6 bestias - Capítulo 1: El Rio Yangsté

Story by Mastertuki on SoFurry

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#2 of 6 bestias

¡Bienvenido a 6 bestias! Este es el principio de toda una historia en español. Te recomiendo buscar este cartel a menudo para seguir las advertencias que puedan haber, como por ejemplo si hay alguna escena sexual que pueda no ser de tu agrado. Y darle a Fixed Width a la derecha. ¡Feliz lectura!


Comer un Yak. Eso es lo que realmente apetecía en aquellos instantes.

El que tenía delante suyo era negro, regordete, y tenía toda la pinta de ser viejo y a punto de palmarla en cualquier otro momento. Era el objetivo perfecto en medio de toda esa fauna vegetal que formaba ese bosque, y estaba cerca de su asentamiento. Prácticamente era como un regalo de los dioses después de cientos y cientos de kilómetros de viaje que les habían dejado sin reservas y habían puesto a prueba sus dotes de supervivencia. Shinke podía dar gracias a dios por su naturaleza, porque sin ella habría tenido que comer Baiji de forma constante. Dios, como odiaba el Baiji. Por culpa de Baka, lo tenía aborrecido.

Avanzó tan sigilosamente como sus patas delanteras de pájaro enormes le dejaban. Su mirada estaba puesta en su objetivo, pero sus otros sentidos estaban pendientes de cualquier percance que se encontrara a su alrededor y le estropeara la cacería. Llevaba dos días sin comer y necesitaba carne. O eso, o acabaría cogiendo a su hermano y usándolo de cena. Y era la única familia que le quedaba y lo único que más o menos le mantenía cuerdo.

En cuanto le tuvo más o menos a un salto de distancia, procuró no abrir las alas para no cometer el error de la otra vez y estropear su cacería. Tensó los músculos de atrás, arrodilló un poco las patas traseras leoninas que tenía, toda la sangre concentrada en un único punto... Y en ese instante, decidió saltar como un acordeón, estirando las garras hacia adelante y el hocico listo para agujerear la carne. El animal soltó una mezcla de gruñido y gorgoteo, pero por primera vez el grifo estaba listo: Soltó todo su peso encima del animal y hundió el pico en el cuello del animal, agujereando las venas más importantes y dejando que la sangre borboteara y le saciara un poco la sed que tenía. Sus instinto se calmaron al sentir algo de calor animal entre sus garras, y una vez más podía garantizar su supervivencia en aquel mundo que le había tocado vivir.

Con un esfuerzo mental, logró detener las ganas de devorar en aquel mismo instante el cadaver. Podía hacerlo, pero quería compartir un poco con el imbécil de su hermano, que segúramente ya habría vuelto a antiborrarse de Baiji. Shinke soltó un graznido de enfado y, con una serie de gestos, logró cargarlo a su espalda. La sangre mancharía sus plumas, pero eso no era ningún problema. Cerca del río podría limpiarse un poco y sacarse de encima el olor antes de que otros animales le encontraran.

Satisfecho con su captura, el animal mitológico fue avanzando a través del bosque. Iba atento de que no hubiera por ahí ojos ajenos que pudieran verle y descubrilo -no era fácil justificar la existencia de un grifo por las buenas- pero sobre todo, iba atento a la fauna salvaje que quisiera quitarle la presa que se acababa de agenciar. No tendría problema alguno si se encontraba algún animal que decidiera retar: Con sumo gusto se encargaría de darle un par de zarpazos y sacárselo de encima con algún ojo por ahí volando. Pero el problema sería mayor si se encontraba con alguna manada de lobos, por ejemplo, porque tal vez se encontraría en problemas por número si estos eran superiores a seis o siete miembros.

Y su sed de sangre, claro estaba.

Cada dos por tres, Shinke tenía que hacer el esfuerzo de recordar porqué estaba realizando aquel viaje y que le impedía volver a casa. Ser un grifo no era fácil: Ser uno con la capacidad de cambiar a la forma de un grifo, tampoco, pero vivir escondido de la humanidad, menos aún. Y lo peor de todo estaba cuando resultaba que su vida era al revés: Un grifo que vivía en un mundo de humanos y tenía que aprender a actuar como tal para que no lo capturaran. Eso no era nada fácil, menos en una adolescencia en la que todo le parecía nuevo y todo lo nuevo le ponía de mala uva. La ira, esa maldita esencia, le descontrolaba por momentos.

