Un cócktel explosivo.

Story by kingpanther on SoFurry

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#16 of Tigre de compañía


Ésta historia contiene Yiff , drogas y rock´and roll además de perversiones diversas y blah blah blah. Si te gusta un comentario no estaría de más.

Capítulo 16. Un cócktel explosivo.

El aire de la mañana se clavaba en la cara del tigre como una cuchilla de afeitar, aunque esa no era la mayor de sus

preocupaciones. El cartel que anunciaba la búsqueda de asistente había sido removido de las paredes del edificio de cristal y acero.Una ola de adrenalina recorrió todo el cuerpo del ya por sí nervioso socorrista, perturbado de antemano por proceso mental de asimilar que le tendría que ceder la boca a un completo desconocido. Corrió hacia adentro con prisas a grandes zancadas, pero el conserje confirmó sus sospechas: el puesto ya no estaba vacante.

Menudo jarro de agua fría. Leo necesitaba desesperadamente el dinero y las opciones se esfumaban delante de sus narices. El tigre suspiró. Al menos tenía algunas monedas sueltas en el bolsillo para saciar el nudo que en esos momentos se estaba formando en su garganta. Fué a buscar un refresco en la máquina expendedora que parecía casi abandonada, dadas las tempranas horas de la mañana.

No tenía nada que hacer allí. Tan sólo podía especular acerca de la identidad de quién le habia arrebatado sus esperanzas. Su mente volvía poco a poco a la calma. La situación no cambió mucho con respecto a la de ayer, y se había ahorado una infidelidad. En cierto modo era lo mejor que podía haber pasado. Trabajos

hay muchos pero personas con las que pasar el resto de una vida sólo hay una.

-¿No te conozco de algo?- El tigre se giró con la lata aún en el hocico. Sus ojos se entreabieron para observar a otro hombre con traje de menor edad que el jóven socorrista.

Éste era muy distinto al ejecutivo de ayer. El cuerpo del desconocido era delgado y de pelaje oscuro brillante. Olía levemente a champú y colonia, enmascarando su olor natural de pantera negra. Sus rasgos faciales eran finos y de pelaje corto brillante. Casi parecía un gato en lugar de pertenecer a la tercera especie mas grande entre los grandes felinos. Mucho más con esa sonrisa jugetona y perlada dibujada en sus labios. Portaba un parche en el ojo izquierdo para disimular un moratón, aunque el que le acompañaba era de un verde esmeralda misterioso e hipnotizante.

-Creo que no.- Respondió Leo, con la mente aún abotargada. El chico pantera hizo gala de una asombrosa memoria identificando la situación en la que se habían encontrado, aunque quedase alejada en los pensamientos del tigre.

-Si, ya recuerdo...- El pequeño gato negro arrancó a decir posando su dedo índice por debajo de sus labios. -Tú eras el compañero de Semental Grande. Nos vimos en el club hace unos meses.-

A Leo le dió un respingo la cola al recordar aquello. Estaba sorprendido. No sabía si era más vergonzoso escuchar el nombre artísticos de su novio el caballo, o el hecho de la reputación que le precedía, ganada en una única noche. Igual no era tan mala idea volver al club a hacer de stripper. La paga era buena y por lo visto tenía club de fans.

El tigre empezó a explicar al trajeado felino lo que pasó aquella noche de vuelta a casa. "Semental Grande", tal y como lo conocía la pantera, había sufrido lesiones graves en el oído. La causa fue un accidente de coche, que dañó parte del nervio facial. Para ser sinceros Marcus había tenido suerte, ya que al menos no se le había paralizado la cara. La imposibilidad de seguir el ritmo de la música le apartó del mundo del espectáculo, a la espera de una futura operación.

-Siento escuchar eso.- Había un silencio incómodo despues de la explicación, como si por el hecho de guardar las palabras para uno mísmo hiciera que los probelmas desapareciesen. La pantera, que tenía una expresión bastante amistosa, intentó romper el hielo hablando de cosas mundanas. -¿Vives aquí, debajo de las oficinas?.-

-No, la verdad es que había venido por el cartel de trabajo que estaba ayer.- El tigre suspiró, un poco decaído. Al escuchar la contestación, el felino de pelaje oscuro comenzó a urgarse en el bolsillo cerca de la entrepata. El

socorrista, pudo observar como lo que él pensaba otro ejecutivo adinerado estaba sobándose el pene justo delánte de sus narices. Las mejillas del tigre se pusieron coloradas de pensar en que ahora tendría que tomar la iniciativa si se repitiese la anterior oferta. Sin embargo la pantera encontró lo que buscaba entre las costuras, un teléfono móvil adornado con algunas pegatinas de patitas de animales.

