Crónicas de la Frontera: Capítulo XVII

Story by Rukj on SoFurry

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#19 of Crónicas de la Frontera

¡Saludos a todos!

Aquí tenéis el decimoséptimo capítulo de Crónicas de la Frontera. Es un capítulo bastante cargado de acción en el que suceden un montón de cosas. No es excesivamente largo, pero realmente es uno de los capítulos que más me ha costado escribir, aunque también me ha gustado bastante. Espero que a vosotros también os guste.

Y eso es todo. ¡Gracias por leer! ^^

PD: Ya sólo quedan dos capítulos para el final...


Raon nunca se había enfrentado a cuerpo descubierto contra tantos potenciales objetivos al mismo tiempo ni había tenido que plantearse jamás la posibilidad de matar a otra Bestia para salvar su vida. Sí lo había hecho, sin embargo, en la caravana de Raizac, cuando aquel mercenario lince había intentado terminar con su vida mientras dormía. En aquella ocasión, habían sido la adrenalina y las ansias de supervivencia las que habían guiado su puñal hacia el corazón de su enemigo. Raon esperaba tener la misma suerte en aquel momento.

Nada más recoger aquel cuchillo para defenderse, se encontró de frente con uno de los hombres de la guardia de Sek, uno de aquellos enormes toros que le habían llevado preso cuando se había entregado a ellos en la cueva donde habían encontrado los últimos vestigios de la antigua civilización.

Raon apenas tuvo tiempo para reaccionar antes de que aquella gigantesca Bestia se le echara encima con los cuernos por delante. Apretando con fuerza los dedos en torno a su recién adquirida arma, hizo un rápido quiebro hacia la derecha, esquivando por los pelos la embestida del toro. No tardó en recobrar el equilibrio antes de que éste levantara una enorme maza de hierro en el aire y la dirigiera hacia él en un movimiento que parecía desproporcionadamente rápido en relación a su tamaño. El joven Humano se echó a un lado y rodó por el suelo, para después levantarse y clavar los ojos en su agresor, tratando de encontrarle puntos débiles.

El cuerpo del toro estaba completamente recubierto por una imponente armadura de hierro que no dejaba demasiados flancos al descubierto, por lo que cualquier ataque físico tratando de alcanzar sus puntos vitales habría sido en vano. Sin embargo, había algo en el movimiento de aquel enemigo que había conseguido que Raon se acordara de la enorme Bestia que había atacado a Jarek poco después de que escapara del campamento de Raizac.

Aún en cuclillas y observando cómo el toro se recuperaba de su último ataque, Raon dejó escapar un resoplido para apartarse el pelo húmedo de la frente y se incorporó, adelantando un poco el puñal a su propio cuerpo para no quedar desprotegido. Haciendo aquello se arriesgaba demasiado, al igual que se había arriesgado cuando había tenido que combatir a la otra Bestia, pero desgraciadamente no tenía otra opción.

El toro volvió a tomar carrerilla para golpearle con su maza en el que, casi sin ninguna duda, sería un golpe mortal. Raon trató de ignorar los gritos desesperados de su instinto, que le pedía que saliera huyendo, y contuvo el aliento, esperando a que la maza del toro comenzara a realizar una letal trayectoria hacia su cráneo. No habría segundas oportunidades.

Tenía que esperar al momento justo.

Finalmente, hizo un rápido movimiento hacia un lado levantando su capa de pieles con una mano para cegar al toro. Éste dejó escapar una exclamación de sorpresa, pero apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que el Humano se apresurara en realizar una ágil finta y en encaramarse a su espalda, cuchillo en ristre. A pesar de las continuas sacudidas de la Bestia, que trataba de quitarse la capa de pieles de la cara y a Raon de encima, el joven no tardó en encontrar el cuello de su enemigo y deslizar el cuchillo por él en un rápido movimiento que abrió un surtidor de cálida y pegajosa sangre. El toro aún se movió durante unos segundos antes de que sus piernas cedieran con el Humano encima y cayera al suelo, inmóvil.

Raon se quedó durante unos segundos encima de la fría armadura, incapaz de moverse, aún contemplando aquel cuerpo muerto y la sangre que ahora teñía su capa de pieles blancas. Sin embargo, no tuvo tiempo para pensarlo durante demasiado tiempo, puesto que el fragor de la batalla a su alrededor le hizo recordar que tenía que moverse si no quería acabar igual que su víctima.

Se levantó y echó una breve mirada circular, tratando de distinguir algo a través de aquella multitud de Bestias atacándose las unas a las otras, más allá de aquella tormenta de aceros y garras que buscaban desesperadamente hundirse en la carne de sus enemigos.

¿Dónde estaba Jarek? Raon no recordaba haberle visto tras su último intento de huida y no podía evitar preguntarse si habría conseguido escabullirse en medio de aquel caos sin resultar herido. Una creciente inquietud se apoderó de él, mientras comenzaba a moverse en dirección al improvisado cadalso que Ronod había preparado para ellos la noche anterior, donde le había visto por última vez. <<Maldita sea>> pensó, con el corazón en un puño, mientras se apresuraba a moverse tratando de evitar las peleas ya empezadas y a los enemigos potencialmente peligrosos <<. Jarek no sabe defenderse. Con tal de que Ronod haya estado algo atento... >>.

El joven Humano no quería ni pensarlo.

Sabía los niveles de maldad a los que podía llegar aquel lince blanco; conocía ya su retorcida mente. No debería haberse despreocupado de Jarek tan fácilmente ni siquiera cuando aquel toro se había abalanzado sobre él...

Inmerso en sus preocupaciones, apenas percibió el silbido de una afilada hoja de acero demasiado cerca de él, hasta que notó un agudo dolor en su brazo. Sorprendido, Raon dejó escapar una exclamación de dolor, pero no tardó ni medio segundo en darse media vuelta y encararse a quien acababa de intentar atacarle por la espalda.

Su mirada se encontró con la de un joven lobo de pelaje gris que, en aquel preciso instante impulsaba su espada hacia él en una violenta estocada que, de haber llegado a alcanzarle, le habría perforado completamente el estómago. Raon consiguió a duras penas dar un salto hacia atrás en el último momento pero, debido al peso adicional de la sangre que empapaba su capa de pieles, perdió el equilibrio y tropezó, cayendo al suelo.

Un brillo de triunfo destelló en la mirada del lobo gris, mientras alzaba la espada sobre su cabeza y dejaba escapar un grito de victoria, dispuesto a realizar un golpe final con el que segar la vida del joven Humano para siempre.

Raon apretó los dientes, sabiendo que no sería capaz de esquivarlo a tiempo.

Sin embargo, en aquel momento una violenta sacudida recorrió el cuerpo del lobo gris, quien, congelado en aquella última postura, dejó escapar un sordo gañido de dolor. El Humano permaneció quieto, sin atreverse a mover un solo músculo, hasta que otra brutal convulsión sacudió el cuerpo de su enemigo, esta vez, salpicando una buena cantidad de sangre sobre Raon, que no pudo evitar cerrar los ojos instintivamente. Cuando los abrió, segundos después, se encontró con alguien a quien en un principio le costó identificar debido a la densa capa de sangre que cubría su pelaje y a la enorme hacha que portaba.

-¿Qué ocurre? -preguntó Ailec, esbozando una sonrisa cansada -. ¿Es que te has rendido ya, Eslabón?

-¡Ailec! -exclamó Raon, sonriendo a su vez y levantándose rápidamente, sintiendo una oleada de alivio, a pesar de que aquel toro era a la última persona a la que se habría esperado encontrarse en aquella situación -. ¿Qué estás haciendo aquí?

-Lo mismo que todos nuestros hombres. Pero no hay tiempo ahora; tenemos que salir de aquí.

Dicho esto, se dio media vuelta y se internó de nuevo en aquella marea de personas.

-¡Espera, Ailec! -le llamó Raon, dirigiendo una mirada a su espalda, indeciso -. ¡Tengo que encontrar a Jarek!

El toro se giró hacia él y pareció dudar unos instantes.

-Tenemos a Jarek -dijo, finalmente, dándose media vuelta mientras levantaba su hacha para abrirse paso -. ¡Sígueme, vamos!

Raon tardó unos instantes en reaccionar, pero finalmente decidió fiarse de la palabra del toro y empezó a seguirle a paso ligero. Mientras trataba de mantener su acelerado paso, no pudo evitar echar una mirada a su alrededor para descubrir con sus propios ojos la crueldad de aquella escena.

El sol se estaba alzando más allá de las colinas y los gritos se iban desvaneciendo poco a poco, a la par que el suelo se llenaba de cadáveres ensangrentados. Muchos habían caído, sí, pero otros aún seguían en pie, tratando de salvar su vida. Raon sacudió la cabeza, sobrecogido, sabiendo que aquella no era ni la primera ni la última batalla que se había librado por él, ni tampoco la más cruenta. Era, simplemente, una batalla más.