Pero Baka tenía toda la razón: En el Tibet encontraría respuesta a sus problemas. No las encontraría al momento. Sabía cómo eran los monjes: Iban a pedirle años de paciencia y sabiduría, pero eso era un riesgo que tenía que correr si quería controlarse como bestia y poder pasar desapercibido entre la gente y entre el mundo, al mismo tiempo que hacía su vida normal. Ese era el verdadero objetivo que debía seguir, aunque pareciera lejano.

El sonido del agua chocando contra paredes de tierra y algo chapoteando le advirtieron que se estaba desviando del trayecto y no tardó en absoluto en dar media vuelta y rectificar. Bajando por una ladera no tardó en ver a lo lejos, cerca del rio Yangsté, a una criatura de lo más sorprendente para estar allí. Un oso se estaba encargando de dar caza a una serie de animales parecido a delfines, los llamados Baiji, con una cabeza acabada en forma de punta, y de piel grisácea y dura. Esos eran los animales que había acabado aborreciendo Shinke, pero a su hermano le encantaban y siempre acababan cenando lo mismo. Si no fuera porque estaban cerca del final de su trayecto, lo mataría.

-¡Shinke! -la voz ronca del oso resonó un poco en el bosque mientras el animal alzaba la zarpa y saludaba. En la forma de su cuerpo había algo que lo alejaba de un oso como otro cualquiera: Las patas eran una mezcla entre manos y zarpas, y las traseras estaban pensadas para mantenerse más rato de pie, así como unos ojos un poco más humanos de lo normal. El morro tenía unos labios un poco más gruesos, prensiles, pensados para poder vocalizar mejor. Y la voz era lo primero que se le veía distinto respecto a un oso normal de verdad.

-Si gritas más, nos van a ver. -gruñó el otro. El grifo depositó el animal muerto encima de todos los Baijis y cerró los ojos. Sintió como retrocedía, como su forma cambiaba, como su cuerpo volvía a una forma anterior. De una forma animal completa llamada "Verdadera" empezaba a cambiar a algo un poco más intermedio entre humano y grifo, la que llamaban "híbrida". Sus patas se convertían en algo que les permitía ponerse de pie, mientras que su pico se amoldaba a algo un poco más elástico y fácil de mover. Sus ojos, profundos, empezaban a ser más brillantes y humanos, y sus garras delanteras iban cogiendo forma prensil para poder sujetar objetos. En unos segundos, y algo de dolor más tarde, tenía una forma más antropomórfica y más útil que la anterior, sobre todo a la hora de servir la comida. Al menos la luz de la luna les ayudaba a poder ver un poco por donde iban.

-Bien... -empezó a hacer Baka, que residía también en su forma híbrida, intentando salvar algunos de sus Baiji. -Creo que en un día estaremos en el templo Johka de Lhasa. Son peregrinos, es el templo más sagrado de todo Tibet, pero allí encontraremos a tu próximo tutor según mamá. Renhu Bodhi... ¿Hay ganas ya de conocerle?

-Grrr... Van a ser años de coñazo continuo. -el grifo aprovechó sus nuevas zarpas para acercarse a su presa y empezar a descuartizarla, arrancando la piel peluda del Yak como si fuera papel de envolver y dejando que la sangre corriera lentamente hasta el río, donde el agua se encargaría de dispersar el olor. Shinke se sintió algo mareado al seguir un rato más con el proceso, pero decidió ser fuerte y avanzar un poco más. -Solo espero que sirva, o empezaré a matar gente.

-Hermano, hermano... -el oso, que había empezado a prender algo de fuego en la madera para tostar un poco la carne, volvió la vista al grifo. -Mira de calmarte. La última vez casi matas al pobre carnicero. Bueno, de hecho lo mataste. Y me dijiste que no te lo fuera recordando, aunque lo estoy haciendo ahora si lo pienso bien...

