Garragélida - Capítulo 2: Recuerdos

Story by Rukj on SoFurry

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#2 of Garragélida

Y tal y como prometí, aquí está el segundo capítulo de Garragélida. En él, los kane y los fehlar de la Caja tomarán una decisión respecto al recién llegado... y también descubriremos algo más sobre los orígenes de Zèon.

Como siempre, espero que os guste y, ¡gracias por leer! ^^


-Tienes que impedir que lo maten -fue lo primero que dijo Zèon, una vez que la figura de Sophia desapareció por el acceso al balcón, seguida por Camus.

-¿Qué...? -preguntó Ike, todavía confuso.

-Tienes cierta autoridad aquí; si no haces nada, lo destrozarán -insistió Zèon, con un leve tono de urgencia.

Numerosos murmullos se habían levantado en el salón; algunos cuchicheaban con curiosidad, pero en la mayoría se oían comentarios despectivos e incluso amenazas poco agradables. Zèon esperaba que Koi no pudiera oír ninguna de aquellas cosas. En silencio, dirigió una mirada circular a la sala y se encontró con lo que ya había supuesto: un odio generalizado hacia el nuevo residente. Algunos se estaban incorporando en sus sitios, dispuestos a avanzar hacia aquel intruso, con intenciones poco halagüeñas.

Tenían que hacer algo inmediatamente.

Zèon se giró hacia Ike para pedirle de nuevo que actuara, pero éste parecía haber reaccionado por fin y se había levantado de su silla. Quizá no lograra aplacar a todos, pero podría contener a los fehlar y quizá incluso hacer que los kane se lo pensaran dos veces antes de atacar al humano. Zèon intercambió otra mirada nerviosa con Luca y, a continuación, buscó a Koi. Lo encontró en su mesa, charlando con sus amigos. Esperaba que su conversación no se pareciera al resto de comentarios que se oían por la sala.

Ike avanzó rápidamente hacia el desconcertado humano, al que los guardas habían dejado en mitad de la sala, al igual que todos los nuevos residentes. En ese mismo momento, los fehlar recién llegados parecieron despertar de su letargo.

-¡...mi señor! -exclamó el ocelote -. ¡Estáis... aquí!

-Sí -respondió el león, colocando una zarpa sobre el hombro del humano, en actitud protectora. Era una forma de demostrarle a los suyos que no iba a tolerar que se le hiciera ningún daño y provocó que algunos fehlar le dirigieran una mirada de incredulidad. En las miradas de los kane, por el contrario, tan sólo había hostilidad.

Sin embargo, el gesto del león no surtió el efecto deseado.

Tan pronto como el humano notó aquella pesada zarpa sobre su hombro, se zafó de ella y retrocedió unos pasos, con los ojos abiertos como platos y una genuina expresión de terror en su rostro.

-Qué... ¿qué demonios...? -preguntó, mientras se alejaba de aquella masa de animales antropomórficos. Tropezó con sus propios pies y cayó al suelo, pero apenas tardó unos segundos en volver a levantarse -. ¿Qué está pasando? ¿Dónde estoy? ¿¡Qué sois...!?

Zèon frunció el ceño ante la nueva complicación, pero cuando Ike le dirigió una mirada descorazonada, como preguntándole que hacer, no pudo más que encogerse de hombros. Él tampoco sabía cómo reaccionar ante aquello.

-¿Por qué quieres salvarlo? -preguntó Luca, con interés.

-Creo que podría sernos útil, simplemente -argumentó Zèon, mientras observaba con preocupación el revuelo que se estaba organizando en la sala -. Ha sido hecho prisionero por los de su propia raza, así que imagino que habrá un motivo de peso para ello. Además, podría tener información. Datos sobre el exterior y sobre su raza. Acabar con él supondría cerrarnos una posible vía de escape, y no creo que podamos permitirnos eso.

Luca asintió, comprendiendo.

-No estoy seguro de que Ike pueda contenerlos a todos -comentó, al cabo de un rato -. Voy echarle una zarpa.

Un círculo de kane y fehlar se había reunido en torno a Ike y el tembloroso humano, que se había agazapado contra una de las paredes con los ojos desorbitados de miedo. Ike estaba un poco más adelantado que el resto, pero tal y como Luca había previsto, él solo no bastaba para contener aquella marea de rechazo y odio.

