6 bestias - Capítulo 10: Naufrago

Story by Mastertuki on SoFurry

, , ,

#11 of 6 bestias

¡Bienvenido a 6 bestias!


Un enorme dolor de cabeza fue suficiente para despertarlo.

Era como si lo hubieran golpeado con un martillo por detrás, sólo que varias veces, y era tan intenso que no podía hacer otra cosa que sujetarse la cabeza y gemir de dolor. No sabía donde estaba: De hecho, sólo sabía que estaba en algo blando, algo acolchado, pero era inútil ahora mismo: Le dolía demasiado, necesitaba calmar ese infierno, y sólo podía gritar y gemir de dolor.

Alguien se acercó: Una voz conocida. Su madrastra. Sintió con apoyaba su mano fría en su hombro, algo que no fue suficiente. Precisamente no era la mejor persona para calmar cualquier dolor, ya fuera físico o emocional: Eso tal vez su madre de verdad, pero esa bruja podría irse al infierno y dejarlo en paz en aquel instante con ese tormento que sufría encima de sus hombros, el cual estaba minando poco a poco.

-... creo que podrás irte. Ya está despertando...

Esa fue la primera frase que su cabeza logró captar con el paso de los segundos. A medida que el dolor se iba menguando, abrió los ojos, intentando situarse. ¿Donde estaba? Aquella era su habitación, sin duda: Reconocería ese poster de una coneja llamada Anne de una telenovela. Entonces, era su madrastra la que estaba encima de él. Y alguien más estaba al borde de la puerta.

-¡Dios santo, Cheong! -exclamó. -¡Podrías haberte matado! ¿En que cuernos pensabas cuando te metiste en la piscina? ¡Has liado la de san quintín! ¡Llevas inconsciente tres horas!

¿Inconsciente tres horas? Poco a poco Cheong se fue haciendo a la idea de lo que había ocurrido. Había resbalado, y se había golpeado la cabeza, así que sí, llevaba inconsciente todo ese rato. Se tocó el cuerpo: Llevaba una ropa que no era la suya, y en su cabeza, una banda blanca, aunque eso último no debería haberlo hecho, porque tan pronto se tocó que el dolor casi lo mata de nuevo. Con cuidado fue mirando a su madre, y luego a la figura que se encontraba en el borde de la puerta.

-¿Shu... Shuyaku?

-¡Ah, sí! El chico te ha traído hasta aquí. Es un encanto. Tienes buenos compañeros. En nada vendrá un médico...

¿Un médico? Shuyaku le miró. Esperaba que fuera como siempre: Frío, calculador. Y no había alternativa posible a decir verdad. El muchacho, se encogió de hombros y se fue de ahí, dejando a Cheong con la palabra en la boca. La madre se incorporó y se alejó de la habitación, aprovechando para llamar con el inalámbrico, y el indonés se echó en la cama, soportando el dolor en la cabeza.

Aquella noche la pasó entre pesadillas. El dolor de cabeza era tal que lo atormentaba que le habia despertado varias veces. El médico que había venido le había obligado a ir a un hospital, y tras una revisión y un tac, le dijeron que estaba perfectamente, pero que el trauma iba para largo. Y así estaba, a las tres de la mañana, con una llúvia que caía encima de la mansión como si fueran piedras, reforzando el tormento.

A las tres de la madrugada, El muchacho se incorporó, incapaz de soportar nada más, y con una sed enorme. No entendía porqué, pero era como si no hubiera bebido en la vida. Se incorporó con cuidado, mareado, y paso a paso para no volver a caer redondo, Cheong fue haciendo camino a la cocina tanteando el pasillo y las escaleras. El suelo estaba frío y la zona estaba oscura, pese a que él ya se sabía el camino de sobras.

En cuanto llegó a la cocina, abrió la puerta de la nevera donde se reflejaba todo el que estaba delante, y cogió la botella de agua primera que vio, empezando a beber de morro como si no hubiera mañana. Sentía el fresco en el estómago, el momento idóneo de su cuerpo que se empezaba a sentir satisfecho. Cheong cerró la puerta de la nevera, y se quedó estupefacto.

