6 bestias: Capítulo 5: Padre mío que estás en la tierra...

Story by Mastertuki on SoFurry

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#6 of 6 bestias

¡Disculpas por adelantado! Me equivoqué de día y me desconté a la hora de subir capítulos. Ha sido un error. ¡Aquí tenéis el que se tendría que haber publicado la semana pasada!


Lima observaba con curiosidad a las dos criaturas. Para ella, aquello era demasiado natural, posiblemente tras tantos años estando con alguien como Damaru, una criatura de fuego con la capacidad de adoptar forma humana y de pasado desconocido. No obstante, hasta ahora tanto el maestro Yuala como ella no tenían noticia de que esto se pudiese traducir en la existencia de otras razas con esa misma capacidad. Ahora podían confirmar que estaban totalmente equivocados.

El dragón permaneció en silencio analizando a esos dos: No estaba muy seguro de que hacer, si sacarlos del templo inmediatamente y hacer ver que eso no había ocurrido, o ceder y hacerles millones de preguntas. Por lo pronto, solo podía clasificarlos de enemigos, al menos que supiese algo más de ellos.

-Bueno, se ha descubierto el pastel. -Lima tiró del dragón hacia el interior de la habitación y ella misma le siguió, cerrando la puerta detrás de ella. -Ok. Vamos a ser sinceros: Si realizáis un movimiento extraño, este señorito os va a hacer trizas.

El "señorito" no tardó ni dos segundos en cambiar de forma y transformarse en un dragón verde antro, con los ojos enfurecidos y mirando fijamente a uno y luego a otro. Exhalaba humo por la nariz, y abrió un ala para proteger a Lima, que por primera vez en mucho tiempo se había puesto seria con el tema que se les planteaba delante.

Los que tampoco sabían qué hacer eran los dos hermanos. Shinke, que nunca había sido descubierto, no tardó en ponerse nervioso, más de lo que estaba, y soltar un graznido intentando ahuyentar al enemigo. Baka, en cambio, aun estando a la defensiva, intentaba controlar a su hermano, a pesar de que un oso enorme antropomórfico tampoco tuviera mucho músculo para frenarlo.

-... Y bien. -la chica se apoyó en su compañero, y les miró a todos. -Tenemos dos opciones a mi parecer: Os podéis largar de este templo y hacer ver que no ha pasado nada, o podéis empezar a desembuchar y decirnos que estáis haciendo aquí, de donde venís , y a dónde vais. No precisamente en ese orden.

Los dos antropomorfos que había delante de Damaru se miraron al unísono. Shinke no parecía muy convencido, pero Baka estaba dispuesto a colaborar si hacía falta. Su hermano necesitaba ayuda, y aunque esto les había pillado por sorpresa, no dejaba de ver una luz al final de ese túnel en el que se habían metido. Si ahí había un cambiante, tal vez tenía más conocimientos que cualquier humano monje para ayudar, así que se interpuso entre el grifo y el dragón con todo su cuerpo.

-... No venimos a hacer daño. -comenzó. -Estamos haciendo un viaje para ir a ver a un monje que pueda ayudar a mi hermano.. No veníamos con la intención de hacer ningún mal.

-Ya, claro. -soltó el dragón.

-Damaru... Déjame hacer esto a mí. -le pidió la muchacha. Podía dar gracias a que era amiga del monje, o esa falta de respeto le costaría unos cuantos latigazos. Se volvió a los dos cambiantes, y añadió: -No somos idiotas. Por lo pronto, sabemos que este es un dragón y que puede infectar a lo que le dé en gana para convertirlo en uno más de los suyos. ¿Que me garantiza que no habéis venido a convertir el templo entero en una guardia vuestra?

-¡No haríamos algo así! ¡Somos inocentes! -exclamó el grifo, asustado. El oso le miró unos instantes, y su hermano agachó la cabeza debajo de un ala para ocultarse de la verdad. -Maldita sea, esto solo va a peor...