Ailec se deshizo de varios enemigos con un solo movimiento, demostrando que, en contra de lo que Raon habría pensado sobre alguien que se limitaba a viajar en una caravana, sabía manejar bastante bien el hacha que llevaba en las manos. Las Bestias que se cruzaron en su camino, tratando de cortarles el paso, cayeron al suelo como fardos rotos; Raon no estaba seguro de si desviar la mirada para no tener que ver sus expresiones muertas y la sangre que manaba de sus cuerpos muertos o si echarles un breve vistazo para asegurarse de que estaban muertos. Aquello era, simplemente, algo que le superaba. <<Sólo hay alguien que puede frenarlo>> pensó, para sí, mientras seguía adelante.

Incluso en aquel macabro escenario, aún había una chispa de esperanza.

Finalmente, él y Ailec llegaron a las afueras del campamento y prácticamente gatearon por la colina que se encontraba tras él, descendiendo rápidamente por el otro lado para ocultarse de la vista de sus enemigos lo más rápidamente posible. Raon prácticamente se dejó caer por la pendiente de la colina, sintiendo la gélida mordedura de la nieve a través de su precario calzado, y el frío del amanecer arañando sus huesos. Sin embargo, no tardaron demasiado en llegar al pie del pequeño montículo y detenerse, tratando de recobrar el aliento.

Cuando Raon alzó la cabeza de nuevo, descubrió que él y Ailec no eran los únicos que habían decidido refugiarse tras aquella colina. Decenas de Bestias se movían frenéticamente de un lado a otro, comunicándose entre sí prácticamente a gritos, mientras se pertrechaban con armaduras y armas de todo tipo. Una vez preparados para entrar en combate, lobos, toros, linces y liebres comenzaban su escalada por la colina, dirigiéndose en la dirección contraria a aquella por la que Raon y Ailec habían venido; hacia el campamento de Ronod.

El joven dirigió una mirada atónita al toro que le había sacado de allí apenas unos minutos atrás. Este se encogió de hombros.

-Estábamos viajando hacia el Cerro del Caminante con la caravana y da la casualidad de que se es una de las pocas bases habitadas que se pueden encontrar en los Páramos. Bueno, en realidad dudo que fuera una casualidad -gruñó Ailec, frunciendo el ceño -. Apuesto a que fue todo idea de mi padre. La cuestión es que, cuando ayer por la noche llegamos allí después de varios días de travesía, nos asentamos y charlamos un poco con los líderes de la base. Ellos fueron los que nos dijeron que, apenas unas horas antes de que apareciéramos nosotros, un lobo negro había llegado a su base.

-¿Un lobo negro?

-Sí -contestó Ailec, algo molesto por la interrupción -. Nos contaron que, a pesar de su semblante impasible, hablaba de la guerra entre razas con una pasión tan desbordante que casi se podía ver brillar en sus ojos. Y que les había pedido ayuda para salvar a quienes, según él, eran la última esperanza de este mundo para acabar con los conflictos.

-¿Rukj está bien? -preguntó Raon, sin poder contenerse.

-¿Quieres parar de hacer preguntas y dejarme terminar? -protestó Ailec, dejando escapar un resoplido de exasperación -. Nos encontramos con Rukj y él nos explicó la situación. Reunimos a todos los hombres de armas que viajaban en la caravana y a todos los que había en aquella base. Los que estaban dispuestos a luchar, claro. No todo el mundo estaba dispuesto a tomar partido por un simple Humano y un lobo cautivos.

Raon parpadeó varias veces, sin poder creer lo que oía.

-¿Me estás diciendo que toda esta gente ha venido aquí a luchar... por nosotros?

Ailec se cruzó de brazos, sonriendo.

-Pues claro. No estáis tan solos como creéis, ¿sabes?

El joven Humano notó entonces una extraña sensación que, hasta aquel momento, había tenido pocas oportunidades de sentir. Era una extraña calidez en su pecho, un alivio prácticamente imperceptible que, aunque pequeño, le quitaba un gran peso de encima, dándole fuerzas para seguir adelante y no dejarse vencer tan pronto por las circunstancias.

Era el hecho de saber que no estaba solo, que alguien luchaba a su lado, que no era el único arriesgando su vida por aquella causa.

Era la muerte de su soledad. El nacimiento de su esperanza.

Pero no tuvo demasiado tiempo para pensar en ello; después de todo, no demasiado lejos de allí seguía desarrollándose una batalla campal que, aunque prácticamente terminada ya, implicaba que no había tiempo para dejarse llevar por las emociones. Ya habría tiempo para pensar en aquello más adelante. Ahora tenía otras preocupaciones en mente.

-¿Dónde está Jarek? -preguntó entonces, recordando que aún no había llegado a verlo desde que la batalla en el campamento había comenzado.

Ailec frunció el ceño y, en lugar de responderle, dejó escapar un suspiro.

-Antes de responderte a eso, me gustaría preguntarte algo a ti -. La expresión del joven toro se tornó sombría -. He intentado preguntárselo a Rukj, pero no quiso hablarme de ello. Dijo que ya tendría tiempo de darme explicaciones cuando te encontrásemos... y eso no me tranquiliza demasiado. Así que preferiría que me lo dijeras directamente tú, ahora que nos hemos encontrado.

Raon no pudo evitar sentir un escalofrío al intuir a qué se refería Ailec.

-Raon... ¿dónde está Loki?

El Humano tardó en reaccionar.

Por unos instantes, el rostro del joven lince había aparecido ante sus ojos con una claridad estremecedora y había tardado en recordar que, después de todo, ya nunca volvería a verlo con vida. Tal vez, si las circunstancias hubieran sido distintas, Raon hubiera podido dar una respuesta casi inmediata, fingir que aquello no le había dolido tanto como en realidad lo había hecho; mentir para no tener que contarle a Ailec aquella verdad que tan injusta le parecía. Pero apreciaba demasiado a Loki y sabía que él no habría querido eso.

Con el corazón en un puño, Raon alzó la cabeza para responder a la pregunta del toro, pero tan pronto como las miradas de ambos se cruzaron, el joven Humano supo que él ya lo había comprendido todo.

-No... -musitó Ailec, retrocediendo un poco con el rostro congestionado en una mueca de angustia y pena.

-No pudimos hacer nada -murmuró Raon con un hilo de voz, mientras bajaba la mirada, incapaz de soportar por más tiempo el dolor en la expresión del toro -. El ataque vino por donde menos nos lo esperábamos... Creo que Ronod lo tenía todo calculado.

Ailec no respondió.

Había bajado la cabeza y temblaba violentamente, con los puños apretados con fuerza en torno a la empuñadura de su hacha.

-Ronod... -masculló, como si su nombre resultara ácido en su boca.

-El lince blanco que nos encarceló -explicó Raon, con los hombros hundidos -. El mismo que torturó a Loki semanas antes... en Cellisca Nívea...

El Humano no sabía qué más añadir.

Por una parte se sentía forzado a darle aquella información al joven toro, pero por otra comprendía demasiado bien lo que tenía que estar pasando por su cabeza en aquel momento. Él tampoco había podido soportar la idea de que, después de tanto luchar, el joven lince mensajero de la Orden de los Cachorros de Kara, hubiese muerto a manos de Ronod, que representaba todo lo contrario a sus ideales.

Era injusto y, en cierto modo, indignante. No sólo por el hecho de haber perdido la vida de un amigo, de alguien tan cercano para ellos, sino porque, por otra parte, casi parecía como si el destino hubiese decidido jugar al favor de sus enemigos, los mismos que querían prolongar aquella innecesaria guerra plagada de muertes. Y aquella no era una perspectiva halagüeña.

-Ailec, yo... -comenzó Raon, buscando unas palabras con las que consolarle, pero tuvo que detenerse.

El enorme toro alzó la cabeza y, antes de dejarle terminar, dejó escapar un grito de rabia y tristeza, que se perdió en el cielo como un lamento agónico fruto de la desesperación más profunda. Raon, algo intimidado, se encogió sobre sí mismo y escuchó crujir los nudillos de Ailec en torno a aquella pesada hacha.

No tuvo tiempo de detenerle antes de que, con los ojos iluminados por una furia sanguinaria, comenzara a dirigirse hacia el campamento de Ronod a grandes zancadas.

-¡Ailec, espera! -exclamó, tratando de detenerle, y dio un paso hacia la colina, dispuesto a alcanzarle.

Pero entonces, otra mano se cerró en torno a su muñeca y le detuvo en el sitio, con insistencia.

Raon dejó escapar un jadeo entrecortado y se giró hacia la Bestia que había detenido su avance. Tardó unos instantes en reconocerla, a pesar de que su característica figura de color azabache se perfilaba muy bien contra la nieve, y en cuanto lo hizo, no supo si sentirse aliviado o, por el contrario, preocuparse aún más.

-Inoa -murmuró, mientras clavaba su mirada en el rostro de la liebre que había conocido tiempo atrás en el campamento de Raizac -. ¿Qué estás haciendo aquí?