-Dame un currículum y tu número de teléfono. No es que mande mucho en mi empresa, yo soy comercial. Pero si que conozco a mucha gente. La pantera hizo una pausa para añadir algo de humor picante a la situación -Siempre se necesita de un tigre guapetón como tú en el mercado. Verás como te consigo algo.

Por fín Leo respió aliviado. Parecía que acababa de conocer a alguien que mereciera la pena en esta ciudad, que no quisiera follárselo a la primera de cambio. De buena gana le proporcionó los datos a la pantera, que miraba el currículum haciendo una broma acerca de lo incompleto del papel sin las medidas del tigre. La pantera recordaba bien como casi se había dejado meter un dedo en el culo aquella noche. Él nunca olvidaba un trasero. En la memoria de Leo ese detalle estaba algo borroso, así que un tanto agasajado le siguió el juego a su nuevo amigo:

-Te sorprenderías si las supieras, contestó Leo. Ahora tenía una sonrisa de oreja a oreja dibujada en el hocico, mucho más animado. El tigre miraba el rostro del otro felino con una curiosidad y cierto aprecio, entre el creciente bullicio de los trabajadores de apresurados pasos. Sin saber muy bien por qué, su corazón latía rápidamente de la emoción. Habían hablado apenas unos cortos cinco minutos, pero aquella pantera negra contagiaba aquel estado de ánimo. El gato azabache tecleaba el número en su teléfono, mientras el tigre caía presa del magnetismo natural que emitía el depredador sexual más pequeño que él.

-¡Esto ya está! Añadió el comercial, que cedió su identidad al gran felino a rayas antes de marcharse. -Si sale algo te llamo, por cierto me llamo Ray.-

Casi sin pestañear tenía a la pantera entre los brazos. Era una forma de despedirse reservada para los amigos, pero Ray no dudó ni un instante en dejarse poseer por tigre. A Leo se le despertó ese instinto que tantas veces había buscado en sus compañeros de cama. Por un momento se sintió protegiendo aquel cuerpo casi como si le perteneciera por derecho. Los gatos se estrujaban mas fuerte de lo necesariamente formal alargando en el tiempo aquella sensación. El cuerpo de la pantera se adaptaba al de Leo de forma completamente ergonómica. Encajaban de forma perfecta, mientras aquel olorcito suave se le metía en las fauces al socorrista. Si aquel abrazo hubiese durado tres segundos más, su nuevo amigo habría notado la terrible erección del tigre a través de las finas capas de tela del traje. Aquellas patas endiabladas se separaron de las caderas del tigre justo a tiempo, antes de que se produciera una situación incómoda.

Embobado y con su entrepierna rozando traviesamente los pantalones, el tigre saludaba a la pantera con su mano. Las puertas del ascensor se cerraron con el comercial ya rumbo al trabajo, dejándo otra vez al gran felino sólo. -Por fin algo de suerte- pensó mientras tomaba un pequeño sorbo de refresco. Mataba el contenido de la lata con renovadas fuerzas: aunque le hubiesen ofrecido ayuda, tenía que seguir con la lucha de currículums.

Francis miraba el polvo blanco esparcido encima de su escritorio. La orca no disponía de ningún tipo de balanza, por lo que no era capaz de separar la dosis necesaria para un adulto. Se mojó el dedo con un poco de saliva y probó

aquel producto. Fue un acto reflejo. Lo hizo sin pensar, pero como era de esperar no causó ningún efecto en el cetáceo. Quizás la cantidad no era la necesaria, por lo que dió un segundo lenguetazo con el mismo resultado. Miraba el ordenador de su despacho, leyendo las indicaciones una y otra vez, hasta que dió con la información que buscaba.

El polvo químico reaccionaba con el agua, liberando la feromona final gradualmente. Se podía administrar de tres formas, inhalando los vapores, mediante la ingesta o inyectado en una disolución salina. Esta última se trataba de la forma más directa y eficaz ya que no se desperdiciaba absolutamente nada de la molécula transmisora. Tras tres horas después de la reacción, el químico era destruido en contacto con el oxígeno lo que lo hacía perfecto para cualquier actividad criminal. Por un momento la orca meditó acerca del origen del misterioso maletín. Esperaba que no perteneciera a algún tipo de mafia, de ser así se habría metido en un lío mayor de lo que creía.