-Calla.

Siguió con lo suyo. Realmente su hermano era imbécil en ciertos momentos como ese, y parecía no poder tener el morro cerrado. Empezó a recordar el instante en que el carnicero les ofreció la carne. Era en el pueblo anterior, en Qambo, momento en que habían llegado con un hambre tremenda. Inconscientemente había empezado a transformarse para poder coger toda la comida posible, y cuando el hombre pegó el grito al ver semejante monstruo, el instinto hizo el resto y decidió lanzarse de cabeza al cuerpo del humano para descuartizarlo primero y comerse sus fluídos después.

El olor a sangre del Yak, mezclado con esos pensamientos, le pudo. Con los ojos inyectados en sangre, soltó un graznido de victoria y se lanzó a por su premio, ignorando todo pensamiento raciocinio y a su hermano, que observó como el grifo había perdido la cabeza de nuevo. Ni corto ni perezoso, el oso se lanzó con un rugido y cargó con todo su peso sobre él, tumbando al suelo y obligando al pájaro-león a separarse del Yak.

-¡Eh, Shinke, Shinke! -exclamó el oso, sujetándolo con las patas delanteras en el suelo. -¡Hermano! ¡vamos, vuelve en tí! ¡Estás conmigo, estás aquí! ¡No puedes dejarme como si nada! ¡Estamos demasiado cerca!

El ser híbrido, sin embargo, soltó unos cuantos graznidos más e intentó picotear. Con las patas traseras, se encargó de coger al oso y separarlo de él, haciendo que rodara un rato por el suelo hasta topar con unas rocas un poco más grandes allá a lo lejos. El otro cambiaformas, molesto por el momento en que le habían interrumpido, se puso a cuatro patas y se lanzó encima de él, dispuesto a cometer el peor de sus errores. El oso soltó un grito de agonía y miró como su hermano iba a hacerle trozos.

Shinke se preparó para desgarrarlo... Pero se detuvo.

En cuanto vio los ojos del oso, el hermano empezó a volver en sí. El olor de la sangre seguía en el ambiente, y le volvía loco, pero su lado humano le recordaba que lo que tenía delante de él era un pariente suyo, alguien a quien no podía hacer daño por las buenas, alguien que estaba bajo su cuidado. El grifo soltó un graznido de rábia mientras se llevaba las zarpas en la cabeza y furioso, se lanzó de nuevo a por el Yak. Baka observó como volvía de nuevo a cometer aquella atrocidad, pero no se atrevió a frenar a nadie. Un poco más, y era su vida la que estaba a punto de peligrar.

Unas horas más tarde, del Yak ya no quedaba apenas nada. Un cadáver, algo de carne por ahí, y un charco de sangre alrededor. Si no fuera porque él hacía exactamente lo mismo, Baka habría vomitado en aquel mismo instante, pero lo que más le preocupaba al oso era precisamente la reacción de su hermano. Tras satisfacerse, su hermano había vuelto en sí, a sus cabales. Se encontraba un poco más arriba, con la espalda apoyada sobre un árbol, la cabeza mirando a la luna, y los brazos a lado y lado, relajado. Tenía el estómago algo hinchado, y la culpa, viva. Una cacería menos, menos carne para su hermano.

Baka, aún en su forma híbrida soltó un leve suspiro, y apenado, se acercó a su hermano, poco a poco. Evitó pasar por encima de los restos de los Baiji que se había zampado, y del cadáver del Yak, para no mancharse de más sangre y volver a perder la cabeza del grifo, y se sentó a su lado. No se atrevió a decir nada, pero prefería permanecer allí, a su lado, por si acaso.

-... Lo he vuelto a hacer. -logró gesticular Shinke al final, sin haber cambiado aún, moviendo la cabeza a lado y lado. -He vuelto a dejarte sin comida... ¿Que clase de hermano soy?

-No te preocupes. -le quitó hierro al asunto el oso. -En serio. Los Baijis ya me gustan.