-¿Qué se supone que está haciendo ése aquí? -preguntó un leopardo que estaba en una de las primeras filas del círculo -. ¿Es una broma?

-Mirad cómo se retuerce de miedo ahora que no está tras uno de esos uniformes de guarda... ¡los humanos son unos cobardes! -sentenció una hiena macho, que estaba peligrosamente cerca del nuevo residente.

-¡Es nuestra oportunidad de demostrar a los humanos que no les pertenecemos!

-¡Matémosle! -coreó otra voz.

-¡Sí! ¡Acabemos con él y lancemos sus restos a ese balcón para que esa mujer sepa el error que ha cometido al dejarlo entrar a la Caja!

-¡Ya basta! -bramó Ike, furibundo, en lo que sonó más como un rugido que otra cosa. Sus ojos rojos brillaban de ira y su cola describía pequeños arcos tras él, cortando el aire como un látigo -. ¡Nadie va a poner una zarpa en este humano! ¿Qué ganaríais con ello?

La misma hiena que había hablado antes se adelantó unos pasos.

-¿Y qué ganabais vosotros masacrando a los kane, oh, gran príncipe Ike? -preguntó, con desdén -. ¿Acaso pretendes decirnos que debemos ser más respetuosos de lo que en su día fuisteis vosotros?

Aquellas palabras levantaron un nuevo coro de protestas y exclamaciones. Los kane acusaban a los fehlar de ser unos hipócritas; los fehlar contraatacaban diciendo o bien que los kane se lo habían buscado o que no era el momento de sacar aquel tema a relucir. Y, en medio de aquella tormenta de gritos, acusaciones e insultos, muchos otros seguían insistiendo en que el humano debía ser asesinado. Ike, impotente, miraba a su alrededor sin saber a quién responder ni qué hacer para evitar que aquello tuviera un final desagradable. Las cosas no pintaban nada bien.

-No creo que éste sea el mejor momento para rememorar viejas heridas, Kainn -comentó entonces Luca, abriéndose paso por entre las filas de kane y fehlar hasta llegar junto a Ike. Su presencia junto al león pareció acallar algunas voces -. Los kane y los fehlar estamos condenados a convivir en la Caja. Provocar disputas innecesarias sólo haría de nuestra estancia aquí otra guerra. Y yo estoy cansado de la guerra. ¿Tú no?

La hiena macho apretó las zarpas.

-Estoy cansado de esta guerra, pero no por eso pienso olvidarla. Y tienes razón, puede que nuestros enemigos ya no sean los fehlar, ¡sino humanos como el que tratáis de defender!

-Si está aquí, habrá un motivo de peso para ello -respondió Luca, recordando las palabras de Zèon -. No habría sido hecho prisionero de no haber hecho algo que pudiera haber disgustado a los humanos. Y si es así, entiendo que este chico -añadió, señalando al bulto inmóvil que permanecía tras ellos -es un enemigo de los de su propia raza. Por lo tanto, ¿no considerarías siquiera la posibilidad de que se convirtiera en nuestro aliado?

-¡Yo jamás me aliaría con un humano! -exclamó alguien en la multitud, indignado.

-Lo mismo decíais de los fehlar tiempo atrás, ¿no? -intervino Ike, suavemente.

-Aunque así fuera, Luca, y quisiera aliarme con él, ¡tu teoría de que es enemigo de los de su raza no son más que conjeturas! -exclamó la hiena, adelantándose un paso -. ¿Quién te dice que esa mujer no lo ha metido aquí para comprobar lo débiles que somos? Quizá disfrute viendo como nos sometemos a su raza, ¡y quiera probar si tenemos el coraje suficiente como para vengarnos!

-A eso lo llamaría yo "conjeturas" -murmuró Luca, esbozando una media sonrisa -. ¿No os interesaría al menos obtener información de este humano?

-Estaría dispuesto a perder esa información -aseguró la hiena, esbozando una desagradable sonrisa -con tal de hincarle los dientes en el cuello a uno de los malnacidos que nos encerró aquí.

