Crónicas de la Frontera: Capítulo XIX

Story by Rukj on SoFurry

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#21 of Crónicas de la Frontera

Y, por fin, ¡el último capítulo de Crónicas de la Frontera! ^^

Han pasado más de dos años desde que subí el primer capítulo aquí a SoFurry. Unos pocos días más de dos años, en realidad. Me alegra poder decir que, después de tanto tiempo, el viaje de Raon, Rukj, Jarek y Loki por fin ha terminado... ¿o no?

En este capítulo se cierran todos los puntos de la historia que, desde mi punto de vista, merecen ser cerrados. Como siempre, espero que os guste y, ¡muchísimas gracias por haber llegado hasta aquí! Ha sido un placer teneros como lectores y, en muchos casos, como críticos. Vuestros comentarios me han ayudado a mejorar un montón e incluso han modificado pequeñas partes de la historia aunque no os hayáis dado cuenta =P

Y eso es todo. ¡Muchas gracias de nuevo!


A menudo, Raon no podía evitar acordarse de su anterior vida con Rukj. De aquellos lejanos días en los que, sumergidos en su mundo de nieve y bajo la protección de aquella vieja cabaña, no habían tenido que preocuparse de antiguas leyendas, ni de lazos espirituales, ni de guerras fratricidas, ni de la muerte.

Entonces habían tenido algo que, en aquellos momentos, Raon echaba terriblemente de menos, algo por lo que, de haber podido recuperarlo, habría estado dispuesto a dar cualquier cosa.

Una rutina.

Levantarse todas las mañanas después de una comida escasa, pero suficiente; salir a cazar por las mañanas mientras el viento le acariciaba suavemente la piel, en busca de alguna rata de nieve que se hubiera despistado o, en el mejor de los casos, de algún ave que se hubiera posado para descansar; y sentarse en silencio a observar la Frontera a lo lejos mientras, sigilosa como un lince, la luz del día se iba tiñendo de rojo para sumir las Tierras de las Bestias en una calmada y fría noche. De vez en cuando, Rukj sacaría el martillo y algún clavo de la alacena y trataría de arreglar las viejas paredes de la cabaña, a las que el tiempo y el furioso viento no dejaban de pasar factura. O, quizás, Raon se bañaría en el lago cercano a su cabaña, aquel que sólo se deshelaba en verano y en el que el joven Humano se había visto reflejado tantas veces.

Aquella había sido su vida. Su cabaña. Su lago. Sus mañanas de caza y sus tardes de largos paseos. Su padre...

Por algún extraño motivo, Raon no podía dejar de pensar que, durante aquellos días, el tiempo no había corrido en ningún momento. Sus complejos mecanismos se habían mantenido quietos, esperando a que alguien llegara y volviera a ponerlos en funcionamiento.

Y ese alguien había sido Jarek.

Ahora, ¿qué le quedaba? Podía sentarse indefinidamente a observar, sombrío, cómo los hombres de Raizac se afanaban hora tras hora por apartar los cascotes de la caverna en la que habían librado aquella última batalla con Ronod. Podía preguntarse si algún día cumplirían su objetivo, si llegarían a encontrar a Rukj y Jarek con vida, o a descubrir el cuerpo muerto de Ailec bajo los escombros. Podía culparse por lo sucedido, o podía compadecerse de sí mismo.

Pero aquello no era una vida.

Raon habría dado cualquier cosa por haber podido dar un paso hacia atrás; sin embargo, ahora que por fin se habían librado de Ronod, parecía que el joven Humano tenía un nuevo torturador: el tiempo.

Y éste no le atormentaba sólo recordándole los días pasados, que probablemente jamás volverían a tener lugar, sino que también consumía poco a poco sus esperanzas de que Rukj y Jarek, las únicas dos cosas por las que estaba dispuesto a pelear a aquellas alturas, volvieran a su lado.

-Raon -escuchó en aquel momento a sus espaldas.

El joven sacudió la cabeza, tratando de despertar de sus sombríos pensamientos, y dirigió una breve mirada hacia atrás. No tardó en reconocer la silueta de Raizac, que le observaba con cierta preocupación a apenas unos pasos. Raon le miró como si fuera transparente y, a continuación, volvió a fijar su mirada en los escombros enfrente de él.

El toro dejó escapar un suspiro consternado y ladeó la cabeza, algo preocupado.

El Humano no se había movido de aquella posición en lo que llevaban de día. Después del desprendimiento, los hombres de Raizac habían acudido a informar al líder de la caravana de todo lo que había sucedido en su ausencia, desde el momento en que le habían tenido que sacar a rastras de aquella cueva. El toro había celebrado interiormente la muerte de Ronod, pero la alarmante noticia de la desaparición bajo los escombros de Rukj y Jarek le había pillado completamente por sorpresa. Aunque, conociendo a Ronod, debería haber previsto que el retorcido lince blanco jamás se marcharía a la tumba sin llevarse a alguien consigo.

Raizac comprendía perfectamente a Raon. Entendía aquel impulso suyo por aferrarse a la más mínima esperanza, al más pequeño y débil rayo de luz que pudiera librarle de caer en las sombras. Él también había sentido aquello cuando su propio hijo había muerto a manos de los arqueros de Ronod.

Precisamente por aquello, había ordenado a todos sus hombres que se apresuraran en retirar los escombros caídos a la mayor velocidad posible, en busca de Jarek y Rukj. El toro sabía que las esperanzas de encontrar a ambos con vida eran mínimas, pero si Raon estaba dispuesto a continuar luchando, Raizac no estaba dispuesto a dejarle atrás. No después de todo por lo que el Humano había tenido que pasar para librarles de la amenaza del lince torturador.

Aún así, era el comportamiento de Raon el que le preocupaba.

Sentado sobre una pequeña roca en la entrada de la caverna, el joven Humano había permanecido observando cómo los hombres de Raizac trabajaban durante horas, envuelto en sus más sombríos pensamientos y sin articular un solo sonido. Casi parecía como si la posibilidad de que sus dos seres más queridos hubieran muerto había matado algo dentro de Raon también. El toro temía que, de no encontrar a sus dos seres más queridos, Raon jamás volvería a ser el mismo.

-Eeem... Raon -repitió entonces el toro, tras carraspear -. ¿Te encuentras bien?

Esta vez, no recibió ninguna respuesta. Ni siquiera un simple movimiento por parte del joven Humano, que continuó sentado sobre la roca en la misma posición, con las piernas cruzadas y los brazos apoyados sobre las rodillas. Casi parecía como no le hubiera oído.

Tragando saliva, el toro se acercó a él y se sentó a su lado. Sin embargo, fue incapaz de articular una sola palabra, cohibido por aquel extraño mutismo que parecía envolver a Raon. Ambos dirigieron su mirada a la enorme montaña de escombros, que a pesar de todo parecía haber disminuido en relación a aquella misma mañana. Los hombres de Raizac trabajaban sin descanso, levantando las pesadas piedras que habían caído del techo y habían sepultado todo lo que se podía ver a lo largo de la sala. En muchas ocasiones, estas piedras estaban pegadas al suelo con aquel extraño material viscoso en el que se habían convertido, al derretirse, las extrañas sogas negras que parecían recorrer toda la caverna como si se trataran de un nido de serpientes. Cuando esto ocurría, los hombres de Raizac buscaban una espada corta o un cuchillo de mano y se dedicaban a retirar aquel curioso material pegajoso con el filo, pacientemente. Aquello no los detenía, pero sí retrasaba su trabajo y, en cierto modo, resultaba un verdadero contratiempo.

Raizac suspiró, impaciente. Tampoco él podía esperar para saber si Rukj y Jarek continuaban con vida. Cuando, años atrás, había decidido colocarse en el pequeño bando de los defensores de Rukj Jirnagherr y permitirle viajar en su caravana hasta que encontrara un lugar seguro, había tomado también la decisión de tratar de ayudarle en todo lo que fuera posible. No quería desperdiciar su última oportunidad de cumplir aquella promesa.

-Llevan un buen rato excavando, ¿verdad?

La voz de Raon a su lado consiguió sobresaltar al toro, que le dirigió una mirada extrañado.

-Parece que las rocas nunca se acaben -comentó el joven Humano, ladeando la cabeza mientras se mordía el labio inferior.

