Garragélida - Capítulo 7: Contacto

Story by Rukj on SoFurry

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#7 of Garragélida

¡Buenas a todos! Hoy traigo el séptimo capítulo de "Garragélida". Como sabéis, en el anterior capítulo Zèon tuvo una idea que, aunque le resultaba desagradable, podría ayudarle a conseguir el apoyo de Ike y hacerle partícipe de lo que Luca y él acaban de descubrir...

Espero que este capítulo os guste y, ¡gracias por leer!


A la mañana siguiente, Zèon se sorprendió al encontrar a Vent al lado de la puerta de la habitación, con gesto dubitativo. El joven se había incorporado en su cama poco después de que la alarma les despertara a todos y había permanecido en un silencio pensativo, más ausente que de costumbre. Al cabo de un rato, se había puesto en pie y se había aproximado unos pasos a la entrada de la habitación, lentamente.

-¿Qué ocurre? -le preguntó el zorro ártico, sin poder evitar sentir cierta curiosidad. Hasta aquel momento, el humano se había mantenido tan lejos de aquella puerta como le había sido posible.

Vent se giró hacia él y le dirigió una mirada avergonzada, casi como un niño al que hubieran interrumpido en mitad de una travesura.

-Lo cierto es que... -Suspiró -. Estaba pensando en salir.

-¿Salir? -repitió Zèon, extrañado -. Creía que tenías miedo de que el resto de kane y fehlar te atacaran. Sé que te dije que terminarían por acostumbrarse a tu presencia, pero apenas han pasado unos días desde que llegaste. Me parece que deberías dejarles algo más de tiempo si quieres que se hagan a la idea.

Vent bajó la mirada.

-Lo sé -añadió -. Pero no puedo evitar sentirme algo encerrado aquí.

-Es que estás encerrado -le recordó Zèon, sin tapujos -. Como todos nosotros.

-Me refiero en esta habitación, no sólo en la Caja -aclaró Vent, algo molesto -. Llevo aquí todos estos días, sin hacer nada... y algo me dice que, si no empiezo a relacionarme ya con los vuestros, nunca conseguiré que se acostumbren del todo a mí.

-En eso tienes algo de razón -admitió Zèon, frunciendo el ceño -. Pero, ¿de verdad piensas arriesgarte a que alguien te ataque sólo por intentar hacer unos cuantos amigos? ¿Tanto te importa ganarte la confianza de los otros residentes?

Vent no respondió. Zèon comprendió lo que su silencio implicaba.

-Oh, ya entiendo -murmuró -. Te aburres.

-Sí -reconoció el humano, ruborizándose -. Estos cuatro días han sido los más largos de mi vida. Necesito hacer algo o de lo contrario tengo la impresión de que me volveré loco. Siento como si estuviera desperdiciando el tiempo, aquí tumbado. Puede que me arriesgue a que a cualquier fehlar o kane se le cruce el cable y me ataque, pero prefiero salir y pensar que estoy haciendo algo... aunque sólo sea dejarme ver.

-Comprendo -asintió Zèon. En realidad, no le costaba demasiado imaginar cómo debía de estar pasándolo el joven humano. La vida en la Caja podía ser insoportablemente tediosa -. En cuanto Luca vuelva de la ducha, puedes preguntarle si no le importaría acompañarte. Creo que sería mejor para ti permanecer a su lado. Al menos, durante estos primeros días -hizo una pausa y sintió una leve calidez en su interior -. Es un buen amigo.

Vent asintió, sonriendo.

-Estoy algo nervioso, si te soy sincero -le confesó, al cabo de un rato -. Pero supongo que antes o después tenía que dejarme ver. No podía esconderme para siempre, ¿verdad?

Zèon esbozó una leve sonrisa irónica, pero no dijo nada. Pensó que hasta cierto punto era ridículo que él se hubiera escondido tanto de los de su propia raza cuando incluso aquel joven humano estaba dispuesto a mostrarse ante ellos, a pesar de ser radicalmente distinto. <<Pero no es lo mismo>> se dijo, reprimiendo un gesto de amargura <<Él sólo es diferente, pero no un esclavo. No han hecho de él un despojo, un objeto. No es como yo>>.