-No hemos venido a hacer nada de eso que nos decís. -les contestó el oso. -Necesitábamos un lugar donde resguardarnos. Mi hermano está demasiado nervioso, y no puede adoptar el Disfraz. Si seguimos adelante, nos darán caza. No aguantaremos ni dos días.

-Ni tampoco vais a aguantar dos días aquí, mendrugos. -contestó el dragón, enseñando los dientes. -Este es mi territorio. Es mi coto de caza. Y nadie va a interferir en él, ¿Queda claro?

No era una norma escrita, pero esa era una verdad como un templo y tanto Shinke como Baka acababan de caer en ello. Un cambiante debía estar de forma constante asegurándose que allá donde pisaba no era territorio de otro, bien por las marcas, bien por el olor. Si lo hacían, podían acabar en pelea territorial, y el resultado podía ser sangriendo. Tenían capacidad de regeneración, sí, pero hasta un cierto límite. Y una pelea de ese calibre con otro cambiante podía acabar en límites insospechados. Y ellos dos habían transcurrido los trayectos sin decir esta boca es mía... O ese morro... O ese pico.

-No queríamos...

-Damaru, cúbreme. -le pidió la muchacha, arremangando sus brazos para comenzar cierta operación. -Muy bien, bola de pelo. ¿Tenéis una cantimplora? ¿Llena de agua? ¿Potable? -sonaba a preguntas estúpidas, pero no era la primera vez que se encontraba con alguien que solo le respondía la mitad de lo lógico que sería tener en ese mundo agua potable encima. El oso fue a por su mochila, pero con sus torpes zarpas, solo consiguió desmenuzar y sacar de ahí todos los trastos hasta encontrar la misma. Se la alcanzó a la chica, y esta la abrió de inmediato.

-Vale, dragonazo. Necesito tu ayuda. -alzó un brazo cerca del morro del antropomórfico compañero, y este la miró un poco asustado. Al ver que la chica no cedía, soltó un resoplido que significó una humareda de narices y con una garra, le pegó un arañazo profundo. Lima gimió de dolor, pero dejó que la sangre fluyera hasta tener un flujo lo bastante grande como para poder llenar la cantimplora con unas cuantas gotas. Herida, la muchacha se acercó al grifo y le acercó el cacharro al morro, haciendo que este graznara asustado y apartara el pico.

-Uh...

-O te lo bebes, u os vais de aquí. Elegid.

Al grifo no le gustaba que lo mandonearan. Ni corto ni perezoso le picoteó levemente la mano molesto, pero cogió la cantimplora con las garras para llevarla al morro, no sin antes olfatear un poco el contenido. Olía extraño... Y tal vez estaban intentando envenenarlo... Pero si no lo hacía, les iban a echar fuera. Y el destino iba a ser peor que ese, definitivamente. No aguantarían ni dos días fuera, y menos sin recursos.

Shinke se bebió un par de tragos, e inmediatamente, tiró la cantimplora al suelo al mismo tiempo que se apoyaba en la pared y empezaba a toser desvalido. Lima no hizo nada más que mirar como el grifo se retorcía de dolor apoyando la espalda en la dura piedra y empezando a resbalar lentamente. El oso detectó el peligro e inmediatamente perdió la cabeza y se interpuso para defender a su hermano, soltando un rugido de reto. El dragón respondió con otro rugido, y se colocó delante de la muchacha a pesar de que esta intentaba frenarlos. Si ahí se ponían a pelear, esa habitación volaría por los aires.

Lima observó un momento a Shinke., Este estaba empezando a perder las plumas al mismo tiempo que su rostro iba adoptando una forma casi humana. Todas las facetas que lo transformaban en un grifo antro iban desapareciendo, y poco a poco, se convertía en un muchacho de pelo echado hacia atrás y nariz curvada hacia adelante, totalmente desprovisto de ropa alguna. El oso, al ver el cambio, batió en retirada y se acercó a su hermano, posando su morro en él para mimar el rostro de su compañero.

-Uh... Ugh... -llegó a decir Shinke, tosiendo aún. -Que asco... ¿Que has... hecho... conmigo?

