II-A.L.A.s nuevas (TR)

Story by Atenas on SoFurry

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II

A.L.A.S NUEVAS

//Lobos como nosotros... disponemos de cierta fortaleza para las inserciones orbitales. Es indispensable tener un estómago fuerte, aguantarse las náuseas. El problema no es el olor del vómito en el espacio cerrado, sino que el líquido empieza a flotar por todo el lugar cuando la cápsula se encuentra en caída libre. Menos mal que están diseñadas para acomodar una sola persona. Aún recuerdo mi primera vez con toda la lucidez de un sueño. Solo lo hago porque existen otros que no se atreven, a quién no le gusta ser especial.//

Colmena, Carguero Clase-Relámpago, órbita baja

Un metal oscuro y sin brillo. Un par de ojos negros y amenazadores. Un diseño y lucido exterior general que atribuía cierta imponencia. Zeus examinaba la armadura minuciosamente, quería verla bien antes de ponérsela, sus ojos no dejaban pasar ningún detalle por minúsculo que fuera. La armadura completa descansaba sostenída desde arriba por un par de garras colgantes, cada una sujetando uno de los hombros, solo esperando a ser reclamada por su primer y único dueño.

Zeus se encontraba en un cuarto enorme, bien iluminado. Las paredes eran blancas y el suelo gris y reflejante, toda superficie lisa e implacablemente limpia a la vez. Mucho espacio se desperdiciaba, pero el lujo era costeable en un Carguero como éste, virtualmente carente de defensas. Menos espacio para armamento defensivo del navío significaba más para la tripulación. Al fin y al cabo, el propósito de la Colmena era exclusivamente el transporte de tropas y no el combate. Es por eso que la nave era tan pequeña, difícilmente un kilómetro en su extensión mas grande.

Aunque era bueno ocultándolo, el lobo se sentía dichoso. La verdad era que la armadura le había caído de sorpresa, no se lo esperaba. Al despertarse, nunca imaginó lo que le estaría aguardando en la armería; claro, aparte de todas las armas tradicionales y demás artefactos de muerte.

No podía ver el menor reflejo de su cuerpo desnudo en la aleación que revestía el traje, por lo que parecía más un plástico que un metal. Deslizó su mano almohadillada con mucha lentitud sobre una de las placas pectorales, después la llevó más abajo para sentir el rígido y montañoso relieve de los cuadros abdominales. Se alegró por dentro. Finalmente, un traje nuevo.

No era lo más avanzado en existencia, le restaba mucho para serlo, pero ya no le importaba lo que le entregaran mientras hubiera una actualización de por medio. En esta ocasión, las mejoras principales incluían: una reducción drástica del peso, nueva arquitectura ergonómica y un reajuste del sistema de asignación de blancos; el último comprendido en la electrónica del casco.

Honestamente, no era mucho. De todos las actualizaciones, la que suponía más provechosa era la reducción del peso. Había escuchado que con el nuevo traje... uno podía volar. De veras que deseaba comprobarlo, aun sabiendo perfectamente que solo era una expresión.

El lobo posicionó una mano en cada hombrera cuando se aproximó a ver el traje con más detalle. Sus patas palparon una protuberancia. Sobresaliendo ligeramente de cada hombro estaba el emblema de los Infiltradores; una ordinaria representación artística de lo que aparentaba ser una enorme zarpa plateada, dispuesta a atacar. Las insignias oficiales siempre eran simples, aunque el hecho no implicaba que su interpretación fuera fácil. En ciertas instancias, no eran coherentes siquiera.

Como un Infiltrador, su trabajo era abordar las naves enemigas por cualquier medio posible e inutilizarlas desde adentro. La decisión de usar sigilo o no dependía de lo que ameritaran las circunstancias. Habitualmente, capturar un navío enemigo resultaba ser más provechoso que destruirlo; el inconveniente era la delicadeza de una operación así, demasiado complicada. Debido a ello, las situaciones en las que se usaban Infiltradores eran muy escasas.

Asimismo, llevaban a cabo varias otras tareas; sin embargo, aunque el escenario fuera distinto, el principio básico tendía a mantenerse: adentrarse directamente en el territorio enemigo y ocasionar estragos desde el núcleo. Avanzar con rapidez era esencial para no proporcionarle al enemigo tiempo suficiente para reaccionar. En caso de fracasar con su objetivo, lo que usualmente proseguía ya era la batalla de mayor escala. Al fin y al cabo, los Infiltradores no dejaban de ser recursos prescindibles.

