6 bestias - Capítulo 2: Tesoro de dragón

Story by Mastertuki on SoFurry

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#3 of 6 bestias

¡Bienvenido a 6 bestias! Este es el segundo capítulo de la historial. Te recomiendo buscar este cartel a menudo para seguir las advertencias que puedan haber, como por ejemplo si hay alguna escena sexual que pueda no ser de tu agrado. Y darle a Fixed Width a la derecha. Si no sabes por donde empezar, a la derecha tienes el índice y en mi Journal, una enciclopedia en constante crecimiento. ¡Feliz lectura!


Lima cogió los hábitos de los monjes del templo y los colocó en la caja de madera, apoyada en uno de los bordes de una de las lavanderías. No es que hubieran muchas mujeres ahí, así que a la tarde le tocaría volver a limpiar aún más ropa. Y aún le quedaba fregar algunas habitaciones, hacer algunas camas, y luego rezar. Justo en cuanto acabó de pensar en eso empezó a salir el sol a través de las dos rendijas que había en la pared de piedra trasera, con el que la chica supo que llegaba un poco tarde a sus quehaceres.

Con un leve suspiro, se ató bien el pañuelo en la frente, cubriendo su pelo corto pelirrojo y cargó con el cesto. Pesaba un tonal, casi el triple que cuando lo bajó. Esperaba que cuando se secara volviera a pesar menos, o sería su espalda la que marcaría el ritmo. Y eso que era bastante joven.

Cargó con ella por las escaleras. Solo eran tres pisos hasta llegar a la planta principal. Allí, Lima debía coger un pasillo más estrecho de lo normal, hecho para que los trabajadores no vieran ni tuvieran acceso al altar donde los monjes tendían a rezar y a meditar. Luego, debía torcer a la derecha, y a continuación ir al patio trasero, oculto a ojos de muchos, para poder colgar la ropa. Y más tarde debería ir a la habitación de los criados, donde sacaría el material para fregar.

Pero ella era especial.

En vez de hacer eso, Lima decidió inmediatamente coger el pasillo normal. Sus cortas piernas estuvieron a punto de fallarle, pero consiguió mantener el equilibrio. Eso, unido a su falda larga y llena de parches, en medio de la escalera, habría sido fatal. Por suerte, no era la primera vez que le ocurría cuando cargaba con mucho peso y sabía cómo lidiar con el asunto: Subir los escalones firme, pero poco a poco.

En cuanto llegó al pasillo normal, pudo ver a través de las rendijas de madera que separaban la estancia de su alrededor. Estaba vacía, salvo esa enorme alfombra de motivos dorados que se encontraba en el suelo de tablones, o ese cuadro en el que se encontraba dibujado el buda sobre una tela fina y sedosa a la que solo los monjes tenían permiso para cuidar y limpiar. En el techo había dibujos ornamentales representando las diferentes encarnaciones del Buda. Y ella podía considerarse afortunada: Era la única criada que podía presenciar eso.

En la estancia, se encontraban sentados, con una enorme tela roja que les cubría de arriba a abajo, tres monjes. Dos de ellos eran mayores, de los cuales uno mostraba una enorme panza y el otro una barba algo larga. El tercero, en cambio, era bastante joven. Se encontraba detrás de los otros dos por jerarquía, aunque era el más alto. Y tenía, recogida detrás suyo, una coleta de un color amarillo verdoso.

Los cánticos que proliferaba eran de ellos, sin duda alguna.

En cuanto terminaron, Lima decidió permanecer un rato más escondida. Observó como los tres monjes se incorporaban en orden, y luego se miraban entre ellos en una especie de triángulo interior. Con la cabeza gacha, se saludaron, y en ese instante, los dos que ella no conocía decidieron coger el pasillo de la izquierda, el del otro lado, y dejó al joven solo, que fue caminando con paso firme hasta el pasillo de la derecha, donde estaba ella.

Ese mismo detuvo en cuanto la vio, a unos pasos de ella, sus ojos marrón rojizo brillante como el fuego. Con esa cara alargada, y esa pequeña barba puntiaguda, cualquiera diría que era el más sabio de todo el templo, casi quizá incluso el que llevaba toda la empresa. Nada más lejos de la realidad. A pesar de mostrar seriedad, firmeza, y una rectitud parecida a meterse un palo donde la espalda pierde su castro nombre, era el más joven.

-Lima. ¿Que haces aquí?

