Crónicas de la Frontera: Capítulo XVIII

Story by Rukj on SoFurry

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#20 of Crónicas de la Frontera

¡Y aquí está, después de una larga espera, el decimoctavo capítulo de "Crónicas en la Frontera"! Me ha costado mucho escribir este capítulo y no es sólo porque me haya coincidido con época de exámenes, sino también porque es un capítulo larguísimo y... qué os voy a decir, es prácticamente el desenlace de la historia, así que quería asegurarme de que todo estaba bien pulido y preparado antes de presentároslo.

De modo que, ¡espero que os guste y gracias por leer!


-Jarek... ¡Jarek!

El lobo era capaz de escuchar su nombre más allá de las llamas, perdiéndose entre el atronador rugido del fuego al devorarlo todo a su paso. Trató de distinguir algo en medio de aquella infernal pesadilla que se había abierto paso hasta la realidad, pero una densa cortina de humo negro como el alquitrán lo hacía completamente inútil. Sin embargo, a pesar de que no pudiera ver ni oler nada en medio de aquel caos, sabía que había alguien cerca.

-¿Padre...? -preguntó, con el tono de voz más alto que su garganta y sus pulmones, resentidos por la humareda, le permitieron -. ¿Madre? ¿Kianu...?

El lobo trató de abrirse paso a través de los escombros llameantes que continuaban desprendiéndose del techo y las paredes. Era sorprendente lo rápido que una edificación en apariencia tan sólida e imponente podía destruirse bajo el apetito voraz de las llamas. En apenas unos minutos, la casa a la que él siempre había llamado hogar había sucumbido a la acción destructora de las llamas como si se tratara de una simple estructura de papel. Nada quedaba ya de las preciosas puertas de caoba que él y su padre habían pulido años atrás, cuando él había tratado de instruirle en su oficio de carpintero. Tampoco quedaban restos de la chimenea junto a la que se habían criado él y su hermano, cuidados atentamente por sus padres y Nina. Las mesas, sillas, armarios y cajoneras habían supuesto un combustible excelente para el incendio, y ya no quedaban de ellos más que cenizas.

El lobo sabía que si no hacía algo rápido, él acabaría de la misma manera.

-¡Jarek! -volvió a escuchar, esta vez algo más cerca.

Intentando dejar de toser y cubriéndose el hocico con un brazo, el lobo trató de aproximarse al lugar del que parecía provenir la voz, ahogada por el incesante crujido del fuego. Sólo tuvo que avanzar unos pasos antes de distinguir, no muy lejos de dónde él se mantenía en pie a duras penas, a una figura que se encontraba semi-sepultada por los escombros.

Una figura que físicamente, incluso ahora que el humo parecía distorsionar la realidad, tenía poco que ver con él.

-¡Jarek! -dijo la Humana, con un evidente tono de desesperación en su voz -. ¡Jarek, soy yo! ¡A... ayúdame!

En aquel momento, el lobo fue presa de un complicado dilema interno.

La figura que tenía enfrente era la causa de las llamas que ahora mismo estaban consumiendo todo aquello que él había llegado a amar. De no ser por ella, su padre jamás habría tenido que cerrar las puertas de su casa y ocultarse del resto de la población de Cellisca Nívea; jamás habrían tenido que renunciar a su vida pública. ¿Y todo para qué? Al final, sus esfuerzos de mantener a aquella Humana a salvo en su casa durante tantos años había resultado ser inútil.

El fuego terminaría consumiéndoles a todos. El fuego que aquella Humana había encendido al ocultarse en su casa.

En aquel momento, las palabras de su padre resonaron en su cabeza. <<Ella no tiene la culpa de haber nacido así, Jarek>> había dicho él cientos de veces, en alguna de sus disputas por aquel tema. El lobo sabía que tenía razón, pero no podía dejar de pensar que haber tratado de esconder en su casa a una amenaza tan peligrosa para toda la familia no había sido una idea acertada.

Ella era diferente. A pesar de que prácticamente se había criado con ella, Jarek no podía dejar de pensar ni por un segundo que era diferente.

Minutos después, el lobo trataba de avanzar en medio de las llamas, cargando en su espalda a una débil y agónica Humana que no dejaba de toser y llorar en silencio. A pesar de sus dudas, era consciente de que no podía dejarlo todo atrás a merced del fuego. Después de haberse separado de su familia en medio de aquel infierno, necesitaba aferrarse a algo de su antigua vida, algo que aquel incendio no pudiera arrebatarle.

-¿Padre...? ¿Madre? -continuó gritando, tratando de encontrarles en mitad de las llamas, mientras cargaba a duras penas con la Humana -. ¿¡Hermano!?

El hecho de no obtener ninguna respuesta le llenaba de terror.

Fue entonces cuando tropezó con uno de los escombros y perdió el equilibrio, derrumbándose en el suelo. La Humana a sus espaldas dejó escapar un grito, cayendo no muy lejos de él. Sin embargo, el lobo no tenía tiempo para prestarle atención en aquel momento.

Desde el suelo, donde el humo no era tan denso, era capaz de tener una visión más detallada de todo lo que había a su alrededor y, no muy lejos de dónde él había caído, era capaz de distinguir dos cuerpos que descansaban, lado a lado, en una postura extraña...

-No... -musitó, con un hilo de voz -. ¡No...!

Su madre tenía una zarpa colocada sobre los hombros de su hermano en actitud protectora, y el joven lobo había escondido su hocico en el pecho de su madre, tratando de refugiarse quizás de la pesadilla que se cernía sobre ellos. Sin embargo, ninguno de aquellos gestos había evitado que ambos terminaran enterrados por los escombros y, en aquel momento, ambos permanecían en aquella última posición, protegidos de las llamas por los mismos cascotes que habían terminado con su vida.

El lobo sintió las lágrimas acudir a sus ojos, mientras trataba en vano de aproximarse al lugar donde descansaban ambos cuerpos. Sin embargo, tan pronto como alzó una zarpa hacia ellos, un escalofriante crujido recorrió la casa y algo cayó entre ambos puntos, levantando una densa nube de humo y polvo que se le metió en los ojos y los pulmones. Tardó unos segundos en dejar de toser y volver a abrir los ojos, pero cuando lo hizo, no fue capaz de ver nada más allá de los escombros que acababan de derrumbarse. Incapaz de contenerse por más tiempo, el lobo dejó escapar un aullido de dolor y rabia, apretando los puños con fuerza mientras las lágrimas que había tratado de contener durante tanto tiempo comenzaban a brotar de sus ojos.

No habría sabido decir cuánto tiempo estuvo así, llorando de frustración mientras todo su mundo se desmoronaba a su alrededor. Tan sólo volvió a la realidad cuando, a sus espaldas, escuchó una voz llamándole por su nombre, apenas un débil susurro en mitad de aquel ruidoso caos.

Tardó unos instantes en reaccionar, pero se giró y descubrió a la Humana, observándole desde el suelo con lágrimas en los ojos, que tenía enrojecidos por la humareda.

-Jarek... -murmuró ella, con la voz rota por la desesperación -. Tienes que... irte...

_-Tania... _

-Sálvate tú, por favor -le pidió ella, con urgencia, mientras ahogaba un sollozo -. Tu familia... ya me ha dado bastante...

-Pe... pero qué dices, Tania... -musitó el lobo, tratando de levantarse -. Tenemos que salir de aquí... los dos.

-He dicho que te vayas -le pidió la Humana, casi con enfado -. ¡Vete...! Déjame aquí, por favor...

-Pero...

-¡Vete!

El lobo permaneció unos segundos mirándola, sin saber cómo reaccionar, hasta que finalmente su instinto decidió por él.

Durante los próximos minutos, vagó por la casa tratando de buscar una salida y de sobrevivir a las llamas y a los cascotes que se derrumbaban poco a poco sobre ellos. La casa, hostigada por el incendio, comenzaba a combarse sobre sí misma y las paredes, que cada vez parecían menos seguras, crujían peligrosamente. A pesar de las circunstancias, Jarek trató de pensar rápidamente. Si no conseguía salir del edificio moriría abrasado pero, incluso en el exterior, la situación no era mucho más halagüeña. Sabía que la gente que había prendido fuego a su casa no tendría muchos miramientos en terminar con él si veían que había escapado con vida.

No habría descanso, ni tan siquiera si conseguía salir de allí. Pero no podía rendirse.

No en aquel momento.

En ese instante, una de las paredes cercanas a él terminaron por ceder bajo el peso de los escombros y cayeron al suelo, levantando de nuevo una enorme polvareda que se mezcló con el humo de la sala y le hizo toser violentamente. El lobo cerró los ojos, convencido de que aquel era su final y de qué jamás podría escapar de aquella casa.

Sin embargo, no pudo evitar abrirlos al poco tiempo al notar una leve bocanada de aire fresco rozando una de sus mejillas. Sus ojos recorrieron, esperanzados, los cascotes recién caídos al suelo, y sintió una punzada de emoción al descubrir que un hueco lo suficientemente grande como para que él pasara a rastras. Sin perder ni un segundo, el lobo se echó al suelo y comenzó a reptar hacia el exterior, tratando de contener el aliento para evitar respirar aquel humo tan dañino.

Fuera de allí ya no había más fuego. Fuera de allí le esperaban la libertad y...

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...hacía frío.

Aquello fue lo primero que Jarek pensó cuando recobró la consciencia.

Notaba todos los músculos de su cuerpo entumecidos y apenas podía dar algún significado a los sonidos que alcanzaba a oír, pero, tras unos segundos de confusión, trató de ordenar sus pensamientos para hacerse una idea de lo que estaba ocurriendo. Tenía la horrible sensación de que estaba en peligro y, aunque no pudiera reaccionar en aquel momento, quería saber a qué se enfrentaba.