El arkelan bajó la vista y posó su mirada en algo que colgaba entre las piernas metálicas y vacías de la armadura. Con cierta pesadez en sus movimientos, puso una de sus rodillas en el suelo y luego extendió su brazo para tomar aquella pieza colgante. Le dio un ligero tirón pero estaba bien adherido desde arriba, a pesar de ello, logró exponerlo a la luz. Arrugó sus cejas inconscientemente cuando vio lo que aparentaban ser varios salchichones negros conectados entre sí, formando un conducto hueco y flexible a la vez. Desde ese momento ya comenzaba a sentirse desconcertado.

Si fuera un animal menos racional, probablemente le hubiera dado una mordida. Poco a poco, se le iba haciendo obvio que debía meter la cola ahí a la hora de colocarse el traje, pero por el momento no tenía la menor idea de cómo lograr semejante hazaña. A decir verdad, tenía duda si su cola cabría ahí dentro en primer lugar.

Se puso de pie y retrocedió unos pasos para tener una perspectiva más amplia. Ahora contemplaba los símbolos pintados sobre la coraza. Eran perfectos, llamativos, y lo más importante, de color azul. Se contentó de que la mayoría habían sido copiados de su traje anterior, ya que le tomó mucho tiempo idearlos en la primera instancia. Por ahora, el lobo nada más intentaba imaginarse como se vería con la armadura ya puesta.

A los lados, reposando en casilleros idénticos también sumidos en la pared, se encontraban docenas de otros trajes iguales alineados con la mampara. Todos colgaban de la misma manera detrás de una delgada lámina de cristal, cerca de ser imperceptible sino fuera por la etiqueta A.L.A. centrada sobre el vidrio. Acrónimo de Armadura Ligera de Avance-rápido.

Armazón de esta clase era uno de los pocos placeres que sabía experimentar en su vida, no solo él sino todos los demás arkelan. Se les programaba desde pequeños, cuando eran mas vulnerables en lo que se refiere a la fortaleza mental. En lugar de apetecer cosas como juguetes o amistades, terminaban siendo inculcados con el apremio por la batalla y la munición experimental, entre otros de igual semántica. Terminaban orgullosos, lo que los hacía peligrosos.

De pronto, las orejas de Zeus se enderezaron al escuchar un siseo. Apareció una ranura vertical a la mitad de la puerta unos metros a su espalda, dividiéndola en dos y revelando que en realidad era una puerta doble. Las dos partes se separaron, deslizándose lateralmente con un zumbido discreto.

Era alguien posado bajo el marco de la entrada al cuarto. Emanaba un aroma intenso y familiar que rápidamente llegó hasta su nariz. Zeus no tardó mucho en identificar el olor y reconocer de quien era. El olor de un Alfa era inconfundible para aquellas especies que sabían usar su olfato.

Evitó voltear hacia atrás para no dirigirle la mirada, aun cuando las puertas comunicando la armería con el corredor se volvieron a cerrar y el otro lobo comenzó a caminar hacia él. Podía determinar su cercanía basándose en el sonido de aquellas pisadas suaves y acolchonadas.

El otro individuo se detuvo completamente, parándose a su lado izquierdo como si no estuviera consciente de su presencia. No le dirigió una sola palabra. Zeus lo ojeó rápidamente de pies a cabeza, llegaba a su misma altura. Dedujo que también venía a "engalanarse" con la nueva armadura.

Era indiscutible que el lobo rojo padecía Metamargenia, un desorden genético que altera la coloración regular a tomar por el pelaje en diversas áreas del cuerpo. Aparte de eso, la posición de franjas y otras marcas distintivas de la raza tienden a permutar, muchas veces también llegan a distorsionarse. El código aparecía ya cambiado desde antes del nacimiento.

La coloración café-rojiza en la espalda del recién llegado permanecía inalterada y a decir verdad... hermosa. Su pecho era muy distinto, matizado con enormes manchas de la misma pigmentación, resaltando considerablemente las zonas de pelaje albo. Ni se diga de sus extremidades, repletas por monótonos garabatos. Cada vez que lo veía desnudo, el lobo gris tenía la habilidad de encontrarle una nueva ecuación matemática por algúna parte.

