amargura.

-Ya. Lo siento, Zèon.

El zorro reprimió un suspiro. Comenzaba a pensar que el león se disculpaba con demasiada frecuencia.

-No es culpa tuya, ya lo sabes -hizo una pausa -. Es sólo que... cuando vi a Koi... sentí la necesidad de defenderle de cualquier tipo de amenaza que este lugar pueda suponer para él. Perdí parte de mi infancia por culpa de una guerra. No puedo permitir que Koi pierda la suya también -concluyó, con un hilo de voz.

Ike no dijo nada. Percibía el intenso dolor en las palabras del zorro ártico y no podía evitar sentirse responsable de él, hasta cierto punto. Por ello, buscó rápidamente un tema al que cambiar:

-¿Y qué hay de Luca? ¿A él también le conocías de antes? -Ante el asentimiento de Zèon, añadió -. Se ve que os compenetráis mucho. Casi parecéis hermanos.

Zèon casi sonrió. Lo que acababa de decir Ike podía demostrarse fácilmente en el hecho de que jamás había tenido que darle tantas explicaciones a Luca. El lobo, por lo general, solía dirigirle una mirada y comprender los motivos por los que hacía lo que hacía; o, si no lo hacía, confiaba en el criterio del zorro ártico. Sin embargo, a Ike no le bastaba con aquello y Zèon lo comprendía.

-Últimamente pasa mucho tiempo con Koi -comentó el león, al cabo de unos segundos -. Supongo que para él también es importante.

Zèon sonrió, pero no dijo nada. Luca también apreciaba y quería a Koi, pero el zorro ártico era plenamente consciente de que gran parte de aquello se debía en parte a que sabía que el husky era importante para él. Sin embargo, no quiso contradecir las ideas de Ike y no dijo nada. Al cabo de un rato, notó que el león se había tumbado a su lado y reprimió un suspiro.

Sabía que el momento de jugárselo todo a una carta se estaba acercando. Si perdía la partida, no tendría la oportunidad de jugar de nuevo.

-Hoy no estás muy hablador -susurró Ike, mientras le abrazaba por la cintura.

-¿Cuándo lo he estado? -preguntó Zèon, ladeando la cabeza.

-Ya me entiendes. No es que normalmente lleves la conversación tú sólo, pero es que hoy te cuesta incluso responderme. ¿Te ocurre algo?

Zèon podría haber respondido miles de cosas. Podría haberle dicho la verdad: que no se encontraba bien porque tenía que mentirle, engañarle vilmente, sólo para poder tener una ínfima oportunidad de comunicarle un mensaje. Podría haberle dicho que estaba nervioso porque, de alguna forma que aún no comprendía del todo, intuía que los acontecimientos iban a dar un vuelco en la Caja. Pero simplemente cerró los ojos y, al cabo de unos segundos, volvió a mentir como un bellaco:

-No. Sólo estoy cansado.

Ike le atrajo un poco hacia sí. Zèon notó el cálido aliento del león sobre sus orejas, el suave tacto de su pelaje dorado.

-Quizás estés forzándote demasiado -le susurró al oído -. Creo... creo que después de lo que te pasó... de todo lo que te ha pasado... te mereces un largo descanso.

Zèon no respondió. Se limitó a girarse hacia el león de modo que sus hocicos se tocaran, aunque no se besaron. Simplemente continuaron mirándose, durante largos minutos; buceando cada uno en la mirada del otro, perdiéndose en su propio reflejo. Ike observaba a Zèon con aquel fervor que tan incómodo hacía sentir a veces al zorro ártico: aquel sentimiento tan intenso que, ni aún estando enamorado de él, podría haberlo correspondido. Ahora era consciente de que lo que había comenzado para Ike como simple fascinación se había convertido en algo más, algo que aterrorizaba profundamente a Zéon y le hacía sentir aún más miserable.

Sin embargo, no había vuelta atrás. Nunca la había habido.