En su reflejo, las cosas no estaban bien. Su cara continuaba igual, pero la parte inferior de su mandíbula estaba hinchada. Se la tocó, y sintió que era como de goma. Asustado, cayó al suelo y retrocedió para alejarse de la nevera mientras intentaba gritar, pero no podía, sólo conseguía hacer gargajeos. Espantado y asustado, intentó correr, pero las piernas no le respondían. Se dio cuenta entonces que ya no tenía extremidades, si no una cola, enorme, blanquinegra, que le impedía avanzar.

Y entonces, se volvió a despertar.

Cheong jadeaba, notaba el sudor del cuerpo aferrando el pijama contra su cuerpo, la oscuridad envolviendo la habitación. Lo primero que hizo fue tocarse la cara, asustado, para comprobar que todo seguía en su sitio. Inmediatamente procedió a lo siguiente, tocarse las piernas, y ver que también seguían en su sitio. Al ver que nada fallaba, el chico salió de la cama y miró la hora: Las tres de la madrugada. No estaba soñando, ¿Verdad?

Permaneció un momento callado, y luego se giró, mirando a través de la ventana. Allá, al fondo, volvía a estar la figura del otro día: Le volvía a mirar con esos ojos marinos, y esa sonrisa de dientes afilados. Tragó saliva, y se quedó mirando a esa criatura: ¿Que cuernos era? ¿Que quería de él? ¿Que estaba haciendo allí? El ser giró levemente la cabeza y arrastrando una enorme cola, dio media vuelta y empezó a andar hacia la oscuridad, ocultándose poco a poco hasta desaparecer por completo de su campo de visión.

Cheong se ocultó debajo del borde de la ventana, con la respiración agitada. Entre el dolor de cabeza, la pesadilla, y esa visión que acababa de tener, el chico se sentía realmente desorientado. No entendía que estaba ocurriendo, salvo que no era nada bueno, ni tampoco nada que le transmitiera la calma que necesitaba para poder dormir. Aquella noche, Cheong no pegó ojo.

Al día siguiente, Cheong era el furor de la universidad. Al parecer, no eran pocos los que se habían enterado del momento cumbre del chaval. Más de uno incluso se reía por el momento inteligente que había tenido, y se arrepintió de haberse convertido de golpe y porrazo en el hazmerreír de muchos. El dolor de cabeza, además, no ayudaba en absoluto.

Sentarse al lado del compañero, tampoco.

A lo largo de las primeras horas, no lo pasó encima nada bien. Dos veces acabó bajando a la máquina de refrescos a comprarse una bebida, hasta que finalmente adquirió una botella de dos litros y medio que no tardó en beber en dos horas. No entendía por qué le ocurría aquello, pero definitivamente, ni era bueno, ni era sano para su cuerpo. Procuró reprimirse en las siguientes horas.

En un instante determinado, Shuyaku se incorporó, cogió la mochila y se fue por la puerta. Cheong se incorporó y lo comenzó a perseguir, frenándolo a mitad del pasillo.

-¡Ey! ¡Espera!

Shuyaku se detuvo justo a la mitad, pero no se giró, ni dijo nada. Simplemente permaneció ahí, quieto, como una estatua. Cheong se frotó el brazo con la otra mano y se quedó un momento suspirando. La primera vez que tendrían una conversación decente.

-Oye, siento... Lo del otro día.

-¿Te gustó?

-¿Eh? Hombre, no es agradable recibir un golpe en la cabeza mientras te ahogas, pero...

-No... Si te gustó.

Cheong se quedó un momento de piedra al comprender de repente la pregunta y negó con la cabeza al instante, un poco confuso por la situación.

-¡No! Me supo bastante mal... Quiero decir, no es que tengas mal físico, simplemente, er...

-Ya veo... Entonces no has cambiado. -el muchacho empezó a andar de nuevo, con las manos en los bolsillos, y añadió: -Me dejas más tranquilo. Aunque es una lástima. Habrías sido un buen candidato.

-... ¿Un buen...?