Finalmente, después de unos desesperantes minutos en los que su mente bailó al borde de la inconsciencia, comenzó a entender las voces que era capaz de escuchar, aún con los ojos cerrados:

-... también nos hemos encargado de esa parte. Sólo queda el fondo de la cueva.

-Empapadla también. Una vez acabemos con esto, no quedará nada que la Orden de los Cachorros de Kara pueda recuperar.

Jarek escuchó estas palabras sin entender de todo cuál era su verdadera importancia, aún demasiado aturdido como para reaccionar. Además, su olfato percibía un fuerte olor que no era capaz de identificar aún y le hacía cosquillas en el hocico. Inquieto, el lobo trató de removerse, luchando por abrir los ojos y recuperar la fluidez de sus pensamientos.

-Vaya, vaya... mira quién acaba de despertarse...

Jarek entreabrió los ojos con esfuerzo, tratando de descubrir a quién pertenecía la voz que escuchaba, a pesar de que tenía la sensación de conocerla ya. Tuvo que cerrar los ojos y volver a abrirlos varias veces hasta que sus pupilas se adecuaron a la luz de la sala y enfocaron la imagen que se encontraba enfrente de él.

Lo único que fue capaz de ver fueron unos penetrantes ojos rojos que relucían enigmática y peligrosamente en un rostro de pelaje blanco como la nieve.

-Justo a tiempo para el espectáculo, pequeño Eslabón.

En ese preciso momento, los pensamientos de Jarek se enlazaron y terminó de identificar aquel extraño olor que parecía inundar toda aquella sala.

Era alcohol.

-Es algo que va más allá del simple afecto. No sabría explicarlo bien... es como si, de alguna manera, los dos nos conociéramos desde antes de haber nacido, como si ambos fuéramos los dos extremos separados de una misma cuerda y ahora nos hubiéramos reunido después de haber estado esperando durante siglos. A veces tengo la sensación de que puedo comprender a la perfección en qué piensa o cómo se siente y creo que él siente exactamente lo mismo. A veces es algo... confuso.

Rukj asintió, en silencio, mientras tomaba otro trago de agua y dirigía su mirada a la entrada de la tienda de lona, como si estuviese esperando a que alguien entrara.

-Me parecería extraño que no lo fuera -comentó, tras unos instantes.

Raon esbozó una sonrisa de circunstancias.

-Sí que lo es... y, a veces, sobre todo cuando nos tocamos, casi parece como si... como si el vínculo se cerrara absolutamente. En esas situaciones, casi tengo miedo de esa sensación. Es algo que llevo dentro de mí desde que nací; es una unión vieja y sabia, mucho más que cualquiera de nosotros dos, pero hasta ahora jamás se había manifestado. A menudo me pregunto qué clase de persona era la madre Kara si consiguió establecer ese vínculo entre nosotros dos... más de un siglo antes de que ambos naciéramos.

Rukj le observó durante unos segundos y se sintió tentado de decir algo que hasta aquel momento no había comentado con el joven Humano, a pesar de que no había nada que se lo impidiera. Era una observación que sólo había compartido con Loki hasta aquel momento. Finalmente, se armó de valor y se decidió a dejarlo caer:

-Ni siquiera alguien tan poderoso como la madre Kara podría haber creado lo que existe hoy entre vosotros.

Raon tardó unos instantes en comprender a qué se refería el lobo, pero, en cuanto lo hizo, no pudo evitar enrojecer hasta la raíz del cabello.

-¿Lo... sabías? -preguntó, desviando la mirada.

-Sí. No era demasiadó difícil de ver, de todas formas.

Hubo un silencio incómodo, en el que Rukj observó los cambios en el rostro del Humano con evidente interés. Jamás habría imaginado que tendría que verse en aquella situación.

-¿Y qué... te parece? -preguntó Raon, tras una larga espera.

Rukj sacudió la cabeza.

-No soy quién para decidir por ti a quién debes amar, Raon. Supongo que cada uno tiene una absoluta libertad en cuanto a ese tema. Y dado que, en estos momentos, estás jugándote la vida por conseguir completar la misión que alguien te asignó desde antes que nacieras, considero que, al menos en ese tema, eres libre de escoger por ti mismo. Tampoco tengo ningún problema con el hecho de que un hombre ame a otro hombre -se adelantó a aclarar, ante la mirada interrogativa de Raon -. Si el amor, como se suele decir, no conoce reglas de ningún tipo, no entiendo por qué debería distinguir entre géneros. Además, mientras ese tipo de relaciones no me perjudiquen a mí de ningún modo, ¿por qué debería criticarlas?

Raon no pudo evitar esbozar una leve sonrisa. Incluso en aquel tipo de situaciones, Rukj seguía analizándolo todo de manera racional y objetiva, sin dejar que su subjetividad se interpusiera.

En silencio pensó que aún tenía mucho que aprender de él.

-Lo único de lo que me arrepiento es de no haberte hablado nunca del tema -musitó el lobo finalmente, bajando la mirada -. Supongo que tuvo que ser muy confuso para ti.

-Sí, lo fue -respondió el joven, casi riendo -. Pero, por suerte, pude hablar con Loki acerca del tema.

-Eso es bueno. Loki seguramente te fue mucho más útil de lo que yo podría haberte sido en cualquier circunstancia. Él te comprendía mucho mejor.

Raon asintió, y una sombra de tristeza se asomó a sus pupilas.

-Le voy a echar mucho de menos -dijo, finalmente.

-Y yo.

De nuevo, hubo un largo silencio en el que ambos vieron pasar el rostro del joven lince por sus recuerdos. Finalmente, Raon trató de cambiar de tema:

-¿Y qué hay de ti? ¿Alguna vez has estado enamorado, Rukj?

El lobo negro permaneció unos segundos callado, rascándose la nuca con una zarpa y con el ceño fruncido en gesto pensativo.

-Supongo que no tuve tiempo para ello -respondió, finalmente -. Cuando tenía catorce años, las tropas del Último Vindicador asaltaron nuestro poblado y mataron a todos los que encontraron. Mis amigos, mi familia... sólo algunos logramos sobrevivir y, aún así, hubo muchas pérdidas que lamentar -el lobo negro hizo una pausa -. Desde ese momento sólo era capaz de pensar en vengarme. Mi sed de sangre era lo único que me hacía seguir adelante. Sólo quería vengarme de los Humanos y hacerles pagar por lo que me habían hecho sufrir; a mí y a todos. Entonces...

Raon le observó con atención, esperando a que continuara.

-Entonces, una noche de verano en la que también se derramaron ríos de sangre, conseguí la venganza que tanto ansiaba. Le corté la cabeza a tu padre -la voz del lobo tembló unos instantes antes de continuar -y estuve a punto de hacer lo mismo con tu madre. Pero ella, en lugar de temer a la muerte o considerarme un monstruo, me pidió ayuda. En ese momento me dí cuenta de lo equivocado que había estado.

Raon asintió, en silencio. Rukj analizó su rostro durante unos segundos, con cautela. Finalmente, dejó escapar con voz seca una de las preguntas que más había temido hacerle al joven Humano desde que le había recogido en brazos.

-¿Me odias por haber matado a tu padre?

Raon no respondió inmediatamente.

-Supongo -comenzó, tras unos segundos -que no puedo culparte por lo que hiciste. Además, ese hombre no era mi padre. Ni siquiera conservo recuerdos de él, ni soy capaz de ponerle un rostro en mi memoria -hizo una pausa -. Rukj, el único padre que he conocido nunca eres tú. Y nunca seré capaz de agradecerte lo suficiente todo lo que hiciste por mí.

Tras decir esto, el Humano levantó la mirada y la clavó en los ojos ambarinos del lobo. Éste se la devolvió con un gesto de sorpresa, como si jamás hubiera esperado escuchar aquellas palabras de boca del joven al que había criado durante todos esos años. Finalmente, Raon se acercó a él y le abrazó con fuerza y cariño.

Rukj, aún más sorprendido, tardó unos segundos en devolverle el abrazo y esbozó un amago de sonrisa. <<Esto no lo ha aprendido de mí, desde luego>> se dijo a sí mismo. En silencio, cerró los ojos y pensó que, después de todo, era irónico que aquella fuese la primera muestra de afecto que había compartido con alguien en los últimos veinte años.

Poco después, ambos se separaron y compartieron una mirada cargada de respeto y afecto.

En ese momento, alguien descorrió la puerta de lona y entró apresuradamente a la tienda. Raon se giró rápidamente, sin perder un solo segundo, aunque en realidad ya sabía quién era el que acababa de irrumpir de aquella manera y, si estaba impaciente, era porque en silencio tenía esperanzas respecto a qué venía a decirle.

Su mirada fue a dar con Ailec, quien aguardaba, jadeante, en la entrada de la tienda.

-¿Habéis averiguado algo? -preguntó el joven, sin poder contenerse.

-Sí... -respondió el toro, tratando de tomar aire durante unos segundos -. He tratado de venir lo más rápido que he podido... Al parecer, alguien del campamento pudo ver a Jarek en mitad del tumulto y sabe dónde está.

-¿Sí? -preguntó Raon, esperanzado -. ¡Habla!

El toro, sin embargo, no parecía muy feliz y, tras unos segundos analizando su expresión, el joven Humano comprendió que las noticias que les traía distaban mucho de ser tan buenas como él había esperado.

-Jarek no estaba solo en el campamento -explicó Ailec, aún jadeante -. Al parecer, le vieron con un lince de largo pelaje blanco que, junto a otros hombres, lo apresó y se lo llevó fuera del campamento.

-Ronod -musitó Raon, reprimiendo un escalofrío.

