Crónicas de la Frontera: Capítulo V

Story by Rukj on SoFurry

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#6 of Crónicas de la Frontera

¡Hola a todos otra vez! :) Aquí tenéis el quinto capítulo de "Crónicas de la Frontera". Esta vez no viene acompañado con su doble en inglés por motivos de escasez de tiempo, pero vamos, que prefiero subirlo en español ya que lo tengo. De momento, este capítulo es el más largo de todos. Sigue habiendo algo que me chirría en él, aunque no sé exactamente qué es... a lo mejor son solo paranoias mías porque la verdad es que la escena principal de todo el capítulo no me gusta demasiado (la tortura no me va mucho).

Pues sin más, y como siempre, espero que os guste ;-)


Rukj soltó un gruñido de rabia y trató, por enésima vez, de zafarse de las cadenas que le mantenían atado a la columna contra la que le habían colocado. Los eslabones chocaron entre sí y resonaron metálicamente en el aire, pero no llegaron a romperse, y el lobo negro no pudo evitar sentirse algo frustrado, mientras volvía a sacudir los grilletes atados a sus muñecas.

-¿Todavía intentando liberarte, Jirnagherr? -se escuchó una voz desde la sala contigua al calabozo en el que Rukj y Loki llevaban ya algo más de una semana; una voz que no presagiaba nada bueno -. Tal vez te interesaría saber que nadie hasta ahora ha conseguido romper esas cadenas. Es más; dudo de que incluso tres toros uniendo su fuerza pudieran desanclarlas de la pared.

-Tus dudas me son indiferentes -replicó Rukj, sacudiendo las cadenas aún con más furia.

Al otro lado de la pared, se escuchó una profunda carcajada de burla, que solo encendió aún más la rabia que sentía Rukj.

-¿Es que no te das cuenta de que es inútil? Tus patéticos intentos de escapar solo te dejan más en evidencia... Deberías hacer como tu compañero; resignarte a tu destino y aguardar a tu muerte como un verdadero héroe, ¿no crees? ¿O es que acaso no te has considerado siempre un héroe?

Rukj se detuvo, algo perplejo, y se dejó caer contra las columnas. No era que las palabras de Ronod, desde la sala de al lado, le estuvieran afectando seriamente, pero era capaz de darse cuenta de que el lince pretendía jugar con él... hacerle sufrir incluso antes de comenzar a hacerle realmente daño. Comenzar torturándole verbalmente... para luego continuar físicamente.

-Nadie se considera un héroe -respondió, tratando de serenarse, aunque todavía sintiendo una ira creciente en lo más profundo de su pecho -. Son aquellos que le ven como un héroe los que convierten a determinada Bestia en uno.

-¡Vaya, vaya! ¿Filosofando en los últimos momentos de tu vida? -preguntó Ronod, mientras aparecía por la puerta de al lado, esbozando una taimada sonrisa de satisfacción en su rostro felino -. Tal vez no te consideres como un héroe, pero tratas de actuar como uno de ellos. ¿Sabes lo que eso significa, Rukj?

El lince se acercó lentamente a la columna en la que descansaba el lobo, ignorando deliberadamente al joven prisionero que se había dejado caer hacía ya rato contra sus cadenas, incapaz de soportar más aquella situación. Rukj habría jurado que había estado llorando durante unos minutos, pero lo había hecho en un silencio tan absoluto que el lobo estaba casi completamente seguro de que no quería que nadie lo supiera, ni mucho menos que le preguntaran por ello.

No le extrañaba. Ni que llorase, ni que tratara de ocultarlo.

-Dímelo tú, Ronod -murmuró el lobo, alzando la cabeza y clavando sus ojos ambarinos en los del lince de enfrente, que permanecía a apenas unos pasos, en una pose ligeramente burlona -. ¿Qué significa?

-Significa que no puedo dejar que mueras como un héroe -respondió el otro, todavía sonriendo, sin desviar su mirada de las amenazantes pupilas de su prisionero -. Y no te puedes ni imaginar cuánto me gusta eso.

Se acercó peligrosamente al rostro del lobo, que enseñó los dientes, pero no reaccionó.