-Lo que te he contado. -dijo mientras intentaba que Damaru recuperaba escalones de dignidad por momentos antes de que se convirtiera en un animal completo. -Sois infecciosos, y yo soy inmune a todos vuestros cambios... No era la primera vez que a Damaru le ocurría algo parecido y Yuala y yo hacíamos ese experimento. ¿Te piensas que lohabíamos probado sin saber antes sus resultados?

Y bien que lo habían hecho, al menos con Damaru, aunque esta vez podría no haber funcionado bien. El oso los miró arrepentido de sus actos y permaneció sentado sobre sus cuartos traseros mimando al grifo, asustado.

-Urg... Pero... No puedo...

-Cambiar de forma. Tardarás unas horas. -confesó Damaru, protegiendo a la muchacha. -A parte de un dolor de cabeza impresionante y algunas vomiteras. Definitivamente... Cuando te ví sobrevolar la zona, pensé que eras un novato, pero ya veo que no me equivocaba. Has estado a punto de que te descubrieran allá abajo, y ahora has perdido el control de tu poder. No se de dondeveniss pero sois una bomba de relojería... Iros de aquí. No sois bienvenidos.

Y dicho eso, Damaru se dio la vuelta. No quería saber nada más de aquellas criaturas, más solo habían causado problemas. En cuanto pudo, recuperó su forma humana para no llamar la atención y miró a Lima. El tajo que le había pegado en el brazo era impresionante, y si no le cortaba pronto la hemorragia, acabaría mareándose por la pérdida de sangre. Con un fuerte suspiro, volvió a recuperar la calma y le hizo una señal a su compañera para que lo siguiera.

-Vámonos... Tengo que curarte es-

-¡Espera!

La voz de Shinke los pilló a los dos de sorpresa. Damaru no se giró, pero Lima si que lo miróa los ojos... Unos ojos que gritaban desesperanza y ayuda a partes iguales. Casi parecía que estuviera a punto de llorar, y la mano alzada denotaba que estaba algo desesperado.

-¡No me dejéis así! -exigió. -¡Por favor! ¡Necesito ayuda! ¡No puedo controlarme! ¡Olvidaré quien soy a este paso... Ayúdame!

La chica miró a Damaru, que parecía ser totalmente frío a la criatura. Durante unos segundos solo se escucharon las súplicas de Shinke, que fueron ignoradas completamente al final cuando el dragón decidió avanzar hasta la puerta y salir de ahí junto con Lima. Shinke observó, a su vez, como la única esperanza que le habían plantado delante se desvanecía, y con ella, la terapia que tal vez le habría salvado la vida.

Disgustado, gritó de rabia, y golpeó varias veces el suelo hasta hacerse daño en los nudillos. Por una vez, le supo mal tener una capacidad de regeneración tan bestia que no podía romperse los huesos con tal de sentir algo más que no fuera miedo y desesperación en lo más profundo de su corazón.

***

Hacer curas con las garras de un dragón humanoide no era nada fácil, pero a Damaru se le daba bastante bien. Era una criatura que se sentía bastante cómoda siendo quien era, gracias a que tenía dos personas que no tenían problema alguno en ver su forma real. Con el tiempo, aprendiendo, descubrió que no debía morder, que debía ir con cuidado a la hora de compartir ciertos objetos para evitar producir infecciones y convertir a gente en alguien como él. Había tenido que aprender a luchar contra el instinto de querer tener un grupo como él... Y de hecho, seguía ahí, latente, insistiendo a cada segundo. No era fácil vivir con ese pensamiento en la cabeza cada día.

-No se como se te ha pasado por la cabeza ayudarlo. -murmuró el dragón, cerrando de golpe la cinta. Había tenido que coser la herida del brazo, desinfectarla, y por si acaso, cortar la hemorrágia un poco con una cinta en la parte superior. Lima no dijo nada, pero se mostraba sonriente.

-Me recordaba a tí... En tus jóvenes días. -le dijo. -En tu adolescencia, cuando eras incapaz de cambiar o no querías...

-¿Te fías de ellos, acaso?