Luca replicó algo, pero la algarabía de voces que acababan de levantarse a raíz de aquel último comentario ahogó sus palabras. El círculo comenzó a estrecharse cada vez más en torno al humano, mientras Ike y Luca retrocedían, tratando de impedir que nadie avanzara más de la cuenta. Tras ellos, un bulto inmóvil permanecía hecho un ovillo en el suelo. Al cabo de unos segundos, Kainn se acercó y dio un decidido empujón a Luca, tratando de apartarlo de su camino.

-¡Eh!

Ike no dudó un instante en avanzar hacia la hiena, dispuesto a defender al que parecía su único aliado en aquel momento. Kainn le vio venir y sonrió de nuevo, enseñando todos los dientes y aceptando el desafío. Llevaba mucho tiempo buscando un pretexto para comenzar una pelea con el príncipe de los fehlar y no pensaba desaprovechar aquella oportunidad. Estaba seguro de que, como cualquier miembro de la realeza, el león no sabía lo que era una verdadera lucha cuerpo a cuerpo y esperaba poder enseñarle una buena lección.

Que Ike continuara vivo o no después de la misma era irrelevante.

-Kainn tiene razón -se escuchó entonces una voz, en medio de la sala.

La sonrisa de la hiena se heló en su rostro y se dio media vuelta, sorprendido; no por las palabras que acababa de escuchar, sino por quién las había dicho. Uno tras otro, los participantes del altercado se giraron también hacia las mesas, que en aquel momento estaban prácticamente vacías, a excepción de los niños más jóvenes y un pequeño zorro ártico de gesto regio.

-Kainn tiene razón -repitió Zèon, en voz más alta, sin dignarse a dirigirles una mirada -. El humano está aquí porque Sophia quiere ponernos a prueba. Apuesto a que en este mismo instante nos está observando, tomando nota de cada una de nuestras reacciones.

-Lo sabía... -masculló la hiena, dando un paso más hacia el humano.

-Sin embargo -continuó Zèon -, esto no es una prueba de coraje, como erróneamente piensa Kainn. Es una prueba de raciocinio e inteligencia.

-¿Qué? -Kainn se detuvo, confuso. Un silencio expectante se había generalizado en el salón.

Mientras tanto, Zèon deslizaba su mirada por toda la sala, con curiosidad, como si estuviera esperando encontrar el rostro de Sophia en cada rincón. Al cabo de unos segundos, suspiró.

-Ese humano -añadió, señalando al cuerpo tendido contra la pared, sin tan siquiera mirarlo -es nuestra única posibilidad para escapar de aquí. El único vínculo que tenemos con nuestros captores y la única forma de saber qué motivos les mueven y cuáles son sus debilidades. -Hizo una pausa -. Creo que lo que Sophia pretende es averiguar si somos capaces de aplazar el odio y rencor que sentimos por su raza a cambio de obtener una pequeña posibilidad de escape.

-Eso es... absurdo -murmuró Kainn, desconcertado -. ¿Pretendes decirme que todo esto es un experimento social?

-La idea ha sido tuya -le recordó Zèon, encogiéndose de hombros.

Ike respiró hondo y esbozó una leve sonrisa, agradeciendo internamente la oportuna intervención del zorro ártico. <<Luca tenía razón>> pensó, aliviado <<Es un kane realmente observador>>.

-Pero eso no cambia nada -protestó la hiena macho, al cabo de unos segundos -. Si, como dices, esa mujer está tratando de jugar con nosotros, no pienso permitir que...

-Si matas al humano, caerás directamente en su trampa -le interrumpió Zèon, con suavidad -. Le demostrarás que los kane y los fehlar son razas inferiores al ser humano, que no poseemos una capacidad racional superior a nuestros instintos, y que por lo tanto merecemos estar aquí presos. ¿No lo entiendes? No nos está juzgando a nosotros. Está juzgando a nuestras razas.

Kainn frunció el ceño y torció el gesto, malhumorado.

-Por desgracia, no tengo nada que demostrarle a esa furcia -escupió -. ¿Alguien más quiere bañarse esta noche en sangre de humano? -preguntó, en un tono más alto, esperando volver a despertar los vítores del resto.