-Tenemos que salir en su busca ya -murmuró Rukj, levantándose de un salto y dirigiéndose hacia la salida -. Ailec, organiza a un buen grupo de hombres y prepáralos para una expedición. Debemos encontrar a Jarek cuanto antes.

Dicho esto, el lobo negro salió de la tienda de lona y se aventuró al campamento, sin esperar respuesta. Raon le vio marchar, con el corazón en un puño. Sabía de sobra qué era lo que hacía que el lobo tuviera tanta prisa.

-¿Dónde están ahora? -preguntó Raon, sin poder contenerse, dirigiendo una mirada suplicante a Ailec.

Sabía de sobra que la respuesta que diera el toro en aquel momento era muy importante, puesto que aquel lugar sería el escenario final en el que se enfrentarían a Ronod... y solucionarían aquello, de una vez por todas.

-Según me han dicho -respondió Ailec, frunciendo el ceño -, vieron al lince llevándose al lobo hacia el sudeste, más allá de las colinas y en la parte más profunda de los Páramos.

Raon palideció, comprendiendo. Recordaba de sobra qué era lo que se encontraba en aquella dirección porque había tenido que hacer el trayecto dos veces con anterioridad.

Los montes que se abrían como puñales en lo más profundo de los páramos.

La caverna en la que habían encontrado el último vestigio de la antigua civilización.

Y, por último, la clave para completar de una vez por todas su misión: el mensaje que el Vindicador Aron les había dejado a todos.

-¿Sabes? Es gracioso. Quizás, si os hubierais quedado quietecitos y os hubierais resignado a vuestra ejecución con algo de dignidad en lugar de escapar como ratas, ahora no estarías en esta situación, Jarek. La muerte que te tengo reservada es mucho más horrible de lo que habría sido la anterior, ¿sabes?

El joven lobo cobrizo trató de deshacerse de las sogas que le ataban a una de aquellas enormes cajas negras de metal y vidrio, desesperado. Ahora que sabía a qué se estaba enfrentando, la adrenalina se había disparado en su cuerpo y le empujaba a escapar de allí, fuera como fuera, sin importar su misión ni lo que esta conllevara. El miedo nublaba sus sentidos y notaba un constante latido en la sien que cobraba intensidad cuanto más pensaba en que, si no hacía algo, pronto se vería envuelto en...

-Fuego -murmuró Ronod, suavemente -. Sin duda, la incineración es uno de los métodos de ejecución más horribles que he podido presenciar a lo largo de mi vida y, créeme, puedo asegurarte que han sido muchos. El fuego no sólo tiene un carácter simbólico, sino que, además, supone una horrible tortura para todos aquellos que se ven condenados a arder en la hoguera... como tú, esta noche -Hizo una pausa -. En primer lugar, tu pelaje se irá quemando poco a poco y se convertirá en cenizas lentamente, dejando tu piel desnuda como la de un pollo asado. -Ronod se relamió -. Por no hablar de la lenta asfixia... el humo empezará a llenarte los pulmones y serás casi incapaz de respirar... pero lo suficiente para mantenerte vivo. En segundo lugar, tu piel comenzará a chamuscarse lentamente por el calor agobiante... Empezarás entonces a notar un escozor insoportable mientras en tu cuerpo empiezan a levantarse ampollas cargadas de pus. Si para cuando estas ampollas se quemen y exploten, desparramando el pus ardiente por tu piel, aún no estás aullando de dolor, te consideraré el lobo más valiente al que he tenido oportunidad de matar en toda mi vida.

>>Después de eso, tu piel se agrietará y comenzará a desprenderse lentamente como la peladura de una manzana, dejando tu carne al descubierto para que las llamas sigan matándote poco a poco, poco a poco... Es probable que para este punto pierdas el conocimiento debido al horrible dolor que supone, pero si sigues consciente, notarás como todo tu cuerpo termina por inflamarse y arder como una antorcha. Y, después de eso, permanecerás así unos minutos hasta que tu cuerpo se reduzca a cenizas definitivamente.

Sus palabras se perdieron como un susurro apenas pronunciado entre los recovecos de aquella silenciosa sala.

Jarek había bajado la cabeza y temblaba violentamente mientras trataba de tranquilizar su respiración. Notaba una intensa opresión en el pecho y era incapaz de pensar con claridad; sólo un pensamiento se repetía una y otra vez de manera constante en su mente: escapar, escapar, escapar...

-¿Asustado, Jarek? Ya sabía que tú y el fuego erais viejos conocidos, pero no estaba seguro de que esto fuera a afectarte tanto. Míralo por el lado positivo: esto sólo hará que el espectáculo sea aún más divertido... para mí.

Aquellas palabras parecieron tener un efecto imprevisto en la mente del joven lobo.

De repente, levantó la cabeza y, aún respirando entrecortadamente y temblando con fuerza, su mirada pareció recobrar algo de cordura, mientras sus ojos se clavaban en el lince que tenía delante.

-Quizá te parecería más divertido si Raon estuviera aquí para hacerme compañía, ¿no crees? -le preguntó, ácidamente.

El lince reprimió una mueca de disgusto.

-Me habría gustado ver arder a ese Humano también, sí, pero tengo que reconocer que era un capricho personal. Con sólo eliminar a uno de los dos Eslabones, me aseguro de que la profecía de la Madre Kara no se cumpla. Así que, como comprenderás, no me afecta tanto el hecho de que tu querido Humano no esté aquí para acompañarnos. -En ese preciso instante, el lince alzó la cabeza con las orejas en alto y esbozó una sonrisa que consiguió que a Jarek se le pusiera la carne de gallina -. Oh, vaya. Quizá nos estemos precipitando, ¿no crees?

El lobo aguzó el oído y, tras unos segundos, palideció.

Él también acababa de oir algunos ruidos procedentes de la entrada de la caverna.

Raon sentía como si el corazón estuviera a punto de salírsele del pecho.

Mientras avanzaba a hurtadillas por el pasillo rocoso que llevaba a la caverna en la que, apenas un día atrás, había descubierto las maravillas del mundo pasado y el origen del conflicto entre Humanos y Bestias, trataba de contener su aliento y de hacer el menor ruido posible. Rukj, delante de él, tenía los ojos clavados al frente. Ailec y Raizac, por el contrario, se mantenían algo más retrasados, vigilando la retaguardia. Algunos otros hombres que habían recogido en el campamento del toro avanzaban entre ellos, con sus armas en mano.

Raon tragó saliva. Sabía de sobra que se enfrentaban a un enemigo poderoso y que, aunque tuviese de su parte a pocos aliados, tenían que andarse con mucho cuidado. Aquella no era la primera vez que Ronod les había engañado y sabía ya por experiencia que aquel desquiciado lince siempre guardaba un as bajo la manga. En silencio, dirigió una mirada preocupada a Rukj, que avanzaba con el ceño fruncido. Posiblemente, en aquellos instantes el lobo negro estuviera pensando lo mismo que él.

No tardaron en llegar al punto del pasillo en el que éste se ensanchaba y desembocaba en la gran caverna llena de reliquias de tiempos pasados. Sin embargo, no todo estaba como ellos lo recordaban.

Muchas de aquellas cajas negras de vidrio habían sido reducidas a pedazos, y había un gran número de sogas e hilos de color negro retorciéndose por el suelo como serpientes agónicas. Los pequeños rectángulos negros también habían sido reducidos a pedazos y se amontonaban junto al resto de residuos de manera caótica. Todo había sido destruido y los restos se acumulaban ahora en montones de diverso tamaño, distribuidos por toda la caverna.

Sin embargo, Raon no tuvo tiempo para analizar todo aquel desastre y cuantificar las pérdidas. En aquel momento, lo único en lo que podía pensar era en encontrar a Jarek en medio de aquel estercolero y, por desgracia para él, no tuvo que buscar demasiado.

-¡Jarek! -exclamó, al verle atado a una de aquellas cajas negras, sobre uno de esos enormes montones de residuos.

Hizo amago de avanzar hacia él, pero se detuvo apenas una milésima de segundo más tarde, al descubrir al lado del lobo de pelaje cobrizo una figura familiar.

Ronod, desde lo alto de aquel improvisado montón de basura, le dirigió una retorcida sonrisa.

-Qué agradable sorpresa, joven Humano. Justo en este momento estábamos hablando de ti. ¿Acaso te gustaría unirte a Jarek esta noche?

Raon apretó los dientes, tratando de reprimir la ira. Desde su posición, Jarek le dirigió una mirada que mezclaba el arrepentimiento con la tristeza. Fue entonces cuando el Humano descubrió que Ronod, además de haberle encadenado a varias de aquellas cajas con los cordeles negros que parecían extenderse por el suelo en todas direcciones, también le había amordazado. El simple hecho de ver al joven lobo tan indefenso y vulnerable hizo que se le estremeciera el corazón.

-¿A qué esperas para responder, Raon? -preguntó entonces Ronod, adelantándose un par de pasos -. No tenemos toda la noche. Y, como podrás adivinar, me es indiferente matar a uno o a dos Eslabones -hizo una pausa -. De hecho... estaba comentando en este preciso momento, con tu queridísimo amigo, aquí presente, las enormes ganas que tengo de verte sufrir.

Raon intentó no ceder ante los intentos del lince por sacarle de sus casillas y trató de analizar fríamente la situación, tal y como Rukj le había enseñado.

No había rastro de ninguna Bestia por toda la sala y, aún así, Ronod mostraba demasiada confianza como para haber sido abandonado a su suerte. Por otro lado, Raon dudaba que el lince hubiera podido causar todo aquel estropicio él solo.

Había algo que no encajaba.