Ike continuaba perdido en la mirada del zorro ártico cuando esté habló y, quizás por aquello, apenas pudo prestar atención a las palabras que este le dijo, en un leve susurro:

-La comida nos hace dormir. Incursión esta noche.

Fue tan sólo un suave murmullo, unas palabras apenas audibles que, sin embargo, resonaron en la sala como si se trataran de una sentencia. Zèon habría preferido que se esfumasen rápidamente en el aire, pero su angustia pareció retenerlas allí un poco más, colgando de sus labios. <<No hay forma de que Sophia haya oído esto>> se dijo el zorro ártico, tratando de tranquilizarse <<. Es simplemente imposible>>. A continuación, clavó su mirada en los profundos ojos verdes de Ike, que parecían haber despertado. El corazón de Zèon latía con fuerza, esperando alguna reacción.

Tras unos instantes, el león sacudió la cabeza y esbozó una leve sonrisa aturdida:

-¿...qué? Perdona, no estaba escuchando.

Aquellas palabras cayeron como una jarra de agua fría sobre Zèon.

<<No puede ser>> se dijo, palideciendo <<. ¡No puede ser!>> Ike no había entendido sus palabras, probablemente ni tan siquiera las había escuchado. Algo parecido a un odio silencioso se abrió paso en el corazón de Zèon, dirigido hacia la estupidez de aquel aspirante a príncipe, que no había sido capaz de entender una información tan vital como aquella.

Sin embargo, al cabo de unos segundos se tranquilizó. Al fin y al cabo, no era culpa de Ike; aquellas palabras tan bruscas habrían cogido por sorpresa a cualquiera... y además, era demasiado obvio que el león estaba atento a otras cosas en aquel momento. <<Ojalá se fijara menos en mí>> se sorprendió pensando el zorro ártico. De haber sido así, sin duda el león habría podido entender aquel mensaje.

Una pesada desesperanza cayó sobre el corazón de Zèon.

-¿Ocurre algo? -preguntó Ike, preguntado -. ¿Qué pasa?

-No... no es nada -murmuró Zèon, sacudiendo la cabeza y tratando de disimular su decepción. Sabía que repetir las palabras no haría sino poner a Sophia en la pista de lo que Luca y él pretendían hacer aquella misma noche -. Sólo estaba recordando algo -mintió.

El rostro de Ike se llenó de compasión y atrajo al zorro ártico de nuevo contra sí, lamiéndole con ternura la frente. Zèon se dejó hacer, pero tan pronto como pudo, se separó de él con suavidad.

-Lo siento -dijo, buscando desesperadamente una excusa. Sabía que su voz era de todo menos creíble en aquel momento, pero no le importaba -. Tengo que... ir a buscar a Luca para decirle algo que olvidé.

Ike le dirigió una mirada desconcertada. Estaba claro que no comprendía aquella reacción.

-¿Seguro que estás bien? -le preguntó de nuevo, preocupado.

-Sí -le aseguró el zorro ártico, mientras se ponía en pie y se apartaba unos pasos de la cama -. No te preocupes. Volveré enseguida.

Estaba claro que, después de aquella breve confusión, el león no les acompañaría a la escapada de aquella noche. <<Y entonces, ¿para qué he hecho todo esto?>> se preguntó Zèon, mientras cerraba a sus espaldas la puerta de la habitación. Una gran carga de culpabilidad pesaba sobre sus hombros, y el zorro ártico no estaba seguro de si sería capaz de soportarla. Había jugado con los sentimientos de Ike desde el principio, sí, pero había esperado que el león fuera capaz de entender lo que quería decirle cuando llegara el momento necesario. Había esperado que todo valiera la pena. Pero la experiencia había demostrado que no todo era tan fácil y que Zèon se había equivocado.

Había roto un corazón sin obtener nada a cambio.

<<Lo hecho, hecho está>> se dijo a sí mismo, tratando de apartar aquellos pensamientos de su mente. Ya tendría tiempo de solucionar su relación con Ike más tarde.

Ahora, tenía que centrarse en la incursión de aquella noche.