-¡¡Shhh!! -exclamó la chica, con los pómulos, generalmente rosados, aún más coloridos. -¡Si te oyen me echarán del templo! El Maestro te llama, me ha dicho que te lo hiciera saber... ¿Cómo has sabido que estaba aquí?

-Digamos que tengo... Buen oído. -fue toda la respuesta del joven. Lima esbozó una leve sonrisa, y apartó la mirada del chaval. No era muy mayor, tal vez tenía la misma edad que ella. Pero a pesar de ser de dos rangos muy distintos, ella gozaba de algún que otro privilegio que debía mantener a escondidas, como por ejemplo poder hablar con el joven, o poder cruzar el pasillo prohibido. Dejó que el monje pasara por su lado, y siguió avanzando con la espalda bien recta, haciendo que Lima soltara un suspiro. Maldita sea, no lo soportaba.

Damaru continuó avanzando. La sala del maestro se encontraba un par de pasillos más arriba, pero solo podían entrar aquellos que estaban autorizados o habían sido llamados. De hecho, para esa sala solo habían dos criados que no podían mencionar que había dentro bajo pena de muerte. El chico prefirió no estar en su misma situación: Dudaba incluso que su habilidad pudiera esquivar el dulce abrazo de la muerte.

Se plantó delante de la puerta de madera, y tras una reverencia a la misma, decidió empujar un poco y abrirla. La habitación, en su interior, constaba de una alfombra central con diferentes motivos dorados y bastante larga que cruzaba de punta a punta hasta terminar en un altar de cerámica que disponía de otro cuadro de tela igual de grande que el de abajo. A la derecha, las ventanas en forma de círculos concéntricos permitían la entrada de luz solar a todas horas del día, mientras que a la izquierda se encontraba el armario con los distintos ropajes que debía de llevar. Y el maestro se encontraba en el centro, con las piernas cruzadas, y meditando.

-Ya has llegado. -respondió el hombre. Era mayor, calvo, y con la barba algo más larga que el chico. -Cierra la puerta, hijo... Que no queremos que nadie nos oiga, ¿No?

El hombre mostró una sonrisa confidente, y Damaru asintió con la cabeza, cerrando la puerta detrás de él. El hombre le hizo una señal para que se sentara a su lado, y esperó a que éste obedeciera antes de hablar.

-Damaru... ¿Te acuerdas de cómo nos conocimos?

-Como para olvidarlo.

-Jejeje... Así me gusta. ¡Que la memoria nunca te falle! Ai, si, hijo, los años pasan... Pasan volando y, tarde o pronto, vamos dejando nuestra existencia, convirtiéndonos en una huella más de este mundo tan grande e insólito.

El chico sabía por donde iban los tiros. En cuanto vio al Maestro levantarse, giró la cabeza y finalmente, decidió protestar:

-Ya hemos hablado de esto otras veces, Maestro Yuala. -a Damaru se le notaba un tono de irritación bastante grande en su voz, pero decidió apaciguar un poco. Al fin y al cabo, no dejaba de hablar con un superior. -Pero creo que estáis haciendo una montaña enorme de un grano de arena. No os puede quedar tan poco tiempo.

-Hijo... -se sentó en un borde de la ventana, y agachó la cabeza. Desde ahí, si que se le veía mayor. Mayor y cansado, a decir verdad. -Tengo ochenta y siete años. Cojeo, duermo demasiado, y como poco. Pronto voy a tener que dar paso al siguiente Maestro... Pero los dos sabemos que significa eso, ¿Verdad?

Lo sabía, sí. Yuala había sido para él como una especie de padre, alguien que le había ayudado a encontrar la paz interior en su cuerpo mutilado desde que se conocieron. No era el único que sabía su secreto, pero sí el más importante, y el que se había encargado que nadie más lo supiera. Entendía a que se refería el hombre, pero se negaba a admitirlo. Una vida sin Yuala era demasiado para él.

-Se que no te lo parece... Pero siento que estás preparado para iniciar de nuevo tu camino.

-¡Pero mi lugar está aquí, Maestro! -exclamó el chaval, incorporándose de golpe. -Este es mi hogar desde que me encontrasteis. Fuera lo que fuera lo que estuviera haciendo, no tiene absolutamente ninguna importancia. Aquí estoy bien, aquí...

-... Estás escondido.

Damaru permaneció en silencio. Sí, ahí estaba escondido; Nadie le veía, ni le podría ver, ni podría hacerle daño ni descubrir su secreto. Su vida era tranquila, sin grandes sobresaltos, y realmente, lo tenía todo a su alcance. Para alguien como él, había encontrado el sumun de la paz y la calma. La pregunta era, ¿Hasta cuando?