Raizac no supo exactamente qué responder. El tono de voz del joven Humano sonaba frío e impersonal, como si aquello no le afectara lo más mínimo y se estuviera limitando a observar aquellos datos de manera concreta y objetiva. Sin embargo, el toro era capaz de adivinar, bajo aquella aparente máscara de tranquilidad, un dolor y un sufrimiento mucho mayor de lo que él mismo podía llegar a imaginarse.

-Pues... sí -murmuró el toro, frotándose la sien suavemente con una pezuña y dejando escapar un largo suspiro de cansancio -. Pero... supongo que no puede quedar mucho. Al fin y al cabo, llevan ya varias horas con esto. Seguro que Rukj y Jarek aparecerán pronto.

-Eso espero.

Raizac omitió deliberadamente el hecho de que, aunque aparecieran, nada les garantizaba que fueran a estar vivos.

-Raon... ¿cómo te encuentras? ¿Estás bien?

El joven Humano tardó unos segundos en responder, todavía extremadamente atento a los movimientos de cada uno de los hombres de Raizac. Finalmente, negó suavemente con la cabeza.

-¿No crees que te vendría bien comer o beber algo? ¿Descansar un poco, al menos? -le preguntó Raizac, tratando de no alzar demasiado el tono de su voz -. Has pasado unos días muy duros... Quizás tendrías que...

-No estoy dispuesto a descansar hasta que no tenga a Rukj y a Jarek a mi lado -respondió Raon, sin dudarlo.

El toro le dirigió una breve mirada y descubrió que un extraño brillo se había encendido en sus ojos. Si estaba buscando la vida que quedaba en el interior del joven, acababa de encontrarla. Pero, en aquel momento, no habría sabido decir si aquello era algo bueno o malo...

-Entonces, ¿te importaría al menos salir a tomar un poco el aire? -le preguntó, tratando de sonar lo más amigable posible.

Raon pareció dudar.

La nieve había comenzado a caer lentamente fuera de la cueva en la que el súbito final de aquella historia se había precipitado sobre todos sus personajes. Los copos se deslizaban por el aire suavemente y caían sobre los techos de las tiendas de lona que Raizac había ordenado levantar a sus hombres a la puerta de la caverna, y que ahora se extendían en todas direcciones sin ningún tipo de orden. Tampoco habían tenido mucho tiempo de planificarlo mejor, de todas formas.

-Raon -le preguntó entonces el toro, mientras caminaba a su lado lentamente -. ¿Qué harás ahora?

El joven Humano le dirigió una mirada confusa, como si no entendiera del todo bien su pregunta. Raizac comprendió a qué se debía; el "ahora" de Raon, en aquel preciso instante, dependía de demasiadas cosas.

-Me refiero a qué harás si Jarek y Rukj aparecen... con vida bajo los cascotes.

El joven tardó unos segundos en contestar.

-Supongo que es difícil de saber -contestó, finalmente -. Hasta ahora, no he podido decidir qué hacer jamás. Cuando era niño viví junto a Rukj, protegido por él del resto del mundo. Era una protección necesaria, en cierto modo, puesto que de lo contrario me habrían matado; pero por otro lado no dejaba de ser una atadura. Rukj controlaba mi vida en aquel entonces, no yo. -Raon hizo una pausa, mientras sacudía la cabeza como tratando de apartar aquellos pensamientos de su mente -. Pero ni siquiera Rukj podía protegerme eternamente de la profecía de la Madre Kara, supongo. A partir de ahí, fueron ella y su orden la que decidieron lo que debería hacer, cuáles eran los pasos que debería seguir y cuál sería el final de mi historia.

>>Me preguntas qué quiero hacer, pero realmente no puedo saberlo ni yo mismo. Estoy demasiado acostumbrado a depender de las decisiones de los demás y, hasta ahora, nadie me ha dado la oportunidad de decidir por mí mismo. Empiezo a pensar que la libertad es un sentimiento molesto y extraño cuando no estás acostumbrado a ella. Pero, aún así...

Raon calló, sin saber muy bien cómo continuar la frase.

Raizac levantó la cabeza, con interés, creyendo percibir un cambio de actitud en el joven Humano. Minutos atrás, no le habría creído capaz de dar un discurso tan largo, conociendo el extraño mutismo en el que se encontraba sumido.

-...aún así, supongo que la única aspiración que tengo es poder vivir, simplemente. Y para mí, la vida no sería la misma sin... ninguno de ellos dos -la expresión del joven se tornó sombría al articular aquellas palabras y su tono de voz disminuyó -. Rukj es mi padre, mi mentor, mi tutor; me ha enseñado todo lo que sé, me salvó la vida siendo joven y le estaré eternamente agradecido. En cambio, Jarek es mi otra mitad -Raon esbozó una leve sonrisa -. Creo que, por mucho que me doliera, podría soportar la pérdida de Rukj, en realidad. Pero si Jarek muriera... una parte de mí moriría con él. Él forma parte de mi ser.

-¿Es por el vínculo de la madre Kara? -aventuró Raizac, percibiendo la amargura en las palabras del joven y tratando de cambiar de tema.

Raon negó con la cabeza, pero no dijo nada más.

Raizac le observó de reojo, sin saber muy bien qué más decir para continuar la conversación. Ahora que se había desahogado, el Humano parecía no estar dispuesto a hablar mucho más. De nuevo, su expresión se había vuelto inescrutable y sus ojos miraban al suelo, sin levantarse. Trató de buscar algo de lo que hablar.

-Hace unas horas, me informaron de que la Humana se había marchado de la caravana -le comentó, tras unos segundos -. Uno de mis hombres la sorprendió empaquetando en un macuto algunas de las provisiones que llevábamos con nosotros y dirigiéndose hacia los Páramos, sin más compañía que su propia sombra. Supongo que prefería viajar sola, ¿no crees?

Raon no respondió.

-O tal vez no se sintiera a gusto entre los hombres de mi caravana -prosiguió Raizac, sin dejar de observar la expresión del Humano con la esperanza de que un atisbo de emoción apareciera de un momento a otro en su rostro -. Trato de rodearme de los hombres más tolerantes de los que dispongo, pero conozco a un par de mentecatos que siguen anclados en su cerrado pensamiento de que no existe un Humano de fiar... me temo que no puedo controlar eso, de todas formas.

-Tal vez sólo quisiera regresar -murmuró Raon, con un hilo de voz.

-¿Regresar? ¿Adónde?

-No lo sé. Pero estoy casi seguro de que ella sí que tenía un sitio al que volver -continuó el joven Humano, aún con gesto sombrío.

Raizac trató de no insistir más en el tema, comprendiendo que nada conseguiría sacar a Raon de aquel humor oscuro y pesimista que parecía haberse apoderado de él. En el fondo, el toro comprendía al joven Humano, pero también sabía que aquella actitud no le serviría de nada para continuar adelante con su vida.

Había omitido contarle, de todas formas, que sus hombres habían localizado el cuerpo sin vida de Loki, semi-enterrado por la nieve, en los alrededores de aquella cueva. El toro había dado la orden de que lo recogieran y se lo llevaran consigo para, a continuación, ofrecerle una ceremonia funeraria digna de la labor que había desempeñado en vida. Y, en secreto, uno de los motivos por los que Raizac mantenía la orden de que sus hombres buscaran entre los escombros de la cueva era porque tenía la profunda esperanza de localizar el cuerpo de su hijo para poder ofrecerle el mismo ritual. Había tardado en comprenderlo pero, después de tantos años viajando por todas las Tierras de las Bestias y tantas muertes presenciadas, Raizac sabía que, aunque le causara mucho dolor, aquello era lo único que podía hacer por su hijo.

En aquel preciso instante, el toro percibió un cambio en la expresión de Raon y le dirigió una mirada de reojo, con curiosidad. Tras unos segundos, se giró hacia él y ladeó la cabeza, extrañado.

-¿Qué ocurre? -le preguntó.

No tardó en averiguarlo.

De la boca de la caverna acababa de aparecer uno de sus hombres, que parecía estar buscándole con la mirada. Raizac no tardó en comprender que aquello significaba que había cambios.