Por más que los demás odiaran a Vent, en realidad sabían que era un ser a su altura. Zèon, en cambio, llevaba la marca de la degradación, de la vergüenza. Ningún fehlar con dos dedos de frente y un mínimo de orgullo le habría considerado un igual, sino quizá poco más que un animal; una mascota, quizá. Aquellos sombríos pensamientos revolotearon durante unos minutos por su mente, sumiéndole en una profunda desilusión. Fue entonces cuando la puerta de la habitación se abrió y por ella apareció Luca, con el pelaje aún algo húmedo.

-Vent -murmuró el lobo, al descubrir que el joven humano estaba fuera de la cama -. ¿Qué estás haciendo? ¿Ejercicio? -bromeó, adoptando un gesto socarrón.

-Se aburre -respondió Zèon, sin darle al humano la oportunidad de explicarse -. Necesita tomar el aire, supongo.

Luca le dirigió una nueva mirada y la expresión burlona desapareció de su rostro, sustituida por una sombra de seriedad.

-No sé si es del todo seguro -dijo, al cabo de unos segundos.

-Lo sé, pero estoy dispuesto a correr el riesgo -le aseguró el humano. No parecía totalmente seguro, de todas formas, y tuvo que tragar saliva antes de continuar -. Prometo no alejarme de ti, en serio. No creo que nadie se atreva a atacarme si estoy a tu lado, ¿verdad?

Luca rió suavemente.

-Me halaga que tengas tanta confianza en mis dotes de guardaespaldas, pero lo cierto es que si alguien tiene intención de hacerte daño, no podré hacer demasiado para evitarlo -le confesó, rascándose la nuca -. Quizá Shiba sí, ya que al fin y al cabo ese es su trabajo, pero no me la imagino protegiendo humanos.

-Yo tampoco -comentó Zèon, recordando la conversación que ambos habían mantenido el día anterior, en la que la tigresa había dejado claro que no sentía un especial respeto hacia Vent.

-Bueno, eres el único que intentó protegerme el día en que llegué aquí -le recordó el joven; entonces, frunció el ceño y añadió -. Tú y Ike, claro. ¿Quizá él podría echarme un ojo también?

Luca negó con la cabeza.

-La idea de protegerte fue de Zèon. Y no creo que veas a Ike por las zonas comunes hoy -comentó. No dijo nada más, pero Zèon captó el significado de aquellas palabras al vuelo y sintió un leve temblor de nerviosismo.

El humano desvió la mirada. No dijo nada, pero en sus ojos tanto Luca como Zèon pudieron captar que la perspectiva de pasar encerrado en aquella habitación un solo día más no le hacía especial ilusión. El zorro ártico le comprendía perfectamente, pero también compartía la preocupación de Luca y sabía que, a aquellas alturas, los kane y fehlar de la Caja no estaban preparados para convivir junto a un humano.

Por más que Luca y Ike se empeñaran en defenderle.

Al cabo de unos segundos, el lobo dejó escapar un suspiro de resignación y preguntó, con cierto tono de cansancio:

-¿Tanto te aburres?

Vent no dudó ni un segundo y se apresuró a asentir, rápidamente. En su rostro, sin embargo, se averiguaba una leve expresión de disculpa. El lobo giró la cabeza y masculló una maldición entre dientes.

-Está bien -dijo, al cabo de un rato -. Hoy comerás conmigo y Koi en el comedor, pero no te separes de mí y, sobre todo, trata de no hacer nada que pueda enfadar a nadie.

El rostro de Vent se iluminó.

-De acuerdo -aceptó, mientras se alisaba torpemente el uniforme gris. Zèon pensó que aquel gesto era inútil y extremadamente ingenuo; ni aún llevando su ropa recién lavada el humano conseguiría causar una buena impresión entre los demás residentes. Sin embargo, se limitó a mirar sin decir nada.

-Tened cuidado los dos -murmuró solamente, cuando Luca se hizo a un lado para dejar pasar a Vent hacia el exterior.

-Descuida -le tranquilizó Luca, dirigiéndole una sonrisa -. Y buena suerte a ti también.

Zèon comprendió al instante a qué se refería y no pudo evitar tragar saliva, pero asintió. Apenas unos segundos más tarde, se encontraba solo en la habitación, aún envuelto en sus sábanas y tratando de reunir el valor para lo que estaba a punto de suceder, aunque en realidad era consciente de que ni preparándose durante meses habría logrado estar a la altura.