-Damaru... Hay algo que debes entender. -el maestro Yuala parecía dispuesto a convencerlo en esa ocasión con motivos de peso. -Lima y yo somos los únicos que sabemos de tí... Pero tú tienes unas necesidades que, hasta ahora, he podido esconder. El próximo Maestro querrá saber más de tí, conocerte... Y tendrás que decidir entre desvelar tu verdadera personalidad, o mentir. Pero no podrás mantener esa mentira mucho tiempo... A la que debas echar a volar, te encontrarán, porque nadie podrá guiarte. Y piensa en Lima. No puedes cargar en ella el peso de tu existencia. La matarán.

Yuala no iba demasiado desencaminado. No dejaba de ser lo que era, y no dejaba de tener unas obligaciones con la luna que no podía faltar. No había sido fácil, pero el Maestro siempre le había conseguido una forma u otra de desviarle hasta una cueva fresca algunas noches, de dejarle volar sin que nadie le viera, incluso alguna vez se había ofrecido a llevarlo con él. Ahora...

-¿Y a dónde iré?

-Eso es algo que sabrás pronto, muchacho. Lo sé. Me lo han dicho. Te espera un gran viaje, y en el momento en que te den a elegir, lo sabrás. -dijo el hombre. -Solo te estoy contando esto para que seas precavido, y estés listo. Lo mismo le he dicho a Lima, y ella está de acuerdo y está dispuesta a acompañarte si hiciera falta.

-¿Lima? ¡Pero si ella no tiene porque irse! -ahora si que no entendía nada en absoluto. Que se fuera él, tenía una cierta lógica. ¿Pero Lima? ¿La chica? -Quiero decir. Es una criada. Sí, lo sé, me ha ayudado algunas ocasiones, y sabe mi secreto, pero... ¿A donde me la llevaré?

-A algún sitio donde no la maten.

El hombre se incorporó con un quejido, y fue andando, o más bien, arrastrándose, hasta la otra punta del pasillo. Ahí guardaba una foto suya junto con algunos de sus alumnos y algunos turistas que pasaban por ahí. Entre esas personas estaba Lima, de fondo, que en aquel instante se encontraba cerca llevando la ropa. Le había hecho tanta gracia, que había pedido una copia.

-Los demás monjes saben de los privilegios que le concedí. No son tontos, ni tampoco sensatos. Tan buen punto suba el siguiente maestro, Lima caerá. -le explicó. -Ella sabe quien eres, te ha ayudado a ser lo que eres ahora. Puede acompañarte. Es una chica fuerte y capaz, y seguro que sabrá darte los consejos adecuados.

O tal vez no, pensaba Damaru. No estaba de acuerdo en querer irse, y tampoco estaba de acuerdo en querer llevarse a Lima. Pero también eran los deseos de un hombre que lo había tratado como un hijo, y no quería defraudarlo. Pero era su casa...

-... Me prepararé para la ocasión.

-Bien, bien... -la voz de Yuala sonaba mucho más relajada ahora que había escuchado a Damaru. -En ese caso... ¿Podría verte una vez más? Tal vez... Sea la última.

Fue la primera vez que Damaru esbozó una leve sonrisa en toda su reunión. Con alegría, asintió con la cabeza y sin tapujos, pero con elegancia, se quitó la túnica, dejando entrever que no llevaba absolutamente nada debajo. Sentía la luz del sol darle en toda la espalda y llenarlo de energía, mientras clamaba a una entidad que se encontraba dentro, muy dentro, aplacada y amaestrada.

Lo primero que empezó a cambiar fue el cuerpo en general. Se empezó a hinchar, y luego, los músculos se moldearon hasta obtener una forma poco común, pero tampoco definitiva, ya que lo siguiente que empezó a cambiar fueron los huesos. Damaru sintió que le agujereaba de dentro hacia fuera cuando su coleta se desgarró y soltó su enorme melena, que poco a poco fue endureciendo y juntándose hasta forma una cresta verde oscuro que se fue desplazando a lo largo de toda la columna vertebral. Acompañado de eso, dos cuernos se fueron formando en su cráneo, en la parte frontal, y crecieron hacia atrás como ramas,, y sus ojos empezarona coger un tono rojizo brillante.