-Bueno... No exactamente. -le dijo. -Pero es toda una sorpresa que por fín hemos podido afirmar de que no estás relativamente solo en el mundo. A ver, obviamente no naciste por un milagro, pero teniendo en cuenta que nunca encontramos a tu madre...

-Si te refieres a hacerme amigo de dos completos desconocidos que acaban de entrar en mi terreno, lo tienes claro. -el dragón se incorporó y meneó la cola molesto mientras guardaba la caja. No era el jefe del lugar, pero como la raza que era, necesitaba delimitar un espacio, reconocer algo como suyo, y pelear por ello. Ahora sentía que ese sentimiento se hacía más fuerte por cada segundo que pasaba mientras esos dos estuvieran en aquella habitación. -Mañana se habrán ido.

-¿Así, sin más? Oh, vamos, Damaru... -la chica le tocó un brazo, intentando que le prestara atención. -... Te ha pedido ayuda y ni siquiera te has molestado en escuchar su petición. ¿Cómo te sentirías si te hicieran lo mismo?

-No vas a convencerme con ese argumento. -cerró la caja de primeros auxilios, y le miró con sus enormes ojos rasgados. -Nadie en su sano juicio ayudaría a un cambiante. Puedo sentirme muy afortunado que el maestro Yuala estuviera allí para salvarme. Otro me habría descuartizado y arrancado la piel a trizas. Así que hazte a la idea, Lima: El mundo, ahí fuera, no es seguro. Ni para tí ni para mí. -finalizó. Al darse cuenta de lo duro que había sido con la muchacha, decidió bajar el tono de voz, aunque su apariencia feroz no ayudaba. -Se que el maestro Yuala no le queda tiempo... Pero no quiero irme.

-Ni yo... Pero hazte a la idea, Damaru. -Lima dio un par de pasos atrás, y se encogió de hombros, con un rostro de pena total. -En algún momento él se irá, y tú tendrás que huir para que no te descubran. Y yo también... ¿Que mejor que hacerlo con gente como tú?

Al ver que el dragón no respondía, Lima dio la conversación por finalizada. Se inclinó levemente para agradecer la cura y salió de la habitación de su mejor amigo. El dragón, de mientras, estaba arañando una pared, calentando la piedra con su zarpa, mientras procuraba contener un momento de ira total que se incrementa con el tiempo en el interior de su cuerpo. Era la lucha interna entre el miedo por conocer el mundo exterior, y no saber como reaccionar con calaña como él.

Y la tristeza de saber que Yuala le estaba forzando a irse.

Estuvo a punto de sentarse y meditar cuando escuchó de pronto abrirse la puerta. El miedo se apoderó de su cuerpo al acordarse de que nadie, absolutamente nadie, debía verle, y se giró de inmediato en posición de atacar, casi moviéndose por instinto. Su parte racional le indicaba que buscara un lugar donde esconderse mientras alguien entrara, pero en aquel momento estaba prácticamente bloqueado por toda la conversación que había tenido con Lima.

-Ah, Damaru. -una voz conocida le hizo relajarse. -Sabía que te iba a encontrar aquí...

El dragón se relajó, esbozando una leve sonrisa mientras su cola se movía de lado a lado. Por educación se inclinó hacia su maestro, que avanzaba levemente con una sonrisa en la boca. Ante él no tenía porque esconderse. De hecho, Yuala solía pedir que se mostrara tal cual, tal vez porque se habían conocido así desde hacía mucho tiempo, y el Disfraz para él era una especie de insulto que debía usar porque la humanidad no estaba preparada para asumir la identidad real de Damaru.

-¿Y bien, ya has hecho amigos nuevos?

-Eh... Son desconocidos, Maestro. -el dragón se sentó delante de su mayor, pero serio. -¿Porquédecíss eso?

-No tienes porqué esconderlo. Ya se que son cambiantes.

¿Cómo? El dragón abrió los ojos de par en par. Lima seguro que había abierto la boca... No, no era posible. Había estado con él todo ese tiempo, y acababa de salir por la puerta hacía unos segundos. Aunque se hubiesen encontrado, era imposible que en nada y menos hubiera explicado todo lo ocurrido. ¿Entonces como...?