Por su parte, Raon no esperó ni un segundo antes de echar a correr hacia la cueva, con la capa de pieles blancas ondeando a su espalda. El toro dejó escapar una exclamación de consternación, alarmado.

-¡Raon, espera! -exclamó, alargando una pezuña hacia él.

Era consciente de que lo que el joven Humano encontrara al entrar podía ser muy diferente de lo que a él le habría gustado.

Sin embargo, Raon no aminoró el paso y continuó corriendo hasta introducirse en la cueva. El toro dejó escapar un suspiro y, a continuación, hizo una seña a un lince que se encontraba no muy lejos de allí.

-¡Valkir! ¡Encárgate de que los médicos estén preparados para atender a heridos graves cuanto antes! ¡Y date prisa!

No sabía qué era lo que Raon encontraría en la cueva pero, ante todo, quería estar preparado.

Raon sentía como si en cualquier momento el corazón se le fuera a salir del pecho.

Tras abrirse paso entre la marea de Bestias que pululaban de un lado a otro de la caverna intercambiando gritos y dándose mutuamente órdenes, había conseguido alcanzar el lugar en el que, apenas unas cuantas horas antes, había llorado hasta que se le habían secado las lágrimas. Una parte de él sentía verdaderos deseos de retroceder y cubrirse los ojos ante la posibilidad de que las cosas no salieran como él había esperado y, después de todo, tuviera que resignarse a lo peor. Sin embargo, la otra insistía violentamente en que se precipitara sobre el lugar donde había perdido de vista a Jarek y Rukj para averiguar si, después de todo, habían conseguido sobrevivir a la caída.

Incapaz de esperar más y tratando de contener los desbocados latidos de su corazón, provocados por el miedo y la angustia más absoluta, el joven Humano dio unos últimos pasos apartando a un enorme lobo que se encontraba contemplando lo que había bajo sus pies.

Lo que vio le dejó sin aliento.

Los hombres de Raizac habían tenido que cavar un par de metros en el suelo para encontrar el lugar en el que se hallaban, semi-enterrados por los cascotes, Rukj y Jarek. Su pelaje estaba manchado de barro, polvo, humo y aquella extraña sustancia viscosa en la que se habían terminado convirtiendo las sogas negras del suelo, pero en aquel momento, el joven casi tuvo la sensación de que resplandecían por sí mismos.

Rukj, en un último gesto desesperado por tratar de salvar la vida del otro lobo, le había cubierto con su brazo y parte de su espalda, exponiéndose a sí mismo al impacto de la mayor parte de los cascotes. Por ello, presentaba algunas feas heridas que se repartían entre sus omóplatos y su cintura; aunque, por suerte, parecía que no había ningún daño que lamentar en las zonas más importantes, como el cuello y la cabeza.

Pero Raon, acostumbrado desde siempre gracias al lobo de pelaje negro a analizar aquellos sucesos de manera crítica y racional, fue capaz de ver más allá de aquella situación y descubrir que, por debajo de toda aquella mugre, había algo que no se podía ver y que era incluso más importante que el hecho de que ninguno de los dos estuviera gravemente herido.

Era el hecho de que ambos estuvieran juntos.

Raon sabía que, de no haber sido por Rukj, Jarek probablemente había muerto bajo el enorme peso de los cascotes. El lobo negro debía de haber sido consciente de aquello también y, en un altruista gesto en el que arriesgaba su propia vida, se había lanzado para proteger a Jarek. Y Raon sabía que, en aquellos instantes, podía no parecer muy importante, pero el hecho de que Rukj por fin hubiera aceptado al otro lobo como a alguien digno de proteger le resultaba infinitamente reconfortante.

En aquel momento, Raon supo que jamás podría agradecérselo lo suficiente.

-¡Apartad, chicos! -escuchó entonces una voz a sus espaldas, que rápidamente reconoció como la de Raizac.

Raon se giró sobre sus talones. El líder de la caravana avanzaba, a grandes zancadas, junto a unos hombres que llevaban consigo unas grandes camillas que parecían haber sido improvisadas en un segundo. El joven Humano los contempló durante unos segundos, sin saber cómo reaccionar, hasta que finalmente llegaron al lugar donde él estaba. Sin embargo, en cuanto vio cómo recogían a Jarek y Rukj del suelo para colocarlos sobre aquellas camillas, alargó la mano, alarmado.

-¡Esperad! ¿Adónde os los lleváis?

-A la tienda de los médicos -le informó Raizac, dirigiéndole una rápida mirada -. Ellos se encargarán de que estén bien...

Raon dirigió una mirada de desconfianza a los hombres que acompañaban al toro, como si no confiara en ellos lo suficiente como para llevar a cabo aquella tarea. Pero, en aquel momento, la voz de uno de ellos llamó su atención:

-...parece que ambos están vivos aún. El lobo negro presenta más heridas y se encuentra en un estado realmente grave, pero el lobo cobrizo sobrevivirá sin problemas. Aún así, tenemos que atenderles ya.

Dicho esto, se levantaron rápidamente y, con Rukj y Jarek ya colocados sobre sus respectivas camillas, se dirigieron hacia la salida de la cueva, con la mayor rapidez que aquel suelo irregular y lleno de obstáculos les permitió.

Raon les siguió con la mirada, inquieto. A pesar de que la noticia de que ambos estaban aún vivos había conseguido tranquilizarle hasta cierto punto, no podía dejar de pensar en que, en aquel momento, el hecho de que Rukj y Jarek salieran de aquella dependía de unos hombres que no los conocían para nada.

Se sentía forzado a hacer algo, lo que fuera, para colaborar.

Aún así, en el mismo momento en el que levantó la mirada para preguntar a Raizac, este respondió tajantemente:

-No, Raon.

-¿Pero por qué no?

-Esos hombres son profesionales. Sabrán perfectamente qué es lo que tienen que hacer para conseguir que Rukj y Jarek se encuentren bien.

-¡Pero yo también sé cosas de medicina! -protestó el Humano, dirigiendo una mirada de reproche al toro.

Raizac se cruzó de brazos.

-Hasta ahora has tenido que hacer por nosotros un montón de cosas como Eslabón. Deja que, por una vez, sean los demás los que te ayuden a ti.

Dicho esto, el toro se dio media vuelta y salió de la caverna, acompañado por varios de sus hombres. Los pocos que permanecían allí se felicitaron entre ellos por el rescate, dándose palmaditas en la espalda e intercambiando palabras de ánimo.

Raon suspiró, sintiéndose impotente.

La noche transcurrió sin incidentes ni novedades.

Raon, incapaz de pegar ojo, pasó las horas muertas tratando de distraerse de cualquier manera con su daga, dibujando pequeños surcos en la nieve recién caída y a continuación difuminándolos al pasar la mano por encima para comenzar un nuevo dibujo. De alguna manera, tenía la sensación de que hacía mucho más frío del que él sentía, pero en aquel momento, aquello no le parecía de especial importancia.

En silencio, sólo podía pensar en Rukj y Jarek, en el hecho de que las vidas de ambos pendían de un hilo y en que él, completamente fuera de lugar aquella vez, era incapaz de hacer nada.

Raon jamás habría pensado que estar desocupado fuera tan horrible. Acostumbrado desde siempre a tener algún cometido que realizar, algún objetivo básico que cumplir, ahora se sentía vacío. Y no sólo la impotencia le estaba matando por dentro, sino también la incertidumbre y la angustia de saber que lo que ocurriera de aquel momento en adelante ya no dependía de él, sino que estaba en las manos de otros. La intriga iba a acabar con él de un momento a otro.

Poco antes de que despuntara el alba, incapaz de mantenerse por más tiempo sin hacer nada, se levantó y se dirigió a las afueras del campamento, sintiendo el cruel frío de los Páramos abrirse paso a través de sus capas blancas hasta morder su piel sin piedad. Sin embargo, trató de no dejarse amedrentar por el helador viento matinal y continuó avanzando sin detenerse una sola vez, hasta que hubo dejado la última tienda de lona del campamento bien atrás. Mientras sus pies se clavaban firmemente en la nieve del suelo, sus dedos se cerraron en torno a la lanza que portaba a su espalda en un intento de mantener la calma y dejar la mente en blanco.

No tardó demasiado en divisar, a lo lejos, lo que andaba buscando.