Ronod debía de saber que se había expuesto demasiado, porque inmediatamente se apartó y comenzó a dar vueltas por la sala, como si esperase a alguien o algo. Mientras tanto, Rukj continuaba observándole, con una mezcla de rabia y miedo. Al fin y al cabo, continuaba siendo la Bestia que, casi con toda seguridad, iba a acabar con su vida.

Ronod era un lince pequeño, de estatura y complexión delgada e incluso algo enfermiza, aunque con una expresión... extraña. Tal vez fuera el inquietante brillo de sus ojos, o la maliciosa curva de su sonrisa, o el hecho de que todo su pelaje, completamente blanco, estuviera constantemente erizado y desordenado, casi como si la Bestia a quien pertenecía permaneciese en una alerta constante. Pero Rukj sabía que no era así: Ronod no estaba alerta porque sabía que siempre, siempre manejaba la situación.

Era así de simple.

-Fíjate en esto -murmuró entonces el lince, deteniéndose junto a su segundo prisionero y observándole con interés -. Loki Farrin. Según me han dicho, tú eres el enviado de la Orden de los Cachorros de Kara para cumplir esa nueva misión que tanta ilusión os hace, ¿no es así? -el lince más joven levantó la mirada, entre confuso y horrorizado, y Ronod esbozó una sonrisa satisfecha -. Vaya... ¿así que te sorprende que me haya enterado de eso? Uno siempre tiene sus contactos, ¿sabes? Incluso en la Orden -Loki bajó la cabeza, apesadumbrado -. Si te soy sincero, creo que tu caso me da bastante lástima. Enviado de forma solitaria a cumplir una misión que está muy por encima de tus posibilidades... debiste de sentirte algo perdido al principio, ¿no es así? Puede que incluso pensaras que tu misión te desbordaba -algo en el rostro de Loki debió de darle la respuesta -. ¡Sabía que tenía razón! ¿Así que... no te veías capaz, eh? Bueno, te diré que me parece bastante razonable... al fin y al cabo, no eres más que un lince enclenque y débil, demasiado joven como para destacar como Bestia, y demasiado simple como para llamar la atención de nadie. Me pregunto en qué estarían pensando los maestros de la Orden, ¿no crees... Loki?

-Déjale en paz -gruñó Rukj, molesto y sobre todo preocupado por la expresión del joven lince, cada vez más dolida -. Yo soy a quién querías.

Ronod se giró hacia él lentamente y le dirigió una larga mirada, como si le estuviera evaluando. Finalmente, exhaló un largo suspiro y confesó, en voz algo más baja:

-Pues en eso te equivocas, Jirnagherr. En realidad, él era a quien buscábamos. Tú solamente estabas... en el paquete, por decirlo de alguna forma -Ante la expresión atónita de Rukj, el lince pareció crecerse -. ¡Oh, por favor! ¿Es que creías que alguien se acordaba realmente de ti, del lobo traidor que acogió a un humano para criarlo como a su hijo? ¿Después... de diez años? Me parece que te sobreestimas, Rukj.

El lobo no respondió.

-En cuanto a ti, Loki -prosiguió Ronod, girándose hacia su joven víctima -, olvídate de todo lo que te he dicho antes y permíteme que te dé un consejo. En esta vida no importa lo enclenque y débil que sea uno, lo simple que pueda parecer o la edad que en ese momento tenga... de hecho, mírame a mí -Loki alzó lentamente la mirada, y por unos segundos, sus ojos quedaron fijos en las calculadoras pupilas del torturador -. ¿Cómo crees que he llegado a donde estoy hoy? Es muy sencillo; aprovéchate de la gente y sube peldaños poco a poco. Nadie va a hacerte favores si no reciben nada a cambio o si no se ven obligados a ello. Pisa a quienes debas pisar, corta las gargantas que necesites cortar, rellena de dinero los bolsillos que te venga bien rellenar... apuesto que tú ya me entiendes -hizo una pausa, evaluando el efecto de sus palabras -. Pero nunca te quedes parado. Eso, pequeño Loki, es lo que te ha llevado a tu perdición hoy. El no saber moverte.