-Soy un miembro más de la caravana, por si no lo recuerdas -le explicó la joven, encogiéndose de hombros -. En cuanto supe que te habían atrapado, me dije a mí misma que tenía que venir a ayudaros. No podía quedarme de brazos cruzados sabiendo que la misión de Loki había... fracasado.

Raon sintió un pinchazo en el corazón.

-Loki... -murmuró, mirando a Inoa.

-Lo sé, lo he oído todo -le interrumpió la liebre, tomándole del brazo y presionando suavemente para darle ánimos. A continuación, pareció dudar unos instantes antes de introducir una de sus zarpas entre los pliegues de su ropa y sacar un pequeño odre de su cinto -. Toma, bebe un poco de agua. Te sentará bien.

El joven se dio cuenta entonces de lo seca que tenía la garganta.

Sin poder evitar precipitarse un poco hacia el odre, lo tomó entre sus manos y bebió con avidez, cerrando los ojos. No podía recordar cuándo había sido la última vez que había bebido agua. ¿Tal vez incluso antes de entrar en la cueva donde se encontraban los restos de la civilización antigua? En cuanto hubo saciado su sed, se secó los labios con el dorso de la mano y, al comprobar que la tenía llena de sangre, utilizó parte del agua restante para limpiarse un poco la cara y las manos.

-Gracias -murmuró, una vez hecho todo esto, dejando escapar un suspiro de alivio.

-No hay de qué, es lo menos que podía hacer -murmuró Inoa, desviando la mirada. A continuación, dejó escapar un leve suspiro y echó a andar, aún del brazo de Raon -. No me esperaba lo de Loki. Siempre pensé que él encontraría la forma de demostrarme que yo me equivocaba y que, después de todo, los Maestros de la Orden de los Cachorros de Kara habían hecho bien en escogerle a él. Esa posibilidad no me gustaba nada, pero tampoco quería que le sucediera... esto.

Raon se mordió el labio inferior, comenzando a avanzar automáticamente junto a la liebre, mientras le daba vueltas a lo que acababa de decir.

-Supongo que él quería demostrarte lo mismo -murmuró, con un hilo de voz.

-Es una verdadera pena que no lo haya conseguido -dijo Inoa, levantando la mirada y acariciándose una oreja con la mano que llevaba libre, pensativa -. Lo cierto es que ahora, desde esta perspectiva, todo parece diferente. No sé ya qué credibilidad darle a las palabras de la Madre Kara. Es cierto que estáis aquí, pero... ¿y todos los contratiempos por los que habéis tenido que pasar? ¿No podría haberlos mencionado en ninguna de sus experiencias místicas?

-Nos habría hecho un gran favor, sí -admitió Raon, echando un breve vistazo atrás, incapaz de prestar atención a las palabras de Inoa -. Oye, ¿no nos estamos alejando del campamento...?

-Oh, no te preocupes, no creo que nadie nos eche de menos. Tienen la batalla prácticamente ganada; ahora les queda replegarse y decidir qué hacer -le explicó la liebre, sin parar de caminar -. Buf... recuerdo cuando conocí a Loki, hace ya mucho, mucho tiempo. El apenas sería un cachorro y a mí ni siquiera me habían crecido las orejas, pero ambos sabíamos de sobra que queríamos entrar a servir a la Orden de los Cachorros de Kara... Claro que por aquel entonces había demasiado que aprender, ¡tanta información que almacenar en nuestras pequeñas cabecitas! Yo siempre fui aventajada, desde luego, pero él tampoco se quedo muy atrás. ¡Ambos nos habíamos aprendido el Tratado de la Red apenas unas semanas después de haber entrado a la Orden!

Raon asintió, lentamente.

Por algún extraño motivo que no alcanzaba a comprender, tenía la sensación de que las palabras de la liebre llegaban de muy lejos y le costaba un esfuerzo terrible prestarle atención. Casi sentía como si alguien hubiese sumergido su cabeza bajo un barreño de agua tibia y todo lo que escuchara a su alrededor estuviera amortiguado por el líquido.

Pero Inoa continuaba hablando.

-...cientos de cartas y de profecías, millones de enseñanzas que recordar. Nos llevaron ante el consejo de los Maestros de la Orden y nos hicieron una serie de preguntas individuales, ninguna relacionada con lo que habíamos estudiado hasta aquel momento. Supongo que, en parte, por eso es por lo que Loki fue capaz de superarme en aquella prueba -Raon parpadeó un par de veces, incapaz de entender nada, tratando de aclarar sus pensamientos -. La decisión llegó varios días después... recuerdo que apenas pude dormir la noche anterior de tan nerviosa que estaba.

En ese momento, Inoa se detuvo y Raon levantó la mirada, confuso.

Había algo que no marchaba bien; algo en su cabeza que no estaba como debería, y el joven Humano no sabía de qué se trataba. Clavó sus ojos, algo asustado, en el rostro de la liebre, que le observaba con una evidente mezcla de impaciencia y curiosidad. Tras unos segundos en los que ninguno de los dos dijo nada, los labios de la joven se curvaron en una leve sonrisa.

-Menos mal -murmuró, para sí misma -. Empezaba a quedarme sin historias con las que entretenerte.

Raon apenas fue capaz de escuchar la última palabra. Tan sólo escuchó en el interior de su mente, repetidas como a través de un eco lejano, las palabras que la liebre había pronunciado antes:

<<Oh, no te preocupes, no creo que nadie nos eche de menos>>.

Había algo raro en todo aquello, pero sus pensamientos no fluían y era incapaz de pensar con claridad. Fue en ese preciso momento en el que, como si alguien hubiera apagado el fuego que las mantenía en funcionamiento, sus piernas se doblaron y cayó al suelo como un títere sin vida.

La batalla había causado estragos en el campamento de Ronod.

La confusión inicial producida por el ataque sorpresa de los hombres de Raizac había desconcertado a sus enemigos, por lo que, a pesar de encontrarse en desventaja debido a la ligera inferioridad numérica, las tropas del Comisario no habían tenido nada que hacer. Los pocos que quedaban se debatían desesperadamente entre la vida y la muerte, tratando de sobrevivir a una batalla que, casi seguramente, no era la suya.

Ailec sabía todo esto, pero en aquel momento era incapaz de pensar en ello. En su mente sólo podía ver una y otra vez el rostro de Loki cuando se había despedido de él semanas atrás y le había prometido que, una vez terminada su misión, volvería a su lado para continuar lo que habían dejado a medias. En aquel momento había sentido el irrefrenable deseo de no dejarle marchar y de pedirle que se quedara a su lado, o, por lo menos, que le permitiera acompañarle en su viaje. Había sentido verdadero miedo ante la posibilidad de perderle para siempre en aquel catastrófico viaje, pero finalmente había decidido dejarle marchar solo, consciente de que, al igual que su lugar estaba en la caravana de su padre, el del joven lince estaba junto a los Eslabones, tratando de enseñarles el camino por el que debían avanzar.

Ahora, sabiendo lo que había pasado, habría dado cualquier cosa por retroceder en el tiempo y cambiar aquella decisión. Sabía que era poco probable, pero quería pensar que, tal vez, Loki no hubiera sufrido aquel terrible destino si él se hubiese atrevido a dejar a su padre atrás para acompañarle en el viaje. La simple idea de que sus peores temores se hubieran confirmado y ya no existiera un futuro junto a Loki hacía que su corazón se encogiera, atenazado por la desesperación más profunda.

Y la ira.

No sabía cómo ni por qué, pero necesitaba liberarla sobre algo o alguien, y su hacha clamaba sangre.

Probablemente aquellas Bestias no hubieran tenido nada que ver con la muerte de Loki, pero eso en aquel momento le importaba poco.

Sólo tenía sed de venganza, y no le importaba con quien saciarla, incluso sabiendo que ni un millón de muertes conseguirían devolver a Loki a la vida. Por ello, el acero de su hacha silbó en medio del campamento, machacando huesos, desgarrando entrañas y destrozando cuerpos, mientras cantaba una mortal canción de acero y sangre. La mayor parte de sus enemigos decidían no enfrentarse a él y trataban de escapar. En algunos casos, Ailec les dejaba marchar, pero en otros no se contentaba con verles huir y se aseguraba de darles caza para obligarles a luchar.

No habría sabido decir cuánto tiempo permaneció en el campamento, tratando de aplacar su furia en medio de aquel caos. Sólo volvió en sí cuando, tras haberse deshecho de un lobo que había estado a punto de alcanzarle con su maza, escuchó a alguien conocido pronunciar su nombre a sus espaldas.

El toro se dio media vuelta, aún con su enorme hacha en ristre, y se topó con la severa mirada de unos ojos ambarinos que le observaban con desaprobación.

-¿Qué estás haciendo? -preguntó Rukj, suavemente, aunque Ailec creyó percibir en su voz un ligero tono de reproche.

Por otro lado, no supo contestar a la pregunta del lobo.