Sin embargo, las palabras de Zèon habían sembrado la duda en todos los que hasta hacía unos segundos se habían contagiado de los delirios homicidas de Kainn, y tan sólo un par de kane corearon sus palabras. En medio de aquel silencio atronador, resultó tremendamente claro que no quedaba prácticamente nadie dispuesto a atacar a aquel humano, y mucho menos con Ike y Luca guardándole las espaldas.

La hiena dejó escapar un resoplido indignado y a continuación irrumpió en una desagradable carcajada.

-Cobardes -masculló, a continuación, antes de escupir al suelo y retirarse del centro del círculo para confundirse de nuevo con las masas.

Ike respiró tranquilo por fin.

Poco a poco, la gente que se había reunido en torno a él, Luca y el humano fue dispersándose paulatinamente hasta volver a sus sitios en las mesas. En unos minutos, el salón había recuperado el ambiente habitual de las mañanas, aunque de vez en cuando había algunos que dirigían una mirada recelosa al humano recién llegado, que continuaba echado en el suelo, inmóvil.

-Qué tranquilo está -comentó Ike, sorprendido.

Luca rio por lo bajo.

-Creo que se ha desmayado hace ya un buen rato, probablemente incluso antes de escuchar a Kainn, lo que probablemente haya sido lo mejor para él -dijo -. ¿Puedes ayudarme a llevarlo a nuestra habitación? La cama de abajo está libre en mi litera y creo que es el mejor sitio en el que podemos dejarle por ahora.

Ike asintió.

-¿Estás completamente seguro de lo que has dicho antes? -preguntó Ike, una vez hubieron dejado al humano en la litera de Luca -. Lo de que Sophia nos observa y todo eso.

En aquel momento, todos estaban comiendo el que era el menú habitual en la Caja: un espeso puré de color amarillento, sabor terroso y textura pegajosa. No era una delicia para el paladar, pero era el único sustento que les ofrecían allí y quejarse, muy probablemente, habría supuesto arriesgarse a recibir un par de latigazos de Camus. La gente, por lo general, prefería comer sin rechistar.

-Zèon -le llamó Luca, suavemente -. Creo que habla contigo.

-¿Hmm...? -preguntó el zorro ártico, con la boca llena. En el momento en que Ike se había dirigido a él estaba demasiado atento a Koi como para escucharle con claridad.

-Quiero decir -repitió el león -, ¿de verdad crees que Sophia nos observa para tratar de comprobar si somos una raza racional o no?

-No lo sé -contestó Zèon, sinceramente -, pero es la única posibilidad que se me ocurre. Tampoco debemos descartar la opción de que el motivo por el que ese humano esté aquí sea por algún crimen que haya cometido.

-Sigue pareciéndome muy extraño que hayan hecho prisionero a uno de los suyos -comentó Ike, frunciendo el ceño -. Es el primer humano al que internan aquí en un año. Hay algo que no cuadra.

-Es un cambio, simplemente -murmuró Zèon, encogiéndose de hombros mientras recogía su plato vacío y se levantaba de la silla -. No debes concederle más importancia; el mundo está lleno de ellos.

A continuación, se separó de la mesa y se dirigió hacia el estante donde debían depositar la vajilla una vez hubieran terminado de comer. Ike le vio marchar, con interés, y a continuación se giró hacia Luca:

-¿Siempre es así? -preguntó, esbozando una leve sonrisa.

-Le gusta observar las cosas e intervenir en ellas solo cuando es realmente necesario -respondió el lobo, sonriendo a su vez -. Todavía recuerdo el día en que le conocí. Ha pasado por mucho, ¿sabes? -Hizo una pausa -. Aun así, sé que puede resultar algo cargante a veces. Me disculpo en su nombre si eso te molesta. No es su intención.

-No es necesario que te disculpes -le aseguró Ike, conciliador.

Sin embargo, sus ojos seguían fijos en el pequeño zorro ártico que, en aquel momento, se dirigía de vuelta a su habitación. No habría sabido decir el qué, pero había algo detrás de aquella máscara de hielo, de aquella mirada calculadora, que le intrigaba enormemente.