Los labios se endurecieron, y se fueron alargando hasta formar un morro enorme lleno de dientes que se fueron afilando y volviéndose puntiagudos. Su lengua humana se alargó, estiró, y se volvió en punta, mientras se partía. Su cuello se ensanchó al igual que sus hombros, que se fueron retorciendo hasta dejar paso a dos protuberancias que no tardaron en estallar y hacerse cada vez más grandes hasta convertirse en algo parecido a las alas de un murciélago.

Lo siguiente que vino fue su cola: Esta misma apareció de la parte inferior de su espalda, y se fue haciendo cada vez más y más grande y más larga, a medida que sus piernas se fortalecían para soportar todo el peso que se estaba generando encima suyo. Al final, su cuerpo se llenó de una capa de escamas verdes y una serie de placas aparecieron en su pecho, a modo de protección.

El enorme dragón antropomórfico posó sus ojos en el hombre, que ahora se venía enano. Sin embargo, no tardó en abrazarlo, con mucho cuidado, y de cubrirlo con las alas, mientras que irremediablemente, se ponía a llorar.

-Ssssh... Mi dragón verde... No tengas miedo. Todo irá bien, ya verás...

***

Un golpe. Otro. Otro más.

Damaru realizaba golpes secos con su forma de dragón. Disponía de más fuerza que cuando era humano, pero también de más rabia que había aprendido a canalizar y a controlar hasta poder llegar a un estado de paz bastante notable para ser él. Generalmente, no solía optar por esa forma excepto cuando se iba a dormir, instante en que cerraba la puerta con llave y cerraba cortinas en su habitación. Pero ahora, todo era muy distinto. Estaba enfadado.

Entendía las razones del maestro Yuala, pero no entendía el porqué el mundo tenía que ser así. Sí, era un dragón; y sí, era temible. Pero podía no ocultarse al mundo, y en vez de eso, mostrarse como tal, demostrar que podía ayudar, que era útil... Aunque por otro lado, eso fue lo que podría haberle llevado a una muerte segura. De una segunda muerte, porque había conseguido salvar la primera gracias al maestro.

El dragón se detuvo en cuanto picaron a la puerta. Aún asomaba el sol, pero él no se había dejado ningún deber por hacer, así que no entendía quien podía ser. El maestro había salido a hacer unas gestiones a lo largo del templo, y el resto de monjes estaban meditando. De hecho, él debería estar haciéndolo, pero no se veía capàz. Siempre había conseguido una paz mental, pero ese día sentía su bestia ponerse muy nerviosa.

-Damaru, soy yo. -llegó a susurrar una persona conocida. -¿Puedes abrirme?

Era Lima. El dragón se acercó a la puerta y acercó la garra a la llave para cogerla con cuidado y dar una vuelta a la izquierda. Con delicadeza, abrió la puerta y dejó que la chica entrara inmediatamente en su habitación, por lo que Damaru se apresuró a cerrar la puerta de nuevo.

-¿Que hacesss aquí? Lima, estásss pidiendo a gritosss que te maten.

-Quería hablar contigo... -suspiró la muchacha. -Maldita sea, que bordes estás últimamente. ¿Es que no puedo dirigirte la palabra? Además... Te hetraídoo esto.

Ahora se daba cuenta: La chica tenía en su mano izquierda una bolsa de tela, que hizo sonar como un tintineo. El dragón se la quedó mirando mientras Lima sacaba de su interior una copa extraña: Era dorada, con dos dragones en forma de asa a lado y lado, y tenía un sonido peculiar. El dragón se abalanzó para cogerlo y, por instinto, lo mordió un poco, a la vez que lo saboreaba. Estaba rico... Sonriendo, no pudo evitar abrazar a la chica.

-Graciasss, Lima... No ssse que habría hecho sin tí.

-Ponerte de los nervios. -murmuró la muchacha mientras veía al dragón menear la cola a lado y lado y guardaba ese tesoro junto al resto en una baldosa rota y oculta que tenía en el suelo. Técnicamente, su religión le obligaba a desprenderse de los objetos materiales. Luego estaba su forma de vida, que los necesitaba. Tenía que proteger algo, fuera físico o emocional, pero a cambio de no saber de momento que emociones proteger, todo lo volcaba en objetos. Y Lima se encargaba de traer de vez en cuando alguno nuevo procedente de la cueva donde lo conocieron años atrás.

Lima se sentó en la cama del dragón. En realidad, era un montón de paja en el suelo porque Damaru solía dormir ahí, rodeado, con las alas cerradas sobre sí mismo, pero ya le parecía cómodo. XDesde pequeña que le encantaba jugar con el dragón ahí, y esa no era ninguna excepción. El dragón sonrió y se sentó a su lado. Así estaba de mejor humor.