-¿Hay algo malo? -inquirió él, a su vez.

Sin embargo, no necesitó una respuesta para entender a qué se refería Rukj.

De repente, al mismo tiempo que la ira se desvanecía poco a poco en su mente, una amarga revelación empezó a tomar el control de la misma. Era como si siempre hubiese estado allí, dormida, pero hasta aquel momento no se hubiese decidido a alzar la voz y ser escuchada.

Loki no habría querido aquello.

En silencio, Ailec clavó su mirada en el hacha que ahora sostenía y no pudo evitar sentir un estremecimiento de asco al ver tanto a su arma como a sí mismo completamente cubiertos de sangre. <<Si él hubiera estado aquí>> pensó <<se hubiera sentido decepcionado>>. De repente se sintió terriblemente avergonzado de sí mismo.

Tras unos segundos, el toro volvió a levantar la mirada y avanzó un paso hacia Rukj, asintiendo lentamente para demostrarle su agradecimiento. El lobo, de todas formas, permaneció impasible.

-¿Dónde está Raon? -preguntó, tras unos segundos -. Me pareció haberle visto salir del campamento junto a ti.

Ailec parpadeó, pensativo.

-Le dejé junto a los demás. Si no recuerdo mal, estaba con Inoa cuando yo me marché. Supongo que esa liebre pesada quería volver a preguntarle todos los detalles de su misión. A veces es tan asfixiante... ¿Qué pasa? -preguntó, al ver que Rukj fruncía el ceño con preocupación -. ¿Ocurre algo?

Raon apretó los dientes, mientras trataba en vano de moverse.

Su mente se había aclarado un poco en el mismo momento en que había caído al suelo, pero ahora tenía la horrorosa sensación de que había perdido por completo el control de su propio cuerpo. Ahora, tirado sobre la nieve de cualquier manera, trataba de entender qué era exactamente lo que había pasado y, aún más importante, qué iba a pasar.

Sin embargo, no necesitó llegar él mismo a aquellas conclusiones.

El joven Humano escuchó los leves pasos de unas botas pequeñas muy cerca de su cabeza y trató de girar la cabeza para ver algo, pero ni siquiera su cuello parecía obedecerle. Era como si alguien hubiese cortado de una vez todas las cuerdas que le ataban a su cuerpo y ahora se encontrase atrapado en aquella postura, incapaz de moverse por más tiempo.

-Mi madre solía ser herborista, ¿sabes, Raon? -comenzó entonces a decir Inoa, aún tras él -. Yo nunca le vi la finalidad a aquel oficio. Tan sólo se dedicaba a recetar hierbas a un puñado de viejos con dolores de espalda, insomnio, y otros problemas que no nos repercutían para nada. Pero bueno, supongo que siempre se puede aprender algo, hasta del acontecimiento más estúpido y absurdo de tu vida. Es inevitable.

-¿Por... qué? -preguntó Raon, con esfuerzo. Notaba la garganta seca y la lengua pesada, como un trapo en medio de su boca. Aquel hecho no podía dejar de parecerle irónico, dado que había sido un trago de agua lo que lo había desencadenado.

-¿Por qué? -preguntó la liebre, dejando escapar una leve risita. No respondió inmediatamente, sino que se tomó su tiempo y caminó un poco más cerca de Raon, apareciendo a la izquierda de su campo de visión -. ¿Por qué, dices?

El Humano jadeó, tratando de moverse de nuevo, esta vez con más ahínco.

La situación no pintaba nada bien y lo peor de todo era que no sabía exactamente qué motivaciones movían a Inoa, ni lo que pretendía hacer. Hasta aquel momento, ni en sus más oscuras pesadillas hubiera considerado que aquella liebre pudiera suponer una amenaza, pero, dadas las circunstancias, estaba claro que se había equivocado.

-Loki no estaba preparado para soportar el papel que le tocó asumir. Siempre fue demasiado débil. Incluso con todos los conocimientos necesarios, carecía de la determinación absoluta que alguien debería tener para conducir a los Eslabones hacia su destino, sin importar lo que ellos pensaran. ¿Acaso tú no te diste cuenta, Raon? Casi parecía que vosotros estuvierais guiándole a él... en vez de él a vosotros.

Raon no dijo nada.

-No... Loki no estaba preparado para ser el elegido de la Orden. Era demasiado joven, blando e inexperto en la vida. Un simple hijo de comerciantes, siempre al abrigo de sus padres. No era una buena elección -continuó Inoa, removiendo la nieve con una pata lentamente -. ¡Los sabios de la Orden debieron haberme escogido a mí! ¿Quién mejor que yo conocía todos los manuscritos de la madre Kara al pie de la letra? ¿Quién se había preparado para la prueba durante tanto tiempo como el que yo estuve estudiándola? ¿Quién querría demostrarles su valía más que yo?

-No... -musitó Raon, desde el suelo -. Eso... está mal...

-¿Cómo dices?

El Humano dejó escapar un suspiro de cansancio, sin cejar en su empeño de intentar levantarse para escapar de Inoa. Creyó percibir un mínimo movimiento en su dedo meñique, pero no podía estar seguro.

Tenía que entretener a la liebre tanto tiempo como fuera posible.

-No... deberías haber estudiado... los textos de la Madre Kara -le explicó, lentamente; en parte porque era incapaz de mover la boca a mayor velocidad y en parte porque necesitaba ganar tiempo desesperadamente -. Los Sabios... supieron...

-¿Supieron el qué? -replicó Inoa, dando un pisotón en el suelo, con cierto tono de enfado -. ¿Acaso pretendes decirme que Loki estaba mejor preparado que yo? Eso es absurdo. Se pasaba las horas muertas perdido en sus ensoñaciones... y en secreto, cuando creía que nadie le miraba, ¡se dedicaba a observar a todos los chicos de la Orden con la esperanza de que alguno de ellos reparara en él!

Raon abrió mucho los ojos, sin poder creer lo que acababa de oír.

-Oh, ¿es que acaso no te esperabas que "vuestro mensajero" tuviese unos gustos tan peculiares en lo referente a sus parejas? -se sonrió la liebre, malinterpretando su sorpresa -. Tal vez hubiera sido mejor para vosotros saber que el lince que os guiaba en vuestro camino se había desviado del suyo propio. ¡Pero no, él lo llevaba en secreto! ¡Como un cobarde!

El Humano cerró los ojos, sintiendo una punzada de dolor en su interior, pero no por los motivos que Inoa hubiera creído.

Acababa de recordar aquella conversación que, tiempo atrás, habían tenido a las orillas de aquel lago. En ese momento, él le había expuesto a Loki sus propias dudas acerca de lo que sentía hacia Jarek, sin darse cuenta de que el propio lince también estaba lidiando con las suyas. ¿Quién habría sido el que había despertado en él los mismos sentimientos que Raon había experimentado por aquel entonces? Sin embargo, Raon no tardó en apartar aquella pregunta de su mente, convencido de que eso no era lo que importaba.

Loki le había aconsejado porque le comprendía y sabía cómo se sentía. Al igual que ambos habían sido elegidos por un grupo superior y tenían una misión que cumplir, los dos habían tenido que enfrentarse a las mismas dudas respecto a lo que su corazón les dictaba. Ahora podía verlo claro y, por unos segundos, no pudo evitar sentirse tremendamente identificado con aquel joven lince de ojos azules que le había guiado durante su viaje.

-No, definitivamente no era una buena elección -prosiguió Inoa, dejando escapar una aguda risita -. Supe desde el primer momento que jamás conseguiría cumplir su misión y que lo único que haría sería prolongar la agonía de este Mundo. Y, al igual que cuando uno se encuentra una rata moribunda en su portal y decide matarla para ahorrarle el sufrimiento... yo decidí hacer lo mismo con este Mundo. Y Ronod se ofreció para ayudarme.

Raon dejó escapar un jadeo de sorpresa, comprendiendo por primera vez desde que la conversación había empezado hasta qué punto estaba en peligro.

-Las ideas de la Madre Kara se basaban en la idea de que este mundo está sumido en el desequilibrio y en el pensamiento de que la Red, todos nosotros, nos hemos separado. La guerra enfrenta a todos sus hijos y, por ello, debemos buscar la manera de conseguir la reconciliación entre ambos bandos -murmuró, sentándose al lado de Raon -. Pero hay varias formas de conseguir ese equilibrio, aunque la Madre Kara no fuese capaz de verlo en su momento.

>>Ella siempre pensó en la posibilidad de la paz como el único medio para mantener a este Mundo con vida. Y, sin embargo, había algo mucho más simple que eso para conseguir el equilibrio del que tanto le gustaba hablar. Con la exterminación de una de las dos razas, los enfrentamientos cesarían por completo. Y, de esa manera, el Mundo volvería a establecer su orden, tal y como ella siempre quiso. Sólo con una de las dos razas aunque, al fin y al cabo, ¿quién puede asegurar que ése no es un futuro mejor que el que nos espera si continuamos así? La Madre Kara era una idealista. Se dejaba llevar por sus fantasías y le daba una garantía inexistente a sus visiones con el objetivo de arrastrarnos a todos tras ella en busca de un sueño que jamás podríamos cumplir. Pero, después de que los Sabios de la Orden me rechazaran, decidí que ya me había cansado de perseguir sueños inexistentes en los que, además, nadie me dejaba tomar partido. Me había cansado de esperar.