-!Francis un cliente! Gritó su secretaria que abría la puerta bruscamente. El masajista escondía el polvo con un fuerte sobresalto. A simple vista hubiese parecido que estuviera coqueteando con drogas. El fuerte viraje de sus manos derramó algo encima de los pantalones por debajo de la bata de doctor. El paquete estaba oculto a los ojos de su linda secretaria, que fue regañada por su comportamiento.

-Te he dicho mil veces que llames antes de entrar.- Exclamó el masivo socorrista, que guardaba bajo llave el químico con el ceño fruncido y arrugado como la tela. Al salir por la puerta para recibir al cliente, su secretaría le hizo un cumplido acerca del olor de su nueva colonia, que era completamente del agrado de la chica. La orca ignoró las palabras de su recepcionista, demasiado reticente y casi refunfuñando ante la inesperada intrusión de la gata.

Francis se adentró en la sala de masajes, donde un chico joven esperaba para ser atendido. Era un cliente nuevo, un american pit bull terrier. El clásico perfil de paciente que la orca intentaba evitar. De carácter dominante y con poca paciencia con otros machos, se encontraban entre los enfermos más exigentes, por lo que pensó que lo mejor sería no extralimitarse en el trato. El perro estaba sentado en la mesa de masajes con sus manos entre las piernas. Tenía una expresión evasiva entre aquel pelaje negro y blanco, que dibujaba manchas muy parecidas a la del orca. Francis, acostumbrado a tratar con todo tipo de personajes, fue el primero en hablar.

-Hola, soy tu quiropráctico Francis Leston. Cuénteme lo que le ha pasado.-

-Tengo molestias en el hombro, y mi entrenador insistió en que le visitara, aunque yo no... Doctor ¿no huele un poco raro?.- El canino comenzó a husmear con su sensible nariz, sin llegar a reconocer la fuente del olor.

Francis no podía distinguir nada, especialmente por que su olfato no era ni de lejos tan agudo como el del perro. Sin darle mucha importancia añadió:

-Supongo que mi secretaria habrá cambiado el producto de limpieza de la consulta. Si es tan amable quítese la ropa del torso y tumbese en la camilla.-

Los músculos de aquel chico se podían percibir incluso con la ropa puesta. A decir verdad parecía mas fuerte que el propio masajista que se machacaba durante horas en el gimnasio. Los dedos expertos de la orca recorrían la espalda del joven

sin necesitar de ningún tipo de ayuda visual para encontrar el problema. La orca miraba al frente intentando comportarse de la forma mas profesional posible y evitar cualquier tipo de sugerencia no verbal. Conocía bien a estos tipos, heteros que sentían miedo por que otros machos los rozaran y lo canalizaban en forma de ira. Comportarse estrictamente profesional no era una cuestión de ética, sino mas bien de seguridad personal.

Mientras exploraba el cuerpo del casi atrofiado atleta, hablaban de deportes. El joven no tendría mas de veinte años pero formaba parte del equipo de rugby de la universidad como titular y jugador estrella. El cuerpo del paciente se relajaba a medida que intentaba contener los suspiros causados por las diestras manos masajista. Francis empezaba a percatarse de como la temperatura corporal del atleta estaba subiendo por momentos. El perro se había sobreesforzado hasta el punto de que se le habían montado varias fibras una sobre otra en parte de la espalda. Era una lesión muy común en las personas que se ejercitan demasiado sin guardar bien las posturas, pero recolocando el músculo e identificando la pose incorrecta se curaría rápidamente. Con suerte en una súnica sesión podría hacer que este chico volviera a su ajetreada vida deportiva.

Los suspiros que provenían de debado empezaban a convertirse en un jadeo alarmante. Es cierto que a veces la orca se extralimitaba con algunos clientes de confianza, pero no había hecho absolutamente nada con éste. Parecía estar disfrutándo demasiado de algo que debería ser doloroso, lo cual acentuaba sus sospechas. Las campanas de alarma empezaron a resonar en la

cabeza de Francis cuando aquel perro comenzó a mover el hombro molesto ya completamente restaurado. Era como si el dolor fuese amortiguado por otro tipo de sensación, una mucho más fuerte y primitiva. Francis supo en seguida lo que se le venía encima:

-Doctor creo que tengo dolencias en otro sitio.- Afirmó el chico se volteó para revelar una tremenda erección debajo de sus jeans azules. Era imposible de disimular. A pesar de estar oculta, casi rasgaba la ropa, necesitada de meterse en un cuerpo caliente con desesperación. La orca dió un paso hacia atrás con las manos separadas de su cintura, o se hacía cargo de la situación o posiblemente acabaría ensartado en las caderas de ese perro.