-¿Y por qué, si puede saberse, soy tan importante para ti? -preguntó en aquel momento Raon, tratando de reprimir sus impulsos y cerrando el puño con fuerza en torno al asta de su lanza, haciendo un gran esfuerzo por intentar mostrarse lo más tranquilo y resuelto posible.

Ronod le devolvió una larga mirada con aquellos ojos tan inquietantes, rojos como carbones encendidos. Casi parecía que estuviera analizándole.

-No suelo dejar escapar a ninguno de mis prisioneros -pronunció aquellas palabras con una frialdad estremecedora, sin desviar la mirada -. Debo reconocer que el hecho de que tú hayas conseguido hacerlo no una, sino dos veces, me tiene bastante intrigado. Y no sólo eso: también me desagrada sumamente. Espero que entiendas que no sólo estás escapando del Comisario Sek, sino que también me estás dando mala publicidad a mí. ¿Qué clase de torturador estatal deja escapar a sus presas?

-Tal vez uno al que se le ha acabado la suerte -masculló entonces Ailec, interviniendo en la conversación.

-¿Suerte? Oh, la suerte no existe, amigo mío. Sólo existen las circunstancias... y con los medios adecuados, cualquiera puede manipularlas a su antojo.

-Estupideces... -farfulló Ailec, dirigiéndole una mirada cargada de odio.

Raon le miró de reojo, tratando de entender la actitud del toro. Por su expresión, deducía que el simple hecho de tener a aquel lince delante le causaba un sentimiento cercano a la repulsión, pero, en aquellos instantes, Raon tenía la sensación de que Ailec se estaba conteniendo para no matar a Ronod allí y ahora. Comprendía que el toro hubiera ido acumulando la rabia contra el torturador, pero no era capaz de explicarse por qué llegaba hasta aquel extremo. ¿Acaso había ocurrido algo que él ignorara...?

-¿Qué pretendes hacer, Ronod? -dijo en aquel momento Rukj, tratando de devolver su atención al tema que les atañía -. Estás solo. Tus hombres han huído. Y Sek está muerto. ¿A quién vas a manipular ahora para que te siga la corriente?

Raon frunció el ceño. ¿Manipular?

-Muy agudo, Rukj -respondió Ronod, dejando escapar una corta carcajada -. Sek no era más que un peón. Pero, ¿qué ganaría yo haciéndole actuar bajo mis órdenes? ¿Por qué oscuro motivo me arriesgaría a tomar el poder de las altas esferas? ¿Qué me impulsa a tratar de impedir, de cualquier manera, la reconciliación entre razas que la Orden de los Cachorros de Kara tenía planeada? -Mientras hablaba, hizo abundantes gestos con ambas zarpas, sonriendo tétricamente -. Adelante, Rukj. Ilumínanos a todos.

Raon dirigió una mirada al lobo negro, lleno de interrogantes.

-No podría hacerlo si no te conociera, Ronod -explicó Rukj, con el mismo tono serio e inexpresivo que le caracterizaba -. Pero, después de todo, es difícil no oír hablar acerca de ti en Cellisca Nívea. Todos conocen a Ronod, el gran torturador de la ciudad, que se enfrenta día tras día y noche tras noche a los horribles Humanos, la amenaza que asola nuestras Tierras desde tiempos inmemoriales. Incluso los altos cargos de la ciudad te admiran por ser capaz de enfrentarte a ellos; tanto es así que recibes, incluso, un trato especial del que pocos miembros de la Comisaría pueden presumir. -Hizo una pausa -. Eso te ha permitido llegar a controlar casi totalmente la ciudad, manipulando a tu antojo a todos sus mandatarios y figuras de importancia.

>>¿Qué ocurriría si, de la noche a la mañana, los ciudadanos de Cellisca Nívea descubrieran que han estado viviendo una mentira? En el peor de los casos, tu reputación quedaría por los suelos; pero en cualquier caso, perderías el buen trato del que has gozado siempre, y eso no te interesaría. Eso es lo que te ha impulsado a tratar de mantener la guerra encendida durante todos estos años... manipulando constantemente la realidad para aumentar el odio que las Bestias de Cellisca Nívea sentían hacia los seres humanos.

Rukj terminó de hablar con el mismo tono de voz con el que había empezado; sorprendentemente, no pareció manifestar ni un solo matiz de rabia ni odio, ni siquiera reproche. Sin embargo, su escalofriante frialdad era la mejor demostración de lo que en realidad pasaba por aquel momento en su cabeza.

Ronod amplió su sonrisa.

-Muy bien, Rukj. Veo que no andas desencaminado.

-En absoluto -continuó Rukj, frunciendo el ceño -. Es más, diría que tú mismo fuiste el que ordenó hacer arder la casa de Jarek.

Raon dirigió una mirada atónita al lobo negro, sin poder creer lo que oía, y a continuación volvió a dirigirse hacia el lince. Jarek, mientras tanto, parecía haberse tranquilizado un poco y, en lugar de seguir tratando de desatarse infructuosamente, permanecía con los ojos clavados en la expresión de Ronod.

-¿Es eso cierto? -preguntó Raon, con temor a la respuesta.

Ronod tan sólo le devolvió la mirada y, a continuación, volvió a reir.

-Sí, bueno, ¿qué más da en realidad quién fuera el culpable? No hay mucho que lamentar, ¿no creéis?

-¿¡Cómo... te atreves!? -preguntó en ese momento Ailec, escandalizado -. ¡Incendiar la casa de una familia... sólo por conservar tu puesto de importancia en la ciudad!

-No puede ser... -murmuró Raon, retrocediendo un paso, sin poder dar crédito a sus oídos; sin embargo, no pudo decir nada más, puesto que Ailec le interrumpió.

-¿Cómo puedes ser tan despreciable? ¿Es que acaso no tienes principios? ¿¡Es que no tienes... ningún respeto por nada!?

La sonrisa de Ronod desapareció de su rostro y una escalofriante seriedad se apoderó de su expresión.

-No seáis tan hipócritas -dijo, fríamente, mientras fruncía el ceño -. Al fin y al cabo, vosotros habéis hecho lo mismo. ¿Acaso no acabáis de enfrentaros a todo un campamento que actuaba ciegamente siguiendo las ordenes de su Comisario? ¿Acaso no habéis asesinado al mismo Sek cuando ha intentado luchar siguiendo sus convicciones? ¿Es que ellos no merecían ser considerados tan inocentes como vosotros? -Hizo una pausa -. Sí; reconozco que he matado. He matado a cientos de presos Humanos, he matado a campamentos enteros de Rastreadores, he matado a aquel joven lince mensajero vuestro, pero... ¿acaso no sois igual de asesinos que yo? Sois vosotros los que habláis de frenar la guerra pero, a la hora de la verdad, tenéis la misma sed de sangre que todos nosotros.

-Eso no es cierto... -murmuró Ailec, apretando los puños con fuerza, lívido de ira.

-¿Que no es cierto? Mírate y dime que no lo es. ¿Acaso tus manos no están manchadas de sangre? ¿Acaso no has disfrutado tú también asesinando a todos los que estaban en ese campamento?

-Basta...

-Decís que no tengo corazón, pero al menos yo asumo que no lo tengo -continuó Ronod, mientras un atisbo de victoria asomaba a la comisura de su hocico -. Vosotros, en cambio, tratáis de aparentar que sois mejores que el otro bando escudándoos en vuestra "reconciliación". Me pregunto, si en el fondo, no sois todos una panda de hipócritas y narcisistas mentirosos. Incluso tú, Rukj. ¡Incluso aquel pequeño lince desgraciado!

-¡¡He dicho que ya basta, maldito hijo de perra!! -gritó en aquel momento Ailec, fuera de sí.

El toro dejó escapar un grito de rabia y, antes de que nadie pudiera detenerle, echó a correr hacia Ronod enarbolando su enorme hacha, con el rostro deformado en una mueca de odio y rabia mientras una insaciable sed de sangre y venganza destellaba en lo más profundo de sus ojos color caoba.

-¡¡Ailec, no!! -gritó Rukj, alargando una zarpa hacia él con el objetivo de detenerle, pero ya era demasiado tarde.

De repente, algo silbó en el aire y, antes de que ninguno de los presentes pudiera reaccionar, una ráfaga de flechas surgió de un punto indeterminado de la caverna, atravesando la sala en apenas unos segundos y clavándose en su objetivo con una velocidad pasmosa.

Ailec, incapaz de reaccionar a tiempo, aún permaneció durante unos segundos de pie.

-¡Hijo! -gritó Raizac, horrorizado, haciendo un amago de avanzar hacia él. Sin embargo, esta vez Rukj reaccionó a tiempo y le detuvo por el brazo, con fuerza.

El joven toro no respondió.

La lluvia de saetas había perforado su cuerpo en diversos puntos y, como las púas de un erizo, éstas sobresalían ahora de su carne dejando escapar tan solo un leve rastro de sangre en los lugares en que se habían clavado. Su rostro, congestionado en una terrible expresión que mezclaba la sorpresa más genuina con el espanto más sincero, parecía no guardar ninguna huella de la rabia que había sentido hacía apenas unos segundos.

-No... -murmuró Raizac, pálido como la cera, tratando de deshacerse de la zarpa de Rukj, que a pesar de ello no le dejó marchar -. ¡Maldita sea, no!

Ailec dejó escapar un sonido sordo y gutural, mientras trataba de extraerse una de las saetas de su estómago, en vano. La flecha se partió en sus manos y, apenas unos segundos después, el joven toro cayó de rodillas al suelo, aún convulsionándose y con la garganta llena de sangre. Sin emitir ningún otro sonido, dirigió la última mirada de sus ojos al lince que le había quitado la vida, antes de sufrir un último estertor y derrumbarse sobre el suelo.

Muerto.