La sala de juegos estaba tan llena de kane y fehlar como de costumbre. Zèon avanzó por entre los pequeños grupos de gente, buscando a Luca con la mirada, pero no lo encontró. Distinguió a Koi a lo lejos, jugando con sus amigos en el área infantil que rodeaba la noria. Le vio feliz y estuvo a punto de sonreír, contagiado de su alegría. Sin embargo, al cabo de unos segundos sacudió la cabeza y volvió a centrarse en su búsqueda, recobrando la seriedad.

-¡Eh, Zèon! -escuchó entonces, no muy lejos de donde él estaba.

El zorro ártico se giró, algo alarmado, en la dirección de la que provenía la voz. Se encontró con la mirada de Vent, que permanecía en uno de los pequeños recintos abiertos que había dentro de la sala, dedicado a actividades deportivas. El joven humano se había remangado el uniforme gris de la Caja y sostenía un balón naranja con ambas manos, sonriendo ampliamente. Junto a él, se encontraban dos kane que Zèon conocía sólo de vista.

Hasta aquel momento nunca lo habría imaginado, pero le sorprendió gratamente el descubrir que Vent había conseguido hacer amigos en aquel lugar. Durante unos días había temido que el humano se viera forzado a vagar solo por la Caja... o algo peor.

-Oh, hola Vent -le saludó, aún algo sorprendido.

El joven sonrió.

-Estamos jugando al baloncesto. ¿Te apuntas?

-¿Balon... cesto? -repitió Zèon, sin entender. Juraría que era la primera vez que escuchaba aquella palabra -. Sea lo que sea, estoy buscando a Luca.

-Consiste en meter este balón por aquella canasta de allá -insistió el humano, haciendo caso omiso de sus palabras y señalando al otro rincón del recinto -. Creo que algunos ya lo jugaban aquí, aunque me sorprendió que no supierais cómo se llama.

-¿Y cómo íbamos a saberlo? -replicó Zèon, perplejo -. No conocemos nada de tu cultura. De hecho, ni siquiera sabemos de dónde surgisteis los humanos en Lykans.

Hasta aquel momento, el zorro ártico no había presionado demasiado al humano haciéndole preguntas acerca de su procedencia o su raza. Sin embargo, Zèon comenzaba a sentir una curiosidad cada vez más acuciante por interrogar metódicamente al joven y conseguir las respuestas que tanto anhelaba. Sabía que no habría sido lo más correcto, pero, al fin y al cabo, las circunstancias que habían llevado a que ambos se encontraran tampoco habían sido de lo más normales.

Una pregunta que desde siempre había llamado poderosamente su atención tenía que ver con el origen de los humanos. ¿Eran también de Lykans, como los kane y los fehlar, o por el contrario habían venido de otra parte? ¿Dónde estaba situada aquella prisión para que ni los kane ni los fehlar la hubieran encontrado aún? ¿Acaso estaba en el mismo mundo o... en aquel otro posible lugar al que los humanos podían pertenecer?

El zorro ártico sacudió la cabeza, molesto. No era el mejor momento para darle vueltas a aquellas cosas. Sin embargo, Vent pareció comprender lo que pasaba por su mente, porque inmediatamente después añadió:

-Oh, vaya. Lo siento.

-¿Por qué? -preguntó Zèon, sin entender.

-Por no haberme dado cuenta antes de que debería haberos contado algo sobre el lugar de dónde vengo. Aunque no me hayáis preguntado... sé que tenéis ganas de que os cuente cosas sobre los de mi raza, ¿verdad?

-No es sólo eso -suspiró Zèon -. Sobre todo, me interesaría conocer cosas sobre el sitio en que vives. En que vivías -se corrigió, en el último momento.

Vent esbozó una amplia sonrisa de añoranza que iluminó su rostro durante unos segundos. Entonces, señaló a la esquina en la que Zèon solía sentarse a pensar y ambos se dirigieron hacia allí dispuestos a encontrar un asiento. El zorro ártico trataba de disimular su impaciencia, pero lo cierto era que apenas podía contener sus ganas de acosar con preguntas al joven. En silencio, agradeció que fuera él mismo el que hubiera sacado el tema.