Zèon se dejó caer en la cama, exhausto.

No sabía por qué, pero los días en la Caja le resultaban tremendamente agotadores, como si debido al aislamiento absoluto su energía languideciera poco a poco. O quizás se debiera a todos aquellos enigmas sin resolver, que por la noche se retorcían en su mente como gusanos, impidiéndole conciliar el sueño durante un rato. Trataba de alejarlos de sus pensamientos, trataba de fingir que no estaban ahí, pero no conseguía deshacerse de todos ellos.

Además, cuando lograba ignorarlos, los recuerdos inundaban su mente. A veces, recuerdos de los momentos más agradables de su vida; otras, pertenecientes a sus épocas más oscuras. En cualquier caso, Zèon sabía que, aunque caer en las garras de sus enigmas fuera más frustrante, era más sano que sumergirse en las agridulces aguas de sus recuerdos. De los enigmas, al menos, podía escapar.

El joven zorro ártico había tenido siempre todo cuanto había querido.

Criado como único hijo en la corte de Tundranorte, había sido siempre el centro de atención de criados y ayas, además del ojito derecho de sus padres, quienes tras varios intentos fallidos para concebir le habían recibido como a una bendición. Pronto se comentó en todo el palacio que era un joven excepcionalmente guapo, con un pelaje tan blanco como la misma nieve y unos ojos de un color azul tan intenso que casi parecían cristales de hielo.

Poco después, sus padres habían percibido que la capacidad de observación del joven iba más allá de los límites de cualquier chico de su edad. Dispuestos a no desaprovechar las capacidades innatas del joven, habían decidido proporcionarle una educación ejemplar, reuniendo en su corte a algunos de los profesores mejor considerados de todo el territorio kane. De esta manera, el pequeño zorro ártico, que desde pequeño había aprendido a leer por su cuenta, comenzó a formarse en los fundamentos de la Aritmética, la Geometría y la Alquimia, además de aprender y asumir por conciencia la Geografía, Historia y Literatura características de la cultura kane.

Además, con el paso de los años, el zorro demostró tener un carácter abierto, amable y especialmente cariñoso. Por otro lado, sentía una curiosidad innata por todo lo que veía y a menudo acompañaba a las cocineras o a los lacayos en sus labores, sólo para saber "cómo funcionaba su trabajo". Era respetuoso con todas y todos, a pesar de que algunos se sentían intimidados ante el hecho de estar hablando con el hijo del regidor de la región.

Cuando no estaba curioseando por las estancias del palacio, se encerraba en el telar junto a su madre y la miraba tejer bordados exquisitos, de unos hilos tan finos y de color tan hermoso que casi parecían los mismos rayos de la aurora boreal, el emblema de la casa de los Garragélida. Mientras las ágiles zarpas de su madre se deslizaban por la rueca, ella solía contarle cuentos sobre tierras lejanas, sobre héroes cuyo nombre había caído en el olvido tiempo atrás, y Zèon escuchaba, embelesado.

En palacio no se hablaba de otra cosa que no fueran las virtudes del que sería el siguiente regidor de la corte. Muchos consideraban que era una bendición para toda la región norteña del territorio kane, e incluso se comentó que habría sido un gran rey de todos los kane de haber estado en la línea sucesoria correcta.

Sus padres se sentían orgullosos de él y tan sólo tenían como queja que a su hijo le costase tanto relacionarse con otros niños de su edad. En lugar de eso, Zèon parecía preferir la compañía de los libros, de su profesor de Alquimia y de su propia imaginación. En cualquier caso, los señores de Tundranorte se lo permitían, pues sabían que frente aquello no había mucho que pudieran hacer, y esperaban secretamente que algún día el pequeño zorro ártico se abriera a otros kane de su edad.

Pero el tiempo pasó y ecos de guerra comenzaron a escucharse desde los territorios de los Oroespiga, que aseguraban que habían visto movimiento entre las filas de los fehlar y que diferentes familias parecían haberse agrupado, por primera vez desde hacía cientos de años. Muchos, sin embargo, restaron importancia a estos rumores. El padre de Zèon fue uno de ellos y se limitó a esperar, desde su palacio en Tundranorte, a que el viento se llevara a aquellas voces que predecían una guerra inminente.