>>Pude contactar con Sek mucho más fácilmente de lo que habría esperado. El Comisario de Cellisca Nívea apenas tardó en ponerme en contacto con Ronod, al que le conté todas las intenciones de nuestra Orden con pelos y señales, incluyendo la misión que le habían reservado a Loki. Desde ese momento, todos los hombres de Sek comenzaron a buscar a un joven lince de ojos azules al que, tras varios días de búsqueda, encontraron bebiendo nada menos que junto a Rukj, el lobo que había sido rechazado por toda la sociedad de las Bestias. Tu "padre", ¿no es así? ¿No crees que es una bonita coincidencia que ambos se encontraran en Cellisca Nívea para que pudieran atraparlos a los dos a la vez? Bueno, quién sabe... tal vez, después de todo, la Madre Kara no estuviese tan loca.

>>Sin embargo, capturar a Rukj y Loki sólo resolvía la mitad de nuestro trabajo. Para evitar satisfactoriamente cualquier intromisión teníamos que encargarnos de vosotros dos, Eslabones; encontraros y eliminaros. Esa era nuestra propia misión, aquella que mi Orden jamás me dio. Por eso, Ronod, Sek y yo ideamos un plan mediante el cual Rukj y Loki quedarían en libertad, tan sólo teóricamente, y después podríamos seguirles la pista para encontraros a vosotros dos. El primer plan que ideamos consistía en asesinar a uno de los dos sigilosamente, cuando aún no conocierais bien cuál era vuestro papel en toda esta historia. No fue difícil sobornar a uno de los linces en la caravana de Raizac para que hiciera el trabajo sucio. Por desgracia para nosotros, aunque se llevó uno de tus dedos con él, falló.

>>Pero Ronod tenía otro plan preparado. Decidimos esperar a que llegarais a vuestro destino, guiados por Loki. Una vez allí, os apresaríamos, ejecutaríamos y, después de eso, nos encargaríamos de eliminar lo que fuera que encontrarais en el lugar al que os dirigíais.

Inoa se estiró un poco y dejó escapar un bostezo, algo cansada después de haber estado hablando durante tanto rato sin pausa.

A su lado, Raon trataba de ordenar los pensamientos en su cabeza, demasiado desconcertado por todo lo que le había contado la liebre. Tenía la sensación de que necesitaba organizar toda aquella información en su cabeza antes de digerirla. De hecho, incluso en aquellas circunstancias, el hecho de que Inoa les hubiera traicionado todavía le parecía demasiado inconcebible.

-El plan se torció esta mañana, otra vez -terminó ella, simplemente, chasqueando la lengua -. Teníamos que hacer algo, nos arriesgábamos a perder todo por lo que habíamos luchado. Por suerte, yo tenía un recurso en la manga. Y tú eras lo suficientemente confiado como para que funcionase.

Raon apretó los puños, tratando de contener la rabia.

No podía evitarlo; el tono burlón de la liebre le irritaba demasiado, sobre todo teniendo en cuenta cómo había hablado anteriormente de Loki. Por más indefenso que se encontrara, no podía tolerar que Inoa insultara de aquella manera el recuerdo de su guía... no; de su amigo. Simplemente, no podía.

-Ahora que lo pienso, compartes esa cualidad con Loki -prosiguió ella, como si hubiese leído sus pensamientos -. ¡Supongo que ambos fuisteis siempre igual de débiles en ese aspecto! No será la compasión lo que nos saque de esta guerra, Raon. Y eso es algo que ni tú ni Loki fuisteis capaz de entender nunca.

El Humano dejó escapar un respingo de ira, notando cómo sus propias uñas se clavaban en las palmas de sus manos cerradas, de tanta fuerza con que las apretaba. Fue entonces cuando una súbita revelación, guiada por aquel pequeño rastro de dolor, acudió a su mente.

En ese instante, Inoa comenzaba a reír con una risita aguda y chillona, tan desagradable como el resto de la conversación que habían mantenido hasta aquel momento.

-Aunque, ¿qué se podría esperar de alguien que ni siquiera sabe admitirse a sí mismo y tiene que llevar sus propios sentimientos en secreto? ¡Pobre lince desgraciado! ¡Ja, ja, ja!

-¡¡Cállate!! -gritó en ese momento Raon, consciente de que había llegado el momento de pasar a la acción.

Durante el pequeño discurso de Inoa apenas se había dado cuenta de que había ido recuperando sus fuerzas progresivamente, hasta que había notado el dolor que le provocaba apretar tanto los puños. Ahora que sabía que tenía algo de energía, no pensaba desperdiciarla aguardando a que aquella odiosa liebre manchase más el recuerdo de Loki.

En apenas una fracción de segundo, el joven se incorporó rápidamente y, sacando de su cinto la espada que había conseguido en el campamento de Ronod, dirigió un rápido mandoble hacia una sorprendida Inoa, que sólo pudo dejar escapar un chillido de horror mientras se echaba hacia atrás en un movimiento instintivo.

Sin embargo, no fue lo suficientemente rápida como para esquivar el golpe de Raon y el filo de la espada arrancó de su cuello el colgante de turmalina que la identificaba como miembro de la Orden de Kara, a la vez que rasgaba sus ropajes y la piel que se ocultaba bajo ellos. Un reguero de sangre escarlata bañó la nieve a sus pies, tiñendo los destellos multicolores de la turmalina de una tonalidad más oscura.

-Cómo... te atreves... -masculló Raon, entre dientes, aún sosteniendo aquella espada entre él y la liebre -... a hablar así de Loki. De alguien... que ha dado su vida por tu estúpida Orden... -escupió, con fuego en la mirada -. No puedo creer que en este Mundo aún existan personas tan despreciables... ¡como tú!

Inoa había retrocedido unos pasos, con una zarpa en la herida que el joven Humano le había provocado en el pecho, y respiraba entrecortadamente mientras le observaba con una mezcla de odio y temor.

-Esta es la prueba de por qué la Orden no te eligió -continuó Raon, tratando de mantenerse sobre sus cuclillas a pesar de que el esfuerzo empezaba a pasarle factura -. ¡No eres más que una maldita mentirosa llena de envidia! ¡No entiendes para nada... los verdaderos ideales que Loki seguía! -El humano alzó el tono de voz, temblando de rabia -. Él nos hizo creer en un Mundo mejor... ¡mientras que tú pretendes acabar con él! ¡Sólo porque fuiste rechazada por la Orden!

La liebre temblaba violentamente, Raon no habría sabido decir si por la ira que le provocaban sus palabras o por el dolor que debía causarle su herida, pero la mirada de absoluto desprecio que le dirigía no dejaba lugar a dudas.

Sin embargo, el joven no tuvo demasiado tiempo para pensar en ello.

Apenas unos segundos después de decir esas palabras, la expresión de Inoa cambió por completo y echó la cabeza hacia atrás para empezar a reírse a carcajadas, con aquella risa tan aguda y chillona que Raon empezaba a detestar.

-¿Que os dio esperanza, dices? ¿Y de qué sirve eso si ya no tenéis ningún futuro? -prosiguió la liebre, esbozando una sonrisa irónica -. Deberías mirar a tu espalda, Raon... y darte cuenta de que, aunque no lo sepas, ya has perdido esta batalla.

El joven pensó que se trataba de una estrategia para despistarle, pero no pudo evitar dirigir una breve mirada hacia atrás con el rabillo del ojo.

Lo que vio consiguió que se le helara la sangre en las venas.

Inoa no había pretendido acabar con él en ningún momento, aunque le hubiera drogado con el agua que ella misma le había dado a beber. No; su plan había sido muy distinto desde el primer momento, aunque él no hubiera sido capaz de verlo en su momento...

Mediante aquella larga charla, la liebre le había mantenido allí, inmovilizado y entretenido, hasta que había llegado quien realmente debía acabar con él. Y ahora, por más que hubiese conseguido contraatacar y tomar por sorpresa a Inoa, no conseguiría vencer a los enemigos que habían acudido en su rescate. Menos aún, considerando que los efectos de aquel extraño veneno aún no se había disipado.

Aquella Bestia a la que Inoa había esperado durante tanto tiempo mientras hablaban de Loki era ni más ni menos que el Comisario de Cellisca Nívea, Sek. Y no venía solo; varios de los hombres que habían conseguido escapar de la masacre del campamento le acompañaban.