Si no había entendido mal lo que Luca había tratado de decirle, Ike no tardaría en aparecer por su habitación y Zèon tendría que empezar a desempeñar su papel de joven zorro ártico enamorado. La idea de engañar a Ike en algo tan íntimo, tan privado y personal, seguía doliéndole terriblemente. Aún no se sentía especialmente cercano al león, pero aún así sabía que tenía un corazón noble y que no se merecía que alguien traicionara su confianza de aquella manera. Y, sin embargo, había pasado toda la noche en vela tratando de buscar otras posibilidades, otras formas de engañar a Sophia para que dejara de prestar atención a sus conversaciones, y no las había encontrado.

<<Sabe que voy un paso por delante>> se dijo a sí mismo <<Así que estará pendiente de todo lo que le diga a los demás. Sin embargo, también es consciente de que puedo enamorarme... ¿o quizás cree que no lo haría?>>.

Aquella posibilidad le hizo pararse a considerar sus propios sentimientos al respecto. Después de todo por lo que había pasado, Zèon no estaba seguro de si sería capaz de encontrar a alguien a quien amar en el futuro. Sus propios conocimientos respecto a las relaciones amorosas eran confusos e inexpertos, dado que nunca había tenido la posibilidad de amar a nadie ni se había hecho preguntas al respecto. A aquellas alturas, ni siquiera estaba seguro de qué sexo le atraía, si es que alguno lo hacía. El amor era, simplemente, uno de aquellos temas en los que nunca se había atrevido a profundizar, por miedo a hundirse en su propia ignorancia.

Y ahora se veía obligado a forzar una relación con alguien. ¿Caería Sophia en la trampa? ¿Le conocía lo suficiente como para intuir que aquello no era más que una mentira? Zèon esperaba, por el bien de todo su plan, que aquella mujer no hubiera tenido la posibilidad de llegar a conocerle tan bien. Sin embargo, la duda seguía pesando en su corazón, junto con la culpabilidad. Era consciente de que si Ike se enteraba en algún momento de sus verdaderos sentimientos o, mejor dicho, de la carencia de estos, le partiría el corazón.

En ese mismo momento, alguien llamó a la puerta. La respiración del zorro ártico se aceleró.

-Adelante -dijo, con voz ronca.

Era, tal y como había supuesto, Ike. El león asomó la cabeza por la puerta, tímidamente, y le dirigió una breve mirada de disculpa.

-Buenos días, Zèon -le saludó, esbozando una leve sonrisa avergonzada -. Luca me ha pedido que me pasara por aquí para echarte una mano con cualquier cosa que necesites. Pero si no quieres que te moleste, puedo marcharme a... a donde sea -concluyó, encogiéndose de hombros y tratando de fingir conformidad. Aún así, Zèon percibió en su mirada que, de rechazar su compañía, el león se sentiría terriblemente decepcionado.

-No me molestas -aclaró, y carraspeó; tenía la garganta demasiado seca -. Puedes quedarte aquí si quieres.

El león asintió, satisfecho. Entró en la habitación y cerró la puerta tras de sí, con una amplia sonrisa en su rostro. Zèon no dejó de notar que, a diferencia de la última vez que le había visitado en su habitación, en aquella ocasión no estaba hecho un manojo de nervios.

Hubo un silencio incómodo en cuanto la puerta estuvo cerrada.

-Mmm... ¿por qué no subes aquí y hablamos un poco? -le ofreció Zèon, al cabo de unos segundos, señalando a su litera.

Ike dejó escapar un suspiro de alivio.

-Oh. Claro.

La litera tembló ligeramente cuando el león subió por ella y Zèon reparó, como tantas otras veces, en su imponente físico. Era consciente de que entre los fehlar había subespecies de gran variedad de medidas: los gatos, sin ir más lejos, no solían tener la complexión fuerte y vigorosa de los leones o los tigres. Las panteras o los guepardos, por ejemplo, solían gozar de una figura más esbelta y fibrosa que la de otras subespecies. Los kane, en ese sentido, suponían un grupo mucho más homogéneo en cuanto a tallas.

Ike no era tan grande ni tan musculoso como muchos otros fehlar que Zèon había conocido durante sus años de cautiverio, pero aún así resultaba ciertamente intimidante. Era una cabeza más alto que el zorro ártico y tenía unos hombros anchos y sólidos. Los músculos de sus brazos, a pesar de que quizá no estuvieran tan entrenados en el combate como los de otros fehlar, demostraban que poseía una fuerza por encima de la media. Era un león alto y fuerte, de eso no cabía duda, aunque quizás no de un físico tan monstruoso como otros de su raza.