Lo que más le llamaba la atención a Zeus eran las franjas negras que tenía en la cola, recorriéndola de base a punta perpendicularmente y arrebatándole aún más sus rasgos lupinos. En realidad era un caso menor de Metamargenia, otros... no eran tan afortunados. Este lobo tenía la suerte de haber terminado con un toque artístico; tal vez ligeramente abstracto y asimétrico, pero innegablemente artístico.

Los arkelan decían ser verdaderos creyentes, seguidores fieles de lo que se llamaba "supervivencia del más fuerte". Era solo un pretexto, uno eficientemente evasivo, la verdad siendo que poseían conocimientos médicos muy limitados. La consecuencia de haberse enfocado demasiado en su desarrollo militar. Tampoco sabían mucho de genética. Como siempre, los arkelan usaban su orgullo para escudarse de cualquier crítica dirigida en su dirección.

Como era fácil imaginar, todos estaban enfermos; unos más que otros, pero no existía lobo alguno que estuviese completamente saludable. Llegar a la vejez era un gran reto. Para compensar, aprovechaban exhaustivamente la breve temporada en que las hembras entraban en celo.

Zeus seguía observándolo, esperando a que Sarka lo volteara a ver, pero nunca sucedió. El lobo rojo no hacia otra cosa que lamerse los labios, los párpados medio caídos, sus ojos serenos y dormilones clavados, fijos hacia el frente mientras ladeaba la cabeza inexplicablemente. Zeus también volteó hacia el frente, buscando infructuosamente el misterioso elemento hipnotizador.

Así pasaron unos segundos incómodos, hasta que Zeus rompió el silencio.

-¿Qué sucede? -inquirió.

Unos diez segundos transcurrieron después de la pregunta. Antes de responder, Sarka exhaló como si hubiese estado aguantando la respiración. Abrió la boca ligeramente, pero al parecer las palabras venían despacio y tardaron en salir.

-A veces, es difícil imaginar... que vivimos lo suficiente para procrear.- La debilidad en su tono de voz era agobiante. Sus palabras eran más alargadas de lo normal.

El significado de aquella oración lo eludió. Aunque jamás lo estuviera, Sarka siempre hablaba con voz cansada. Era propio de él expresarse con lentitud, lo que generalmente implicaba claridad. Uno acababa contagiándose. A Zeus le extraño, pues no solía ser tan vago. ¿Acaso sugería que iban a morir?

Los dos lobos seguían de pie mirando hacia delante, evitando verse el uno al otro. En la pausa, se irguieron y enderezaron su pose al mismo tiempo. El par de colas se meneaban con pereza, "sacudiéndose el polvo" involuntariamente después de algunos vaivenes. Continuaron con los mismos fonemas que cargaban consigo una insinuación de desánimo por dialogar, tal vez incluso una falta de experiencia.

-¿No lo crees?

-No pienso en ello -respondió Zeus casi murmurando, lo único que se le ocurrió decir.

-...¿Procrear?...

-Vivir lo suficiente -se apuró a aclarar.

Sarka dio un suspiro profundo y agregó:

-¿Entonces en que sí piensas?

Igual que antes, pasaron unos segundos antes de que se le ocurriera al otro que decir. Los dos lobos seguían sin voltear a verse, quietos en su lugar sin despegar del suelo las plantas desnudas de los pies. Pareciera como si no pudieran decidir si seguir hablando o mejor quedarse callados.

-No me puedo distraer pensando en cosas así, no es mi lugar el cuestionar -le dijo tratando de responder más inteligentemente, pero solo haciendo notar su desinterés por el tema.

Mentira más grande no existía.

-Como todo buen lobo -Sarka susurró a si mismo, indiferente a los orígenes de la respuesta.

El lobo rojo entonces dio unos pasos hacia el casillero frente a él y tentó la etiqueta pegada al vidrio con unos de sus dedos. Las letras destellaron una vez con un borde azulado y el cristal se deslizó hacia arriba con un sonido mudo, dejando en libertad al traje blindado. Después bajó la cabeza y nuevamente la inclinó hacia un costado, haciendo una mueca con la boca.

-¿Cómo se supone que metamos la cola ahí? -preguntó retóricamente.