-Humano Raon -comenzó diciendo éste, con voz grave. No parecía muy contento con la situación en que se encontraban y, probablemente, la muerte de la gran mayoría de sus hombres no le haría mucha gracia -. Se te acusa de organizar un ataque directo a la autoridad y de promover una revuelta contra el orden. Si vienes con nosotros pacíficamente, te llevaremos hasta Cellisca Nívea, donde se te someterá a un juicio en el que se decidirá tu condena.

-¿Organizar un ataque y promover una revuelta? -preguntó Raon, dando la espalda a Inoa, a la que consideraba un enemigo mucho menos peligroso, y encarándose a Sek -. ¿Cómo es posible que haya organizado algo así si me habíais encerrado en un carromato alejado de vuestro campamento?

Sek frunció el ceño, pero no se dejó amilanar.

-La otra opción sería que te resistieras a la autoridad... en cuyo caso, tendríamos que acabar contigo. Obedecer o ser eliminado. Tú decides, Humano.

Raon apretó los dientes y se preparó para dar una respuesta, pero hubo alguien que lo hizo antes que él.

-Me temo que deberías reconsiderar tu oferta, Sek -intervino alguien, desde no muy lejos -. Raon tiene otra opción que has pasado por alto deliberadamente.

El joven Humano dejó escapar un jadeo de sorpresa y se giró en dirección a la voz que acababa de escuchar, que provenía de una pequeña ladera no muy alejada de allí. A pesar de notar aún en su cuerpo los efectos de lo que fuera aquello que Inoa le había hecho beber, no pudo evitar sentir una inmensa alegría en cuanto descubrió a Rukj, Ailec, Raizac y a varias de las Bestias de la caravana del toro en la cima de una pequeña colina no muy lejana.

Sin perder un segundo, se incorporó sobre sus talones y trató de alejarse de Inoa, aún con la espada levantada, acercándose al grupo de sus aliados. Tropezó un par de veces y tuvo que gatear para alcanzarles, pero una vez estuvo allí se sintió infinitamente más tranquilo y seguro que minutos antes, cuando había estado tendido en el suelo junto a Inoa.

La liebre, por su parte, le vio marchar y no hizo el menor movimiento para impedírselo. A Sek tampoco pareció importarle demasiado.

-¿De qué opción hablas, proscrito? -respondió Sek, con el ceño fruncido -. ¿Acaso crees que tu tropa de forajidos se puede enfrentar a las fuerzas del Comisario de Cellisca Nívea y salir con vida del enfrentamiento? No me hagas reír.

-Bueno -contestó Rukj suavemente, con un brillo amenazante en los ojos -. Creía que el hecho de que hayamos masacrado tu campamento en apenas unos minutos te habría convencido de que no es una idea tan descabellada.

El golpe bajo surtió efecto y el Comisario apretó los puños, dirigiendo una intensa mirada de odio al lobo, que ni se inmutó. Inoa, aún con una zarpa en la herida de su pecho, dejó escapar un ruidito desdeñoso y retrocedió hacia Sek, sin poder apartar su mirada de Raon, al que observaba con un desprecio que casi rozaba la repulsión. El joven Humano se había colocado al lado de Ailec y, a pesar de mantenerse en pie con dificultad, le devolvió una desafiante mirada llena de dureza.

-Sin embargo, creo que ya han muerto demasiados hombres hoy -prosiguió Rukj, adoptando un tono algo más conciliador -. He contado las bajas en tu campamento, Sek, y como ya sabrás, no es una cifra agradable. También hemos perdido a muchos de nuestros hombres y el hecho de tener que perder aún más por recuperar a Raon no es algo que nos entusiasme demasiado. Supongo que en eso estarás de acuerdo conmigo.

-Cualquiera de mis hombres estaría dispuesto a morir con tal de preservar el orden establecido -replicó el Comisario, con gesto fiero -. Aún así...

Rukj aguardó, mientras a sus espaldas, Ailec y Raizac cruzaban una mirada de entendimiento. Hubo un incómodo y largo silencio entre ambos bandos, que se prolongó durante unos segundos eternos, mientras el viento de las Tierras de las Bestias gemía suavemente.

-Aún así, estoy de acuerdo contigo -terminó cediendo Sek, desviando la mirada -. Ya se ha derramado demasiada sangre por hoy -A continuación, alzó la mirada de nuevo y la clavó en los ojos de Rukj, inquisitivamente -. ¿Qué es lo que propones?

El lobo negro se tomó su tiempo antes de contestar.

-Hay una forma de decidir cómo salir de esta situación -explicó, con suavidad -. Propongo que ambos nos enfrentemos, en igualdad de condiciones... en un combate a muerte. Si eres tú el que resulta vencedor, podrás quedarte con Raon y someterle al juicio que consideres oportuno. Mis hombres se marcharán y no opondrán ningún tipo de resistencia, asumiendo que hemos perdido esta batalla. Pero si soy yo el que gana -hizo una pausa -serán tus hombres los que se marchen sin oponer resistencia. Eso también va por Inoa. Todos vosotros tendréis que marcharos comprendiendo que habéis perdido vuestra oportunidad de capturar al Eslabón.

Sek pareció meditar la respuesta durante unos segundos, valorando sus posibilidades. Raon contenía el aliento, consciente de que aquella podía ser su última posibilidad de escapar con vida de allí.

-Un duelo, ¿eh? -murmuró finalmente el Comisario -. Está bien, acepto. ¿Cuáles son tus condiciones?

-Un duelo con espada -respondió Rukj, casi inmediatamente, como si ya hubiera planeado aquello -. Tú y yo, solos. Cualquier intervención de otro Humano o Bestia anulará nuestro trato.

Sek mantuvo su mirada durante unos instantes, pero finalmente avanzó un paso y respondió:

-Sea.

Rukj asintió y dirigió una mirada de reojo a Raon, que no supo exactamente cómo interpretar aquel gesto. Raizac avanzó entonces hacia el lobo de pelaje negro y colocó una de sus pezuñas en su hombro, con gesto grave.

-¿Estás seguro de esto, Rukj?

-Ya lo hablamos antes, no tenemos otra opción -respondió el lobo, dejando escapar un suspiro de resignación y, a continuación, girándose hacia una de las Bestias que les acompañaban para tomar una espada -. Tal y como están las cosas, provocar otro enfrentamiento sería contraproducente. La única forma de salir de esta situación sin causar más bajas de las necesarias es ésta.

-Pero yo podría haber luchado en tu lugar -intervino Ailec, dando un paso al frente -. No me siento cómodo sabiendo que vas a volver a arriesgarte por...

-No me subestimes, joven toro -le interrumpió Rukj, esbozando una media sonrisa -. Puede que lleve mucho tiempo sin blandir una espada, pero puedo asegurarte que en todos estos años no he abandonado en absoluto el arte de matar. Y Sek no es un rival tan fácil como tú crees... yo diría que tengo más posibilidades de acabar con él que tú. Aunque sólo sea porque conozco mejor su forma de luchar.

Ailec frunció el ceño.

-Rukj-le llamó entonces Raon, avanzando un par de pasos hacia él, aún débil por los efectos del veneno -. Haz... algo por mí.

El lobo negro dirigió la profunda mirada de sus ojos ambarinos hacia él y le observó durante unos segundos, esperando. Raon se mordió el labio inferior, sin saber exactamente qué decir.

-Por favor, no mueras -murmuró, finalmente.

-Tranquilo, jovencito -dijo Raizac, golpeándole con suavidad la espalda y haciéndole tambalearse un poco -. Tu padre ha sobrevivido a situaciones mucho más peligrosas que esta. Deberías haberle conocido hace quince años, cuando apenas era un jovencito.

Raon no dijo antes, pero en su interior no podía evitar sentirse inquieto.

Rukj, por su parte, no contestó. Simplemente le dirigió una larga mirada que pretendía ser tranquilizadora y, a continuación, comenzó a caminar hacia Sek, con su recién adquirida espada en la mano. El toro ya se había separado de su grupo y le observaba con expresión neutra mientras balanceaba en su mano una espada de mediano tamaño, calibrando su peso.

-Aún estás a tiempo de echarte atrás, proscrito -murmuró, sin variar un ápice su gesto.

Rukj no contestó a la provocación. En lugar de eso, alzó la cabeza y dijo:

-Creo que había dicho que debíamos luchar en igualdad de condiciones, Sek. Veo que aún llevas puesta tu armadura. Si tanto miedo tienes de enfrentarte a mí, deberías protegerte con ella, en lugar de en tus intentos de frenar esta batalla. Aunque claro, así no estarías cumpliendo las normas.

El toro tardó unos instantes en reaccionar, cogido por sorpresa.

Sin embargo, si le molestaron las palabras del lobo, no lo demostró. Se limitó a darse media vuelta y a quitarse con lentitud todas las piezas de su armadura, dejando su torso desnudo al igual que el del lobo de pelaje negro. Rukj observó esto meticulosamente, tal vez tratando de encontrar puntos débiles en la movilidad de su enemigo, aunque no lo consiguió.