Loki tardó unos instantes en desviar la mirada, todavía algo sorprendido porque entre él y su torturador pareciera haber algo en común; su aspecto y aparente inutilidad. Rukj permanecía alerta, sin terminar de entender adónde quería llegar Ronod. De hecho, parecía haber algo de amargura en sus palabras, quizás alguna sombra de un pasado que quería olvidar... ¿o no? Sin embargo, no tuvo mucho tiempo para darle vueltas a la idea, porque en ese preciso momento la puerta principal del calabozo se abrió y una intensa luz le deslumbró, obligándole a echar la cabeza a un lado, molesto, y cerrar los ojos.

-Menos mal que has llegado, llevo aquí esperando durante horas -exageró Ronod, girándose hacia el recién llegado.

-Tampoco ha sido para tanto -respondió una voz que Rukj identificó como la de Sek -. He venido en cuanto he podido. Deberías haberme llamado antes.

-Lo sé -contestó Ronod, girándose de nuevo hacia sus prisioneros y esbozando una siniestra sonrisa -. Vale, creo que ya sé lo que haremos. Ven; necesitaré tu ayuda para contener al joven lince.

Los dos comenzaron a dirigirse hacia Loki, que levantó la mirada durante unos instantes, con un mal disimulado brillo de terror en lo más profundo de sus pupilas. Rukj no fue capaz de soportarlo.

-No... -masculló, sacudiendo de nuevo las cadenas -. ¡No os atreváis a ponerle una zarpa encima! Hacedme a mí lo que queráis, ¡pero dejad al cachorro en paz!

-¿Qué te ocurre, Rukj? ¿Es que acaso te recuerda este pequeño, inocente lince a tu ilícito cachorro humano? -preguntó Ronod, casi escupiendo las dos últimas palabras.

Rukj calló, sin saber muy bien qué contestar ante eso.

Todavía algo desconcertado, el lobo negro contempló como Ronod extraía una llave de entre uno de los pliegues de su camisa y la introducía en la cerradura de los grilletes que se cerraban alrededor de las muñecas de Loki. Inmediatamente, el lince hizo un pequeño intento de escapar, pero Ronod no se lo permitió.

Rápido como el rayo, le agarró con fuerza de una de las muñecas y se la tendió a Sek, que vaciló un poco antes de tomarla con fuerza. Rukj pensó que, de alguna manera, el toro parecía estar algo... ausente. Casi parecía como si la situación que se estaba llevando a cabo delante de él no le agradara en absoluto... ¿o quizás fueran solo imaginaciones suyas, también?

-Eso es; sujétale fuerte, Sek -ordenó el lince blanco, mientras liberaba la otra muñeca de Loki e inmediatamente la atrapaba en el aire. Parecía tener experiencia en aquello -. ¡Eh, quieto! No te preocupes, accederé a no prolongar mucho tu sufrimiento... si colaboras con nosotros.

Loki, todavía tratando de liberarse de las fuertes manos de Sek, le dirigió una larga mirada de odio, que parecía surgida de algún lugar en lo más profundo de su ser. Ronod pareció no darse cuenta, o pretendió ignorarlo, mientras comenzaba a pasear lentamente alrededor de la sala. Loki, con el pelo empapado de sudor y echado sobre la cara, le fue siguiendo con la mirada mientras torcía el gesto. Casi parecía a punto de enseñar los dientes.

-Muy bien, pequeño Loki -comenzó diciendo Ronod -. Como he dicho antes, no era a ese lobo traidor que tienes ahí al que estábamos buscando, sino a ti. Solamente a ti, al joven e inexperto enviado de la Orden de los Cachorros de Kara. ¿Por qué?, te preguntarás muy posiblemente, ¿por qué a mí? Bueno, la respuesta a esa pregunta es muy sencilla, pequeño Loki... deseamos saber algo que tú sabes.

Ambos prisioneros entendieron de qué estaba hablando el lince blanco en el mismo momento en el que lo escucharon, y cruzaron una mirada de entendimiento. Quizás fuera una mala idea, puesto que Ronod lo vio y pareció comprender lo que escondían aquellas miradas, mientras esbozaba una sonrisa de satisfacción.