Zèon pensó en esto mientras le veía subir por la escalinata de metal que llevaba a su cama, prestando especial atención en la fuerza que emanaba su cuerpo en movimiento. Aunque era poco probable que Ike se hubiera entrenado físicamente, quizá lo llevara en los genes.

-¿Ocurre algo? -preguntó el león, percibiendo la penetrante mirada del zorro ártico.

Zèon volvió a la realidad y se ruborizó levemente.

-No, nada. Sólo pensaba en algo que me dijiste -mintió, en el último momento. Algo en su interior se encogió; aquella era la primera mentira, pero era consciente de que no sería la última -. ¿De verdad crees que no serías un buen monarca?

La pregunta cogió a Ike por sorpresa. La litera crujió por última vez mientras el león terminaba de subir por la escalera y se sentaba al lado de Zèon, con un leve suspiro. Incluso estando a una distancia prudencial de él, el zorro ártico podía percibir el calor que emanaba de su cuerpo. Estuvo a punto de sonreír: parecía que el apellido de su familia le iba que ni pintado.

-No sé si sería un buen monarca o no -contestó Ike, al cabo de unos segundos -, pero lo que sí que tengo claro es que nunca sería el rey que los fehlar esperan que sea. Están demasiado enfrascados en su absurda guerra contra los kane como para aceptar a un rey cuya prioridad no sea mantener vivo el conflicto.

Zèon ladeó la cabeza.

-¿De verdad piensas que la guerra es absurda?

Ike le dirigió una larga mirada confusa.

-¿Cómo puedes preguntarme algo así?

-Simplemente quiero oirte razonar por qué estás en contra de la guerra -respondió Zèon -. Verás, eres el primer fehlar al que escucho decir que la guerra contra los kane es absurda. No puedo evitar desconfiar de algo así. Es demasiado bonito para ser cierto, ¿entiendes? Así que convénceme de que esa es realmente tu opinión y entonces te creeré.

Ike entrecerró los ojos, algo dolido.

-¿No me crees? ¿En serio necesito justificar algo tan obvio como por qué estoy en contra de la guerra entre kane y fehlar? No es difícil -hizo una pausa -. Porque no veo diferencias entre nosotros.

-Bueno, yo sí las veo -comentó Zèon, inclinando la cabeza -. Tú eres más grande y tienes una curiosa forma de pronunciar las erres.

-¿Y exterminarías mi raza por esas mínimas diferencias? -le preguntó el león, como si no creyera lo que acababa de oir -. Yo veo que tenemos mucho más en común de lo que nos diferencia. Deberíamos tratar de convivir pacíficamente, no perder el tiempo en intentar aniquilarnos los unos a los otros por tonterías como esa. Compartimos muchas similitudes, por no hablar de que ambas razas vivimos en el mismo mundo y nuestras guerras no hacen sino debilitarlo constantemente.

Ike se detuvo a tomar aire y Zèon aguardó, consciente de que el león aún no había terminado de hablar.

-No puedo apoyar una guerra fundamentada en nuestras diferencias -concluyó, con un hilo de voz -. Sé que es lo que todos pretenden que haga, pero soy incapaz de hacer algo así. Nadie merece morir por nacer en una familia de kane, ni por... ni por pronunciar las erres de una manera diferente -añadió, con cierta sorna. Sin embargo, su rostro volvió a ensombrecerse en cuanto murmuró la siguiente frase -. Ojalá mi padre entendiera eso. Ojalá todos los entendieran. Ojalá...

El león calló, sin saber cómo terminar de hablar. Entonces, se giró hacia el zorro ártico y descubrió que éste le miraba, con un profundo brillo de admiración en los ojos.

-De verdad crees en lo que me has dicho... -murmuró el kane, asombrado -. De verdad piensas que... la guerra debería detenerse.

-Ya te lo había dicho -protestó Ike, enfurruñado.

-Sí, pero no esperaba que lo dijeras tan en serio -comentó Zèon, sacudiendo la cabeza -. ¿Cómo es posible que aún no estés muerto? Quiero decir -añadió, al percibir la expresión de creciente indignación en el rostro del león -, eres el heredero de Alekai Colmillo Ígneo. El Gran Conquistador. El azote de mi pueblo. Y, aún así, tienes un pensamiento completamente contrario al suyo. No me parece descabellado pensar que haya gente a la que no le haga mucha gracia que seas el heredero del trono fehlar.