-Se llama la Tierra -comenzó Vent a media voz en cuanto hubieron conseguido sentarse.

-¿La Tierra? -repitió Zèon, parpadeando un par de veces -. No me parece un nombre muy descriptivo. Lo encuentro algo vago. ¿Acaso está formada fundamentalmente por... tierra? -preguntó, recordando las lecciones de su maestro de Alquimia, en las que los cuatro elementos siempre jugaban un papel importante.

-¡Oh, no! -exclamó Vent, divertido -. En realidad, la mayor parte de su superficie está ocupada por agua, aunque existen varios continentes.

-Entiendo -murmuró Zèon, pensativo.

El nombre seguía siendo terrible, pero aquello definitivamente confirmaba sus sospechas de que los humanos no eran una especie propia de Lykans, sino que habían venido de otro lugar.

En Lykans tan sólo había un continente del que se tuviera constancia (Zèon lo recordaba bien de la época en que estudió Cartografía junto a sus maestros) rodeado por algunas islas de menor tamaño, que salpicaban el Gran Mar prácticamente durante toda su extensión. El agua se extendía hasta los límites del mundo, hasta el punto más lejano que jamás nadie se había atrevido a explorar y del que se tenía constancia. Los kane creían que, más allá de aquel punto, el agua se evaporaba y ascendía al cielo junto con los barcos de los marineros lo suficientemente temerarios como para seguir navegando en aquellas aguas.

Aquello, realmente, abría más interrogantes de los que cerraba. ¿Lykans y la Tierra de Vent compartían un mismo mundo y estaban separados por aquel mar de vapores eternos? ¿O acaso eran dos mundos diferentes y los humanos, conocedores de una tecnología que ni los kane ni los fehlar habían logrado alcanzar, podían saltar de uno a otro como les viniera en gana? Si aquello era cierto, ¿cuántos mundos existían? ¿Cuántos conocían los humanos?

Zèon sintió que la cabeza le daba vueltas, por lo que decidió dejar de pensar en aquel tema tan peliagudo y buscar más respuestas.

-¿Sois la única raza viva de vuestro planeta? -preguntó, al cabo de unos segundos. Después de todo, los kane y los fehlar habitaban juntos Lykans, junto a muchas otras especies menores.

-No. De hecho, también hay muchos animales, como vosotros. Aunque son bastante menos... inteligentes, supongo -se apresuró a añadir el humano -. Se guían por sus impulsos y creemos que tienen poca capacidad racional. Oh, y caminan a cuatro patas.

-Entonces definitivamente no son como nosotros -replicó Zèon, algo molesto porque le compararan con seres de "poca capacidad racional".

-Pero la verdad es que, en ciertos aspectos, se parecen -insistió Vent -. En el lugar del que vengo hay también zorros árticos, como tú. Y lobos, como Luca. Sólo que son... simplemente animales.

-Pero nosotros no somos animales. Somos kane y fehlar -le recordó Zèon, cuya incomodidad aumentaba por momentos.

-¿No hay animales en vuestro mundo?

-Los hay, pero ninguno parecido a nosotros -explicó el zorro ártico, pacientemente.

-Oh, entiendo. Serán pájaros o reptiles, supongo -murmuró el humano, pensativo.

Zèon no respondió. La respuesta a aquella pregunta no había sido exactamente la que él había estado buscando. Sin embargo, ahora podía entender la reacción de Vent el día que había llegado: el miedo que le habían producido todos los residentes de la Caja. Él mismo siempre había sentido una extraña fascinación por los pájaros, de joven... pero estaba seguro de que, si uno de su tamaño se hubiera puesto a conversar con él, se habría llevado un buen susto.

-Es... curioso -musitó entonces Vent.

-¿Curioso? ¿El qué?

El humano desvió la mirada y su rostro se ensombreció. Algo en su expresión hizo que Zèon se estremeciera.

-Zèon... ¿tú guardas recuerdos de tu familia?