-Vaya, veo que ya os habéis puesto al corriente. Muy bien, eso me da dos posibles oportunidades por si... uno de vosotros dos, digamos... se me rompe durante el interrogatorio -les amenazó, todavía sonriendo para sí.

-Estás loco -escupió Loki, todavía con aquella extraña expresión de rabia en su rostro. Rukj tenía la sensación de que, desde que les habían capturado, era la primera vez que le veía realmente enfadado. Y tenía que reconocer que, por unos instantes, el joven lince parecía incluso más maduro, más... ¿adulto, quizás?

Ronod, sin embargo, no pareció pensar lo mismo, pues dejó escapar una sonora carcajada mientras continuaba caminando tranquilamente alrededor de su víctima. Al pasar junto a Rukj, ignoró deliberadamente los gruñidos de este y continuó andando.

-Puede que así sea -reconoció, inclinando la cabeza -. Y en ese caso vosotros estaríais incluso en más peligro. Pero me aburro de dar tantos rodeos; todos sabemos de qué queremos hablar, ¿no es así? Dime, pequeño Loki, ¿dónde se encuentran los dos eslabones que componen la Cadena de la que tanto os gusta hablar a los miembros de la Orden?

Un silencio tenso y frío se instaló en ese momento en la sala, mientras Ronod se situaba enfrente del lince más joven y le dirigía una larga mirada inquisitiva. Loki tardó en contestar, y Sek, a decir verdad, parecía cada vez más incómodo. Rukj se preguntó si acaso a su antiguo compañero de armas le intimidaban aquellas escenas de tortura, porque a decir verdad, cada vez parecía más molesto.

-No.

La respuesta de Loki fue corta, concisa y muy directa, tanto que incluso Ronod necesitó unos segundos para digerirla del todo y reaccionar según su conveniencia. Y Loki no fue capaz de predecir a tiempo cuál sería esa reacción.

El puñetazo fue rápido y directo, casi tanto como la respuesta del joven lince. Le acertó directamente en el hocico y estuvo a punto de hacerle perder el equilibrio para después caer al suelo, de no ser porque Sek seguía sujetándole, frunciendo el ceño.

-Vaya, vaya, vaya... creo que no nos hemos entendido bien -suspiró Ronod, mientras se acariciaba los nudillos, pensativo.

-Maldito seas... -gruñó Rukj, sintiéndose completamente impotente al ser un mero espectador de aquella terrible escena -. ¡No vuelvas a ponerle una zarpa encima o... o...!

Finalmente, tuvo que rendirse, para el regocijo de Ronod.

-¿Es que crees que te considero una amenaza, Rukj? No puedes hacer nada... nada más que contemplar lo que voy a hacerle a este pequeño cachorro. Y esa, amigo mío... será tu tortura.

Rukj dejó escapar un rugido de rabia, pero Ronod ya no le prestaba atención. Se había girado hacia Loki y se había agachado junto a él, observándole fijamente como si esperase la respuesta que tanto ansiaba conseguir.

-¿No quieres colaborar conmigo, Loki? -le preguntó al lince, que continuaba algo aturdido y sujeto por las manos de Sek -. Eso solo te traerá dolor. Un dolor que, estoy seguro, nunca has experimentado antes. Y, en tu situación, sería mejor que evitaras llegar a esos extremos. No eres, precisamente... una víctima duradera, ¿sabes?

Loki se estremeció, casi imperceptiblemente. En cualquier caso, Rukj lo vio, y el hecho de imaginar a qué "extremos" se refería el torturador le puso los pelos de punta.

-¡No! -rugió de nuevo, angustiado -. Por favor...

-Esto se está empezando a hacer cargante -protestó Ronod, levantándose y alzando las manos, con gesto hastiado -. Rukj, mira, he decidido que haremos una cosa. Por cada vez que abras la boca, haré sufrir a tu pequeño amiguito de una u otra forma, ¿te parece bien? Tal vez así aprendas a estar calladito.