Sin embargo, el viento les traicionó.

Los fehlar avanzaron rápidamente por todo el territorio de los kane, conquistando todo cuanto estaba a su paso. Las noticias que llegaban de las cortes que habían sufrido el ataque de los fehlar resultaban, cuando menos, escalofriantes. Zèon llegó a ver a un mensajero que se personó en el salón de su padre, suplicando refugio y salpicado de sangre. Le faltaba un brazo.

El pequeño zorro ártico sabía lo que se acercaba, pero era demasiado inocente como para predecir su desenlace. Sus padres ya le habían dicho lo que debía hacer si algún día las cosas se complicaban: introducirse en un pasadizo subterráneo que salía de palacio y desembocaba directamente en una aldea de las lejanas tierras de los Aullanube, amigos cercanos de los señores de Tundranorte. Ellos también habían tenido problemas para tener un hijo en el pasado y, apenas unos meses atrás, habían asistido a la toma de nombre de su primer descendiente, al que habían alumbrado después de años de frustrantes intentos de asegurar la línea sucesora.

Zèon recordaba al pequeño husky, de apenas unos meses de edad, dirigiéndole graciosas miradas desde la cuna. Aquella había sido la primera vez que había visto a Koi, aunque por aquel entonces, él tenía un nombre; un nombre verdadero, no como el falso nombre de pega que le habían colocado al entrar en la Caja. Zèon también había tenido un nombre en el pasado y lo había olvidado.

El día de la invasión, Zèon había entrado en el pasadizo junto a su maestro de Aritmética. Los dos habían corrido sin mirar atrás, completamente a oscuras. Zèon, con lágrimas en los ojos; su maestro, con pesar en el corazón. Habían estado recorriendo el túnel durante varios días que se hicieron una eternidad. A menudo, paraban a oscuras para alimentarse o hacer sus necesidades, en unas condiciones mucho más precarias de lo que Zèon hubiera podido imaginar hasta aquel momento.

Entonces, finalmente, una luz empezó a divisarse en el fondo. El pequeño zorro ártico aún recordaba el desesperado peso de su corazón, que con cada latido se aferraba a la vida como a un clavo ardiendo, mientras corrían hacia la luz, hacia la esperanza.

Ninguno de los dos habría podido saberlo.

En cuanto cruzaron el umbral, se encontraron con un paisaje muy distinto al que habían imaginado.

La aldea en la que habían pretendido buscar refugio estaba completamente masacrada. Las paredes derruidas de las casas aún dejaban escapar hilillos de humo, recuerdos de un fuego que las había consumido no demasiado tiempo atrás. Los cadáveres se apilaban unos sobre otros en los rincones, descomponiéndose y liberando un horroroso olor a putrefacción. Un grupo de fehlar los observaba, desde apenas unos metros.

El maestro de Aritmética se había girado hacia Zèon, comprendiendo demasiado tarde lo que había sucedido. No había tenido tiempo de prevenirle; un hacha fehlar había caído a la velocidad del rayo sobre su cabeza, y un chorro de sangre caliente y pegajosa había salpicado al zorro ártico, que había dejado escapar un grito. El cuerpo inerte del maestro había caído al suelo, con el hacha clavada casi hasta su mandíbula.

-¡Eh, mirad! -había exclamado uno de los guardas fehlar -. ¿No es el hijo de la sangrienta parejita de los hielos?

-¡Oh, sí! -había contestado con alegría otro de los guardas, un gato de rasgos torcidos y sinuosos -. ¡Aún recuerdo cómo gritó esa putita cuando Hogar se la montó!

-Todos gritaríamos si Hogar tratara de montarnos -había respondido lacónicamente un corpulento tigre, que permanecía sentado en un tocón afilando su espada.

-En cualquier caso, después ya no gritó mucho -comentó el gato -. ¡No podía hacerlo, sin cabeza! -Y gesticuló exageradamente, llevándose las manos a la garganta mientras dejaba escapar grititos agudos. Todos los fehlar presentes salvo el tigre rieron el chiste.