-No se trata de comer o no Baijis, Baka... -el grifo antropomórfico miró hacia el cielo, y cerró las ojos, agotado. -Se trata de que he vuelto a perder el control. A cada día que pasa, siento que hay más y más motivos para volver una bestia... No puedo frenar... Me gusta demasiado.... Necesito ayuda.

-Ei, vamos... -el oso se acercó al grifo, y pasó una zarpa por la cabeza llena de plumas de su hermano, intentando animarlo. -Solo tienes que aguantar un poco más. En nada llegaremos al templo, en serio. Y entonces, tendrás la paz que siempre buscas.

Una paz que le iría como anillo al dedo. El grifo no era así. Era de lider nato, sabía como controlar a un grupo, y para ello, sabía como controlar y anteponer las necesidades de los demás a las suyas propias, así como sus instintos y decisiones. Pero sentía que poco a poco iba cometiendo más y más errores, y no le disgustaba hacerlo en absoluto. Tenía que frenar aquel tipo de descontroles antes de que se le fuera de las zarpas el tema y tuviera un disgusto aún mayor. Miró a su hermano, y por primera vez en muchos días, tuvo que frenar el impulso de llorar desconsolado.

Por un momento, había pensado que matar a su hermano era una gran idea.

***

La mañana siguiente amaneció con algo de dolor de cabeza por parte del grifo. Shinke decidió que, por la ruta que tenían que seguir, debían abandonar el río Yangsté -cosa que agradecería para dejar por fin a los Baiji y buscar algo distinto para Baka - y seguir por el noroeste hasta llegar al templo. La noche anterior había sido un desastre, pero se había levantado con las energías suficientes y los ánimos renovados para avanzar.

"Ya queda poco" pensaba mientras recogía las cosas en sus mochilas improvisadas con piel de Yak de días anteriores. "Solo tienes que hacer un poco más de esfuerzo, Shinke. Y toda tu vida cambiará."

Salir del bosque era símbolo que dejaban atrás su lado animal y volvían a mezclarse con la humanidad. El grifo cambió a una forma humana, la que ellos llamaban "Disfraz", que delataba que no era nativo de china. Concrétamente, Shinke era ruso. Tenía el pelo rubio, corto, y echado hacia atrás de forma natural. Su nariz, aguileña, estaba encorvada hacia adelante y se mezclaba un poco con la parte superior de sus lábios. Un poco encorvado hacia adelante, Shinke era delgado, de espalda ancha, y una mirada que mataba a cualquiera que pasara por allí. Daba la sensación que en cualquier momento le saltaría a alguien encima.

Su hermano, en cambio, era muy distinto en su forma humana. Tenía los ojos pequeñitos en una cara redondita y algo hinchada, con el pelo corto, muy corto, y una boca de piñón -que no hacía juego con su enorme bocaza a la hora de hablar y no callar ni un maldito momento incluso en las peores situaciones - en un cuerpo algo bastante rechoncho. Tenía panza, pero el maldito también era fuerte, a pesar de que su mirada transmitiera calma y paz. Tal vez venir de Mongolia tenía esos detalles. O tal vez no.

Cogieron un camino medio desgastado por el continuo paso de carros arrastrados por Yaks, y empezadon el trayecto. Iban en silencio, sin decirse nada, sobretodo para ahorrar energías y agua. Tampoco es que tuvieran mucho que explicarse. Se conocían de pequeños, cuando Shinke, siendo un bebé, le daba por darle picotazos leves a su hermano oso y a empujarlo de un lado a otro en ataques de curiosidad, rebeldía, y quizá algo de afecto intentando comprobar si realmente era o no de su raza. Al final resultó que no era así, pero con el paso de los años, el lazo de afecto entre ellos dos fue creciendo, hasta el punto que, llegada la adolescencia, Shinke había comenzado a descontrolarse. No conseguía aclarar la cabeza entre que era ser un grifo, y que era ser un humano. Y Baka no se cortó un pelo en lanzarse a la aventura y apuntarse a un viaje al Tibet que, teóricamente, solo debía de hacer él. Pero no quería dejar a su hermano solo.