-Venga masajista, sé que todos los quiroprácticos sois unos maricones, añadió el perro que se bajaba la cremallera de los vaqueros con el único propósito de poner a cuatro patas a la orca. -Normalmente, yo no me tiro a hombres como otros chicos del equipo, pero tu hueles a perra en celo. El pit bull arrinconó con lentos pasos a Francis. Había ten poco espacio entre ellos que el miembro canino, duro como un puñal, dibujaba una mancha de pre en la bata del masajista.

-Agáchate y cómeme la polla perra, sé que lo estás deseando.-

-Vístase y marchese de mi consulta antes de que llame a la policía. No necesita más tratamiento.- Replicó la orca tajantemente al mismo tiempo que apartaba con el brazo derecho al cánido. A pesar de todo, el pit bull era joven y algo de sensatez vino a su cabeza cuando escuchó nombrar a las fuerzas de la ley. La orca se separó de su agresor y se dirigió con grandes pasos hacia la puerta. De vuelta a su despacho su curiosa secretaria felina se elevó con ambas patas apoyándose en el mostrador.

-¿Ha pasado algo?.- preguntó la gata de color rosa, un poco preocupada. El olor a macho en la orca era embriagador, pero su cara le decía que dentro de la consulta había ocurrido algo fuera de lo normal. La gata, era consciente de los entresijos sexuales que a veces tenía su jefe, pero normalmente tardaba más en satisfacer las necesidades de sus clientes. La orca, dudaba la siguiente orden que debería darle a su asistenta. Al final decidió que lo mejor sería actuar con naturalidad dado a lo que escondía en su despacho.

-Nada Clarise, cóbrale al salir. Ha sido rápido.- añadió el masajista que volvía a la intimidad de su lugar de espera.

Rebuscó en el cajón apresuradamente. El macho de orca no era estúpido. Lo que empezó como un regalo caído del cielo, podía descontrolarse rápidamente. Tenía que deshacerse del químico, y no podía simplemente tirarlo al retrete, ya que el agua activaría las propiedades del polvo. Una botella vacía de una bebida energética se convirtió el recipiente ideal. Deslizó el compuesto sin muchas trabas. Orgulloso de que apenas había derramado nada fuera del contenedor. Nada excepto sus manos, que necesitaban ser limpiadas del finísimo polvo.

Por suerte la orca contaba con varios tipos de lubricantes en su consulta. Sabía que el aceite formaba micelas al contacto con el agua, que impermeabilizarían completamente aquel producto infernal. Con ambas patas por encima del lavabo del despacho comenzó a untarse a si mismo, hasta que ambas estuvieron completamente brillantes. Una vez su piel resbaladiza y bien embadurnada, puso sus extremidades bajo el grifo. Era consciente de que reacionaría, pero no dejaría la imperceptible feromona en su consulta, sino lejos de su lugar de trabajo. Perdido a través de las tuberías. Al fin y al cabo, tras unas horas quedaría inerte, aunque no podía decir lo mismo del polvo blanco que no había reaccionado.

Preocupado, observó la botella que aún parecía llena de cocaína.

El destino quiso que se tentara a la suerte ya que Francis rellenó con agua el recipiente y lo tapó rápidamente. Si con mojarse la lengua dos veces de polvillo había conseguido ese resultado, ¿que podría hacer litro y medio de aquello? Casi temblaba de imaginarse entre rejas por algún tipo de atentado con armas biológicas. Su prioridad era deshacerse de las fatales pruebas. Apagó el pc y sacó el USB del ordenador, que junto con el dosier y la muestra tenían que ser destruidos. Una vez colgada la bata sobre el perchero, la orca recogió las llaves de su coche, dispuesto a quemarlo todo en las afueras de la ciudad.

-¡Clarise cerramos por ahora! .- La oscuridad de la consulta cerrada al público no impidió que los ojos de la orca divisaran el espectáculo dantesco que estaba ocurriendo en mitad de su recepción. El pit bull se estaba follando salvajemente a su secretaria que besaba al cánido debajo de ella. La mesa que normalmente recibía a los clientes, ahora respaldaba el culo desnudo del perro. Encima del cánido, la gata color fresa miraba espantada a su jefe. A pesar de todo, el pit bul seguía dandole con su miembro incapaz de sacarlo, ya que su nudo estaba bien enterrado en el cuerpo femenino de la secretaria.