No terminó la frase, porque el otro se había ido ya lejos de aquel pasillo, pero la mala uva no se la había quitado. ¿A que cuernos jugaba ese tio? Iba a pedirle disculpas y se las devolvía con esas. Molesto se dio la vuelta y decidió ignorarlo a partir de entonces, pasando de él olímpicamente. A tomar por saco Shuyaku y sus excentricidades, él ya había cumplido agradeciendo que le echara una mano.

El viaje de vuelta se le había hecho más largo de lo normal, en parte debido al dolor de cabeza. Agradeció que al menos la sed hubiera empezado a disminuir, aunque ahora se sentía con el estómago raro. Menuda temporada estaba pasando, entre una cosa y la otra. Cogió su mochila en cuanto el autobús llegó al final de su recorrido y se bajó a la parada, abriendo el paraguas para evitar mojarse por la lluvia que parecía no dar tregua. En cuanto se acercó a la puerta de su casa por el camino iluminado por las farolas, vio una figura familiar.

Volvía a ser la misma sombra, pero esta vez, desde un punto de vista distinto. Nunca lo había podido contemplar, pero era enorme, más alto de lo que se imaginaba, y sobretodo, más ancho. No conseguía vislumbrarlo bien, excepto los ojos, y la boca, que volvía a mostrar la sonrisa de antes. Cheong se quedó alucinado cuando vio que lo que movía detrás era una cola, una enorme, una grande.

-Oh... Mierda.

Soltó el paraguas de golpe y echó a correr en dirección contraria en cuanto la figura empezó a ir hacia él. El muchacho creyó que así no le cogería, hasta que observó que la criatura también avanzaba a pasos agigantados. Torció una esquina a la izquierda y siguió avanzando. Su propósito era llegar a la parte de atrás de su casa para poder coger la puerta de servicio abandonada y ocultarse. Sin embargo, en cuanto miró atrás, observó que la criatura estaba bastante cerca de él. Tal vez demasiado.

Con miedo, siguió con el espíritu zen de que fuera lo que dios quisiera. En cuanto vió la puerta de servicio, se metió allí y cerró inmediatamente con llave, apartándose luego para coger aire y asegurarse de que no entraba. Escuchó los pasos agigantados del ser acercándose poco a poco, y observó que se detenía delante de la puerta. Permaneció ahí unos cuantos segundos, y al final, observó como daba media vuelta y se iba, alejándose.

Cheong soltó un suspiro de alivio. Podría abrir la puerta y ver quien era, pero prefería no hacerlo y cometer el error de su vida. En vez de eso, dio media vuelta y cruzó un par de pasillos oscuros hasta encontrar unas escaleras, que comenzó a subir a tiendas hasta llegar a la zona visible y vivible de la casa. Ahí podía respirar con calma y relajarse. Estaba a salvo.

-¡Cheong!

... Excepto de su madrastra.

El Indonés soltó un suspiro y miró hacia arriba, que era de donde venía la voz, procedente de las escaleras de caracol que recorrían toda la pared. La madrastra, desde ahí, le miraba seria, y a medida que fue bajando, empezó a hablar.

-¿Que haces entrando por la puerta vieja? Te tengo dicho que no vayas por ahí.

-Lo siento, madre.

-"Déjate de lo siento" y atiende. -la mujer se detuvo al pie de la escalera, a una distancia prudencial del chaval, como si este pudiera morder, y se cruzó de brazos. -Te estaba esperando. Quería hablar contigo, pero el profesor me decía que no podía pasar la llamada. Menudos desagradecidos, que para algo les pago. - ahí podía agradecer Cheong que los de la universidad no hubiesen pasado esa llamada, porque habría sido terrible. -¿Has perdido tu paraguas?

-Eh... Sí, madre. Disculpad, voy a secarme. -dijo, inclinándose levemente. -Si os importa...

-No he terminado, Cheong.

El muchacho se quedó quieto y miró a su madrastra. Cuando se ponía así de borde podía ser insoportable y todo si hacía falta, pero él no podía responder en cambio, así que solo podía limitarse a quedarse callado y esperar a que la mujer finalizara lo que tuviera que decir.