-Claro -respondió el zorro ártico, mientras la imagen de sus padres aparecía fugazmente por su memoria... aunque desapareció con brusquedad cuando comprendió las implicaciones de la pregunta del humano -. Espera. ¿Tú no? -preguntó, horrorizado.

Vent tardó unos segundos en contestar. Cuando lo hizo, su voz sonó insegura y más débil de lo que el zorro ártico la había escuchado jamás.

-Sé que están ahí, en alguna parte de mi memoria -susurró -, pero simplemente soy incapaz de recordar sus rostros, ni sus nombres, ni ningún evento ligado a ellos. Recuerdo volver a casa del colegio y saber que alguien estaba esperándome. Pero no consigo recordar quién.

Zèon le miró, con los ojos abiertos de par en par y una genuina expresión de terror pintada en su rostro.

-Pe... pero... -masculló el zorro ártico, demasiado conmocionado como para formular una frase coherente -. ¡Eso es horrible! No había oído de nadie al que... al que le hubieran hecho eso...

Su voz se quebró al llegar al final de la frase, incapaz de continuar. Si a él le hubieran hecho algo parecido, probablemente hubiera perdido la cabeza. Perder su nombre ya había supuesto para él un golpe realmente doloroso, así que no quería ni imaginar cómo tendría que ser olvidarse también de cualquier recuerdo relacionado con su familia.

<<Maldita Sophia>> pensó, mientras el odio que sentía hacia aquella mujer bullía en su corazón. En aquellos momentos, estaba más dispuesto que nunca a desentrañar el misterio que envolvía a aquella prisión, aunque sólo fuera porque las pérdidas de memoria de todos, Vent incluido, no hubieran sido en vano. Averiguaría qué era lo que habían pretendido al encerrarlos allí... y después les preguntaría por qué habían creído que merecería la pena hacerles tanto daño.

-Bueno, supongo que algún día recuperaré mis recuerdos -suspiró Vent; y pareció realmente convencido al añadir -. Al fin y al cabo, tú y Ike seguís buscando una manera de escapar de aquí, ¿verdad?

Aquello hizo que el zorro ártico recordara el motivo de su visita a la sala de juegos. <<Sí, estábamos buscando una forma, aunque empiezo a creer que no nos entendemos muy bien>> se dijo a sí mismo, rememorando el fracaso que había sufrido en la habitación.

-Quién sabe -respondió, sin embargo.

-Oh, mira. Por allí está Luca. ¿No lo estabas buscando?

El humano señaló al otro lado de la sala de juegos. Luca, junto a otros kane algo más jóvenes, jugaba a un juego de pelota típico en su región. Zèon habría sonreído al verle tan concentrado en aquel juego, pero la oscura sombra de la tragedia de Vent aún permanecía presente en su corazón.

-Sí. Gracias, Vent -dijo, mientras se levantaba.

-¿Te importa si voy contigo? -preguntó el joven, al cabo de un rato -. Quiero saber si Luca se animaría a echar unas canastas -añadió, esbozando una sonrisa.

Zèon asintió, pero no dijo nada. En silencio, comenzaron a caminar por la sala de juegos, en dirección al lobo gris. Éste les vio venir y sonrió al verlos juntos, alzando una zarpa en el aire para saludarles.

El zorro ártico iba a responder al saludo, pero entonces puso una zarpa sobre algo ligeramente duro y dejó escapar un quejido de dolor, moviéndose a un lado y dirigiendo una mirada irritada al suelo, donde estaba aquello que acababa de pisar. Su expresión se suavizó un poco cuando descubrió quién era el causante de aquel pequeño accidente.

-Mira por dónde andas, Zèon -le espetó Adam, desde el suelo. Se hallaba encogido sobre sus pequeños símbolos de plástico, moviéndolos de un sitio a otro mientras murmuraba cosas incomprensibles.

-Oh... lo siento, Adam -se disculpó, y ya estaba a punto de seguir su camino cuando se percató de que Vent se había quedado observándole, con curiosidad.