-Por Dios clarise, que estás trabajando, y encima cierras la consulta- La orca arqueó sus cejas y recapacitó. ¡Era justo lo que quería! se acercó a la pareja y agarró de los huevos chorreantes de semen al joven, que por un momento pensó se quedaría sin ellos.

-Claris buen trabajo y respecto a ti..- la orca hizo una pequeña pausa mientras introducía un dedo en aquel chico, jugueteando con su próstata, -... tenías razón soy homo, pero el único que parte culos en esta consulta es el doctor.-

Para el pitbull que nunca había sido toqueteado en esa zona, aquella sensación era demasiado. Francis manejaba sus caderas mientras las tetas de la secretaria botaban una y otra vez en frente de sus narices. El perro agarró la ancha cabeza de la orca y le dió un beso de tornillo, dejándose llevar completamente por la lujuria. El efecto en la saliva de cetáceo no se hizo esperar, mientras que con terribles gemidos el futbolista se venía más y más en la gata. Era tal la cantidad de

semen, que ni el nudo impedía que se escapara de la flor de la fémina, embadurnando por completo la mano del musculado masajista. Lo mejor de todo era la mirada de ella, completamente sumergida en sus múltiples orgasmos que bañaban el vientre del perro. Tan abundantes que casi goteaban al suelo, recorriendo las delgadas patas de la extasiada gata.

El aire viciado del sexo era toda una tentación para la orca que estuvo a punto de enseñarles a esos dos quien era un macho de verdad., La diversión tenía que esperar ya que tenía un asunto entre manos, sin contar con el trasero del perro. Separó la cabeza del pit bull que casí le rogaba con la mirada que no se fuera, unidos por un hilo de aquellas babas viscosas.

En otras circunstancias un jefe normal habría despedido a su empleada y habría echado a trompicones al muchacho. Quejándose a gritos por el desastre de fluidos de ambos que estaban ocasionando entre la documentación. Sin embargo la relación con la hembra era de rebosante complicidad, ella había limpiado muchas veces los estropicios del masajista. Incluso le había salvado el cuello socialmente en múltiples ocasiones, por lo que en lugar de ello simplemente le dió un beso en la mejilla y se giró.

-Pasadlo bien, y limpiad después. Fueron las únicas órdenes del jefe.

Con una mirada lasciva, Francis dejó a los chicos disfrutando de sus cuerpos. incapaces aún de siquiera bajar el ritmo con que sus caderas se encontraban. Sin prisas ahora, abrió la puerta de la consulta y se encaminó hacia el coche al mismo tiempo que lamía el semen del atractivo perro su mano. Mañana temprano recordaría a su secretaria lo que había hecho. Seguro que sería divertido.

Pasado mediodía Leo andurreaba por la ciudad. Sus pies completamente doloridos habían ido de un lugar para otro, dejándo su información en ya más de una veintena de empresas. No tuvo tiempo ni de volver a casa para almolzar, ya que una llamada a su teléfono móvil le dió un chivatazo.

-Hola tigre, ¡soy yo la pantera de esta mañana!.

-Que tal Ray.- La voz de la pantera estaba cargada de energía y aunque el socorrista estaba cansado, una oleada de alegría le recorrió el cuerpo al escuchar aquel tono jovial. Las palabras del comercial sólo avivaron aquella sensación de exuberancia.

-Me he enterado que buscan gente para un negocio de cuidar niños. ¿A tí se te da bien eso verdad?.- A pesar de que no era el trabajo de los sueños de tigre, éste respondió afirmativamente. Una vez la pantera le algunas señas

de donde estaba el local y de la persona que tenía que buscar. Tras la pequeña charla, Leo agradeció a su misterioso amigo,

haciendo hincapié en la rapidez con la que le había encontrado una buena oferta de trabajo.

-Gracias te debo una Ray.- La pantera al otro lado del teléfono, no podía mas que sonreir. Jugaba con el extremo de su cola. Ya sabía como se cobraría el favor más adelante pero por el momento se despidió del tigre que tenía cosas que hacer.