Raon se agazapó tratando de pasar inadvertido, mientras la piel blanca que le cubría la espalda le ayudaba a camuflarse con la nieve. Su presa, una curiosa rata de nieve que se había alejado un poco del resto de sus compañeros, pareció percibir el peligro y olfateó el aire con insistencia, creyendo percibir algo en él. Sin embargo, Raon era el depredador, y ya había previsto algo así, por lo que se había colocado de cara al viento de forma que él pudiera oler a la rata pero la rata no a él. Era fácil ser un cazador cuando recordabas esas cosas. Una especie no evolucionada jamás podría mantener aquellos útiles consejos en la mente.

Finalmente, la rata pareció suponer que no había ningún peligro a su alrededor, porque le dio la espalda a Raon y trató de alejarse a cortas zancadas. Un error mortal. El muchacho salió de su escondite y se abalanzó sobre su presa, que dejó escapar un chillido de horror antes de ser atravesada por la hoja de una lanza.

La alegría que inundó a Raon no podría explicarse con palabras, pero desapareció rápidamente como llevada por el viento mientras el joven se apresuraba a abandonar su escondite para recoger a su presa. Una vez hubo llegado hasta ella, apenas quedaban restos de la fugaz felicidad que le había proporcionado el conseguir aquel trofeo.

Raon se agachó junto a la rata de nieve y la observó, con atención. No había nada que diferenciara aquella hazaña de la que había llevado a cabo la mañana en la que se habían encontrado con Jarek, tiempo atrás, antes de que las cosas cambiaran tanto. Y, sin embargo, la situación no habría podido ser más distinta. Casi era como si los sucesos que habían tenido lugar entre aquel día y el momento actual se erigieran entre ambos como una barrera infranqueable, un muro que, por más que se esforzara, Raon jamás podría derrumbar.

Era otro tipo de Frontera, comprendió Raon, mientras se guardaba la rata en el zurrón. Sólo que, a diferencia de la Frontera real, que separaba a Humanos y Bestias, esta jamás podría ser derrumbada.

Todavía sumido en aquellos pensamientos, el joven Humano regresó al campamento sin tan siquiera haber despellejado la rata. Fue entonces cuando, con el rabillo del ojo, divisó la tienda de los médicos, dentro de la cual se encontraban atendidos Rukj y Jarek.

No parecía haber ningún movimiento ni en su interior ni en la puerta de lona y Raon, inquieto, se preguntó si aquellos hombres habrían decidido marcharse dejando a su suerte a los dos lobos. Sin embargo, pronto descartó aquella idea: eran empleados de Raizac y, después de todo, él sabía bien de quién se rodeaba en su caravana. ¿O no? El joven Humano no sabía si debía fiarse completamente de aquellos desconocidos en un tema tan importante como la seguridad de Rukj y Jarek. En el fondo, aunque confiara en Raizac, tenía la sensación de que, de haber alguien capaz de hacer algo por los dos lobos, ese era él. O, por lo menos, habría dado cualquier cosa por estar presente mientras los médicos atendían a ambos...

En aquel momento, la mirada del joven se desvió hacia los alrededores, con curiosidad. No parecía haber nadie cerca; al menos, no nadie que le fuera a impedir entrar a la tienda de los médicos, que además parecía estar completamente vacía.

Raon vaciló ligeramente. ¿Y si...? Dirigiendo una breve mirada hacia los lados para asegurarse de que nadie le interrumpiera en el proceso, el Humano dio un paso hacia la tienda, rezando por que sus pieles blancas le ayudaran a camuflarse una vez más; esta vez, adoptando la postura de una presa que trata de pasar desapercibida.

Sin embargo, no había dado un solo paso cuando una pezuña cayó con fuerza sobre uno de sus hombros, haciéndole soltar una exclamación de sorpresa.

-¿Ibas a alguna parte, Raon? -preguntó Raizac, a sus espaldas.

El joven Humano hundió los hombros, decaído, comprendiendo que el toro jugaba en su terreno y que ni mimetizándose con la nieve habría sido capaz de burlar su atención.

-Necesito saber qué tal están -respondió, suavemente -. No puedo aguantar esta espera durante más tiempo...

El toro tardó unos segundos en contestar.

-Ambos están vivos, si eso es lo que quieres saber.

-No, no lo es, Raizac -murmuró Raon, desviando la mirada -. Y tú lo sabes. Necesito verlos.

El silencio sobrevino a la conversación. El joven Humano aguardó, con el corazón en un puño y la pezuña del toro aún en su hombro. Consciente de que la decisión dependía de Raizac y no de él, cerró los ojos tratando de no dejarse llevar por sus impulsos y echar a correr directamente hacia la tienda.

Cuando los abrió, la pezuña y el toro habían desaparecido por completo.

La tienda de lona estaba casi completamente sumida en la oscuridad a pesar de que había amanecido hacía ya unas horas. Tan sólo un pequeño rayo de luz se abría paso por entre las densas tinieblas, desafiando las sombras e iluminando ligeramente el interior. El silencio tan sólo se rompía por un suave ronquido, que Raon no tardó en identificar como el de Rukj y que le tranquilizó bastante más que cualquiera de las palabras con las que Raizac había tratado de detenerle.

Al parecer, no había nadie en la tienda; nadie más que él mismo. Si en algún momento los médicos habían estado allí, desde luego habían dado su trabajo por acabado hacía ya un buen rato y habían salido de la tienda. Y, aunque por un lado Raon criticaba su falta de atención a ambos heridos, por el otro se sentía afortunado por haber tenido la ocasión de encontrar la tienda vacía.

El joven permaneció durante unos instantes en la puerta de la tienda, disfrutando de aquel sonido tan familiar que llevaba tanto tiempo sin escuchar, mientras esperaba a que sus pupilas se adaptasen a la escasa iluminación. Cuando lo hubieron hecho, avanzó unos pasos con cuidado de no hacer el más mínimo ruido. Hasta dónde su vista llegaba a alcanzar, había dos lechos en el interior de la sala: uno elevado al nivel de su cintura y otro sobre el suelo, cada uno situado en una de las esquinas de la enorme tienda de lona.

Sin poder evitar sentir cierta curiosidad, el joven avanzó hacia la esquina en la que se encontraba el catre elevado. Por el leve ronquido que escuchaba llegar desde allí, dedujo que aquel era el rincón en el que habían situado a Rukj. Al menos, tenía sentido; si el lobo negro era el que se encontraba en peor estado, los médicos habrían querido mantenerlo elevado para poder atenderle mejor. ¿Habrían tenido que realizar algún tipo de operación peligrosa que hubiera puesto en peligro la vida del lobo negro? Raon sacudió la cabeza, tratando de apartarse de aquellos pensamientos.

Cuando llegó al lugar donde descansaba el lobo negro, el joven Humano no pudo evitar que un escalofrío recorriera su espina dorsal. Su torso estaba oculto en su mayor parte por numerosas vendas que se entrecruzaban hasta donde Raon podía ver, probablemente debido a la gran cantidad de heridas en la espalda que se había hecho en el derrumbamiento. El joven se preguntó si serían graves y si habría secuelas, pero un breve vistazo al rostro del lobo negro le bastó para confirmar que éste se encontraba bien en aquel momento.

Como siempre que dormía, Rukj permanecía con los ojos cerrados suavemente y, los músculos de su hocico sueltos en un gesto de relajación que no era habitual en ellos. Su pecho subía y bajaba lentamente, al ritmo de su pesada respiración, mientras uno de sus brazos, también vendado hasta el codo, caía a un lado del lecho. Dándose cuenta de esto, Raon recogió el brazo y lo colocó de nuevo en el catre, con la zarpa sobre su estómago, temeroso de que aquella postura no le ayudara a recuperarse de su herida en el brazo. El hocico del lobo negro tembló durante una milésima de segundo, pero no dio la más mínima muestra de consciencia. Raon sonrió levemente, conocedor del sueño tan profundo que siempre había caracterizado a Rukj, y colocó una mano en su frente. Estaba húmeda por el sudor y algo cálida, probablemente por el estado en el que se encontraba el lobo, pero nada más.