-¿Qué le pasa? -preguntó, en voz baja.

Zèon le dirigió una mirada cortante, indicándole que no preguntara aquello con el propio Adam delante, aunque por suerte el otro zorro no pareció escuchar sus palabras.

-Nada bueno -dijo, finalmente, en el mismo tono que el chico.

-¿Y qué está haciendo con esos números?

Zèon parpadeó un par de veces, sin entender.

-¿Has dicho... números?

-Claro. Son núme... oh, perdona, otra vez he hecho lo mismo -suspiró Vent, llevándose una mano a la nuca y dirigiéndole una mirada de disculpa -. Supongo que los kane y los fehlar también tendréis alguna forma de contar cosas, ¿no?

-Pues claro -murmuró Zèon, recordando aquellos lejanos días en los que su maestro de Aritmética le había enseñado la numeración fehlar; un invento de los felinos que, sin embargo, había acabado calando muy hondo en ambas razas -. ¿Estás diciéndome que eso de ahí... -preguntó, señalando a los símbolos de Adam -... son vuestros números?

-Pues sí -sonrió el joven humano, con cierta satisfacción. Parecía sentirse algo orgulloso de poder responder por fin a alguna pregunta, y más si esta tenía que ver con el lugar del que venía -. Esos símbolos forman parte de nuestro sistema de numeración.

Zèon les dirigió una nueva mirada, con interés. Aquello explicaba por qué estaban allí, pero no aclaraba por qué Adam parecía sentirse tan interesado en ellos, colocándolos una y otra vez en distinto orden.

-Te equivocas -se escuchó entonces una voz malhumorada.

Ninguno de los dos se había percatado de que el zorro había alzado la cabeza y escuchado parte de su conversación, con las orejas levantadas y el ceño fruncido.

-¿Cómo? -preguntó Vent, algo confuso.

-No son números. Los números están vacíos, pero esto no. Esto es lo que lo llena todo, ¿no lo entiendes? -explicó el zorro, cada vez más alterado.

-Eh... pero... en el sitio del que yo vengo...

-¡Da igual! Es así en cualquier sitio. ¡Están siempre ahí! -casi gritó el zorro, agarrándole una pierna al humano, que dejó escapar un respingo -. ¡Siempre, siempre, siempre!

-No te preocupes, Adam. Ya nos vamos -trató de tranquilizarle Zèon -. Seguiré pensando en qué pueden ser tus símbolos, ¿vale? Te lo prometo.

El zorro mantuvo su mirada fija en la de Zèon durante unos segundos que se hicieron eternos. En aquel lapso de tiempo, fue como si dos realidades distintas se hubieran encontrado. Zèon pudo ver la desesperación absoluta en lo más profundo de aquella mirada, el miedo irracional que parecía haber tras sus pupilas y que le instaba a comportarse así. Lo que el zorro vio en su mirada en aquel momento seguiría siendo para siempre un misterio para Zèon.

¿Qué podía haber llevado al Adam que él había conocido a convertirse en aquello? ¿Y qué podría tener que ver con los números?

Finalmente, la zarpa de Adam se soltó de la pierna de Vent, que dejó escapar un suspiro aliviado. Los dos, humano y kane, se separaron lentamente del zorro que continuaba en el suelo, murmurando cosas incomprensibles mientras seguía revolviendo los símbolos que tanto significaban para él.

-Lo siento -murmuró Vent una vez se hubieron alejado unos cuantos metros -. No sabía que se pondría así.

-No pasa nada -respondió Zèon.

Lo cierto era que aquel pequeño incidente le aportaba algunas pistas para tratar de averiguar qué era lo que había hecho que el zorro perdiera la cordura de aquella forma tan brusca, pero en aquellos momentos no podía permitirse pensar en ello. Tenía otras preocupaciones en mente.

Su intento de convencer a Ike de que los acompañara había fracasado, pero el plan seguía en marcha.

Aquella noche, Luca y él saldrían a explorar la Caja. Y, por primera vez, sería de noche... mientras todos dormían.