El lobo calló inmediatamente, comprendiendo que el lince blanco hablaba en serio, muy en serio. Tuvo que apretar los dientes con fuerza, sin embargo, comprendiendo que nada de lo que hiciera les ayudaría a salir de allí... y que nada de lo que dijera ayudaría de ningún modo a Loki.

-Bueno, esto es otra cosa. ¡Qué silencio! -suspiró Ronod, con cierto tono burlón -. ¿Seguro que no quieres decir nada más, Rukj? ¿Nada... de nada? ¿Ni deleitarnos con algún otro comentario improductivo? Vaya, quién lo diría... parece que ahora se te ha comido la lengua el gato.

Rukj sacudió la cabeza y pensó que utilizar aquella expresión, dadas las circunstancias, no tenía ninguna gracia.

-Está bien, Loki. Ahora solo estamos tú y yo, como debe ser. Habla.

El lince levantó de nuevo la mirada, desafiante.

-No -repitió, con más fuerza y seguridad -. No pienso hablarte de la Cadena.

Un nuevo puñetazo le impactó con fuerza, esta vez en el otro lado de la cara. Rukj casi tuvo que cerrar los ojos para no ver la escena; el hecho de estar allí, presenciándolo todo, pero sin ser capaz de hacer nada por salvar al pequeño lince era peor incluso que lo que le estaban haciendo. Impotente, trató de animarse pensando que era mejor que fuera Ronod el que le pegara; al menos, el torturador no había elegido al enorme Sek para realizar aquella tarea.

Rukj, suplicante, intercambió una breve mirada con su antiguo compañero de armas, que parecía estar sufriendo casi tanto como él. El lobo casi se sentía algo extrañado por aquella extraña expresión de contrariedad que el toro parecía mostrar... ¿tendría algo que ver con lo que habían hablado el último día? ¿Reaccionaría Sek, tal y como Rukj había creído en un principio? ¿Les... salvaría de aquella muerte segura?

En aquel momento, él era su única esperanza.

-No -repitió Loki, sin necesidad de que Ronod volviera a hacer la pregunta, lo que le hizo ganarse otro violento puñetazo -. ...No... -masculló, de nuevo, y un pequeño hilillo de sangre escapó de sus labios justo antes de que un nuevo golpe le hiciera volver la cabeza en la otra dirección.

Tres gotas de sangre salpicaron sobre el suelo, y su olor se propagó por la sala como un veneno mortífero. Rukj ya conocía el aroma de la muerte; lo había experimentado, tiempo atrás, en los campos de batalla y en los ataques a las aldeas humanas. Era un aroma excitante y a la vez terrible; pero, aún así, el olor hizo crecer la angustia de su interior, aquella horrible impotencia, y amenazó con desbordarle...

-¡No...! -exclamó en aquel momento Loki, con más decisión, entregando la mejilla para recibir otro violento golpe. Esta vez, soltó un pequeño gañido de dolor cuando el golpe le acertó de lleno en un lugar que ya había sido golpeado, pero aún así volvió a levantar la cabeza rápidamente, con dignidad, y clavó sus pupilas rasgadas en las de Ronod, desafiante.

-Podemos estar así toda la tarde, Loki -le recordó el torturador, exhalando un suspiro -. O puedo dejarme de tonterías para ir a lo que de verdad duele. ¿Es eso lo que quieres?

-No... no te diré nada... -le aseguró el lince, con una voz quebrada por el dolor, una voz que hizo que Rukj se encogiera sobre sí mismo -. No me... no me importa el dolor... No pienso dejar que... lo sepas.

Ronod pareció ligeramente molesto por unos segundos. Finalmente, el lince blanco sacudió la cabeza.

-Bueno, veamos si eres capaz de ignorar el dolor cuando te corte una zarpa... o un brazo entero...

Rukj no pudo contenerse.

-¡Maldito cerdo! -rugió, con una voz ronca y áspera.

En cuanto Ronod se giró hacia él, con una escalofriante expresión de triunfo, comprendió que acababa de cometer un error garrafal, y lamentó no haberse mordido la lengua a tiempo. El torturador le dirigió una lenta mirada, saboreando su victoria, mientras una de sus zarpas se sumergía entre los pliegues de su camisa para extraer de un bolsillo oculto un pequeño pero afilado puñal. El lobo se estremeció.