A la que llevaban ya unas horas caminando, el sol empezó a pasarles factura. Estaban casi en medio de la nada, rodeando una montaña, sin sombra fresca, y la cantimplora empezaba a mostrar signos de agotamiento en su interior. El ruso podía aguantar algo más el calor, pero podía ver a Baka sacar la lengua fuera, todo agotado, y con la frente roja. Ese era el problema de cargar con el mongol: Que no podía aguantar esas temperaturas con la capacidad con la que podía hacerlo él.

-Maldita sea... Vamos a desviarnos. -dijo el grifo, desistiendo.

-No... No... Hay que avanzar... Si vamos rectos, llegaremos...

-Llegaré yo. Pero tu estarás calcinado. Vamos a parar por el momento, y seguiremos a la noche. -le ordenó. -Ven. Vamos a buscar una cueva.

Shinke cogió a su hermano del brazo, y empezaron a desviarse de ese camino en medio de ningún lugar y a buscar con la mirada un lugar donde esconderse. Localizó un pequeño agujero en un lado de la pared, pero estaba casi a media hora de distancia. Tal vez, con suerte, su hermano sería capaz de llegar hasta allí con él, y quizá incluso encontrarían dentro una fuente de agua fresca con la que hidratarse. Habían metido la pata, al fin y al cabo, al no prever ese camino en el mapa, pero ahora ya estaba hecho. Ya no había vuelta atrás. Lo mucho que podían hacer era planificar un día más, pero cuantos más sumaban, Shinke perdía un poco más la esperanza.

"No tiene porque ser específicamente un día más. Tal vez a la noche podamos avanzar lo suficiente para llegar al templo."

Se imaginó por unos segundos a él y a su hermano ahí, los dos tirados en medio de aquel desierto, sin poder beber, sin poder comer, a mercer de cualquier animal carroñero. Podrían cambiar de forma, pero mirando a su hermano, lo veía jodidamente complicado. Era un oso: Solo con correr un poco ya estaría más rendido aún a la luz de ese sol de justicia. Tendrían que haber pensado en coger agua. ¿Porqué no lo habían hecho? Oh, ya se acordaba: La noche anterior habían tenido la disputa.

Malditos instintos. Los estaban llevando a los dos por el camino de la amargura.

-... Ei... Hermano...

-Calla. -fue todo lo que llegó a decir Shinke. -Si hablas, te cansarás más.

-Estaba pensando... -su hermano parecía que iba a pasar olímpicamente de sus advertencias. Shinke estuvo por abroncar, pero también empezaba a estar sediento y si malgastaba fuerzas en discutir, luego no las tendría en llegar al final del camino, así que decidió que siguiera adelante. -En... En cuando nos conocimos... Jejeje, ¿Te acuerdas? Tu y yo con tres años...

-Ya... Lo sé...

Eran dos cambiantes perdidos en la inmensidad de la nada. ¿Que cuernos pintaban ellos allí?

Shinke se maldijo. En algún punto de ese viaje, tomó las riendas del asunto, y poco a poco fue decidiendo los caminos que debían de tomar. No recordaba exactamente cuando, pero posiblemente debia de ser al mismo tiempo que sus instintos poco a poco iban tomando el control, cambiando su forma de ser, su forma de relacionarse. Su psique... Y tal vez algo más.

Un buen rato después, los dos agradecieron la leve sombra proyectada por la alta montaña, y el frescor que había. El suelo continuaba ardiendo, pero a medida que iban avanzando el efecto iba minando, bien porque se habían acostumbrado, bien porque se iban adentrando cada vez más en la zona en la que menos había incidido el sol.

-Me picabas el culo... -prosiguió Baka de golpe, echándose un par de risas. -Me mirastes extrañado, con esos ojos de depredador... Dabas vueltas alrededor mio... Me olfateabas la barriga, como raro, y entonces... Me dabas pequeños picotazos e incluso alguna vez me gritabas.

-¿Como cuernos puedes acordarte de todo eso? Eramos dos niños. Ni siquiera yo lo sé.

-Bueno... Porque tengo las marcas de esos picotazos en mi lindo y redondo trasero, hermanito.