La mirada de Raon se nubló al posarse sobre el cuerpo sin vida del toro, incapaz de reaccionar. Durante unos instantes permaneció inmóvil, como en un sueño, escuchando tan sólo la carcajada triunfal de un retorcido lince y los lamentos y gritos de un padre destrozado por el dolor, y con los ojos fijos en el cadáver aún caliente del toro que, apenas unos minutos antes, había estado a su lado, dispuesto a protegerle de cualquier peligro. El joven Humano, por unos segundos, fue incapaz de asumir que acababa de ver el último movimiento de Ailec, su último intento de cambiar las cosas; por desgracia, un intento fallido.

Y ya no habría más oportunidades.

-Parece que a algunos no les gusta que les abran los ojos -comentó Ronod, abandonando su puesto privilegiado sobre aquel montón de desperdicios y descendiendo hacia el lugar donde se encontraban ellos, con una amplia sonrisa en su rostro -. Supongo que, después de todo, no había más remedio que cerrarlos para siempre... ¿no crees, Raizac?

-Tú... tú... -masculló el toro, lívido de ira -. ¡Juro por todos los astros que te mataré y...!

-¡Ya basta, Raizac! -gritó en aquel momento Rukj, aún sujetándole, mientras hacía una seña a los hombres que les acompañaban para que se acercasen -. ¿No te das cuenta de que está intentando provocarte? No caigas en su juego.

-Su juego... ¿su juego? ¡Ha matado a mi hijo! ¡Deja que...!

-Raizac -Rukj adoptó un gesto aún más serio, mientras los hombres del toro se acercaban para sujetarle entre varios -. Ahora ya no hay nada que puedas hacer por él.

El toro permaneció unos instantes con la mirada fija en los ojos del lobo negro, desafiante. Por unos segundos pareció que todo el odio que sentía hacia Ronod se había transmutado en un desprecio infinito hacia Rukj, por el simple hecho de que no le dejara correr hacia el lince y vengar la muerte de su hijo, aunque aquello significara inmolarse en un ataque suicida. Sin embargo, el lobo negro no varió su expresión ni un ápice.

-Raizac, se ha ido. No puedes recuperarlo.

El toro mantuvo su mirada unos segundos más hasta que, incapaz de continuar con aquello, dejó caer la cabeza y hundió los hombros, profiriendo un largo grito de dolor. Rukj le observó, con cierta compasión brillando en lo más profundo de su mirada, y a continuación hizo una seña para que se lo llevaran de allí entre dos hombres. Raizac apenas opuso resistencia y se dejó llevar, aún llorando la muerte de su hijo. Rukj trató de no prestarle atención aunque sabía que, en el fondo, cada una de las lágrimas que derramara aquel toro que se había arriesgado a confiar en él era un golpe más sobre su orgullo y su entereza.

Sin perder un solo segundo más y tratando de olvidar aquello, dirigió una mirada colérica a Ronod, que en aquel momento analizaba de cerca el cadáver de Ailec, como si le infundiera una extraña curiosidad.

-Tanta juventud, tanta fuerza... -murmuró, como para sí mismo, mientras colocaba una pata sobre una de las astas de Ailec para girar su cabeza y poder verle el rostro -. Tanta impulsividad derrochada. Supongo que ese es el peor defecto de los jóvenes, aunque también su mayor virtud, ¿no es así? Tanta energía... desperdiciada.

-¿Qué es lo que quieres, Ronod? -preguntó Rukj, sin perder más tiempo -. Es obvio que no estás tan solo como le has hecho creer a Ailec, pero en el fondo sigues estando igual de perdido. Sabes de sobra que no conseguirás engañarnos a todos con el mismo truco, y mucho menos ahora que ya te has descubierto. Estás condenado.

-Oh, querido Rukj, no deberías subestimarme. No puedes imaginarte la cantidad de métodos y estrategias que tengo en mente para conseguir mataros a todos en este preciso instante -murmuró el lince blanco, relamiéndose un colmillo y pegándole una suave patada al cadáver a sus pies -. Pero, ¿dónde estaría la gracia si todos os abalanzarais sobre mí como si no hubiera mañana? Juguemos un poco antes, ¿no te parece?

-No hay ninguna gracia en la muerte de una persona -replicó Rukj, dejando escapar un gruñido -. El ver la muerte como un juego sólo te convierte en un monstruo peor del que ya te consideraba.

-¿Y debería sentirme ofendido o halagado? -preguntó Ronod, esbozando una siniestra sonrisa -. En cualquier caso, Rukj, deberías saber que vosotros también estáis perdidos. Es imposible que averiguéis dónde están mis arqueros y, al mínimo intento de acercamiento que se os pase por vuestras inocentes cabecitas, estarán dispuestos a convertiros en un colador. Igual que hicieron con este desperdicio -añadió, con desprecio.

Rukj apretó los puños.

-Rukj.... -escuchó en aquel momento a Raon, a su lado -. Tal vez... tal vez sería mejor que tratáramos de negociar con él.

-No podemos ceder, Raon -respondió el lobo negro, suavemente -. Eso significaría perder todo por lo que...

-...pero yo no quiero que muera nadie más -le interrumpió Raon, suplicante -. Por favor. Intentemos llegar a un acuerdo con él.

-¿Incluso si eso implica dejar a Jarek atrás?

-No -murmuró Raon, con los ojos brillantes, mientras se mordía el labio inferior -. Nunca dejaría atrás a Jarek. Pero estoy dispuesto a quedarme aquí con él.

Rukj pareció dudar.

Por un lado, Raon tenía razón. En aquel momento se encontraban en una situación de extrema debilidad ante Ronod. No eran capaces de saber de cuántos hombres disponía ni en qué rincones de aquella caverna les había ordenado esconderse. Además, la cantidad de desperdicios del lugar y cómo estos se amontonaban unos sobre otros hacía que localizarlos fuera aún más difícil. Si Ronod quería acabar con ellos, sólo tendría que ordenarle a sus hombres que lo hicieran y todos terminarían igual que Ailec.

Pero por otra parte, Rukj se resistía a abandonar ahora que habían llegado tan lejos. Habían arrinconado a Ronod y podían acabar con él, de una vez con todas. Si lo conseguían, todo aquel tiempo que llevaban luchando merecería la pena y el esfuerzo que había supuesto aquella lucha habría merecido la pena. Pero si, por el contrario, dejaban escapar aquella oportunidad...

Su mirada se deslizó entonces hacia Raon y no pudo evitar fijarse en el rostro del joven Humano. Por unos instantes fue capaz de ver más allá de su piel y preguntarse, horrorizado, cómo sería estar viviendo lo que él estaba viviendo, encontrarse ante aquella situación. Desde el día en que había nacido, Raon no había sido más que un mero objeto, un símbolo que podría traer esperanza a aquellos que luchaban por la reconciliación entre Bestias y Humanos. Pero aquello había supuesto una vida llena de duros sacrificios y de graves carencias para el joven. ¿Dónde había quedado su libertad? ¿Dónde estaba la apacible vida de cualquier niño por la que Raon habría dado cualquier cosa?

En aquel momento, se sintió una criatura absolutamente despreciable por el simple hecho de haberse atrevido a salvar la vida de Raon, sólo con la esperanza de que éste le siriviera en el futuro para detener el conflicto. <<Salvé a una herramienta>> pensó, con el corazón en un puño <<, pero no a un niño>>.

Su mirada se fijó entonces en el lobo de pelaje cobrizo que, encadenado a aquella caja negra y amordazado, le observaba con la misma expresión de angustia, culpabilidad y miedo que aquel joven Humano.

¿Cómo se habían atrevido a planificar de antemano sus vidas? ¿Cómo iba a dejarles morir, en aquel momento? No podía darles la espalda después de todo lo que les había hecho pasar. Pero, por otro lado, ellos tampoco estaban dispuestos a dejar que nadie más muriera.

Desvió la mirada, sin saber qué decisión tomar.

Fue entonces cuando, con el rabillo del ojo, creyó distinguir un movimiento en la pila de desperdicios que había más cerca de ellos. Podría haber ignorado completamente aquel movimiento, ya que, aunque descubriera la posición de alguno de los hombres de Ronod, no tenía forma de acabar con ellos.

Sin embargo, hubo algo en aquel pequeño movimiento que le llamó la atención.

-Rukj... -murmuró en aquel momento Raon, tratando de contener las lágrimas -. Di algo, por favor.

El lobo negro tardó unos instantes en reaccionar y volver a fijar su mirada en el Humano, que continuaba mirándole con expresión suplicante.

A pesar de todo, Rukj esbozó una sonrisa completa. La primera en mucho tiempo.

-Todo va a salir bien -le dijo al joven, colocándole las zarpas en los hombros y tratando de infundirle algo de valor -. Confía en mí.

-Pero... -musitó Raon, dirigiendo una mirada apurada a Ronod, que en aquel momento les observaba con curiosidad.

-¿Preparando una despedida, Rukj? -le preguntó el lince blanco, alzando una ceja.

-Quizás -respondió el lobo negro, encarándose a él, aunque sin avanzar un solo paso -. Pero tengo una pregunta, Ronod... ¿a cuántos hombres has traído aquí aproximadamente?

El lince pareció sorprendido.

-¿Tanto te interesa? -inquirió -. Supongo que pocos más de una decena, no me he dedicado a contarlos personalmente. ¿Qué ocurre? ¿Es que acaso crees que puedes encontrarlos a todos y acabar con ellos antes de que ellos te maten a ti? Permíteme que lo dude.

-No es eso lo que tenía en mente -murmuró el lobo negro, sin mostrar un solo ápice de miedo en su voz -. Pero, ¿sabes? Envidio a Sek.