El joven Humano echó un breve vistazo alrededor y descubrió que, al pie de aquella improvisada cama, había un cuenco lleno de vendas en remojo, cuya agua presentaba una ligera tonalidad rojiza, difícil de distinguir en medio de las sombras. Además, encontró un carrete de hilo, unas agujas y un frasco de alcohol, por lo que no le costó demasiado deducir lo que los médicos habían hecho allí.

-... ¿Raon? -escuchó entonces a sus espaldas.

El joven Humano se giró sobre sus talones, sobresaltado, aunque conocía de sobra aquella voz. Una vez se hubo tranquilizado, sus ojos resplandecieron con alegría y se apresuró a avanzar hacia el otro rincón de la sala.

-¡Jarek! -exclamó, en susurros -. ¡Estás... estás despierto!

El lobo de pelaje cobrizo esbozó algo parecido a una sonrisa desde su rincón. Raon, con cuidado de no tropezar con nada de lo que hubiera por el suelo en la tienda, se agachó a su lado e, incapaz de contener su emoción, le abrazó con fuerza. Jarek dejó escapar un quejido.

-Se supone que estoy moribundo, ¿recuerdas?

-Perdón, perdón -se disculpó Raon, aflojando un poco su abrazo.

El lobo esbozó una leve sonrisa y trató de corresponder al abrazo de la mejor forma posible.

-Querías decir que estaba vivo, ¿no?

-¿Eh? -preguntó Raon, sin entender.

-Antes, cuando has dicho que estaba despierto -le recordó Jarek, mientras su expresión se tornaba algo sombría -. Querías decir que estaba vivo, ¿verdad?

Raon no supo qué responder.

-Lo siento por haberte preocupado -murmuró el lobo de pelaje cobrizo, estrechando un poco su abrazo.

-No creo que fuera culpa tuya. Tú no hiciste que el techo se cayera, ¿no?

-No, pero sí que regresé al interior de la caverna cuando ya estábamos a punto de salvarnos y, por mi culpa, tanto yo como Rukj acabamos bajo los escombros -explicó él, dejando escapar un suspiro -. Cuando estábamos allí dentro, enterrados, recobré la consciencia un par de veces, ¿sabes? Desperté y todo a mi alrededor era oscuridad y dolor. Sentía algo más blando protegiéndome la espalda, pero la presión a mi alrededor era casi insoportable y apenas podía respirar. Creí que iba a morir más de una vez y pasé más miedo que nunca antes en mi vida -hizo una pausa y agachó las orejas -. En aquel momento, no se me ocurrió pensar en ti. Simplemente, tenía miedo por mi vida.

>>Esta noche volví a despertarme. Nos habían sacado de aquel horrible lugar y, por lo que parece, yo no estaba tan herido como Rukj. Vi a los médicos atenderle, vi cómo limpiaban sus heridas y cosían sus heridas, pero sobre todo les oí hablar. Dijeron que no habría sobrevivido si él no me hubiera protegido con su cuerpo. De no ser por él, ahora mismo estaría muerto. Cuando escuché aquello, no temí por lo cerca que estuve de morir. Tuve miedo por cómo te habrías sentido tú si hubiera llegado a pasarme algo por culpa de mi irresponsabilidad y mi insensatez.

-Sé que no he sido más que un estorbo durante este viaje -continuó Jarek, desviando la mirada -. Por mucho que tú digas que te he ayudado a seguir; a la hora de la verdad y, siendo prácticos, no he hecho nada más que poner obstáculos. Pero esta vez fui demasiado lejos. No he podido pegar ojo en toda la noche pensando en que, si por mi culpa, yo hubiera muerto y tú hubieras tomado alguna decisión horrible...

-Pero Jarek... -trató de detenerle Raon, aunque el lobo no le dejó continuar.

-¿Lo habrías hecho, Raon? -preguntó él, mirándole fijamente a los ojos -. ¿Habrías hecho algo de lo que pudieras arrepentirte?

El joven Humano no respondió.

Simplemente, se apartó de él y se sentó sobre sus rodillas, contemplándole con una mezcla de lástima y ternura en lo más profundo de sus ojos.

-Pero... no es culpa tuya -murmuró finalmente, incapaz de decir nada más.

Jarek suspiró suavemente, alicaído.

Entonces, una chispa de diversión atravesó uno de sus ojos esmeralda y el lobo esbozó una amplia sonrisa, guiñándole un ojo a Raon y arrancándole una mueca de sorpresa.

-Bueno -prosiguió, con tono burlón -. Falsa modestia aparte, lo importante es que eso no ha pasado y que os he salvado el pellejo a todos.

Raon parpadeó un par de veces, perplejo.

-Que nos has... ¿salvado a todos? -preguntó, sin entender.

-Por supuesto -repitió Jarek, muy convencido de lo que decía -. ¿De verdad crees que me lanzaría hacia las llamas del interior de la caverna sin ningún tipo de objetivo?

El joven ladeó la cabeza, sin entender del todo.

Justo cuando estaba a punto de preguntar, alguien descorrió la puerta de la entrada, iluminando el interior de la tienda de lona y dejando escapar una exclamación de sorpresa.

-¿Se puede saber qué haces tú aquí? -preguntó un lince de color pardo, uno de los médicos que habían atendido a los dos lobos, frunciendo el ceño.

-Yo... estaba... -murmuró Raon, intentando buscar una excusa. Sin embargo, mentir nunca había sido su fuerte y sus constantes balbuceos sólo consiguieron enfurecer al lince aún más.

-¡Sal de aquí ahora mismo! ¿Es que no te das cuenta de que si le provocas algún daño al lobo negro podrías matarlo para siempre?

-No creo que estuviera pensando en tumbarse encima suyo, lince -replicó Jarek, esbozando media sonrisa burlona -. Ni en pegarle un puñetazo, precisamente.

-No pretendía hacerle ningún daño -explicó Raon, apresuradamente.

-¡Eso me es indiferente! ¡Es muy irresponsable por tu parte el estar aquí como si nada! -le reprochó el lince, agarrándole de los hombros y obligándole a levantarse, mientras le forzaba a avanzar hacia la salida -. Si de verdad aprecias a estos dos lobos, esperarás a que estén completamente recuperados, Humano.

-¡Pero...! -exclamó Raon, tratando de resistirse -. ¡No estaba haciendo nada malo!

Desesperado, el Humano dirigió una mirada en busca de auxilio a Jarek, que se limitó a encogerse de hombros y despedirse con una zarpa, aún sonriente, como si supiera que no había nada que pudiera hacer o decir para conseguir que el médico cambiara de opinión. Raon maldijo por lo bajo la dejadez de Jarek y, tratando de liberarse, forcejeó un poco, aunque con cuidado de no provocar ningún accidente en el interior de la tienda.

Sin embargo, quizás precisamente por eso, terminó fuera de la tienda y, muy a su pesar, escuchó como el lince cerraba con cordeles la entrada de la tienda para, a continuación, increpar a Jarek el que hubiera dejado entrar al Humano.

Consternado, Raon suspiró y se dijo a sí mismo que, después de aquel último intento, lo único que le quedaba hacer era esperar.

Pasaron los días.

La estancia en el campamento de Raizac era bastante aburrida si no se contaba con la compañía adecuada y Raon se sentía tremendamente solo. Sabía por Raizac que Jarek ya permanecía consciente la mayor parte de los días, pero como aún no podía mantenerse en pie por sí mismo, los médicos le habían recomendado que se mantuviera en reposo. Y, como no podía ser de otra manera, tenía que reposar en la misma tienda en la que estaban atendiendo a Rukj; lugar al que, después de su pequeña incursión, Raon tenía terminantemente prohibido entrar.

De modo que el joven Humano trató de distraerse cazando algunas pequeñas Bestias menores o conversando con algunos de los miembros de la caravana. Estos eran tan poco dados a hablar como él mismo, por lo que no llegó a crear grandes lazos con ninguno de ellos y apenas se aprendió el nombre de uno o dos. Por su parte, Raizac parecía estar terriblemente ocupado aquellos días preparando la cremación de Loki y de Ailec, cuyo cadáver había aparecido por fin bajo la enorme montaña de escombros que se había derrumbado en el interior de la caverna.

De esta manera, Raon tenía la sensación de que el tiempo jamás había pasado tan lento.