-Maldito... -su hermano definitivamente no callará. Bueno, si morían, que lo hicieran hablando. -Eras una bola de pelo marrón con una panza enorme y un culo que no te cabía, emparejado con unas orejas que no se de donde las sacabas. Muy posiblemente debía de estar entre extraño y confuso.

-Bueno... Luego... Te acostumbraste... ¿No?

-No lo sé... Lo más lejano que recuerdo... -hizo un silencio mientras intentaba pensar algo a pesar del calor. -Era acurrucarte bajo un ala. Con la de pocas veces que optaba por una forma humana, normal que quisiera tenerte cerca. Maldito... ¿Como te lo haces, Baka?

El hermano le miró confuso.

-Eres un cambiante. Naciste oso, hemos crecido juntos... Pero yo soy el que nota que poco a poco va dejando de ser uno mismo, y tú en cambio, estás fresco como una jodida rosa. ¿Cual es tu secreto, Baka? ¿Que has hecho tú que yo no?

-Bueno... ¿Quien te ha dicho que no he cambiado?

El ruso le miró unos segundos, cayendo en lo que se refería Baka: Apenas lo recordaba, pero si su memoria no le fallaba, ese rechoncho mongol no tenía ese exceso de peso en el pasado. Era un niño bastante delgado, calmado, con poca actividad. A los seis años, seguía siendo el más delgado... Y a los doce, algo empezó a ocurrir. Fue entonces cuando de repente Baka empezó a ganar poco a poco peso, hasta acabar con la cara redondita y la panza que tenía ahora. Y aquel incremento de peso venía acompañado, como no, de un incremento de ingesta de comida. A sus padres no le habían importado en absoluto, pero él no se había dado cuenta de eso hasta ahora.

-... Hace tiempo que me dí cuenta que yo soy el oso... -acabó murmurando Baka. -No soy el chaval bondadoso que conocías... Me cabreo... Tengo hambre... Y...

-... Por eso comías tanto Baiji... ¡Idiota! -exclamó de golpe, deteniéndose en seco y sujetándolo por los hombros. -¡¿Porqué cuernos no te quedaste en casa?! ¡Este viaje solo me incumbía a mí! ¡¿Porqué?!

-Porque eres mi hermano... Y no puedo dejarte solo.

Shinke se lo quedó mirando un buen rato antes de morderse el labio inferior intentando contener unas lágrimas que fueron la mar de traicioneras. Incapaz de hacer nada, solo, le abrazó temblando y empezando a llorar. ¿Y ahora por qué cuernos le estaba dando esa tontería? ¿No tendría que ser más fuerte que eso y imponer autoridad?

-Mientras llores... Aun seguirás siendo tú. -le susurró el oso, abrazándolo. -Y mientras me asegure que puedes llorar, entonces aún tendremos un día más para seguir.

El ruso permaneció unos segundos en la sombra abrazando a su hermano. Luego, se separó de él y miró el camino que les quedaba. No era mucho, pero estaban rendidos y apenas podían hacer nada al respecto más que seguir andando. Estaban solos, pero bastaba que un nómada estuviera escondido y les viera, y la tendrían liada. Aunque... ¿Que? ¿A quien se lo contaría? Maldita sea, estaban en el jodido Tibet, en una especie de desierto. ¿En serio esperaba que alguien les viera?

Dejó que la transformación transcurriera por su cuerpo, decidiendo ser híbrido¡. Era un riesgo que debía correr, a pesar de que implicaría quizás volver a perder el control sobre el mismo, pero tenía que mantenerse centrado y no perder su objetivo. Focalizar su objetivo, centrarlo, saber quien era... Las manos fue lo primero que empezó a notar que cambiaba. Era una sensación rara, un hormigueo extraño que iba transcurriendo por su cuerpo, nacía de su pecho, e iba avanzando poco a poco por sus brazos hasta llegar a la punta de los dedos, que se estaban alargando y haciendo cada vez más gordos. Notaba la piel endurecerse, hincharse, arrugarse, mientras sus huesos se alargaban hasta romper la tela que los separaba del exterior y ennegrecerse. No recordaba si en el pasado había sido así de tranquilo, o si hasta eso le dolía, pero el principio no solía ser tan traumático..