-Vaya, vaya... -murmuró Ronod, mientras colocaba el filo del cuchillo enfrente de sus ojos y contemplaba su reflejo sobre la hoja durante unos instantes, casi con mimo -. Se ve que no eres una Bestia de palabra, ¿eh, Rukj?

Apenas hubo terminado de decir estas palabras, se giró hacia Loki con una velocidad pasmosa e hizo un rápido movimiento con la zarpa que sujetaba el puñal, en dirección a los ojos del lince. Un leve silbido metálico inundó el aire, para después ser sustituido por un alarido de dolor que sacudió todas las paredes de la sala.

No duró mucho, pero fue seguido por varias réplicas y algún gemido de angustia. Las manos de Sek se aflojaron, como si no se sintiera capaz de mantener durante más tiempo al lince. El olor a sangre se intensificó en el aire, mientras Rukj trataba de contener el aullido de rabia y culpa que en aquel momento le habría gustado soltar.

Ronod, en cambio, parecía muy tranquilo. Excesivamente tranquilo. Tras apartarse de su víctima y echarle una mirada crítica, suspiró y ladeó la cabeza, casi algo apenado.

-¿Pero de qué te quejas tanto? -preguntó, con la típica paciencia de una madre que regaña a su hijo -. Has cerrado el ojo justo a tiempo. Si no hubieras sido tan rápido, ¡quién sabe lo que hubiera podido pasar!

Rukj cerró los ojos, tratando de no mirar la escena. Aún así, era incapaz de cerrar sus oídos, y seguía escuchando los sollozos de dolor de Loki que, como tambores de culpa, no hacían más que martillear una y otra vez en su cabeza. Tampoco podía cerrar su nariz, desgraciadamente... y en aquellos momentos no podía evitar oler con una intensidad casi mareante el dulce y salado aroma de la sangre. Aquello era horrible... una horrible pesadilla de la que no había manera de escapar.

En ese momento, alguien pareció decidirse a intervenir. Alguien que, hasta el momento, apenas había dicho nada durante la tortura.

-Ronod... -la voz pertenecía a Sek -. No sé... no sé si quiero continuar con esto...

-¿En serio? -preguntó el torturador tras un breve silencio, con cierto tono incrédulo -. ¿Tan... rápido? Vaya, quién lo habría dicho, señor Comisario de la Guardia... esperaba más de ti, Sek.

-Pero... es demasiado -murmuró el toro, y algo en su voz parecía sentirse realmente asqueado -. No puedo ver esto. Compréndelo, Ronod, tengo hijos y...

-Bien, bien, bien, no hace falta que te pongas melodramático ahora -le interrumpió el lince blanco, al parecer algo impaciente -. Sujétale durante unos segundos más y después serás libre para hacer lo que te plazca. ¿De acuerdo?

-... Bien.

Algo en el tono de su voz hizo que Rukj volviera a alzar la cabeza, esperanzado. Su mirada se encontró con la de Sek y, por unos instantes, el lobo negro recordó aquellos días en el campo de batalla, en los que una simple mirada bastaba para ponerse de acuerdo. Tal vez... tal vez las cosas no hubieran cambiado tanto, después de todo...

Mientras tanto, Ronod parecía dudar, por primera vez desde que había entrado en aquella sala. Caminó, pensativo, durante unos instantes alrededor de Loki, que continuaba tratando de contener los gritos de dolor en las manos cada vez menos seguras de Sek. Finalmente, pareció decidirse y salió de aquella sala para entrar en la contigua, dispuesto sin duda a buscar algo.

-Bueno, Loki... espero que entiendas que no me has dejado otra opción -le comunicó desde la otra sala, con una voz que prometía aún más dolor -. Pensaba entretenerme contigo un poco más, pero... tengo que terminar con esto ya.

El joven lince no respondió. Continuaba respirando entrecortadamente, con la cabeza baja, en un silencio casi preocupante.