Fue una de aquellas interminables mañanas, en la que había salido de caza, en la que le comunicaron por fin que había novedades. Raon había acorralado ya un pequeño gato de nieve y se disponía a atravesarlo con su lanza definitivamente cuando un grito de advertencia le hizo errar el tiro y girarse sobre sus talones. El mismo lince que, semanas atrás, le había echado de la tienda de lona en la que descansaban Jarek y Rukj ahora corría hacia él, tratando de no tropezar con la nieve recién caída. El joven Humano no habría sabido decir qué, pero había algo en su rostro que le transmitía buenas vibraciones.

Fue corriendo hasta la tienda de lona de los médicos y, aunque dudó unos segundos ante la entrada, indeciso, finalmente se decidió a entrar, respirando hondo. La tienda volvía a estar completamente vacía a oscuras a excepción de la luz que entraba por la entrada. Sin embargo, en aquella ocasión no había ningún ronquido que escuchar. Tan sólo, prestando mucha atención, el ruido de una suave respiración y la tenue sombra de una silueta, incorporada sobre el catre elevado del fondo de la tienda...

-¡Rukj! -exclamó Raon, sintiendo como si un enorme peso se le quitara de encima de los hombros.

Desde las sombras, el lobo de pelaje negro sonrió levemente y aguardó a que el Humano se acercara a él, sentado sobre la cama en la que le habían estado atendiendo durante aquellos días. Raon tuvo que contenerse para no abalanzarse sobre él y abrazarle allí mismo, pero las múltiples vendas que le habían colocado terminaron por disuadirle de aquella idea.

-¿Cómo estás? -preguntó, incapaz de contener la pregunta -. ¿Te ha ocurrido algo malo? ¿Qué han dicho los médicos que...?

-¿Otra vez haciendo demasiadas preguntas? -le interrumpió Rukj.

El joven calló, pillado en falta, pero el lobo esbozó una leve sonrisa y Raon comprendió que, por una vez en su vida, no hablaba completamente en serio.

-Al parecer, estoy bien -respondió Rukj, suavemente, mientras su expresión se tornaba algo más sombría -. Los médicos dicen que he estado a punto de morir, de todas formas, y que necesitaré unos meses de reposo. Pero, por suerte, no hay nada que lamentar.

Raon observó al lobo negro durante unos instantes y después rompió a reír, sin poder evitarlo. Rukj le dirigió una mirada extrañada, sin ser capaz de entender qué le ocurría.

-¡Lo siento! -se disculpó el joven Humano, al cabo de unos segundos -. Es que estaba tan nervioso... pensé que no saldrías de esta, aunque la experiencia ha demostrado que no es fácil acabar con Rukj Jirnagherr, el proscrito -hizo una pausa, sonriendo -. Además, tú has sobrevivido a comisarios, torturadores, Bestias peligrosas de los Páramos, Rastreadores y derrumbamientos, saliendo ileso. En cambio, fíjate en mí. -Y, mientras decía esto, levantó su mano izquierda, en la que le faltaba un dedo -. Sólo tuve que enfrentarme a un lince para quedar marcado para siempre.

-Has tenido que enfrentarte a muchas cosas, Raon -apuntó Rukj, ladeando la cabeza y dirigiendo una breve mirada a la mano vendada del joven, que ocultaba su carencia -. Si tan sólo hubiera sido a un mercenario lince, casi hasta me sentiría contento. Pero me temo que, prácticamente, has tenido que enfrentarte al mundo entero.

El Humano no respondió.

-Así que no subestimes tu papel en esta historia -le pidió el lobo negro, mientras apoyaba la espalda en la pared de la tienda de lona -. Porque, después de todo, es el más importante.

Un carraspeo se escuchó en el rincón contrario de la tienda. La expresión de Rukj pareció relajarse un poco y esbozar algo parecido a una sonrisa.

-Bueno -reconoció, tras unos instantes -. Es posible que también haya habido otro personaje importante en ella... aunque no demasiado, diría yo.

-¿No demasiado? -preguntó Jarek, intentando sonar ofendido.

Rukj no respondió, pero se recostó sobre su lecho de nuevo, aún sonriendo. Raon, sin embargo, acababa de recordar algo.

-Jarek -preguntó, con curiosidad -. ¿A qué te referías el otro día?

El lobo de pelaje cobrizo tardó unos segundos en reaccionar, sin entender.

-¿De qué hablas?

-Cuando me echaste en cara que nos habías salvado el pellejo a todos -murmuró Raon, llevándose una mano a la frente y tratando de mantener la paciencia -. ¿Qué es lo que querías decir?

Jarek pareció recordar y un brillo de felicidad pareció encenderse en lo más profundo de sus pupilas verdes.

-Oh, bueno -dijo, cruzando los brazos tras la cabeza -. Después de lo que sucedió en la caverna, podríamos deducir que todos los vestigios de la antigua raza Humana han sido destruidos, ¿no? Gracias a... la barbacoa que Ronod organizó ahí dentro, podríamos decir que las leyendas sobre una civilización anterior serán siempre eso: leyendas. ¿No es así?

-¿Puedes ir al grano, por favor? -le pidió Raon, impaciente. Rukj, a sus espaldas, también parecía mostrar cierto interés en las palabras del otro lobo.

-Está bien -accedió Jarek, dejando escapar un suspiro -. Digamos que, después de que Ronod me hubiera hecho preso, pude ver cómo sus hombres destrozaban el interior de la caverna, con todas las cosas que había ahí. No dejaron nada entero, eso te lo puedo asegurar; antes de que prendieran fuego a la sala, ya no quedaba nada que rescatar. Excepto...

El lobo dejó la palabra en el aire durante unos segundos, lo que consiguió que se ganara una mirada de soslayo por parte de Raon.

-¡Lo siento, lo siento! -se apresuró a disculparse, mientras se giraba sobre la cama y empezaba a buscar algo entre las sábanas. Tras unos segundos, se volvió hacia Raon y le ofreció un pequeño objeto rectangular, con gesto triunfal -. En definitiva: esto es lo que fui a buscar cuando volví a la caverna.

El joven Humano tardó unos instantes en reconocer qué era aquello. Había visto montones de ellos en aquella cámara llena de objetos extraños procedentes de la antigua civilización e, incluso, Jarek había tropezado con ellos. No tardó demasiado en comprender qué era.

-¡Es...! -comenzó a decir, ilusionado. Sin embargo, tuvo que detenerse, al comprender que no sabía cómo se llamaba aquella cosa.

-Es uno de aquellos almacenadores de imágenes que vimos dentro de la cueva -terminó Rukj por él, sorprendido, mientras volvía a incorporarse, con un gesto de esfuerzo -. No... no me esperaba que fueras capaz de recuperar uno, Jarek.

La sonrisa del lobo se hizo aún más amplia.

-Pues deberías aprender la lección, Rukj. Mientras estaba preso tuve mucho tiempo de analizar lo que los hombres de Ronod hacían a mi alrededor. Vi cómo destrozaban aquella caja enorme de vidrio en la que pudimos ver las imágenes hasta dejarla reducida a pedazos. Aquellos bobos pensaron que esto no era más que otro pedazo inservible de aquella caja, así que lo dejaron tirado; pero yo recordé lo que habíamos visto y le di vueltas. Comparándolo con los que había en el montón de al lado, deduje que era en estos pequeños rectangulares en donde debían de capturarse las imágenes que utilizaban antiguamente los Humanos.

-Yo pensé lo mismo, aunque no estaba nada seguro -murmuró Rukj, perplejo -. ¿En serio llegaste a esa conclusión tú solo?

Jarek trató de parecer indignado.

-¿Cómo te atreves a dudar de mi potencial? -le increpó, abrazando con fuerza el objeto rectangular mientras le dirigía una mirada herida -. Bueno, como iba diciendo, mientras huíamos de allí pensé que no habría forma de recuperar aquellas imágenes a no ser que alguien se hiciera con esto. De modo que...

-...te lanzaste hacia el interior de la cueva -comprendió Raon, asintiendo, impresionado -. Incluso aunque le tuvieras un miedo terrible al fuego.

-Sí, bueno... -masculló Jarek, rascándose la cabeza -. En realidad, aún no estoy nada seguro de que esta cosa nos vaya a ser de alguna utilidad, pero si había alguna mínima posibilidad de que así fuera, quería asegurarme de no desperdiciarla -hizo una pausa -. Además... una vez lo hube recogido y me di cuenta de donde estaba... me caí y...