-¿Al Comisario? -bufó Ronod, casi riendo -. ¿Es que acaso te gustaría estar tan muerto como él?

-No, estaba pensando en lo que ocurrió en Cellisca Nívea. Ojalá pudiera pegarte un puñetazo para hacer que perdieras el sentido aquí mismo como hizo él allí.

Ronod le observó durante unos segundos, con una ceja aún enarcada, y al cabo de un rato comenzó a reir.

-¿En serio?

-Sí, me gustaría haber tenido la oportunidad de hacerlo antes -murmuró el lobo -, porque sé que vas a morir en menos de dos minutos.

Raon le observaba, sin entender absolutamente nada. ¿A qué se suponía que estaba jugando? ¿No se daba cuenta de que tenía las de perder? En silencio, dirigió una mirada a Jarek, que parecía igual de desconcertado que él.

-Oh, ¿sí? -preguntó Ronod, dejando de reir y fingiendo sorpresa -. ¿Tan seguro estás de ello, Rukj?

-Si no me crees, simplemente espera -le recomendó el lobo.

El lince permaneció unos instantes en silencio, hasta que, finalmente, rompió a reír de nuevo.

-De todos los desgraciados a los que he tenido oportunidad de matar, tú eres el primero que se ha atrevido a plantarme cara de una manera algo decente -le confesó, aún riendo -. Está bien, esperaremos. Si dentro de dos minutos estoy muerto, seréis libres de hacer lo que os plazca. Pero si sigo con vida, daré la orden definitiva para que os maten. ¿De acuerdo?

-De acuerdo -contestó Rukj, asintiendo lentamente.

Un murmullo recorrió el grupo de hombres que acompañaban a Rukj, pero este les dirigió una mirada tranquilizadora.

-Calma. Sé lo que hago.

-Espero por su bien que tengas razón, Rukj Jirnagherr -susurró Ronod, mientras regresaba a su puesto junto a Jarek, aún sonriendo. El lobo de pelaje cobrizo le dirigió una mirada de odio, desde su posición y después volvió a clavar sus ojos verdes en Raon que le observabadesde el pie de aquel montón de residuos.

El tiempo pasó lentamente.

Fueron los dos minutos más largos que Raon había vivido jamás. El silencio sepulcral sólo se rompía por los lentos pasos de Rukj, quien había comenzado a caminar de un lado a otro, con los brazos cruzados y tamborileando los dedos de sus zarpas lentamente, con impaciencia. Jarek trató de deshacerse de sus ataduras y escapar en más de una ocasión, incapaz de creer en las palabras del lobo negro fueran ciertas, pero terminó por rendirse a la evidencia de que las sogas que le mantenían preso eran demasiado duras para que consiguiera escapar. Ronod, por su parte, permanecía con la vista fija en Rukj constantemente, como si temiera que estuviese a punto de hacer alguna locura por salvar su vida. Sin embargo, el lobo negro tan sólo le devolvía la mirada desde su posición y continuaba caminando de un lado a otro, mientras esperaba... ¿esperaba a qué?, se preguntó Raon.

Por unos instantes, estuvo tentado de hacer algo. El pánico estuvo a punto de desbordarle y se sintió en la necesidad de echar a correr hacia Ronod, como había hecho Ailec, sólo por no dejar que aquella espera pasase en vano. Sin embargo, finalmente logró contenerse y mantenerse en su lugar, tratando de concentrarse en el crujido que provocaban las pisadas de Rukj al aplastar los residuos bajo sus zarpas, una y otra vez.

Conforme pasaban los segundos, la sonrisa de Ronod fue ampliándose más y más, hasta que prácticamente le llegó de oreja a oreja.

-Ya casi han pasado los dos minutos, Rukj -comentó el lince, al cabo de un buen rato -. ¿Estás seguro de que no has arrastrado a todos tus compañeros al desastre?

El lobo negro no respondió, y Raon comenzó a sentirse intranquilo.

-¿Es que te ciega tu orgullo? No es tan difícil reconocer que te has equivocado, ¿sabes? A veces se gana y a veces se pierde.

-Ordena que nos maten, entonces -le ofreció Rukj, aún cruzado de brazos -. Puedes hacerlo, ¿no?

El lince mantuvo su mirada durante unos instantes, divertido, hasta que finalmente, sacudió la cabeza y murmuró, sonriendo:

-Qué demonios... ¡tienes razón! ¡Atacad!

El lince alzó una zarpa en el aire y Raon cerró los ojos, instintivamente, preparándose a recibir el impacto de las flechas. En silencio se preguntó si aquella había sido tan sólo la única forma que Rukj había tenido de prolongar su vida un poco más, retrasando su muerte. Quizás no hubiera tenido ninguna esperanza de salvarlos, después de todo. Quizás aquella era su manera de decirle que prefería morir a su lado...

Sin embargo, tuvo que volver a abrir los ojos segundos después, confuso, al no sentir ningún dolor ni escuchar ningún grito. Asombrado, dirigió una mirada a Rukj, que observaba a Ronod con un brillo de triunfo en lo más profundo de sus ojos ambarinos.

El lince continuaba con una zarpa en alto y su rostro mostraba ahora una expresión de absoluto desconcierto.

-¿Pero qué...? -murmuró, confuso y dirigiendo una lenta mirada a su alrededor -. ¡He dicho que ataquéis!

Sólo un silencio sepulcral siguió a su orden. Los hombres de Raizac volvieron a dejar escapar un murmullo y, esta vez, no fue de miedo.

-A veces se gana... y a veces se pierde -le recordó Rukj, esbozando media sonrisa.

-¿Qué demonios quieres decir con...?

Sin embargo, no tuvo tiempo de continuar la frase.

En aquel preciso instante, algo silbó en el aire y una larga lanza se clavó en su estómago, atravesándole de lado a lado y haciéndole enmudecer. El lince blanco abrió mucho los ojos, tomado por sorpresa, y dejó escapar un sordo gañido de dolor. Aterrorizado, llevó sus manos al asta de la lanza tratando de arrancársela del estómago, pero no tuvo fuerzas suficientes para hacerlo y sólo consiguió remover su herida. Finalmente, incapaz de permanecer de pie por más tiempo, el lince retrocedió unos pasos, dirigiendo una intensa mirada de odio a todos los presentes, y trató de huir. Sin embargo, no pudo dar más de un par de pasos antes de perder el equilibrio y caer por la ladera de aquel montón de desperdicios, dejando escapar de vez en cuando algún sonido gutural.

Raon tardó en reaccionar, aunque los vítores de los hombres de Raizac fueron casi instantáneos. Por unos instantes, el joven Humano temió que todo lo que acabara de ver no fuera más que un fantástico sueño o, peor aún, una alucinación causada por la agonía, pero los júbilos de las Bestias detrás de él terminaron por convencerle de lo contrario.

Una sonrisa acudió a su rostro e, incapaz de aguantarse por más tiempo, se giró hacia Rukj, exultante:

-¡Tenías razón! ¡Está muerto!

El lobo esbozó una leve sonrisa.

-Te dije que confiaras en mí.

-Pero, ¿qué es exactamente lo que ha pasado? -preguntó Raon, confuso -. ¿Y cómo podías saber tú qué iba a ocurrir?

Rukj abrió la boca para contestar, pero en ese momento el joven Humano se dio cuenta de que Jarek aún seguía atado y amordazado en lo alto de aquella colina de desperdicios. Abandonando por primera vez su posición en la entrada de la cueva, comenzó a correr hacia el lobo de pelaje cobrizo, resbalándose sobre los restos de aquellas cajas de hierro y vidrio y tropezando con las gruesas cuerdas de color negro que parecían extenderse en todas direcciones por el suelo.

Rukj le vio marchar y no pudo evitar sentirse feliz por él.

De alguna manera, sentía que aquella era su forma de compensarle al joven Humano por todo lo que le había hecho pasar y cómo le había tratado desde el día en que lo había encontrado en los brazos de su madre moribunda. Ahora, todo había acabado.

Y Raon volvía a ser libre, al fin.

-¡Rukj! -escuchó entonces a Raon, desde lo alto de la colina -. Eh... ¡ven, por favor!

El lobo negro echó un rápido vistazo y descubrió que el joven Humano se había quedado parado, observando algo o a alguien que parecía estar al otro lado de aquel montón de residuos. Ampliando su sonrisa, se apresuró a escalar él también para poder saludar a su salvadora, hasta alcanzar la posición de Raon. Una vez lo hubo hecho, le colocó una mano sobre el hombro, en actitud tranquilizadora, y dirigió una mirada de agradecimiento a la figura que aguardaba al pie del montón.

-Vaya -dijo, sin poder evitar esbozar una leve sonrisa -. No creía que fuéramos a volver a vernos, Humana.

Shaina correspondió a su sonrisa desde su posición.

-Yo tampoco, animal. Pero tenía curiosidad por saber si tus palabras eran ciertas, así que me arriesgué a buscar al tal Ronod del que me hablaste.

-Y llegaste en el momento adecuado -comentó Rukj, ladeando la cabeza.

-Llevaba vigilándole ya un buen tiempo, pero quería asegurarme. Y ha sido tan estúpido de inculparse él mismo. Permanecí oculta en uno de los rincones de la caverna y, en cuanto los arqueros dispararon, traté de memorizar la dirección de las flechas. Me costó un poco acordarme de todos ellos, por eso me retrasé y me costó algo más de dos minutos matarlos a todos.

-Muy inteligente.

-No había otra manera de hacerlo y, después de todo, sigo siendo una Rastreadora.

Raon, sin embargo, no parecía sentirse demasiado cómodo. Tratando de disimular su desagrado de la mejor forma posible, se pegó a Rukj y le susurró:

-Rukj... esta es una de las Humanas que hizo arder nuestra cabaña.