-El maestro te ha hablado del viaje, ¿No? -le preguntó la chica. -Por los puñetazos.

-No estoy de acuerdo... Pero tiene toda la razón. -el dragón contuvo un rugido que estuvo a punto de soltar, pero rasgó con las garras el suelo y meneó la cola enfadado. -Me queda poco tiempo aquí... Y no ssse a donde ir... Pero vaya a donde vaya, tendrásss que venir conmigo. O essso ha dicho.

-Sí. Y ya tengo ganas de que ocurra. -Lima, en cambio, se mostraba confiada y contenta. Se apoyó en el cuerpo del dragón y cerró los ojos lentamente. -No te preocupes. Llevo muchos años contigo, y ambos hemos lidiado con lo tuyo... Solo es un paso más. Ya verás. Saldremos allí y veremos mundo como jamás lo hemos hecho.

-Vaya... Te hasss hecho muy pronto a la idea, ¿No?

Lima se incorporó, y se estiró un poco, mirando a través de la ventana de círculos concéntricos que tenía Damaru en su habitación. -Llevo tiempo queriendo salir de aquí. Desde que soy privilegiada, he podido ir a la biblioteca... ¡Hay un mundo allá fuera, Damaru! ¡Aire, cielos enormes! ¡Hay un país que suelta farolillos encima de un lago! ¡Gente que baila haciendo círculos en el suelo! ¡Quien sabe si incluso más como tú!

Damaru permaneció unos segundos mirando a la chica, pero luego bajó la mirada. Más como él... No era precisamente algo que le hiciera demasiada gracia. Se imaginaba una especie de secta que le cogería y le metería en un universo ajeno al suyo, todos en un estado salvaje, recolectando tesoro y cazando ovejas. No... No era donde quería estar él.

-... Guau... ¿Y eso que vuela por ahí? -preguntó la chica de golpe, mirando por la ventana. Damaru se incorporó para echar un vistazo, asombrado por lo que veía. Allá a lo lejos, había una sombra marrón que avanzaba a toda prisa hacia el templo. Siendo un dragón, tenía una vista mejor que Lima, y podía ver más allá. Eso... Eso no era humano. Pero lo que estaba subido encima de él sí lo era.

-... Es un cambiante. -decidió. Un grifo. El maestro tenía razón: Los había más,. como él. Pero estaban acercándose a toda prisa, y parecían dispuestos a mostrarse. ¿Estaban locos? ¿Querían que los mataran? Damaru se puso nervioso y avanzó hasta la ventana que daba directo al exterior. Era un pequeño hueco por el que podía pasar cuando era de noche y nadie le podía ver. No debía, pero...

-¡Espera, Damaru! -exclamó Lima. -¡Te van a ver!

-Lo sssé... Pero si lesss ven a ellosss, ssserá peor.

Ignorando las advertencias de la muchacha, Damaru saltó al vacio, en picado, desplegando las alas, y notando las rocas avanzar por debajo de él. Se movía entre las sombras, rezando para que no le descubrieran. Tenía que asustarlos, desviar el camino de esos dos locos, antes que los del templo los vieran. Si descubrían la existencia de los cambiantes, su misma vida correría un grave peligro.

Como una flecha, se lanzó a pòr el ala derecha. Se maldijo cuando vio que el grifo le esquivaba, pero aun así, tenía ventaja. Dispuesto a impedir su avance, el dragón viró justo cuando estuvo a punto de tocar el suelo para subir al cielo e ir en dirección de la otra ala. El cambiante consiguió esquivarlo de nuevo... Era demasiado rápido para él.

"No podéis subir..." se dijo a sí mismo. Miró de reojo mientras subía, y pudo observar como su ataque había surgido efecto: El grifo estaba descendiendo, seguramente para depositar al humano en el suelo y otorgarle más maniobra. Inmediatamente se escondió tras una enorme roca, y se mantuvo a la espera, mirando por una esquina.

El grifo permanecía allí, quieto, volviendo la cabeza a lado y lado. Parecía que lo estaba buscando, pero agradeció la luz del sol detrás de él para cegarlo lo suficiente y que le confundiera con un reflejo blanco de una piedra. Sin embargo, lo que acababa de hacer era una auténtica locura. Cyalquiera podría haberlo visto... Cualquiera habría podido ver que realmente era un dragón.

En cuanto vio al grifo meterse dentro de la cueva, el dragón soltó humo de su morro. Maldita sea... Tenía que avisar a su maestro. Tenía que estar informado de ello.