-Rukj y yo te encontramos allí, hecho un ovillo -recordó Raon -. Al principio pensé que tan sólo habías perdido el sentido, pero, en realidad, también estabas protegiendo esto, ¿no?

Jarek asintió, ruborizándose suavemente.

-Por eso me gusta creer que he ayudado en algo a este viaje -murmuró el lobo de pelaje cobrizo, desviando la mirada -. Aunque, después de todo, este artefacto no nos sirva para nada. Espero que sí. De lo contrario, me sentiría muy mal por haber arriesgado mi vida y la de Rukj para nada.

-No; está bien, Jarek -intervino en aquel momento el lobo negro, dirigiéndole una larga mirada en la que se distinguía un pequeño atisbo de aprobación -. Tienes razón en algo. Aunque haya sólo una mínima posibilidad de que esta cosa funcione, está bien que te esforzaras tanto por recuperarla.

-Pero no tenemos aquel otro artilugio, el que tiene forma de caja -resaltó Raon, dejando escapar un suspiro -. Y sin eso, ¿de qué nos sirven las imágenes?

El silencio sobrevino a los tres.

-Bueno -terminó por decir Jarek, tras unos segundos -. Lo importante es que, al menos, sí que tenemos esto. Y, con algo de suerte... recogerá las palabras del Vindicador Aron y las imágenes que venían después. Además, ha sobrevivido después de tanto tiempo enterrado conmigo y Rukj, ¿no? -remarcó, sonriendo -. Seguro que eso es una señal.

-Puede ser -sonrió a su vez Raon -. Además, sólo tenemos que encontrar uno de esos artilugios.

-Apuesto a que la Orden de los Cachorros de Kara, además, conoce la ubicación de otro vestigio Humano -apuntó Rukj, ladeando la cabeza -. No me parecería tan extraño, después de todo.

Dicho esto, abrazó con fuerza a Jarek y le atrajo hacia sí, besando su hocico. El lobo dejó escapar una suave risa y correspondió al abrazo, mientras Rukj les observaba desde un rincón, con un brillo de alegría en sus ojos.

Raon comprendió, en aquel momento, que aquello era la felicidad. Que no quería nada más que permanecer así durante el resto de su vida, con los dos lobos a los que amaba, viviendo una vida sin sobresaltos después de todo por lo que habían pasado. Sabía que, de ser así, sería feliz.

-Bueno, ¿podemos salir ya de aquí? -le preguntó entonces el lobo de pelaje cobrizo, apartándole suavemente de él -. Me estoy aburriendo de estar siempre en la misma tienda de lona, ¿sabes?

-¿Pero no te dijeron los médicos que tenías que guardar reposo? -le preguntó Raon, perplejo.

-Sí, pero mi reposo acabó hace tres días -le explicó el lobo, con una mueca burlona.

-Entonces, ¿por qué no habías salido de la tienda aún? -le preguntó Raon, indignado.

-Porque estaba esperando a que rompieras las reglas y vinieras a buscarme, tal y como hice yo con el rectángulo de las imágenes. Pero parece ser que no has sido tan valiente, ¿eh?

Raon tardó unos instantes en comprender que estaba bromeando y, cuando lo hizo, le golpeó suavemente en un hombro.

-¡Ay! ¡Oye, ten cuidado, que aún sigo herido!

-Eres un idiota -murmuró el joven, aunque sonriendo levemente.

-¿Eso quiere decir que me vas a sacar de aquí de una vez?

-Esperad un segundo -les interrumpió Rukj, con suavidad. Los dos se giraron hacia él, cogidos por sorpresa -. Antes de que os marcharais, me gustaría hablar un rato a solas con Jarek. Si no te importa, Raon.

-Para nada -respondió el Humano, con un hilo de voz, preguntándose qué pretendería Rukj. A continuación, se giró hacia Jarek y murmuró -. Estoy algo cansado, así que te esperaré en mi tienda. Si no sabes cuál es, pregunta a los que veas por el campamento.

-Está bien -respondió Jarek, sonriendo.

Raon creyó percibir algo extraño en su expresión que no fue capaz de identificar, pero sólo duró unos segundos, por lo que sacudió la cabeza y, tras despedirse por última vez de ambos, salió de la tienda de los médicos y se encaminó hacia la suya propia. Por el camino, no dejó de pensar en el alivio que suponía para él que ambos lobos estuvieran bien y, aunque era incapaz de culpar a Jarek por la medida desesperada que había tomado, maldijo que el lobo de pelaje cobrizo se hubiera expuesto de aquella manera. Si tan sólo hubiera compartido lo que sabía con ellos a tiempo...

Una vez llegó a su tienda, el joven dejó la caza de aquella mañana en la entrada y se echó sobre su propio jergón, sintiéndose de repente muy cansado. Quizá fuera por los emociones de los últimos días, que le habían impedido pensar en nada más y le habían quitado muchas horas de sueño. Ahora que ya no tenía por qué preocuparse de lo que le ocurriera a Rukj y Jarek, parecía que aquella sensación de angustia e incertidumbre había desaparecido como si se tratara de una lejana pesadilla. De modo que, dejándose llevar por la dejadez de sus pensamientos y la pesadez de su mente, se acurrucó en su capa de pieles mientras se iba sumiendo poco a poco en un sueño tranquilo y profundo; el primero en muchos días.

No habría sabido decir cuánto tiempo permaneció envuelto en la telaraña del sopor, durmiendo plácidamente. Podrían haber sido minutos o horas, no importaba; la cuestión es que, sólo por un rato, pudo evadirse del mundo y dejarse llevar por las mareas de su propia inconsciencia. Sin embargo, tras un período indefinido, una de aquellas mareas le trajo una sensación que había olvidado hacía ya mucho tiempo: el tacto de dos suaves zarpas recorriendo su cintura suavemente. Fue aquella misma marea la que le devolvió con lentitud a la consciencia.

Cuando abrió los ojos, lo primero que encontró fue el rostro sonriente de Jarek, tumbado a su lado, mirándole fijamente con aquellos preciosos ojos esmeraldas que Raon había aprendido a amar hacía ya tanto tiempo. Durante unos segundos, el joven Humano se sintió tentado de decir algo, aunque no fue capaz de encontrar nada que pudiera ser dicho en aquel instante, nada que no pareciera estar completamente fuera de lugar y momento. De modo que contempló como si fuera la cosa más importante del mundo cómo el hocico de Jarek se acercaba a su rostro hasta que ambos se entregaron a un largo beso.

El joven Humano cerró los ojos y se dejó llevar por aquella sobrecogedora corriente de sentimientos que le inundaba en aquellos momentos, mientras el lobo de pelaje cobrizo recorría con su zarpa el terreno entre su cadera y su espalda, sumergiéndose bajo las pieles blancas para comenzar a acariciarle suavemente. Raon, completamente entregado a aquel momento, se limitó a prolongar el beso durante el mayor tiempo que pudo mientras una de sus manos, guiada por un impulso instintivo, comenzaba a escalar por el estómago de Jarek hasta hundirse en el suave y denso pelaje de su pecho, donde comenzó a acariciarle con ternura.

El lobo dejó escapar un suave jadeo y le atrajo más hacia él, mientras su hocico se abría para dejar que su lengua se introdujera en la boca del Humano. Éste reaccionó con sorpresa, pero se dejó llevar por el momento tratando de disfrutar al máximo de las sensaciones tan maravillosas que le producía aquel contacto. Los dos permanecieron así un rato, jugando con la lengua del otro y acariciándose apasionadamente, hasta que poco a poco el beso se fue apagando y ambos se separaron, jadeantes. Raon alzó la mirada y se encontró con los ojos de Jarek, cuyas pupilas parecían prometerle una ternura infinita.

-Te quiero -musitó el lobo de pelaje cobrizo, sin desviar la mirada un ápice del rostro del Humano.

-Y yo a ti -murmuró Raon, como en un sueño.