Paso el tiempo. Después de solo unos minutos, Zeus ya casi había terminado de ponerse la armadura completa. Por dentro, el traje se hallaba muy frío. Hizo puño una de sus manos frente a su cara, el metal hacía de ella una manopla peligrosa. Tomó las dos piezas restantes que había dejado en el suelo. Ahora una mano sostenía el yelmo mientras la otra sujetaba el segmento en donde introducir la cola. Estaba peleado con ambas.

-Te ayudo, será más rápido -escuchó al otro sugerir.

Sarka finalmente lo miraba. De hecho lo había rebasado y esperaba su respuesta a la proposición. Tenía mucha más pericia para esta clase cosas, siendo el de menor edad. Lo mejor era aceptar, tenía el presentimiento de que se ahorraría mucho trabajo y sufrimiento.

Zeus afirmó con la cabeza y le pasó la cola metálica. Después se volteó y le dio la espalda al lobo rojo. Sarka tomó aquel peludo rabo grisáceo frente a sus ojos y lo levantó en el aire. Iniciando con la punta obviamente... comenzó a deslizar el revestimiento férreo sobre la extensión de su columna como se haría con cualquier otra funda. Zeus podía percibir como cada pelo en su cola se plegaba en la orientación opuesta a la normal, una sensación un tanto incómoda.

Al llegar al fondo, se escucharon los seguros internos entrar en acción, manteniendo el "forro" adherido. Sarka le dio una palmada sobre el hombro para indicarle que había terminado y estaba listo. A excepción de su parte posterior, el traje era muy cómodo. Adquiría con precisión el contorno del cuerpo. Ansiaba ver de qué era capaz.

El yelmo lo dejaría para el último momento posible, como era costumbre hacer. Ahora seguía la selección del armamento.


Aquí era igual de pálido, brillante y aburrido que la armería; por lo menos en lo que respecta a los colores y la decoración, o mejor dicho la falta de ella. Este compartimento en la parte inferior de la nave era alargado. Un pasillo central recorría el cuarto de un extremo al otro. A cada costado aguardaban una hilera de cápsulas de inserción orbital, también conocidas como VIAs o Vehículos de Ingreso Atmosférico. Debajo de cada una existía un tubo recto que guiaría a la cápsula fuera del navío.

Con una forma primordialmente ovalada, los VIAs tenían espacio suficiente para acomodar a un solo lobo para una inserción desde el espacio. Era básicamente un cascarón para descargar tropas individualmente y en poco tiempo.

El material empleado como escudo térmico se desgastaba con mucha lentitud. Se usaba por sus propiedades: su alta temperatura de fusión y su habilidad para dispersar grandes cantidades de calor. Inclusive eliminaba la necesidad de proveer la cápsula con un sistema de refrigeración interna. El ardor jamás llegaba a transferirse hacia el usuario.

Por abajo había una serie de cohetes para desacelerar la caída en el momento requerido. Su activación se vinculaba a parámetros específicos. El primero era una determinada altura y el segundo la velocidad; estar al tanto de ambos era importante si se quería que el lobo aterrizara sin traumas físicos.

Después del primer uso, las "Vías" se convertían en desecho, lo que requería una limitada usanza de tecnología en su construcción. La comodidad tiende a perderse cuando el diseño está limitado por el uso de solo lo estrictamente necesario.

Adentro solo había algunas almohadillas, y proyectores holográficos posicionados frente a los ojos del usuario. Entre los datos desplegados de mayor relevancia se encontraban: temperatura, ubicación con respecto al punto de aterrizaje designado, y no podía faltar la altura, complementada con el tiempo estimado de arribo.

Aparte de la armadura de combate, Zeus adquirió un rifle de aceleración magnética en la armería, junto con un par de baterías de respaldo. Tecnología antigua pero confiable. Tampoco olvidó su arma secundaria, un diminuto lanzador de misiles que se sujeta al antebrazo por medio de bandas ajustables. El tamaño lo hacía muy práctico, pero no muy versátil por la limitada variedad de misiles que podía lanzar.

Se aproximó a la cápsula que le correspondía, la escotilla ya estaba abierta. El espacio para acomodar al usuario era pequeño, pero más no era necesario. Llegaron a su atención unas letras destellantes flotando en la entrada del vehículo, esto era algo nuevo. Enfocó la vista para leer:

ADVERTENCIA

Desactive y asegure sus armas en los espacios correspondientes.

No abra el hocico ni extienda la lengua durante el descenso.