Apenas unos segundos más tarde, Ronod regresó junto a sus dos prisioneros con un pequeño frasco de dudoso contenido en una de sus zarpas. El líquido que llevaba en el interior del cristal era de un extraño color blanco-azulado que casi provocaba escalofríos. Rukj no sabía de qué se trataba, ni era capaz de imaginar lo que el torturador pretendía hacer con ello, pero tampoco tenía demasiadas ganas de saberlo. No prometía ser nada bueno.

Ronod se plantó delante de Loki y le hizo alzar la cabeza con una zarpa en su barbilla, obligándole a mirarle a los ojos. En ese momento, Rukj fue capaz de percibir con total claridad la sangre que recubría casi la totalidad del rostro de Loki, y estuvo a punto de volver a caer en la trampa de su captor. Sin embargo, supo contenerse y apretar los dientes hasta que rechinaron, sabiendo que nada de lo que dijera podría ayudar al joven lince, y que solo podría provocarle aún más problemas.

-Está bien, Loki -dijo en aquel momento Ronod, con suavidad -. Te ofrezco una última oportunidad para salvarte. Creo que ya has sufrido lo suficiente, y si accedes a darme la información que necesito... ¿quién sabe? Puede que incluso te deje libre. Al fin y al cabo, no pareces suponer ningún peligro, y sé que no serás un impedimento para mis planes... Así que decídete ahora, pequeño Loki -hizo una pausa -. ¿Me dirás lo que quiero saber, o estás dispuesto a sufrir más?

El joven lince mantuvo su mirada durante unos instantes, y Rukj vio reflejado en su rostro sangriento una debilidad que empezaba a hacer mella en su determinación. Sin embargo, Loki finalmente negó con la cabeza, lentamente, y el lobo admiró de nuevo su impresionante fuerza de voluntad.

-Está bien, entonces -murmuró Ronod, casi con desprecio -. Tú lo has querido.

En un movimiento tremendamente brusco, el torturador metió el frasco que llevaba en la zarpa al hocico del joven lince, que pataleó durante los primeros instantes, presa de un terrible pánico ante lo que aquella pócima pudiera hacerle. De hecho, hizo varios intentos de escupir el contenido del frasquito, y lo habría conseguido de no ser porque, con una zarpa, Ronod mantuvo su hocico cerrado, y con la otra le tapó la nariz, impidiéndole respirar.

La trampa surtió efecto, y finalmente, Loki se vio obligado a tragar aquel inquietante líquido, cuyo brillo blanco-azulado no presagiaba nada bueno. Rukj continuaba observando, con el corazón en un puño, mientras Ronod retrocedía unos pasos y observaba a Loki, con una siniestra sonrisa pintada en el rostro.

El joven lince, una vez se vio liberado de las zarpas de su torturador, comenzó a toser y escupir, al parecer asqueado por el sabor de aquella cosa.

-¿Qué... qué me has dado? -preguntó, tras unos instantes, con una terrible nota de pánico en la voz.

-Oh, lo llaman "el invierno líquido" -le explicó Ronod con un tono que rozaba la amabilidad irónica -. Aunque en realidad no es más que una toxina congelante. Un ingrediente raro y difícil de conseguir, ¿sabes? Solo se puede conseguir en los confines de nuestras Tierras... se extrae de unas enormes arañas carnívoras que, al parecer, cazan a sus presas segregando este veneno a través de sus puntiagudos aguijones -el rostro de Loki palideció, y la sonrisa de Ronod se hizo más ancha -. Por lo visto, paraliza a su presa sumiéndola en un gélido delirio febril que le hace sentir un frío terrible... De hecho, yo diría que tú ya tienes que estar empezando a notar los efectos. Te he dado el doble de la dósis que las arañas utilizan para cazar a sus presas, por lo que supongo que en ti debería ser más rápido.

-Eres... un... monstruo... -pudo articular Loki, mientras notaba como la vista se le nublaba y algo parecido a un escalofrío recorría su columna vertebral -. No... pienso... decirte nada...