-Bien... He hablado con tu tutor, y he creído convenientemente que será mejor que a partir de mañana vivas en la residencia. -confesó la mujer. -No te emociones. Vas a tener que llamarme cada día a las siete de la tarde, y a las once antes de irte a dormir. Los fines de semana lo harás tres veces al día. Y si no, estaré allí para comprobar que sigues en tu habitación... Ve a recoger tus cosas. Ya.

Cheong no dijo nada. Sin despedirse, pasó por delante de la mujer y subió las escaleras para encerrarse en la habitación en absoluto silencio. Solo allí, realmente, se puso a llorar como si no hubiera mañana. Y tenía toda la razón del mundo.

Esa había sido su casa desde que nació, donde había vivido con su padre toda la vida hasta que este falleció. Era su hogar, no podían echarlo así. Sin embargo, desde que su familiar había muerto, esa mujer había tomado el control de absolutamente todo. Obviamente, no de la casa, porque estaba a su nombre por temas hereditarios, pero no tenía potestad alguna porque el dinero lo tenía su madrastra, así que si no quería quedarse fuera de casa... ¿Que más podía hacer?

Con lágrimas en los ojos, fue hasta el armario y sacó de allí una maleta. Luego, empezó a meter la ropa que creía que necesitaba, o que su estado de ánimo en aquel instante le permitía mejor elegir. Hecho eso, fue a meter ropa interior, cuando se detuvo. ¿Realmente acababa de echarle? No solo eso, si no que lo iba a tener controlado. Iba a seguir manipulando su vida estuviera donde estuviera, aparentemente. ¿Que vida era esa?

Cheong se sentó al lado de la maleta. Todo había ido mal desde el inicio de la universidad: El golpe en la cabeza, la criatura que le perseguía, ahora tener que vivir en una residencia... Nada le estaba saliendo bien. Secándose las lágrimas, procuró pensar en algún punto positivo: Sí tenía en cuenta que iba a estar en la residencia la mayor parte, tal vez ni la criatura le encontraría. Y ni tendría pesadillas.

Tal vez le iba mejor.

Al menos, la residencia pintaba bien. Lejos de lo que él se imaginaba, aquel lugar era limpio, bien iluminado, y respiraba buen ambiente. Ayudaba que había un par de guardias que iban haciendo ronda por todos los pasillos y muchas señoras de la limpieza que se encargaban de que nada estuviera fuera de su lugar.

Cheong miró la llave que le había dado el tutor a última hora de aquel día para ver que habitación era y comparar con el mapa que tenía colgado de la pared. 7828 se encontraba arriba de todo, y lo más alejado de la entrada posible, ideal por si había un asesino en serie por ahí. Riéndose para sus adentros por la imagen ridícula que se había formado en su cabeza, el muchacho decidió subir con su maleta hasta el séptimo piso.

En cuanto llegó a la puerta que buscaba, observó que esta estaba abierta. Cheong alucinaba, aunque siendo la hora que era, no tendría que tener ningún problema. Encogiéndose de hombros, guardó la llave y abrió para ver el interior y saludar a sus nuevos compañeros de clase, si es que tenía, claro está.

La habitación, por dentro, no era demasiado grande. Tan solo una sala con un par de camas a lado y lado, y una puerta que llevaba a la cocina. La pared estaba forrada de papel oscuro, haciendo un pantoné, y una lámpara discreta lo iluminaba todo. Si no fuera porque sabía que se debía a que las persianas estaban bajadas, Cheong habría juraro que no había luz.

La escena se fue al garete cuando vio lo que le parecía inconcebible. Sentado en una de las dos camas, se encontraba Shuyaku. Este estaba pasándose por el torso desnudo una especie de crema semi-transparente o algo parecido que carecía de total interés para Cheong, que no podía dar crédito a sus ojos. Había juraro haber dicho que estaba hasta las narices de él. ¿Porqué cuernos pintaba aquí? Shuyaku le miró un momento a los ojos, serio, y luego agachó la mirada.