El lobo negro asintió, pero no pareció concederle mayor importancia.

-También es la Humana que nos ha salvado la vida -terminó diciendo, al cabo de unos segundos.

Raon no estaba seguro de que aquello fuera suficiente, pero finalmente decidió dejar todo aquel asunto en manos de Rukj y dedicarse a lo que más le importaba en realidad: liberar a Jarek. Sin perder ni un segundo, se acuclilló junto al lobo de pelaje cobrizo, dirigiéndole una larga mirada cargada de cariño y murmuró, sonriendo:

-Jarek, todo ha acabado. Estoy aquí. Lo hemos conseguido.

Él le dirigió una mirada de agradecimiento e infinita felicidad y, aún amordazado, intento pronunciar algunas palabras, aunque todas ellas se convirtieron en una sarta de ruidos sordos e incomprensibles. Raon rió suavemente y le quitó la mordaza, mientras los hombres de Raizac se reunían con Rukj y Shaina a sus espaldas, quienes habían comenzado a hablar acerca de todo lo que había sucedido durante aquellos últimos días.

-Menos mal -protestó el lobo de pelaje cobrizo, una vez hubo liberado su hocico de la apretada mordaza -. Estaba empezando a creer que nunca más te acordarías de mí.

-¿Qué nunca más... qué? -preguntó Raon, indignado -. ¡Serás idiota! ¡Hemos venido aquí por ti!

-¿En serio? Yo diría que habéis venido para conversar alegremente con Ronod durante más de diez minutos hasta que, finalmente, alguien se ha dado el gusto de acabar con él.

-¿Cómo puedes ser tan desagradecido? -preguntó Raon, sin poder creer lo que oía -. ¿Eres consciente del enorme riesgo que nos suponía venir hasta aquí sólo para salvarte después de...?

-¿Sabes? -le interrumpió Jarek, en ese momento -. Estoy encadenado y no puedo hacerlo, pero si tuviera las zarpas libres sé exactamente de qué manera te haría callar para que comprendieras que sólo estaba bromeando.

Raon se ruborizó intensamente.

-¿En serio? -le preguntó, en voz baja.

-Sí -respondió el lobo, sonriendo ampliamente.

El Humano correspondió a su sonrisa y, cerrando los ojos, se inclinó sobre él para darle un largo beso, disfrutando de cada uno de los segundos de su duración y de todos y cada uno de los matices y sentimientos que despertaba en su interior el lazo que existía entre ambos. Cuando se separaron, jadeantes, el lobo de pelaje cobrizo le dirigió una mirada divertida.

-En realidad -comentó, con cierto tono de sorna -, no me refería a besarte, sino a ponerte una zarpa en la boca para ver si así te callabas...

-Idiota -repitió Raon, tratando de sonar indignado, pero sin poder evitar reirse.

-Bueno, ¿me vas a liberar de una vez o qué? Estoy cansado de estar en esta posición y se me están cansando las zarpas...

-Ya voy, ya voy -resopló Raon, extrayendo una pequeña daga de su cinto y comenzando a cortar aquellas extrañas sogas negras -. No me preguntes cómo lo haces, pero acabo de quitarte la mordaza y ya estoy empezando a preguntarme por qué he tenido que venir a salvarte...

-¿En serio? -preguntó Jarek, alzando una ceja.

Raon sonrió.

-Por supuesto que no, tonto.

Durante los siguientes minutos, trató de romper las ataduras de Jarek de la mejor forma posible, pero no fue tan fácil como había pensado. Las sogas estaban recubiertas por una fina capa de un material negro, blando y flexible, que era más fácil de cortar, mientras que en su interior estaban llenos de pequeñas cuerdas de hierro de color rojizo. El joven Humano se preguntó cuál sería exactamente la utilidad de aquellas cuerdas en el antiguo mundo de sus predecesores pero, finalmente, sacudió la cabeza.

Era probable que jamás llegara a averiguarlo.

Finalmente, consiguió liberar al lobo de pelaje cobrizo y este se acarició las muñecas, dejando escapar un resoplido de dolor.

-Gracias. Ya creía que me iba a quedar aquí encadenado para toda la vida.

Raon rió suavemente.

-Por cierto, tengo que comentarte una cosa que he visto -murmuró el lobo, adoptando un tono más serio -. Creo que he encontrado algo que podría sernos...

En ese preciso instante, un desgarrador grito de dolor le hizo enmudecer.

Sobresaltado, Raon se giró hacia Rukj y Shaina, que a su vez acababan de girarse hacia el pie del montón de restos y habían fruncido el ceño, preocupados. Jarek se incorporó y se colocó tras el Humano, dirigiendo una mirada por encima de su hombro a lo que fuera que les hubiera llamado la atención.

Ronod se tambaleaba no muy lejos de allí, con algo en brazos que, en un principio, el Humano identificó como un residuo más en aquel mar de basura. Sin embargo, no tardó en comprender su error.

-¿Qué hace con un cuenco? -preguntó tras unos segundos, dubitativo.

Shaina había fruncido el ceño, preocupada.

-Es... ¡estúpidos! -gritó en aquel momento Ronod. Su voz, rota por el dolor y la sangre que escapaba a su garganta sonaba aún más terrible que nunca -. Cómo... cómo osáis... creer que podíais salir vivos... ¡de aquí!

-Ronod, asúmelo. ¡Estás muerto! ¡Has perdido! -exclamó Rukj.

El lince esbozó una retorcida sonrisa de oreja a oreja, mientras volcaba el contenido del cuenco sobre sí mismo y una sustancia parecida al agua le empapaba por completo, a la vez que dejaba escapar un largo grito de dolor por el esfuerzo.

-¿Qué está haciendo...? -preguntó Rukj, con un hilo de voz.

-No lo sé exactamente, pero permaneced alerta -les recomendó Shaina, llevándose una mano a la lanza.

El lince, ahora con todo su pelaje empapado y pegado al cuerpo, parecía muchísimo más pequeño y joven. De hecho, si no hubiera sido por el odio que destilaba en sus ojos rojos y su inhumana expresión de odio, Raon casi habría dicho que parecía otra Bestia.

-Nadie... nadie escapa a Ronod... el torturador -dijo, con esfuerzo, dirigiéndoles una última mirada en la que se mezclaba la furia más absoluta con un último brillo de triunfo.

Dicho esto, comenzó a correr hacia un lugar cercano, lo más rápido que le permitía la lanza que aún llevaba atravesada en el estómago, mientras reía salvajemente.

-¿Adónde va? -preguntó Raon, intranquilo.

Sin embargo, Rukj había fruncido el ceño, con preocupación, y Shaina parecía sentirse cada vez más intranquila. Fue en ese momento en el que Raon comprendió hacia dónde se dirigía el lince, al descubrir un pequeño brillo rojizo en el rincón de la sala hacia el que se dirigía.

Una antorcha.

Todas las piezas del puzle encajaron en su mente y, aterrorizado, se giró hacia Rukj, que también parecía haber comprendido lo que estaba a punto de suceder.

-¡Rápido! -exclamó el lobo negro, haciendo señas a todos los presentes para que se dirigieran a la entrada de la cueva -. ¡Tenemos que salir de aquí!

-¿Qué ocurre? -preguntó uno de los hombres de Raizac.

-¡Va a quemar la sala! -gritó en aquel momento Jarek, horrorizado -. ¡Con todos nosotros dentro!

Raon tardó en entenderlo completamente.

Él no lo había percibido antes pero, para el agudo olfato de un lobo, era obvio que un extraño aroma flotaba en al aire, por encima del olor de la suciedad que se había causado en aquella sala.

Aquello en lo que Ronod se había empapado no era agua: era alcohol. Y no sólo él estaba impregnado de él, sino también toda la sala.

-¡Vamos! -gritó Shaina, empezando a correr hacia la entrada de la caverna, dirigiéndoles una última mirada de advertencia.

Todos comenzaron a huir en dirección al exterior, justo en el momento en que Ronod, con los ojos llenos de odio y la garganta llena de sangre, se inmolaba hacia la antorcha que, minutos atrás, sus hombres habían colocado en la pared. Aquel fue el final de Ronod, aquel lince de mente peligrosa que, hasta el final, había luchado por mantener su reputación y su posición a flote, aún a costa de las vidas ajenas.

Su cuerpo se inflamó completamente en apenas unos segundos, y su risa endemoniada se mezcló con el inquietante sonido de aullidos cargados de dolor, furia y una terrible agonía, que quedaban amplificados por el eco de la caverna hasta formar una siniestra cacofonía.

Por desgracia, su cuerpo no fue lo único que comenzó a arder. El fuego se propagó rápidamente por todos los residuos, que habían sido previamente empapados de alcohol por todos sus hombres, y comenzó a alimentarse poco a poco de todos los restos que se habían abandonado allí. Raon trató de ignorar el crujido del fuego y agarró con fuerza la muñeca de Jarek, que se apresuró a correr con él, jadeando violentamente.

Rukj y Shaina, que iban en la delantera, guiaron al resto de hombres hacia la salida. Raon y Jarek, algo más retrasados debido al estado de este último después de su cautiverio, trataron de alcanzarlos acelerando el paso. Sin embargo, de repente Jarek pareció reparar en algo.

-¡Raon, para! -exclamó, tratando de contener sus temblores -. ¡Tenemos que volver!

-¿Estás loco? -le preguntó Raon, dirigiéndole una mirada incrédula.

Sin embargo, el lobo no llegó a responderle nunca.

Soltándose de su mano, dio media vuelta y se internó de nuevo en la caverna, dirigiéndose directamente hacia las llamas.

-¡No, Jarek! -gritó Raon, incapaz de comprender qué era lo que tenía en mente.