En un punto concreto, se maldijo de no haberse sacado la ropa. Con garras como manos y la transformación extendiéndose por su cuerpo, corrió a desvestirse. Se quitó inmediatamente la camisa a jirones, y se apresuró como pudo a sacarse el cinturón y los pantalones con el calzado incluído. Al hacerlo, agradeció ver que había llegado a tiempo: Sus piernas habían empezado a crecer, a hincharse y a ponerse más fuertes, mientras sus huesos iban cambiando de forma. Esa era la parte que sí que le dolía, aunque por suerte era rápida.

-¡Shinke! -exclamó Baka. -¡¿Pero que haces?!

No era momento de responder. De hecho, su cara estaba mutando también. Los huesos de su cabeza iban colocándose poco a poco mientras sus ojos cambiaban un poco de forma y todos los dientes le empezaban a doler cuando empezaron a comprimirse. Sus labios se volvieron cada vez más duros, y se fueron estirando cada vez más hasta que el labio superior se juntó con la nariz, formando un pico. Los ojos se reposicionaron, y el pelo se fue transformando poco a poco en plumas que se iban recolocando y esparciendo en parte por el cuerpo, llegando hasta sus brazos, ya más gruesos, y el pecho, que se había ido hinchando poco a poco hasta aumentar por dos la caja torácica.

Shinke se dio la vuelta, y se curvó hacia adentro, mientras gemía de dolor sintiendo como si algo estuviera a punto de estallar en su espalda. No estaba muy equivocado: Dos huesos enormes agujerearon la piel y empezaron a crecer y a expandirse hasta aumentar por dos el tamaño del resto del cuerpo, llenándose inmediatamente de plumas. Aún no había terminado esa parte que sentía que su columna vertebral seguía haciendo de las suyas hasta que apareció la cola de león que correspondía con la parte baja de su cuerpo, que había convertido sus piernas en dos patas enormes de león.

-Arf... Arf... Vale... Sube.

-... Peso demasiado... Nos van a ver...

-No si vamos deprisa. ¡Vamos!

Eso último fue más un graznido que otra cosa, pero el hermano decidió obedecer y subirse allá donde pudiera. Shinke sintió su peso y tuvo la sensación que le aplastara la espalda, pero fue cuestión de recolocar un poco. No era la primera vez que cargaba con él, después de todo.

Ahora venía lo difícil. Dio un salto en el aire y movió las alas hacia abajo, efectuando un pequeño impulso. En cuanto sintió que iba a caer dio otro más, y otro, intentando ganar altura todo lo que pudiera. A la que estuvo a unos cuantos metros de distancia intentó conseguir alguna especie de corriente de aire caliente. Necesitaba al menos alguna, para poder hacer él el resto del trabajo. Siguió subiendo, y finalmente, en cuanto sintió una, empezó a seguirla, ganando altura.

-¡Shinke, loco! -exclamó Baka. -¡Nos van a ver!

-¡Tenemos que hacerlo! -gritó el otro, avanzando en dirección hacia la cueva, haciendo unas cuantas eses -¡Hemos llegado hasta aquí gracias a tí! ¡Si de repente cedemos, no habrá servido de nada este viaje!

-Pero...

-¡Tengo que llegar hasta el final! ¡Te he arrastrado hasta aquí, así que vamos a llegar juntos a ese templo!

Shinke siguió avanzando, centrado en su objetivo. Su cuerpo le pedía cazar y beber, pero él quería llegar hasta allí. En un instante concreto, notó a su hermano abrazar por el cuello, y notó la calidez que le transmitía su amor de familia. Eso era lo que necesitaba: Volver a sentir esos viejos sentimientos, ocultos entre tantas preocupaciones.

Aleteando, Shinke volvió a alzar el vuelo un poco más, y luego, fue bajando lentamente, para repetir el proceso. El trayecto se acortaba una burrada, pero aun estaban un poco lejos y ahora se estaban arriesgando a que les vieran. De repente, todo se volvió blanco, y Shinke tuvo que cerrar los ojos mientras se fiaba de sus otros sentidos para evitar desviarse del camino. ¿Eso había sido un reflejo?