-¿... Lo sé? -el dragón sintió algo de incomodidad al notar que le terminaba mentalmente una frase. -Damaru, hay algo que los cambiantes tenéis respecto a nosotros, los humanos. ¿Nunca te he dicho lo brillantes que son tus ojos, verdes como esmeraldas? -le dijo, sentándose en el suelo también. -A todos os brillan. Lo he podido ver: Son distintos... Al menos, uno de ellos. El otro supongo que estaba escondido porque no ha podido adoptar lo que llamáis el "Disfraz" cómo te ocurrió a tí cuando eras más joven, ¿Verdad?

¿Le estaba leyendo la mente acaso? El dragón no tuvo otro remedio que asentir con la cabeza. Por instinto, se desplazó hasta el maestro y se quedó cerca de él, pero siempre manteniendo un poco la distancia por educación. Aun así, era tan difícil... Había algo que le estaba resultando extraño del maestro. ¿Su forma de hablar? No... No era eso...

-Así es. -le dijo al final. -Son un grifo y un oso. Pero se irán de aquí pronto...

-... Y tú con ellos. -el maestro volvió a sonreír contento, y añadió, mirando a la ventana. -¿Sabes? Me esforcé muchísimo en encontrar un sitio como este. Recuerdo que no querías separarte de mí... Que tonto...

-... Lo siento... Era muy pequeño y... -era mentira, pero no se atrevía a decir la verdad de todo lo que se le pasaba por la cabeza en aquel momento. -No sabía exactamente como expresarme... Pero... Que están aquí no quiere decir que me tenga que ir aún. Puedo esperar más... -¿Tal vez su mirada? No, tampoco...

El maestro soltó un suspiro al ver que su alumno se resistía a escucharlo siquiera.

-¿Te he contado nunca la leyenda del emperador Huang Di?

Oh, dios, otra de sus historias... El dragón negó con la cabeza y Yuala se puso serio, volviendo la vista cansada que tenía en su mejor alumno, y casi, su único hijo. Parecía que se iba a alargar aquello.

-Hace mucho tiempo, Huang Di tuvo un imperio grande, y por miedo a que otros atacaran y tener que enviar a su gente, decidió llamar a los seis guerreros legendarios: El grifo, el oso, el dragón, el tigre, la orca y el lobo. Sin embargo esas criaturas desaparecieron, y el imperio de Huang Di fue borrado del mapa. Con el paso del tiempo, se fue disgregando en lo que conocemos ahora como el reino de oriente. Empiezo a creer... -se incorporó, y se acercó con paso lento a las ventanas. -... que se están empezando a unir. Damaru... Deberías ir con ellos. Es la mejor oportunidad que vas a tener... Tu tiempo aquí ha terminado. Igual que el mio.

Y en aquel momento cayó en la cuenta. No era la mirada, ni la voz. Era algo tan evidente que se le había pasado por alto sin darse cuenta y eso había evitado que se pusiera tan cariñoso. Yuala no olía a nada... No podía sentir su olor. Eso... ¿Eso era...?

-Lo siento, Damaru... Me habría gustado que fuera de otra forma.

-¡Damaru!

La puerta se abrió de golpe de par en par. En ella estaba Lima, sudando, jadeando, y con los ojos rojos y en lágrimas. Se le veía el cuerpo tenso y por el olor que emanaba, se intuía miedo y tristeza. El dragón se incorporó de golpe y la miró sorprendido, intentando entender la situación para tener herramientas con las que calmar a la muchacha.

-¿¿Que ocurre, Lima?

-¡El maestro... el maestro...! -la muchacha le miró a los ojos, pero fue incapaz de terminar la frase y cayó derrumbada al suelo con las manos tapándose la cara, mientras se escuchaban sollozos. El dragón volvió la vista a la ventana, pero ya no había nadie... Nunca había habido nadie allí.