Durante unos segundos, se quedó parado en el sitio, sin saber si avanzar o retroceder. Finalmente, fue su corazón el que decidió por él y echó a correr tras Jarek, tratando de controlar el impulso de seguir a todos los demás. A sus espaldas, escuchó cómo Rukj le llamaba a gritos, pero le ignoró completamente tratando de no perder de vista al lobo de pelaje cobrizo.

No tardó en llegar al lugar en que las llamas ya habían empezado a consumirlo todo y el denso humo, más oscuro que cualquier otro humo que Raon hubiera tenido la oportunidad de respirar nunca, le hizo toser violentamente.

-Raon... ¡Raon!

El Humano era capaz de escuchar su nombre más allá de las llamas, perdiéndose entre el atronador rugido del fuego al devorarlo todo a su paso. Trató de distinguir algo en medio de aquella infernal pesadilla que se había abierto paso hasta la realidad, pero una densa cortina de humo negro como el alquitrán lo hacía completamente inútil. Sin embargo, a pesar de que no pudiera ver nada en medio de aquel caos, sabía que había alguien cerca.

-¿Jarek? -preguntó, con el tono de voz más alto que su garganta y sus pulmones, resentidos por la humareda, le permitieron -. ¿Estas ahí...?

El joven trató de abrirse paso a través de los escombros llameantes que continuaban desprendiéndose de aquel techo lleno de artilugios extraños y que prendía en los residuos a sus pies. Era sorprendente lo rápido que una caverna en apariencia tan amplia y resistente podía destruirse bajo el apetito voraz de las llamas. En apenas unos minutos, la cueva en la que habían encontrado el último vestigio de aquella primera raza había sucumbido a la acción destructora del fuego como si se tratara de una simple estructura de papel. Poco quedaba ya de aquellas enormes cajas negras de hierro y vidrio que, a juzgar por el estado en el que las llamas las estaban dejando, no debían estar hechas ni de un material ni de otro. Tampoco estaban resistiendo al efecto del incendio las extrañas barras que, desde el techo de la caverna, habían iluminado antes todo y, ahora, dejando de lucir, sumían todo en una inquietante penumbra tan sólo iluminada por el voraz destello rojizo del fuego. Los pequeños rectángulos negros con los que Jarek había tropezado hacía no tanto tiempo habían supuesto un combustible excelente para el incendio, y ya no quedaban de ellos más que cenizas.

El joven Humano sabía que si no hacía algo rápido, él acabaría de la misma manera.

-¡Raon! -volvió a escuchar, esta vez algo más cerca.

Tratando de distinguir quién le hablaba, se giró en todas las direcciones, llevándose una mano a la boca para dejar de toser. En ese momento, una figura negra como la noche se abrió paso en mitad del humo y le agarró del hombro, con urgencia.

-¿Qué ocurre? -le preguntó Rukj, mirándole directamente a los ojos -. ¿Dónde está Jarek?

-¡No lo sé! -respondió Raon, sin parar de toser -. ¡Dijo que... dijo que teníamos que volver!

Rukj frunció el ceño, probablemente tratando de reprimir cualquier tipo de insulto que se le hubiera venido a la cabeza.

-Iré a buscarlo. ¡Tú regresa a la entrada!

-¡No! -exclamó Raon, tratando de deshacerse del agarre del lobo negro -. ¡No pienso dejarte solo!

Rukj pareció estar a punto de contestarle algo, pero finalmente pareció pensar que no merecía la pena perder tiempo en algo como aquello, de modo que hizo una seña al joven para que le siguiera hacia el interior de las llamas y empezó a correr sobre los residuos del suelo. Raon no pudo evitar fijarse en que la gran mayoría de ellos presentaban un aspecto viscoso, casi como si se estuvieran derritiendo bajo la acción del fuego. Incapaz de encontrar una explicación a aquel fenómeno, sacudió la cabeza y siguió adelante, tratando de no perder de vista esta vez a Rukj.

Ambos avanzaron con dificultad por los restos de la sala y, con cierta tristeza, Raon no pudo evitar pensar que nadie volvería a ver jamás todo lo que ellos habían descubierto en aquel lugar. La existencia de su antigua civilización y el origen de la guerra permanecería siempre como un secreto susurrado de oreja a oreja, una leyenda perdida en mitad de las llamas sin ninguna base que apoyara su existencia.

Sería, por siempre, el misterio que sólo ellos habían logrado desentrañar.

-¡Raon, es aquí! -exclamó entonces Rukj.

El joven aceleró el paso hasta ponerse a su altura y no tardó en descubrir algo en mitad del humo.

Jarek se había derrumbado en mitad de las llamas hecho un ovillo, probablemente presa del miedo. Raon conocía ya de sobre el terror que le producía el fuego y no podía creer que el lobo hubiera cometido una locura así. Sin embargo, trató de mantener la calma mientras Rukj lo cogía en brazos. El lobo de pelaje cobrizo no abandonó su posición fetal en ningún momento.

-Estará aterrorizado -murmuró Rukj, sacudiendo la cabeza. Él también parecía sorprendido por la decisión que había tomado Jarek -. Tenemos que sacarlo de aquí.

Raon asintió y comenzó a correr en dirección a la entrada, sin poder evitar echar de vez en cuando una mirada hacia atrás, incapaz de perder de vista otra vez a Rukj, que avanzaba entre las llamas con Jarek en brazos, tratando de no perder el equilibrio.

Fueron los segundos más angustiosos de la vida de Raon. El fuego parecía cernirse sobre ellos una y otra vez, desatarse contra ellos tratando de morder su piel y prender sus cuerpos, y se veían forzados a retroceder y buscar otro camino otra vez. Además, muchos de los residuos del suelo se estaban convirtiendo en una extraña masa pastosa que hacía imposible avanzar por aquel terreno. Aquello, sumado al abundante humo, negro como un pozo sin fondo, que no sólo reducía la visibilidad sino que, además, les hacía toser continuamente, no mejoraba las cosas.

Finalmente, fue capaz de divisar la entrada de la caverna, a lo lejos, y aceleró el paso, desesperado por escapar de allí. Tropezó varias veces y tuvo que volver a levantarse, y en más de una ocasión, creyó que jamás alcanzaría la salida.

Sin embargo, tras tropezar una última vez, unos brazos le sostuvieron antes de que cayera definitivamente al suelo. Levantó la vista y descubrió que se trataba de la Humana pelirroja, que le observaba con una extraña expresión en el rostro. Durante unos segundos, ambos intercambiaron una larga mirada de reconocimiento, tratando de analizarse el uno al otro. Pero, tras un rato, la mirada de la Humana se desvió por encima de Raon y su rostro se tornó en una mueca de preocupación, a la vez que dejaba escapar una exclamación de advertencia.

Raon se giró, incapaz de entender qué estaba sucediendo.

Rukj continuaba avanzando torpemente por entre los escombros de aquel universo perdido en mitad de las llamas, mientras Jarek, en sus brazos, continuaba sin dar señales de vida. Las zarpas de sus patas se hundían en los restos de la caverna y le hacían perder el equilibrio una y otra vez, aunque se las arreglaba para continuar adelante, incluso teniendo que mantener a Jarek. Pese a todo, su expresión era la viva máscara del sufrimiento.

Fue en ese momento en el que sucedió todo.

El calor había derretido varias de las estructuras del techo y muchos de los paneles que aquella perdida civilización había colocado allí a modo de cobertura y soporte estaban cayendo uno tras otro. Una de aquellas enormes estructuras plagadas de barras para iluminar colgaba peligrosamente sobre las cabezas de Rukj y Jarek y, justo en el momento en que ambos se abrían paso por medio de aquel mar de fuego y humo, terminó por desprenderse y caer al suelo.

Raon quiso gritar algo, pero sus cuerdas vocales estaban exhaustas y sus pulmones apenas podían asimilar el aire después de haber respirado tanto humo.

Una enorme cantidad de escombros cayó sobre ambos lobos mientras el techo comenzaba a derrumbarse prácticamente en la totalidad de la caverna, enterrando todo lo que había bajo él con una densa capa de cascotes, polvo y restos de aquellos últimos vestigios Humanos. El impacto levantó una enorme capa de humo que obligó a Raon a cerrar los ojos y cubrirse la boca, incapaz de respirar. Sin embargo, tan pronto como se hubo disipado, volvió a abrir los ojos y trató de encontrar, desesperado, las figuras de ambos lobos en mitad de aquel océano de suciedad y escombros, en el que las llamas ya habían desaparecido por completo.

Pero, para su desgracia, no encontró nada.

Incapaz de rendirse ante aquella evidencia, el Humano se deshizo del agarre de Shaina y echó a correr hacia el lugar sobre el que se había derrumbado el techo, llamando por su nombre a ambos lobos, a gritos, con una voz rota por la angustia y el dolor. Trató levantar los escombros, pero eran demasiado pesados para él, de modo que continuó gritando su nombre con desesperación, incapaz de contener las lágrimas, mientras corría de un lado a otro, con la esperanza de encontrarles a salvo, en algún sitio.

Desde la entrada, Shaina y los hombres de Raizac le observaron durante unos segundos, con el corazón en un puño, con la certeza de que no había nada que pudieran hacer por él ni por los dos lobos. Pero Raon no compartía la misma opinión y siguió intentándolo, con una determinación férrea, sin rendirse a la posibilidad en la que todos creían en aquel momento.

Sólo cuando se dio cuenta de que estaba llorando, se derrumbó sobre los cascotes y continuó susurrando el nombre de ambos, una y otra vez, haciendo uso del poco aliento que le quedaba a su garganta, con la esperanza de que alguno de los dos lo oyera...

...pero no obtuvo ninguna respuesta.