Es preferente ayunar antes de usar.

El último punto le refrescó la memoria, tal vez más de lo que hubiera querido. Introdujo su cabeza en el yelmo lentamente, teniendo mucho cuidado con su nariz. Para su sorpresa, descubrió que efectivamente sí podía abrir la boca aún con él puesto. Después del primer suspiro, apareció frente a él una cuadrícula azul muy fina, acompañada con el tradicional tono agudo de inicio.

Zeus volteó a su derecha. Media docena de lobos, parados frente a sus vehículos respectivos igual que él, todos con la misma armadura y más que listos para partir. Ya no se les podía ver el rostro a través del blindaje.

Otra sorpresa, al parecer sí habían actualizado el sistema de asignación de blancos. El delgado contorno azulado alrededor de los lobos en su campo de visión permanecía sin mejora, lo que cambió es que ahora le era señalada la posible localización de órganos vitales.

Parte de su formación de combate incluía anatomía, especialmente arkelan y humana. Jamás dejaba de ser ventajoso el conocimiento de qué áreas de un organismo son más vulnerables y fructuosas de atacar. Respecto a otras especies alienígenas, su educación era tal que los arkelan eran capaces de deducir en que partes del cuerpo se alojaban órganos vitales o delicados, basándose meramente en la figura de éste.

La actualización le sería muy provechosa, le ahorraría tiempo de reacción, pero se preguntaba porque no agregaron un señalamiento que le facilitara la tarea de discernir entre camaradas y hostiles. En ocasiones podía ser difícil.

Notó como los seis lobos se le quedaban mirando. Le gustaba que fueran tan pacientes. Esperaban en absoluto silencio la indicación de proseguir. Giró la cabeza, a su otro costado estaba el Alfa.

-Vamos -fue la orden que recibió apenas lo miró.

Sarka metió el hocico en su yelmo y entro a uno de los VIAs. Sin la necesidad de verlos, Zeus supo que los demás hicieron lo mismo. Hubo un breve traqueteo cuando todos aseguraron sus rifles en los receptáculos especializados, hechos para inmovilizar el arma y evitar que pudiera llegar a dispararse. No es conveniente tener una perforación en el caparazón.

El hizo lo mismo y subsecuentemente prosiguió abrochándose el arnés de seguridad. Unas gruesas bandas en equis lo apretaban por el pecho y otra individual alrededor de la cintura. Las ajustó lo más que pudo, al cabo que su armadura impedía que le cortaran la circulación. Respiró hondo al ver como la escotilla se deslizó hacia abajo automáticamente, trancándose. Los proyectores holográficos se activaron, florecieron ante él múltiples comandos de inicialización y el estado de chequeo de los sistemas. Conocía la rutina bien, lo que seguía era esperar.

Aun siendo el Alfa del escuadrón, Sarka no poseía control alguno sobre cuando ser expulsado del carguero. Serían lanzados automáticamente el momento en que la nave sobrevolara el punto designado. La velocidad actual de la Colmena, la resistencia del aire después de penetrar la atmósfera, todos los factores que podían afectar su descenso fueron previamente calculados por una computadora. Caerían con precisión sobre el blanco. En esta particular ocasión, se seleccionó una plaza lo suficientemente amplia para albergar el aterrizaje de ocho cápsulas sin problemas.

Pasaron tres minutos antes de que sucediera algo, Zeus los contó. Lo mejor siempre era alistarse desde antes. Solo había oportunidad para una pasada antes de que la Colmena fuera detectada. Sobrevolar una segunda vez era demasiado atrevido.

No había charla, ni un solo comentario. No obstante, a cada uno de ellos lo acosaba la misma idea. Todos tenían el mismo presentimiento de que la misión fue pobremente planeada. No les era fácil lidiar con la idea que posiblemente estuviera basada en mera desesperación, pues serían ellos los que afrontarían las consecuencias de ser así.

Simplemente era ilógico, sin mencionar potencialmente contraproducente. Por qué dejarlos caer sobre una zona supuestamente segura, varios kilómetros del objetivo real, cuando los Infiltradores son entrenados para hacer justamente lo opuesto. Son adiestrados, por así decirlo, para caer precisamente en territorio enemigo, no para abrirse paso hasta él. Tenía menos sentido aún si se consideraba el poco lapso de tiempo disponible para completar aquella misión.