Raon, mientras tanto, observaba la escena con el corazón en un puño. A pesar de un cazador fuerte y ágil, Rukj era mucho más pequeño y corpulento que Sek, que tenía la constitución fornida y musculosa típica de los toros. A su lado, el lobo parecía un enemigo insignificante, aunque el joven Humano sabía que no lo era y que, en la gran mayoría de los casos, un enfrentamiento directo con él sería letal. Raon esperaba que, a pesar de tener menos masa corporal que Sek, Rukj pudiera sobrevivir a aquella batalla aprovechándose de su rapidez y astucia... aunque, sabiendo que el toro era nada menos que el Comisario de Cellisca Nívea, Raon veía difícil que las cosas fueran a ser tan sencillas.

-¿También quieres que me quite las mallas? -le preguntó entonces el toro, con tono despectivo.

Rukj esbozó una media sonrisa.

-No, así está bien -dijo, alzando la espada -. Cuando quieras.

El toro le observó detenidamente, frunciendo el ceño.

Como buen estratega, Rukj era capaz de adivinar los pensamientos que pasaban por la cabeza de su enemigo en aquella situación. No tenía la menor duda de que, en aquel momento, Sek creía haber averiguado su estrategia; permitirle que atacara él primero como gesto de buena fe y utilizar el primer movimiento del toro para analizar su forma de luchar y saber cómo enfrentarse a él en aquella batalla. Al fin y al cabo, ambos habían luchado juntos en el campo de batalla, contra los Humanos, años atrás. Rukj sabía que Sek le conocía bien.

O, al menos, que creía conocerle.

Sabiendo esto, el lobo negro no tuvo más que esperar unas centésimas de segundo a que el toro procesara aquella información y asumiera que su enemigo le permitiría realizar el primer golpe, aunque fuera en su propio beneficio.

Y, una vez Sek hubo asumido esto, Rukj atacó.

El ataque fue tan rápido y veloz que ninguno de los allí presentes pudo seguirlo con la mirada; de repente fue casi como si una sombra negra se hubiese abalanzado contra el toro, llevando en alto una afilada espada que realizó un mortal arco en dirección a la cintura de su enemigo. Aquel comienzo tan inesperado pilló por sorpresa a Sek, quien alzó la espada justo a tiempo para evitar que el primer golpe de su enemigo acabara con él. A continuación y, sin perder más tiempo, alzó la espada de nuevo dispuesto a atacar a aquel proscrito y acabar con esa batalla cuanto antes.

Sin embargo, Rukj supo moverse a tiempo y realizó una ágil finta, situándose en uno de los flancos de Sek, desde donde volvió a atacar. El toro detuvo su golpe y, una vez sus espadas hubieron chocado, empujó con fuerza para apartárselo de encima. El lobo era más pequeño que él y, por lo tanto, tenía bastante menos fuerza, así que se vio forzado a retroceder unos pasos y a alzar de nuevo la espada entre él y su enemigo, con un brillo amenazante en lo más profundo de sus ojos ambarinos.

-¿Qué manera tan rastrera de empezar una batalla es esa, Rukj? -preguntó, sin bajar la espada ni por un segundo -. ¿Le ofreces a tu enemigo el primer golpe para después abalanzarte encima de él? Jamás me habría imaginado que podías caer tan bajo.

-He cambiado -repuso el lobo, encogiéndose de hombros.

Dicho esto, volvió a atacar a una velocidad pasmosa, encadenando varias estocadas que hicieron retroceder al toro, que tuvo serias dificultades para conseguir esquivar o desviar todos aquellos golpes a tiempo. Para llevar tanto tiempo sin llevar una espada, Rukj demostraba ser impresionantemente diestro en su manejo. Sek le había conocido mucho tiempo atrás y sabía que en el campo de batalla el lobo negro había aprendido a contar con más armas aparte de sus afiladas garras. Y, cuando ambos habían peleado lado a lado, había tenido la oportunidad de saber que podía ser más letal incluso de lo que parecía.

No demasiado lejos de allí, Raon contemplaba la batalla con atención. Era cierto que Rukj parecía llevar la delantera en aquel momento, ejecutando continuamente rápidos movimientos mientras hacía retroceder al toro, pero no estaba tan seguro de que las cosas fueran a ser tan fáciles. Su mirada se desvió hacia Inoa, que se encontraba junto a los hombres de Sek. El Humano no pudo evitar apreciar que la liebre había dejado de sangrar y dedujo que, probablemente, la herida que le había provocado no había sido más que un rasguño. En silencio, lamentó no haber sido capaz de herirle con más gravedad y volvió su vista al lugar donde Rukj y Sek peleaban.

En aquel momento Sek parecía haber conseguido ganarle la delantera al lobo y había comenzado a encadenar una serie de fuertes golpes que amenazaban con quebrar la espada de Rukj de un momento a otro. Los aceros soltaban chispas mientras Rukj retrocedía, tratando de buscar una forma de escapar de aquella situación.

Entonces tuvo una idea.

Por supuesto, hizo un gran esfuerzo para permanecer impasible y que el toro no se diera cuenta de que, interiormente, ya contaba con que aquella historia estaba ganada. Al fin y al cabo, un enemigo precavido era mucho más difícil de derrotar que un enemigo que creyese tener la victoria asegurada. Por esto mismo, era consciente de que el hecho de haber luchado en el pasado junto a Sek jugaba a su favor; sin duda alguna, el toro estaba seguro de conocer cómo hacía las cosas y, por lo tanto, creería estar preparado para cualquier tipo de estrategia con la que el lobo tratara de ganarle terreno. Pero Rukj pensaba ir más allá.

Después de todo, aquellos quince años no habían pasado en vano.

Apretando los dientes, trató de desviar los golpes de Sek y, en cuanto percibió una ligera vacilación en su siguiente golpe, aprovechó para tomar la delantera y comenzar a atacar con rapidez, consciente de que ninguno de sus golpes iba destinado a alcanzar el cuerpo del toro, sino a desgastar su habilidad de defensa.

Sin embargo, Sek debió de predecir esto, porque no tardó en dar un paso atrás para esquivar la última estocada y lanzar un rápido mandoble que habría decapitado a Rukj si este no se hubiera agachado a tiempo. El lobo escuchó el silbido que provocó la hoja de la espada al cortar el aire mientras realizaba su arco, y supo que tenía que darse prisa y ser muy cuidadoso si quería llevar a cabo su plan. Por lo visto, Sek iba completamente en serio.

Se incorporó rápidamente y se defendió de otro ataque de Sek interponiendo la espada entre él y su enemigo, pero el toro era mucho más fuerte que él y empujó con fuerza hacia atrás, haciéndole perder el equilibrio de nuevo. Aún así, Rukj trató de ser rápido y volvió a estabilizarse justo antes de que Sek arremetiera contra él con la espada por delante. Midiendo con exactitud la velocidad de sus movimientos, el lobo negro se echó a un lado ejecutando una rápida finta y atacando al toro desde un costado en una letal estocada que, sin embargo, dejaba muy al descubierto su flanco derecho...

Sek supo aprovecharse de esto y se giró justo a tiempo para desviar el golpe de Rukj, lanzando una peligrosa estocada superior a continuación, mientras dejaba escapar un grito de triunfo.

El golpe dio en el blanco y el acero de la espada se hundió en la carne de Rukj, a la altura del hombro derecho, con un sonido desagradable. El lobo dejó escapar un gañido de dolor, deteniéndose en el acto para no empeorar la situación y provocar que el acero del toro se moviese de donde estaba.

-¡Rukj! -exclamó Raon, alarmado. Trató de avanzar, pero Raizac le sujetó del hombro y se lo impidió. Cuando el Humano alzó la mirada, suplicante, el toro simplemente negó con la cabeza.

Sek observaba a su enemigo con un brillo de triunfo destellando en sus ojos, a pesar de esforzarse por mantener su expresión neutra.

-Supongo que esto me da la victoria a mí, proscrito -dijo, simplemente, mientras hacía fuerza con la espada hacia abajo. Rukj dejó escapar una exclamación de dolor y se vio forzado a colocarse sobre sus rodillas, mientras el acero de la espada desgarraba un poco más profundamente la carne de su hombro -. Aunque, de todas formas, eso era lo que pretendías, ¿no es así?

Rukj le observó, temblando de dolor, mientras apretaba los dientes.

-Yo...

-¿Por qué no se lo dices a todos los aquí presentes antes de que te ejecute por los crímenes que has cometido? -preguntó Sek, haciendo algo más de fuerza con la espada y provocando que Rukj dejase escapar un grito de dolor -. Todos los que están en tu bando han confiado en ti, creyendo que saldrías victorioso de esta batalla... pero yo sé la verdad. Rukj. Alza la cabeza y di la verdad por una vez; admite delante de todos nosotros el hecho de que en ningún momento has querido matarme.

Rukj le dirigió una mirada fiera, tratando de contener el dolor y de reunir la poca dignidad que le quedaba mientras continuaba postrado ante el toro.