-Vaya, así que eres tú el que va a hacerme compañía. -confesó él. -Por fín no estaré solo, vaya por donde.

-...

Cheong no dijo nada. Se limitó a mirar la llave para comprobar que no se habían equivocado y tras corroborar que todo estaba bien, dejó la maleta cerca de la otra cama y se sentó al borde, cabreado. De todas las opciones que tenía, había cogido concretamente esa. ¿Por qué? ¿Era una especie de maldición o algo parecido?

-Tranquilo. No tienes porqué dirigirme la palabra. -dijo el otro, incorporándose y poniéndose la camiseta que tenía a su lado. -De hecho, me verás poco por aquí, podrás ir haciendo vida.

-Me alegro.

Era toda respuesta que podía dar a ese engreído con la manía de irse desnudando en cualquier momento. Cheong se echó en la cama con las manos en la cabeza a la espera de que desapareciera. Sin embargo, solo consiguió que el muchacho se sentara en la otra cama y se pusiera a leer un libro. Permaneció así segundo, minutos, horas... Casi dos horas de silencio continuo, cada uno en sus propios pensamientos.

-Siento mucho la pregunta.

-¡Hombre, por fín! -exclamó Cheong, incorporándose. -¡Solo has necesitado más de veinticuatro horas para disculparte!

-No esperaba que realmente te fuera a molestar. No estoy acostumbrado a que la gente se sienta molesta por verme desnudo. -la explicación del otro acabó por dejar atónito al indonés, que se sentó al borde de la cama y miró al japonés, sorprendido.

-¿De donde eres?

-De la Isla de Japón. -dijo sin apartar la vista del libre. -Pero antes de que me lo preguntes; no, los japoneses no tendemos a irnos desnudando por las calles. De hecho, no nos desnudamos en público... Lo mio es distinto.

Tan críptico como siempre. Shuyaku pasó página de su libro, y Cheong se cruzó de brazos, esperando que dijera algo más, pero al verlo tan callado, decidió ser él que empujara al muchacho a que le soltar algo.

-Mira... Eres el tio más raro que he visto jamás. En serio. Te pasas el día en la piscina, cuando no mojado, y el resto del día andas desaparecido. No se quien eres pero...

-Mírame.

-¿Que te mire el qu-?

Cheong no respondió al obedecerle. Su cerebro empezó a encajar piezas, a juntar todos los instantes desde que había entrado en aquella universidad y lo había conocido. Una parte de él intentaba encontrar sentido a aquella revelación, pero pese a que no la tenía, el hecho de no encontrar ninguna otra explicación no le daba si no veracidad al asunto. Cayó de culo, con la respiración agitada, y fue arrastrándose hacia atrás hasta topar con la pared, sus ojos incapaces de alejarse de aquellos ojos profundos, azul marino.

Shuyaku mostró de golpe una leve sonrisa, una sonrisa llena de dientes afilados, y en ese instante Cheong cayó en la cuenta de que en que situación se acababa de meter. Intentó gritar, pero no conseguía que le saliera de su boca ninguna palabra. Quería llamar a alguien por teléfono, pero era incapaz de decir nada más que pequeños silbidos.

El japonés se incorporó, cerrando el libro y permaneció mirándolo unos instantes. Avanzó hacia él a paso rápido y luego, se arrodilló, tocando la mejilla del muchacho. Cheong estaba llorando, temiendo que no despertaría nunca de aquella pesadilla, atrapado en aquellos ojos oscuros que le estaban cautivando demasiado. ¿Que iba a ser de él? ¿Que iban a hacer con su cuerpo si de repente lo encontraban... muerto?

-Tranquilo... No... No quiero hacerte daño.

Las palabras de Shuyaku entraron como un tren bala a través de su cerebro, destruyendo todo atisbo de miedo. Cheong se quedó de repente relajado, creyendo a pies juntillas todas y cada una de las palabras que decía. De golpe, era como si Shuyaku le hubiesa metido un relajante entre pecho y espalda.

-... Shuyaku...

-Ssshhh... Lo siento... Siento mucho haberte espiado. Todo irá bien, te lo prometo... Confía en mí.