El reso del día fue casi rodado. Leo se presentó en las oficinas del servicio de niñeras. El trabajo era esporádico y normalmente de tardes y noches, cuando algunos padres deseaban pasar veladas manteniendo la tranquilidad de que sus hijos revoltosos estaban siendo cuidados. La señora que llevaba el negocio encontró al tigre prometedor. Fue de especial interés para ella que el muchacho quisiera estudiar pedagogía. Aunque no hubiese venido recomendado de haberse presentado por su propio pie lo hubiera seleccionado igualmente. La mujer panda, pasada en sobrepeso, introdujo los datos de Leo en la lista de empleados, y tras unas instrucciones acerca de la disponibilidad que esperaba por parte de sus plantilla le dejó marchar.

Meditabundo pero a la vez entusiasmado el tigre volvió a casa. Tenía que contárselo a su novio Marcus, por fin tenía buenas noticias. Una vocecilla interna en el interior del tigre era lo único que le perturbaba . Recordaba cuán estúpido se comportó hace unas horas. Había engañado a su pareja para que le enseñase hacerle sexo oral a un desconocido. Aunque por otra parte no tenía por que enterarse. Lo mejor para ambos era manterner ese detalle oculto, aunque reconcomiera la cabeza del felino.

Leo cruzaba el paso de cebra de la calle cuando elevó la cabeza convencido de compensar al caballo su desliz potencial. Casi como si hubiera estado orquestado por el destino, sus ojos se cruzaron con los de Francis que estaba esperando a que el semáforo se pusiera verde dentro su Lexus.

El socorrista saludó con la mano a su vecino y se dirigió hacia el automóvil. La orca le propinaba una falsa sonrisa maldiciendo su suerte, y bajándo la ventanilla para charlar con el tigre de sus sueños. Aún no se había desecho del químico que estaba cerca de la palanca de cambios y seguramente aquel encuentro le trajese problemas. ¿Cuántas eran las malditas posibilidades de que sus caminos se cruzasen en aquel preciso momento?

-Hola Francis, ¿vas para casa? Preguntó su amigo a rayas, que tenía los pies completamente doloridos.

La velocidad de pensamiento de la orca rozaba lo monstruoso. Si le decía que no y el tigre comentaba a su pareja que lo había visto a destiempo, Lan sospecharía y eso desembocaría en pelea asegurada. Si le decía que sí, no podría cumplir su tarea. Optó por la segunda opción, siempre podía tirar la peligrosa carga que portaba mañana.

-Sube que te llevo, contestó la orca que intentaba disimular el aprieto en el que se encontraba.

La velocidad con la que el culo del tigre se acopló al asiento del copiloto demostraba las ganas que Leo tenía por llegar a su hogar. Tras agradecerle a su compañero el paseo un parde veces sus ojos se fijaron en la botella del líquido transparente que supuso era agua. El socorrista empezaba a tener demasiado calor dentro del coche, a pesar de que el cielo en el exterior de la carrocería amenazaba con lluvia. El gato se pasaba las manos por el rostro un tanto agobiado. El agradable olor que emanaba el interior del coche le transportaba a la jungla, primitiva y salvaje, de la que provenían todos los tigres. Igual era su imaginación o todas las sensaciones acumuladas a lo largo del día, pero se estaba excitando demasiado. Recordaba a la pantera, se imaginaba la verga del empresario y como desperció la oportunidad de tenerla entre sus labios. No podía parar de calentarse, llegando a reacomodándose tímidamente su propio paquete duro como el cemento.

Por un momento incluso le lanzaba miradas lascivas a la entrepierna de Francis. Pero la imagen de su semental desnudo predominó sobre todas las demás. -Será mejor que me calme un poco, pensó en sus adentros el gran gato, mientras alargaba la mano para tomarla bebida maldita.

-Leo eso es agua con jabón para el coche, indicó el cetáceo. Había tenido el suficiente tiempo para pensar en una escusa y el tigre retiró la pata frustrado. La vocecilla de suspiro del felino recordaba un ligero ronroneo y Francis comprobó varias veces como el socorrista le estaba mirando entre las piernas. La orca sabía de sobra que el comportamiento del tigre era debido a los efectos de la droga. En cualquier otra circunstancia habría parado para revolcarse con él en la primera esquina que pillasen, pero eso no era demasiado inteligente. No sin que el felino diese el primer paso, así se aseguraría de que tuviera una escusa ante los ojos de los respectivos novios. Temía la posible reacción de Marcus, ya que a fin de cuentas mantenía un acuerdo de libertad sexual con su zorro.

Pequeñas gotas de lluvia golpeaban el cristal del parabrisas. Los cristales del coche se empañaban por los pequeños jadeos del tigre mientras su pata se deslizaba peligrosamente buscando el muslo de Francis.