A sus espaldas, Raon contenía el aliento.

-Siempre has tenido un problema, proscrito -continuó Sek, alzando la barbilla mientras le dirigía una mirada de absoluta superioridad -. Nunca has podido seguir órdenes. Siempre has tenido que actuar acorde a tus sentimientos. Puede que nunca lo demuestres y que a simple vista puedas parecer impasible, pero yo conozco los motivos por los que actúas. Salvaste a ese Humano motivado por la compasión, desobedeciendo las órdenes no sólo de tus superiores, sino de toda tu raza. Y hoy, impulsado por esa misma compasión, has decidido dejarme con vida, sólo porque no eres capaz de asesinar a un antiguo compañero de armas -hizo una pequeña pausa -. Puedes parecer muy duro, pero en el fondo eres más débil que ninguno.

Inoa dejó escapar una risita desdeñosa desde el otro lado del campo de batalla, lo que consiguió que Raon le dirigiera una mirada incendiaria. Sin embargo, el Humano era consciente de que, ahora que Rukj había perdido aquella batalla, su destino estaba claro.

Sería capturado por Sek y llevado de vuelta a Ronod.

Y, sin embargo, no podía preocuparse por aquello. En aquel momento, lo único en lo que podía pensar era en que Rukj estaba a punto de morir por su culpa, por haber tratado de defenderle durante todos aquellos años... Algo en su interior se retorcía de dolor ante aquella posibilidad; el hecho de saber que alguien estaba sacrificando su vida por él y no poder hacer nada.

Era una injusticia frente a la cual no podía hacer nada. Era peor que la simple impotencia.

-Al final, ¿qué has conseguido? -prosiguió Sek -. Has desperdiciado tu vida protegiendo a este Humano durante todos estos años. Nos lo llevaremos y acabaremos con él igualmente, pues debe ser juzgado por sus crímenes. Al igual que tú, proscrito -Sek le observó de nuevo con cierto desprecio -. Ahora enumeraré tus crímenes, Rukj Jirnagherr. Desobedeciste las órdenes de tus superiores en el campo de batalla. Traicionaste a toda tu raza al salvar la vida de un enemigo. Planificaste una revolución junto a la Orden de los Cachorros de Kara con el objetivo de derrocar a nuestra sociedad. Asesinaste a los hombres que lucharon por detenerte en tu frenesí sediento de sangre.

Hubo un corto silencio cargado de tensión.

-Y por todo esto yo, Sek Urunna, Comisario de Cellisca Nívea, te condeno a ser ejecutado -concluyó el toro, mientras extraía el acero del hombro de Rukj con un rápido movimiento y lo alzaba sobre su cabeza, dispuesto a acabar de una vez por todas con la existencia de aquel molesto obstáculo.

-¡No! -gritó Raon, alargando una mano hacia Rukj y tratando de escapar del agarre de Raizac, sin conseguirlo.

Incapaz de ver aquella escena, el joven Humano cerró los ojos con fuerza.

El ruido del acero al perforar la carne se alzó en mitad de aquel pequeño valle y una exclamación de sorpresa y dolor se escuchó con una claridad estremecedora. Raon tembló como si hubiera sido él mismo el que había recibido aquella herida y apretó los párpados hasta que le dolieron, sin saber exactamente qué hacer. Sin embargo, al cabo de un rato abrió los ojos, convencido de que no había escuchado la voz de Rukj...

La escena con la que se encontró era muy distinta de la que había imaginado y le llenó de un inmenso alivio. A su lado, Ailec dejó escapar un suave suspiro.

-¿Có... cómo te atreves...? -masculló Sek, con los ojos abiertos como platos, mientras se llevaba las manos al vientre, donde la espada de Rukj le había atravesado de lado a lado.

El lobo tardó unos segundos en responder, aún con una de sus zarpas en la empuñadura.

-Siempre has tenido un problema... Comisario -musitó -. A pesar de considerarte el máximo representante de la justicia en Cellisca Nívea, llevas toda tu vida siguiendo órdenes. Siempre has luchado por las causas de otras personas o por ese concepto de justicia que alguien ya había escrito para ti algún día. Por eso mismo no sabes... no tienes ni idea de la fuerza que te da luchar por algo que realmente deseas.

Sek abrió la boca para decir algo, pero su garganta se llenó de sangre y tan sólo dejó escapar algunos sonidos guturales. Aún con una expresión de aterrorizada sorpresa, el toro se dejó caer al suelo de rodillas y Rukj se aseguró de recogerle y apoyar su frente contra la del toro, con cuidado, casi como si por unos segundos hubiera olvidado que era su enemigo.

En aquellas circunstancias, al fin y al cabo, ya no representaba una amenaza.

-Cuando de verdad deseas algo, harías enormes sacrificios por conseguirlo -continuó Rukj, viendo cómo progresivamente el brillo en los ojos del toro se iba apagando -. Creíste que no estaría dispuesto a matarte por ello. Pero te equivocaste.

El toro tuvo un último estertor, aún con aquella horrorizada expresión en su rostro y, finalmente, dejó de respirar. Rukj le observó a los ojos durante un buen rato, viendo cómo la vida que algún día habían albergado desaparecía, más allá de la comprensión de cualquier Humano o Bestia.

-Lo siento mucho, compañero -susurró, finalmente, cerrando los ojos -. Pero tengo un sueño por el que luchar.

En silencio, tumbó el cuerpo inerte del toro sobre el suelo y le cerró los párpados, inclinándose levemente en señal de respeto ante aquella muerte. Después de todo, había compartido muchos años de su vida junto a Sek, en el pasado, y aunque las circunstancias les hubieran colocado en bandos opuestos, Rukj no podía dejar de pensar que, en su situación, probablemente él hubiera actuado de la misma manera.

No estuvo mucho rato inclinado, sin embargo.

Tras unos segundos de silencio, el lobo negro se levantó y dirigió una mirada amenazante a los hombres de Sek, que observaban la escena con una amplia gama de expresiones en sus rostros.

-Marchaos -dijo, simplemente.

-¿¡Pero quién te has creído que eres!? -gritó entonces Inoa, adelantándose unos pasos y avanzando hacia Rukj, con un destello de odio en la mirada -. ¡¡Sek debería haberte matado a ti!! ¡¡Él es el Comisario de Cellisca Nívea!! ¡¡Él es...!!

-He dicho -repitió Rukj con cierto tono peligroso en la voz, mientras clavaba sus profundas pupilas, cargadas de desprecio, en la liebre -que os marchéis.

Inoa pareció dudar durante unos instantes, intimidada por el lobo.

Finalmente, pareció comprender que no tenía ninguna esperanza si permanecía en aquel lugar, sobre todo por el hecho de que muchos de los hombres de Sek, fieles a la promesa que su jefe había cerrado con Rukj, se habían dado media vuelta y se dirigían de vuelta al campamento. La liebre apretó los puños y rechinó los dientes, cargada de ira.

-¡Nos mataréis a todos! -exclamó, pataleando, mientras comenzaba a retroceder -. ¡Todos moriremos por vuestra culpa! Y cuando hayáis terminado con nuestro Mundo, ¡os acordaréis de nuestras palabras y sabréis lo estúpidos que fuisteis!

Dicho esto, se dio media vuelta y comenzó a seguir a los hombres de Sek, aún temblando de rabia. Raon no tardó demasiada en perderla de vista, una vez se hubo perdido entre todas las Bestias que componían las tropas de Cellisca Nívea. Sin embargo, en aquel momento tenía cosas más importantes en las que pensar.

Raizac había avanzado hacia Rukj y examinaba la herida de su hombro, con ojo crítico. El joven Humano se acercó a los dos, con ademán preocupado.

-No es grave -aseguró el toro, finalmente -. Aunque tampoco tiene buen aspecto. Deberíamos tratar de curarla de alguna forma antes de salir en busca de Jarek.

Aquellas palabras fueron como un jarro de agua fría para Raon.

-Qué... ¿qué has dicho? -preguntó, sin poder creer lo que acababa de oír.

Raizac reparó entonces en su presencia y le observó durante unos instantes, sin saber muy bien qué contestar. Confuso, el líder de la caravana intercambió una mirada con Rukj, que cerró los ojos y dejó escapar un suspiro de resignación. Ailec, mientras tanto, había desviado la mirada mientras se mordía el labio, con gesto arrepentido.

-¿Qué ocurre? -repitió el Humano, sintiéndose cada vez más nervioso al no recibir respuesta a su pregunta -. ¿Dónde está Jarek?

-Raon, cálmate. No vamos a llegar a ninguna parte si...

-No pienso calmarme. ¿Dónde está Jarek? -repitió, algo más alto, retrocediendo un paso.

Ailec colocó una zarpa en el hombro de su padre, que continuaba analizando el estado de la herida de Rukj. Raon se preparó para lo peor.

-Lo perdimos de vista en el ataque al campamento -explicó el toro, con los hombros caídos -. Raon... Jarek ha desaparecido.