Zèon escuchó aquellas palabras, horrorizado, y a continuación notó un vacío en la realidad. Fue casi como si su mente hubiera dejado de funcionar; como si, incapaz de prestar durante más tiempo atención a aquellos desagradables acontecimientos, todos sus pensamientos se hubieran fugado de su cabeza como mecanismo de protección. Ni siquiera escuchó el resto de bromas que los fehlar hicieron a costa de todos los que habían encontrado en el palacio de Tundranorte.

Tan sólo reaccionó cuando aquel gato de sonrisa imposible se acercó a él, con un afilado cuchillo en la zarpa. En el brillo de aquel cuchillo, Zèon creyó ver transcurrir la corta vida que llevaba: apenas once años de vida en una burbuja, aislado del mundo exterior, refugiándose en libros y números, en teorías del mundo y cocinas llenas de criados. Se arrepintió.

No se movió cuando notó el frío tacto del cuchillo en su garganta, susurrando palabras de muerte. La sonrisa del gato se afiló aún más. Su zarpa se movió ligeramente hacia la derecha, a punto de comenzar un movimiento definitivo.

-Espera, idiota -le reprendió entonces el tigre, apartándolo a un lado. Se había levantado del tocón y acercado al gato por la espalda, con gesto contrariado -. Ten cuidado con lo que matas.

Zèon no había reaccionado, ni siquiera cuando la hoja del cuchillo se separó de su garganta y un hilillo de sangre empezó a manar de su cuello. Entonces, el tigre se había arrodillado junto a él (fue en ese momento en el que Zèon se dio cuenta de que él mismo había caído de rodillas al suelo) y le había tomado suavemente de la barbilla para mirarle directamente a los ojos.

El zorro ártico vislumbró a través de un velo de lágrimas cómo aquel corpulento fehlar, aquel monstruoso tigre, le analizaba con atención tratando de imaginarle por debajo de aquella capa de sangre. Al cabo de unos segundos, una sonrisa satisfecha se dibujó en el rostro felino del tigre.

-No tengas miedo -dijo, mientras le acariciaba una mejilla manchada de sangre -. Eres especial.

>>Tú vivirás.

-¿No te parece interesante?

La voz de la mujer se perdió en mitad de la sala, en medio de aquel molesto zumbido eléctrico que parecía ahogarlo todo. Camus se removió, incómodo, al otro lado de la habitación. Su rostro pálido y contrahecho reflejaba la luz azul de una gran pantalla situada justo enfrente de él; una pantalla azul en la que una marabunta de diferentes números y códigos oscilaba de un lado a otro a gran velocidad.

-No, claro que no te lo parece -suspiró Sophia, con cansancio -. No entenderías lo que estos números significan ni en un millón de años.

-No es mi trabajo entenderlos -se defendió Camus.

-Tampoco los entenderías ni aunque lo fuera -replicó Sophia, colocando las manos sobre el frío monitor de metal. Sus uñas tamborilearon suavemente sobre su superficie lisa, con interés e impaciencia.

Camus, mientras tanto, continuaba al fondo de la sala. Al cabo de unos segundos en silencio, dejó escapar un resoplido desdeñoso y torció el gesto.

-No sé por qué pierdes el tiempo con estas tonterías, Sophia. Son animales. Nada más que eso.

-Y estás tan ciego a la realidad que se te presenta como ante estos números -añadió Sophia, pesarosa -. ¿Sabes, Camus? Debería sustituirte por ese zorro ártico. Creo que me entretendría mucho más. Al menos él, desde luego, mostraría algo de interés en lo que le estoy mostrando.

Camus no respondió al insulto.

-Oh, lárgate -ordenó finalmente la mujer, con un gesto de absoluto desprecio.

El otro no necesitó que se lo dijeran dos veces. Abrió la puerta situada al fondo de la habitación y desapareció por ella, dejando a Sophia sola dentro de la sala.

La mujer se sentó en una silla metálica situada enfrente del monitor y dejó que su mirada se perdiera en aquel torrente de información, en aquella marea de números. Los códigos de la pantalla azul se reflejaron en su pupila y, al cabo de unos segundos, en una amplia sonrisa de satisfacción.

-Sí, lagopus Z -murmuró para sí misma -. Eres interesante. Eres especial.