-Sí, bueno... -murmuró Ike, rascándose la cabeza -. Mi opinión y la de mi padre suelen chocar. En muchos aspectos.

Zèon negó con la cabeza lentamente.

-Perdona que fuera tan... idiota antes. He pasado muchos años entre los fehlar y nunca había conocido a nadie como tú. Supongo que necesitaba asegurarme de que... de que no me estabas engañando -concluyó, con un hilo de voz.

-No te culpo. La mayor parte de los fehlar piensan igual que mi padre -afirmó Ike, y su voz se tiñó de tristeza -. Y, en cualquier caso, soy yo el que debe disculparse.

Zèon tardó unos segundos en entender a qué se refería y, en cuanto lo hizo, un profundo abatimiento se adueñó de su alma. <<Es demasiado bueno>> se dijo a sí mismo, sintiéndose terriblemente culpable <<Shiba tenía razón: realmente es uno entre un millón>>.

-Eso no fue culpa tuya -murmuró, temblando levemente y desviando la mirada.

-Ya, pero no puedo evitar sentirme responsable por ello -replicó el león, colocando una zarpa sobre su hombro y clavando la profunda mirada de sus ojos verdes en él -. Nadie debería pasar por lo que pasaste tú.

Zèon no respondió.

En cualquier otra situación, las palabras de Ike le habrían afectado profundamente, pero en aquel instante sólo podía pensar en lo terrible que resultaba que el león se preocupara tanto por él. Habría preferido que le tratara con más recato, con más indiferencia o incluso con la misma actitud que sus antiguos amos fehlar; así, por lo menos, no le habría dolido tanto aprovecharse de su confianza. Y, sin embargo, era plenamente consciente de que aquella era la ocasión perfecta para comenzar a desarrollar su plan y empezar a tejer aquella gran mentira. Por más que le doliera.

Le costó casi tanto como cuando unos días atrás había tenido que desnudarse frente a Sophia, pero finalmente se juntó a Ike y le dio un suave abrazo, sintiéndose un ser absolutamente despreciable. El león pareció sorprenderse al principio, pero no tardó en cerrar sus brazos en torno a él y estrecharle en un cálido abrazo. Zèon cerró los ojos y trató de reprimir su culpa; el odio y desprecio que en aquel momento sentía hacia sí mismo por verse obligado a hacer aquello. Pero no dijo nada al respecto.

-Eres increíble, Ike -musitó, y lo dijo de corazón.

-Tú también -respondió el león, acariciándole suavemente la espalda -. Tú también, Zèon.

El zorro ártico tragó saliva. <<No puedo hacerle esto>>, repitió su mente.

-Ayer estuve hablando con Shiba -pronunció su boca, al parecer sin seguir el curso de sus pensamientos.

-¿Ah... sí? -preguntó Ike, extrañado. Algo en su tono pareció sugerir que le resultaba muy raro que Shiba se hubiera dignado a hablar siquiera con el zorro ártico.

-Sí -confirmó Zèon, con suavidad. Su cabeza descansaba en uno de los anchos hombros del león y sus brazos rodeaban su ancho tronco, aunque nada le habría gustado más que estar muy lejos de allí -. Me dijo que había estado observándote últimamente y que creía que...

Zèon se detuvo, incapaz de continuar. Casi pudo notar cómo la respiración del león se aceleraba y los latidos de su corazón retumbaban con fuerza en su pecho, esperando a que el zorro terminara aquella frase.

-¿Qué te dijo que creía? -preguntó. Había tratado de fingir tranquilidad, pero había una nota de pánico en su voz.

Zèon respiró hondo.

-....me dijo que creía que yo te gusto.

Hubo un silencio largo, casi eterno.

Zèon había cerrado los ojos y, de haber podido, habría dejado que la tierra le tragara en aquel preciso instante. Los brazos de Ike se habían tensado levemente a su alrededor con aquellas palabras, aunque no se habían retirado, y el zorro no sabía exactamente cómo interpretar aquello. En medio del silencio expectante, lo único que escuchaba era la respiración nerviosa del león, al que un leve temblor había recorrido al escuchar aquella última frase.