Quizá el motivo de la decisión se debió por lo mismo, al poco tiempo disponible; o tal vez el que la tomó de plano no razonaba, inclusive cabía la posibilidad de que no significara nada. Fuera como fuera, el fallo tomado no fue lo mejor, por lo menos no para ellos.

Existía una nueva variable, el corto camino a cruzar. En la ruta que serían obligados a recorrer a pie, muchos eventos podían dar lugar, no necesariamente para su beneficio. El peligro venía de sobra, y era uno de los motivos por lo que se usaban los VIA en primer ligar; para evitarse el riesgo innecesario de la caminata, para sortear los problemas que pudieran presentarse antes de llegar siquiera a su destino final.

Si de por sí existía un riesgo inicial con vainas de descenso como estas. Minúsculas aletas les permitían hacer correcciones menores en el vector de caída, sin embargo, la capacidad de efectuar maniobras evasivas era prácticamente nula.

Este hecho las dejaba vulnerables a fuego antiaéreo de la superficie. Repetidamente, el descenso parecía una eternidad a causa de la inquietud. Sus únicas ventajas eran su celeridad y su reducido tamaño, convirtiéndolos en blancos difíciles de dar. Al final, todas la amenazas eran irrelevantes. Sin importar la situación, al final terminarían obedeciendo sin chistar.

-Diez segundos -todos escucharon la voz del Alfa anunciar en su yelmos.

La cuenta regresiva había comenzado. Zeus podía observarla frente a él, se le hacía muy lenta como muchas otras ocasiones en las que se concentraba excesivamente. La iluminación interior cambió a rojo de forma automática. De ser una inserción por la noche, el color rojo era el que menos afectaba la visión nocturna natural de los arkelan, por limitada que fuera.

Finalmente después de lo que le pareció una eternidad, Sarka añadió con su distintiva voz de insensibilidad:

-Tres... dos... uno.

Zeus cruzó sus brazos sobre su pecho y se abrazó con fuerza al escuchar el pitido que indicaba "cero", anticipando el jalón a punto de acontecer. Las ocho cápsulas fueron expulsadas en sincronía y recorrieron el tubo de escape en menos de un segundo. El Carguero entonces disparó los cohetes secundarios laterales y rodó hacia un lado, saliendo de la órbita planetaria con la maniobra; la carga había sido lanzada y no era necesario exponerse a ser derribado. Estaban por su cuenta.

Mientras tanto, para los Infiltradores, los líquidos corporales comenzaban a subir. La velocidad no hacía más que aumentar y en esa posición recta toda la sangre se iba al cerebro. Los mareos y dolores de cabeza no eran raros en lo más mínimo. Lo bueno era que gracias a la misma velocidad en constante incremento, el viaje se hacía muy corto. Unos cuantos minutos solamente.

Un saco de llamas incandescentes los envolvió al friccionar con los gases superiores que rodeaban Xisten. Hubo muchas sacudidas, pero las cápsulas se mantuvieron en una posición vertical debido a su forma. Zeus aun mantenía los brazos apretando su pecho. El arnés hacía bien el trabajo de mantenerlo firme en su lugar sin importar el ajetreo.

Momentos después, cuando uno se iba acostumbrando a la velocidad, se experimentaban los desplomes esporádicos, causados por bolsas de aire de baja presión. Provocaban que las cápsulas cayeran más rápido en ciertos momentos del descenso. La turbulencia se apaciguaba gradualmente conforme se alcanzaban alturas más bajas, solo que los dolores punzantes en la cabeza persistían por mucho más. Poco después, lo único audible era un zumbido grave e invariable, el aire siendo dispersado hacia los lados.

Zeus sintió un estallido retumbar bajos sus pies, los cuales apenas lograba mantener pegados al suelo. El VIA se estremeció bruscamente, pero no significaba que hubiera aterrizado. El rito siempre era el mismo. Eran los cohetes desaceleradores en acción, lo que significaba que estaba a punto de tocar tierra. Disminuían la velocidad justo antes de que el usuario se desmayara. Era posible escuchar su rugido a través del revestimiento térmico. El peso de uno se normalizaba poco a poco y la tensión del cuerpo desaparecía. Faltaba solo un poco más.

Ahora y en ésta parte del descenso, se darían cuenta si el enemigo tenía emplazamientos antiaéreos. Aunque nadie había dicho una sola palabra desde que dejaron el carguero espacial, de alguna manera, éstos instantes siempre parecían ser mucho más callados en comparación.