El lobo sonrió y volvió a acercar su rostro al del joven Humano para entregarse a un nuevo beso, esta vez algo más rápido y apasionado. Raon jadeó suavemente ante el entusiasmo de Jarek, pero se dejó hacer mientras sus manos recorrían el pelaje de la espalda del lobo, acariciando con los dedos cada uno de sus músculos. Por algún motivo, era incapaz de guiar sus manos: éstas simplemente seguían el camino que ellas querían seguir, disfrutando del roce con el cuerpo de la Bestia a la que amaba y permitiendo que el joven Humano no pensara en absolutamente nada más que en disfrutar.

Antes de que pudiera darse cuenta, Jarek se había deshecho de su capa de pieles y la había arrojado a uno de los rincones de la tienda, dejando su torso desnudo y sin pelaje al aire. Raon respiró con fuerza sintiendo el frío de las Tierras de las Bestias en su piel, pero no tuvo mucho tiempo para pensar en ello antes de que el lobo se colocara encima de él y le abrazara con fuerza, ofreciéndole todo su calor. El joven, sintiendo sobre todos los rincones de su cuerpo la cálida y suave caricia del pelaje de Jarek, dejó escapar un suave suspiro.

Pero nada le había preparado para lo que vendría después.

De repente, Raon notó algo áspero y húmedo ascendiendo por algún punto entre su pecho y su estómago hasta llegar a su cuello; un tacto tan sumamente placentero que le hizo estremecerse y proferir un suave gemido. La sensación de frío que siguió a aquella maravilla le hizo comprender que Jarek acababa de lamerle el torso y se ruborizó intensamente, clavando las yemas de sus dedos en los hombros del lobo y forzándose a dejar de temblar de placer.

Sin embargo, Jarek no tardó en aparecer en su campo visual, aproximando su rostro al del Humano y lamiendo con suavidad la punta de su nariz.

-¿Te... te gusta? -le preguntó, jadeante y completamente sonrojado.

Raon se limitó a asentir. La respiración agitada del lobo de pelaje cobrizo parecía indicar que él también estaba disfrutando mucho de aquel intercambio de gestos de cariño... y no tardó en descubrir que así era cuando, de repente, volvió a sentir su lengua descendiendo desde su cuello hasta su pecho, girando en su clavícula y recorriendo todos y cada uno de los centímetros de su piel, cálida por la excitación.

Pero Jarek no se detuvo ahí: continuó lamiendo suavemente el torso del Humano mientras éste gemía de placer, recorriendo con los dedos su pelaje, con los ojos cerrados, mientras se dejaba llevar por el momento. Ambos continuaron así hasta que la lengua de Jarek comenzó a descender cada vez más y más, al mismo tiempo que el tono de los gemidos de Raon ascendía. El joven trataba de no causar demasiado alboroto, más que nada porque no quería que nadie más que ellos dos fuera consciente de lo que estaba ocurriendo en el interior de su tienda de lona, pero era en vano.

Aquellas sensaciones, jamás descubiertas hasta el momento, resultaban ser demasiado para él.

No tardó demasiado en sentir el frío matinal de las Tierras en sus piernas, ahora desprovistas de cualquier tipo de prenda por Jarek. El Humano se ruborizó aún más intensamente, consciente de que tan sólo su ropa interior le separaba de la desnudez absoluta y tratando de mantener la calma. Sin embargo, no pudo darle muchas vueltas puesto que, antes de que pudiera pensar siquiera en protestar, la zarpa de Jarek recorrió suavemente su entrepierna, haciéndole soltar un gemido de placer.

-N... nos van a oír... -murmuró el joven, temblando violentamente por la intensidad del momento.

-Pues que nos oigan... -respondió Jarek con cierto tono juguetón, acercando su rostro al del joven Humano y besándole brevemente -. No me importa lo más mínimo.

Dicho esto, volvió a acariciarle la entrepierna. Raon, tratando de conservar la calma y mantener el silencio, apretó los dientes mientras dejaba escapar un jadeo, indefenso. El lobo continuó así un rato hasta que, con un pequeño brillo de preocupación en lo más profundo de sus pupilas, le dirigió una larga mirada.

-¿Ocurre algo? -preguntó, frunciendo el ceño.

-No, es sólo que... -murmuró el joven, tratando de controlar su respiración y los alocados latidos de su corazón, que amenazaba con escapar de su pecho de un momento a otro -. Yo no...

Jarek comprendió y le lamió suavemente la mejilla. Raon dejó escapar un suave suspiro.

-Oye -le dijo el lobo de pelaje cobrizo, clavando fijamente sus ojos en los del joven -. Si no quieres seguir, podemos dejarlo aquí, ¿vale? No quiero obligarte a hacer nada que no quieras.

Raon dudó.

Sus ojos, habituados ya a la penumbra de la tienda, se deslizaron por su cuerpo casi desnudo y el de Jarek. El pelaje cobrizo del lobo parecía fundirse con su piel clara en la oscuridad. El uno encima del otro, por primera vez desde que se habían conocido, casi parecía que estuvieran a punto de convertirse en un mismo ser.

El joven miró a Jarek, notando bullir en su pecho todo el amor que sentía hacia él. Descubrió la ternura en sus ojos, junto con el deseo irreprochable de continuar con lo que estaban haciendo. Deslizó su mirada por su cuerpo, que se le antojaba sumamente atractivo; por su pecho, que subía y bajaba al ritmo de una respiración agitada, impaciente por continuar con aquel placentero ritual de excitación.

-Quiero seguir -musitó con un hilo de voz, mientras rodeaba al lobo con los brazos -. Quiero que me enseñes todo lo que sepas... Esta noche, no me dejes solo, Jarek. Quiero que seamos uno.

Las finas chispas que escapaban de las llamas parecían ascender hacia el cielo y perderse en la infinitud de un cielo lleno de estrellas. Había promesas ocultas en aquel cielo estrellado y en aquellas solemnes llamas, que poco tenían que ver con las que habían quemado la casa de una familia de mártires o con aquellas en las que se había inmolado un desquiciado torturador que había perdido su batalla.

No, aquellas llamas eran un símbolo de esperanza y futuro; de sus cenizas nacerían los nuevos días que estaban por venir.

Raon pensaba en estas y otras cosas mientras contemplaba la hoguera erigida en honor de Loki y Ailec, apoyado contra el pecho de Jarek, que rodeaba su cintura suavemente. En aquella hoguera, sus almas, por fin liberadas de sus ataduras mortales, podrían escapar de su cuerpo y volar por el cielo para refugiarse quizá en alguna estrella perdida en mitad del firmamento, desde donde les protegerían hasta el fin de los tiempos. Y tal vez, sólo tal vez, ambos eligieran la misma estrella en la que pasar el resto de sus días... juntos.

Raizac observaba el fuego con lágrimas en los ojos, consciente de que aquello era definitivamente el final de la vida de su hijo. Sabía que había vivido y luchado como un héroe por evitar la guerra definitiva entre Bestias y Humanos y que había creído siempre en la reconciliación entre ambos, por lo que no tenía miedo en que su alma, justa y noble, descansaría en paz por siempre. Pero, aún así, siempre dolía decir adiós.

Pero las llamas de la hoguera también eran testigos de la mirada de alguien más.

Rukj, sentado en la entrada de la tienda de los médicos, seguía con la mirada las chispas de fuego, que se elevaban en el aire hasta perderse en el firmamento. Las llamas se reflejaban en lo más profundo de sus ojos ambarinos, creando cálidos destellos y sombras que recordaban a tiempos lejanos. Había pasado mucho tiempo y habían cambiado tantas cosas que el lobo no estaba seguro de si seguía siendo la misma persona que había sido tantos años atrás, pero sus recuerdos seguían siendo suyos, y lo serían por siempre.

Después de todo, aquello había comenzado con fuego y parecía lógico que terminara con fuego. La historia tenía una curiosa forma de repetirse; siempre igual, pero siempre diferente.

Rukj sonrió.

En su mente, la voz de un joven lince con el corazón lleno de fe en el futuro murmuró unas palabras que, por más que pasaran los años, nunca podría olvidar. Unas palabras que le acompañarían allá donde fuera, por siempre jamás, como el recuerdo de aquel que las había pronunciado.

En silencio, el lobo de pelaje negro como el azabache alzó la cabeza hacia el cielo estrellado y, con el último brillo de aquellas llamas tomando el control de sus ojos, murmuró:

  • Siempre hay una chispa de esperanza... si crees que la hay.