Había sido brusco. Había sido rápido. Pero Zèon era consciente de que si lo hubiera demorado más, nunca se habría atrevido a decirlo.

-Lo... lo siento -murmuró entonces el león, apartándolo suavemente de él. Zèon no podía ver su cara, pero habría jurado que había bajado la mirada, terriblemente avergonzado -. Yo... no debería... es decir...

-No pasa nada -trató de tranquilizarle Zèon, a pesar de que ni siquiera estaba seguro de poder tranquilizarse a sí mismo.

-No, sí que pasa -replicó Ike, sin atreverse a mirarle -. Seguro que ahora piensas que me he aprovechado de tu confianza.

Zèon sintió una punzada de dolor. <<¿Por qué es tan bueno?>> se preguntó, sintiéndose tremendamente ruin <<¿Por qué no me trata como los demás fehlar? ¿Por qué esto tiene que ser tan complicado?>>. No podía soportar la idea de que en aquel momento Ike estuviera culpándose a sí mismo de haber abusado de su confianza cuando era él el que le estaba clavando un puñal por la espalda. Ya era bastante horrible pensar que estaba creándole unas expectativas que no eran reales, mostrando unos sentimientos que en realidad no sentía, como para encima hacerle sentir culpable.

-En absoluto -dijo, a duras penas, mientras alzaba la mirada para mirar al rostro del león, que había desviado la mirada hacia un lado -. Supongo que entonces... es verdad.

-Sí -musitó el león, con un hilo de voz -. Me... me gustas mucho, Zèon.

El zorro ártico tardó unos instantes en responder.

Observó, angustiado, el rostro avergonzado del león que estaba enamorado de él. No había sido capaz de darse cuenta en su momento, pero los sentimientos de Ike con respecto a él habrían resultado bastante obvios para cualquiera con una mínima capacidad de observación. Él, sin embargo, no podía sentir nada. En aquel momento, deseó haber podido reinar sobre sus sentimientos; doblegarlos para que le forzaran a enamorarse del león y así no tuviera que engañarle.

Pero aquello, como bien sabía, era imposible. No estaba enamorado de Ike y, probablemente, jamás lo estaría. Le admiraba por su férrea convicción en la paz, pero no podía sentir nada más allá de aquella profunda admiración. Por más que intentara forzarse a sí mismo, nunca podría corresponder a sus sentimientos.

Pero las cosas habrían sido tan fáciles si tan sólo hubiera podido enamorarse a voluntad...

-Perdóname -murmuró el león. Temblaba levemente y parecía estar pasándolo mal. Algo en el interior de Zèon se rompió al verlo así.

-No, no, no -insistió, acercándose a él de nuevo y tratando de infundirle ánimos con un nuevo abrazo -. Está bien -le aseguró, con la voz ronca -. A mí también me gustas.

La mentira brotó prácticamente sola de su garganta y se abrió paso hasta su boca, para después flotar unos segundos en el aire antes de desvanecerse. Zèon tardó unos segundos en comprender que ya no había vuelta atrás, que inconscientemente había dado el último paso para terminar de cimentar aquel engaño y que ahora, por más que le pesara, la traición ya estaba completa. El peso de lo que acababa de hacer cayó sobre él como una losa, provocándole un escalofrío.

-¿...qué? -preguntó Ike, sorprendido, apartándolo suavemente de él de nuevo -. Zèon... ¿has dicho que...?

-...tú también me gustas -repitió, sintiendo una punzada de dolor en su interior. <<Por favor, no me hagas repetirlo otra vez>> pensó, consciente de que no podría mentir tan despiadadamente de nuevo.

El león parpadeó un par de veces, como si tardara en comprender qué significaban aquellas palabras. Al cabo de unos segundos, su rostro pasó de reflejar la más absoluta confusión al alivio más sincero, lo que sólo hizo que Zèon se sintiera peor.

-Pero eso... ¡eso es genial! -exclamó el león. Parecía a punto de reír, pero al cabo de unos segundos se calmó un poco -. Zèon, yo... estaba asustado de que te lo tomaras mal. No puedes imaginarte cómo me alegro de que... de que... en fin...

Parecía trabarse de nuevo con las palabras y, en medio de su culpabilidad, Zèon no puedo evitar sentir un ramalazo de ternura. <<Debo de gustarle mucho>> pensó, no sin cierta tristeza. En cualquier otra circunstancia, quizá, aquello podría haber llegado a alegrarle, pero ahora no podía sentirse ni tan sólo un poco orgulloso de haber conseguido llamar la atención de Ike. Ni aunque fuera un fehlar. Ni aunque fuera otro hombre. Ni siquiera aunque fuera el hijo de alguien de tan alta alcurnia como Alekai Colmillo Ígneo.