Ya no se oía el rugido de los cohetes o el zumbido de la caída, solo el sonido perpetuo de su propia respiración. Estaba demasiado distraído, esperando a ver si efectivamente era un área segura en donde aterrizar.

El desasosiego se hacía más fuerte con cada segundo que transcurría. Odiaba tener que pasar por ésta sensación con cada inserción orbital. Sino fuera por el misterioso exceso de suerte que no le soltaba los talones, jamás hubiera aceptado formar parte de ésta rama militar en primer lugar. Le iba extrañamente bien como Infiltrador, si no estuviera educado diría que era cosa del destino.

Un orificio apareció repentinamente delante de sus ojos con un horrible chillido, haciendo añicos los proyectores frente a él y lanzándole pequeños fragmentos cortantes a la cara. El suceso cercenó sus pensamientos como un cuchillo, dejándolo ofuscado. El casco lo había salvado de quedarse ciego. Como el disparo provino de abajo, el ángulo que llevaba la bala hizo que le pasara por encima de la cabeza. Aparecieron múltiples agujeros más, pero no sintió ni un piquete de dolor, afortunadamente nada pareció traspasarlo, nada lo rozó siquiera.

Sarka no tuvo la misma suerte, masculló de dolor cuando los enormes proyectiles antiaéreos le perforaron el estómago. La agonía era insoportable y no tenía el espacio suficiente para retorcerse. Usaba sus manos para cubrirse el abdomen con la delirante esperanza de evitar que se le salieran los intestinos.

El sufrimiento duró muy poco. Sus retroquemadores se apagaron al ser acribillados y su cápsula aceleró otra vez, cayendo en picada. El VIA se precipitó con demasiada velocidad hacia el suelo. El impacto fue espantoso. Asombrosamente, solo la parte inferior se agrietó, produciendo un penetrante grito al resquebrajarse el metal y un estruendo macizo con el golpe.

El arnés de seguridad no resistió la tensión y se rompió. La espina dorsal del lobo se quebró como una rama y su cerebro bajó al fondo de su cabeza, deformándose. Un chorro de sangre salió disparado a presión de su hocico y por entre sus colmillos, forzando su boca a abrirse y manchando su casco de rojo por el interior. Más de un hueso se astilló.

La escotilla de la cápsula salió arrojada como estaba diseñada, pero el lobo detrás no saltó fuera. Cayó hacia delante como un muñeco de trapo y se quedó tirado en el suelo, imposible de ser más inmóvil. La sangre empezó a escurrir tímidamente por entre los orificios en su armadura, lentamente formando un charco denso alrededor del cuerpo. Con esta cumplía su ducentésima inserción orbital, pero se lo había reservado, esperando el momento apropiado después del aterrizaje para mencionarlo.

Zeus tocó el suelo unos segundos después, a salvo y totalmente ileso por lo que era capaz de discernir. Tomó su rifle y saltó fuera en cuanto la escotilla dejó de estorbarle. Dio un par de pasos pero se resbaló y cayó de rodillas por la exasperación, jadeando. Retomó la calma cuando descubrió que no tenía un solo rasguño o moretón. Alguno de todos los dioses falsos en el universo debía quererlo mucho.

Volteó hacia todos lados, trastornado. Lo rodeaban edificios de más de treinta pisos, esto no asemejaba nada una plaza. No le tomó mucho darse cuenta que los demás no se encontraban a la vista, que él no estaba en donde debería estar. La única explicación era que las torretas automáticas lo habían desviado de su curso de alguna manera. Nunca en la vida escuchó de algo así.

Evidentemente, ésta misión no estuvo bien planeada. Alguien cometió el error de pensar que esto funcionaría. Alguien cometió una estupidez. Lástima que aun le dolía la cabeza, le dificultaba recordar la palabra número uno en su lista de palabras altisonantes.

Por lo que él sabía, era el único sobreviviente. La probabilidad de que se hubiera salvado a lo anterior de la manera en que lo hizo era muy pequeña, no obstante, sucedió. No podía darse el lujo de regresar y buscar a sus compañeros, se rehusaba a arriesgarse. Lo próximo era averiguar si había quedado más lejos de su objetivo... o más cerca. Zeus se apoyó en su rifle para ponerse de pie.