-¡Pero que...!

-... Shinke... ¡Shinke! -exclamó Baka, su voz por encima de las corrientes de aire. Era difícil hablar a lomos de una criatura que iba cogiendo caídas en picado de forma constante. -¡Creo que se lo que es! ¡Mira arriba!

El grifo alzó un segundo la cabeza. Solo un segundo, suficiente para poder ver lo mismo que su hermano. Era una torre blanca que apuntaba en una de las esquinas de la montaña, adornada por un par de placas de metal, tal vez espejos, a modo de adorno que iban apuntando a todas direcciones, entre ellas, la suya. El grifo gruñó, pero su corazón empezó a latir con ímpetu. ¿Era una población? ¿Como no la había visto antes?

-¡Es el templo! -soltó el humano.

-¡Imposible! ¡Está a un día o dos de distancia!

-¡Tal vez no sea el mismo, entonces! ¡Pero podríamos pedir refúfio y abastecernos!

Abastecerse... El oso tenía toda la razón del mundo. Shinke sonrió levemente y decidió mirarse un poco el trayecto. Podían subir un poco por un camino lateral, y desde ahí, volver a recuperar la forma humana y avanzar hasta el templo. El grifo cambió el rumbo, y empezó a ganar altura, con la sangre bombeando su cuerpo entero. No sabía como, pero aquello era como un rayo de esperanza. Tal vez no estaría el monje que necesitaban, pero al menos podrían reponerse un poco.

Un golpe seco le vino por un lateral, y el grifo sintió que perdía el equilibrio.Maldiciendoe, rogó porque su hermano estuviera bien sujeto, porque tuvo que hacer un giro de barril sobre sí mismo para poder volver a recuperar el camino. Volteó, y siguió avanzando, pero mirando alrededor, su instinto de cazador en alerta. ¿Que había sido eso?

Algo verde se aproximó por la derecha. Intentó ver que era, pero el maldito era mucho más rápido que su mirada de águila. Giró hacia la izquierda para esquivarlo justo a tiempo, pero la corriente de aire que alzó le desvió aún más. Obligado a ceder, el grifo decidió que en aquellos instantes, con Baka encima, tenía pocas opciones para poder esquivar ese ataque, así que tomó la decisión de bajar al suelo.

El grifo realizó un aterrizaje de emergencia, hundiendo las garras todo lo que pudo en el suelo para no irse patinando, y en cuanto consiguió ceder, obligó a su hermano a salir de encima suyo. Baka parecía confuso e incluso tenía un pequeño golpe en la cara, posiblemente, de cuando habían hecho el giro forzado.

-¡En la cueva, rápido! -exclamó el grifo. Su hermano cogió las cosas y echó a correr, y Shinke alzó la vista en búsqueda y captura de su atacante. Bien, desde el suelo, tenía un poco más de rango de visión. Observó atentamente, e incluso paró oído a ver de qué se trataba... Ni un solo aleteo, ni ruido, ni siquiera una brizna de aire. Nada. Ni rastro. Tal como había venido, había desaparecido. Así, deprisa y corriendo, en un plis plás.

-... ¿Shinke? -preguntó Baka desde el interior de la cueva, las paredes de la misma reforzando su voz.

-... Sea lo que sea, lo he perdido. -gruñó el grifo, retrocediendo poco a poco de espaldas, hasta que lentamente fue notando que su cuerpo era oscurecido por la sombra. Shinke permaneció unos segundos más sin decir nada, atento al silencio, y Baka decidió hacer lo mismo para no molestarlo. Luego, agachó la cabeza, el pico tocando casi el suelo. Maldita sea, tan cerca y tan lejos al mismo tiempo. ¡Por tan poco...!

-No ha sido buena idea...

-Y quedarnos aquí quietos tampoco lo será. -se incorporó para tener una anatomía bípeda, y miró a su hermano. -Quedémonos aquí hasta que sea de noche. No es que mi visión sea la reostia a esas horas vespertinas, pero creo que para entonces, se habrán ido.