-Me alegro mucho de que me lo hayas dicho -comentó el león, aún sonriendo.

Entonces, le estrechó con fuerza entre sus brazos y, entusiasmado, le dio un largo y húmedo lametazo entre las orejas. Zèon se estremeció; no por el acto de cariño de Ike, que en realidad no le desagradaba del todo, sino por su oscura semejanza con algo que había sucedido mucho tiempo atrás. Dispuesto a evitar que aquel recuerdo estropeara un momento que, al menos para Ike, era tan especial, el zorro ártico alzó la cabeza. Se encontró con la profunda mirada de los ojos esmeraldas del león, que bucearon en los suyos como si no hubiera nada más en el mundo. La intensidad de aquella mirada estuvo a punto de dejarle sin respiración.

Antes de que pudiera apenas comprender lo que estaba sucediendo, ambos estaban compartiendo un largo beso. No fue violento ni lascivo, como los que Zèon se había acostumbrado a recibir en el pasado, ni fue un acto obligado en el que Ike se impusiera, como muchos otros fehlar habían hecho con él en el pasado.

Fue un beso cargado de ternura y cariño; un beso dolorosamente especial y real, que no se parecía a nada que hubiera sentido antes. Una de las suaves zarpas almohadilladas del león se deslizó lentamente por su espalda hasta alcanzar su nuca y atraerlo un poco más hacia él, de modo que el zorro pudo notar el pecho del león contra el suyo propio, ambos corazones latiendo con fuerza a la vez, aunque cada uno por distintos motivos. Sin embargo, Zèon se olvidó por un segundo de la tristeza de su traición y correspondió a aquella muestra de amor; quizá no con la misma ternura de la que Ike hacía gala, pero sí con el respeto y la curiosidad de quien acaba de descubrir la diferencia entre deseo y cariño, y está dispuesto a disfrutar del momento antes de que este pase de largo.

Los dos se separaron, algo bruscamente, cuando la alarma que llamaba a los residentes de la Caja al comedor comenzaba a sonar. Ike dirigió Zèon una mirada algo azorada, mientras respiraba entrecortadamente. Zèon, por su parte, se había ruborizado hasta la raíz del cabello; no tanto por el beso en sí, sino por la ternura que el león había demostrado en él.

-Deberías ir a comer -dijo, al cabo de unos segundos.

Ike negó con la cabeza, sonriente.

-No necesito comer mientras te tenga a ti.

-No digas tonterías -protestó Zèon, inmune al romanticismo del león, a pesar de estar rojo de pies a cabeza -. No te preocupes, de verdad. Ve a comer. Yo seguiré aquí cuando vuelvas.

-Cogeré comida para los dos y volveré -le aseguró Ike, mirándole a los ojos.

Zèon estaba a punto de decirle que no era necesario, aunque llevaba ya demasiados días probar bocado y sabía que tarde o temprano tendría que comer algo si no quería empezar a sentirse realmente mal. El simple pensamiento del puré con somnífero le arrancó un estremecimiento, pero no tuvo tiempo de decir nada antes de que el león le lamiera amorosamente la frente y se apartara de él.

-Enseguida vuelvo -le prometió, mientras comenzaba a descender por las escaleras de la litera.

Zèon le vio marchar, mientras el peso del engaño que acababa de llevar a cabo iba cayendo lentamente de nuevo sobre él, ensombreciendo sus pensamientos. Era consciente de que con aquel primer beso acababa de asestar la puñalada definitiva a Ike y sabía que jamás podría perdonárselo. Tenía la sensación de que llevaba toda su vida siendo una víctima, y el hecho de haber tenido que convertirse en verdugo le hacía sentir especialmente despreciable. Aún así, sabía que no había tenido otra opción y que, si las cosas salían bien, aquel esfuerzo habría merecido la pena... incluso aunque el corazón del león estuviera roto en mil pedazos cuando todo acabara.

Resignándose a que tendría que vivir con aquella mentira al menos durante unas semanas, se envolvió de nuevo en las sábanas de su cama y esperó pacientemente a que Ike regresara del comedor.