Nunca supo como, pero por primera vez, fue capaz de adoptar el disfraz a una velocidad tan grande que el cuerpo le gritó de dolor. Sin embargo, su amor por el maestro era más fuerte y se negó a ceder por ello. Con lágrimas en los ojos, pero serio, echó a correr pasando de Lima y atravesó todos los pasillos que conocía. Estaba rompiendo una de las normas más importantes del templo, pero a tomar por saco. Damaru necesitaba ver lo que le había revelado Lima con sus propios ojos.

En cuanto subió las escaleras, sus temores infundados empezaron a cobrar cada vez más fuerza. Decenas de monjes en el templo, e incluso algunas criadas, se encontraban abarrotados en la puerta del maestro, que estaba abierta de par en par. Los cuchicheos, las voces, y algunos lloros que se podían oír de fondo, le hacían presagiar lo peor. Pasando de la educación, el dragón apartó a la gente, cada vez con más fuerza. No podía ser, era imposible...

... Era verdad.

En cuanto consiguió entrar, su cuerpo se quedó helado. Sus ojos no se apartaban del cuerpo inerte de su maestro, sujetado en brazos de otro monje que iba cantando una canción para ayudar al espíritu del mismo a realizar el Nuevo Viaje. Damaru permaneció unos segundos que le parecieron minutos, y de repente, le entró la negación: Avanzó a paso ligero hasta el cuerpo y lo cogió entre sus brazos, interrumpiendo al monje.

-Vamos, Yuala, no puedes hacerme una broma como esta. -suspiró, ignorando la sorpresa del monje por mencionarlo como si fuera su propio padre. -Venga, ya está bien la broma, ya está... Nos estás asustando a todos... Vamos, Yuala... Por favor, por lo que más quieras, abre los ojos...

No, no los iba a abrir. A él se le estaban inundando de lágrimas que caían por sus mejillas mientras veía al hombre ahí, inerte, sin responder a sus plegarias. Estuvo insistiendo durante minutos, su cuerpo tenso, su corazón de dragón destrozado como si lo hubieran tirado por un barranco y lo hubieran hecho pedazos. No. Quería oír la voz de su maestro una vez más. Que le abrazara. Que le dejara acurrucarse debajo de su ala cuando quería protegerlo. Que le enseñara...

Pero en el fondo sabía que Yuala se había despedido de él. Para siempre.

Sintió como el otro monje recuperaba su cuerpo, pero Damaru ya no opuso resistencia. Permaneció allí, llorando, en el suelo, en silencio. ¿Que iba a hacer ahora? ¿Quien le iba a enseñar, quien le iba a dar consejos, quien le iba a contar cuentos? ¿Donde estaba la persona que hasta ahora había considerado su padre y había desaparecido como si nada? ¿Porqué el mundo era tan cruel? ¿Donde estaba...?

Lima...

El dragón se incorporó, y echó a correr de nuevo. Esa vez, la gente se apartó a su paso para no oponer resistencia. Yuala, su querido Yuala, había desaparecido. Les había dejado a los dos, no solo a él, solos en ese mundo. Con lágrimas en los ojos, el chico fue corriendo hasta su habitación. No tardó nada en vez que Lima seguía ahí, llorando desconsolada frente a la puerta. En otras ocasiones, estaría asustado por si otra los hubiera visto, pero aquel momento era distinto. Era importante, porque acababan de perder una persona muy valiosa. Damaru se acercó a Lima y lo abrazó, deshaciendose en lágrimas al mismo tiempo que Lima gemía y gritaba rabiosa y cabreada. No podía ser, decía mientras golpeaba a Damaru en la espalda y finalmente se relajaba. No puedo perder a otro familiar, murmuró mientras estallaba en una agonía sin fin.

Durante minutos, los dos "hijos" del maestro Yuala se encontraron solos en un mundo que les dejaba las maletas listas para irse de allí, mientras se hacían a la idea que su único "padre" acababa de irse al cielo, habiendo enseñado todo lo que había podido para que siguieran vivos en aquel mundo. Ahora eran propietarios de su propio destino.

Ahora Yuala sólo les vería desde el cielo.