-Bueno, veremos si opinas lo mismo cuando tu cuerpo esté al borde del congelamiento -respondió Ronod, con tranquilidad -. Este suele ser mi último recurso, pero las circunstancias no me han dejado opción. Ya verás lo rápido que cantas -a continuación, levantó la mirada hacia Sek y le dijo, con más suavidad -. Sek, puedes soltarle. No creo que vaya a ir muy lejos... no en este estado.

El toro no se hizo de rogar, e inmediatamente liberó las muñecas de Loki, que cayó al suelo hecho un ovillo. Había empezado a temblar violentamente, como una hoja en mitad de una tempestad, y Rukj no pudo evitar desear de nuevo liberarse de aquellas cadenas y salvarle, de alguna forma. No podía soportar continuar viendo aquello sin... intervenir. Ronod tenía razón; aquella era su tortura.

-Está bien, Loki. ¿Dónde se esconden los dos eslabones de la Cadena? Si me lo dices, me encargaré de que el frío se marche. Puedo asegurártelo.

Loki tardó unos instantes en responder. En medio de su delirio, parecía haber cerrado los ojos y trataba de juntar las rodillas con el pecho para darse algo de calor.

-N... n... no... -respondió finalmente, al parecer todavía capaz de reconocer y tomar sus propias decisiones -. No...

-Estúpido -gruñó Ronod. Parecía molesto de verdad -. Tendrás que sufrir más. Y todo, ¿por qué? ¿Por tu estúpida Orden? ¿Por ese grupo de Bestias con aires de paz que se dignan a enviar a un joven lince en su representación, esperando que les haga el trabajo sucio? Permíteme que te lo diga, Loki, pero tus mayores te han abandonado. La Orden te ha abandonado... bueno, eso si es que alguna vez ha estado contigo.

-¡Ya basta! -gritó Rukj, incapaz de contenerse por más tiempo -. ¿Por qué no puedes dejar de... hacerle daño?

-Es mi trabajo -respondió Ronod, ácidamente, girándose hacia él -. Y no sé cómo decírtelo, pero tú me lo estás poniendo cada vez más fácil.

-No va a decirte nada, Ronod -prosiguió Rukj, dejando escapar un gruñido sordo -. Por más daño que le hagas. De verdad cree en su misión, y eso es todo lo que le importa.

Ronod mantuvo su mirada fija en él, con el ceño fruncido. Su pelaje, erizado y alborotado alrededor de su cuerpo, reforzaba la impresión de que estaba terriblemente enfadado por no obtener ninguna respuesta.

-Supongo que le mataré ahora, entonces, delante de ti -masculló el lince blanco, entre dientes -. Tal vez tú sí que seas lo suficientemente débil como para contarme lo que él no está dispuesto a compartir conmigo.

Rukj gruñó, pero Ronod no pareció inmutarse. Apenas unas milésimas de segundo después, sin embargo, algo cambió en su expresión. Su rostro sufrió un leve temblor y su mirada se perdió en la distancia, como si de repente hubiera dejado de estar centrada en algo. A continuación, el lince blanco se dejó caer contra el suelo, inerte, y una vez lo hizo, Rukj comprendió que, por alguna razón que no era capaz de comprender, el torturador había quedado inconsciente.

Sí que lo comprendió, sin embargo, en cuanto descubrió la maza que había golpeado su cabeza por detrás; una maza que descansaba en la mano de Sek.

-Tenías razón -murmuró el toro, dirigiéndole una larga y triste mirada de disculpa -. No he sido capaz de soportarlo. He tenido que detenerle.

Rukj tardó unos instantes en reaccionar, todavía demasiado sorprendido como para decir nada. Una curiosa sensación cálida pareció abrirse paso por su interior mientras, lentamente, iba recobrando algo parecido a la esperanza.

-Sabía que harías lo correcto -asintió, devolviéndole una mirada cargada de agradecimiento -. Supongo que seguía confiando en ti, incluso después de habernos separado en el campo de batalla.

Sek desvió la mirada y se agachó junto al cuerpo inerte de Ronod para sacar la llave de los grilletes de uno de sus bolsillos, y después se aproximó a Rukj con la intención de liberarle de sus cadenas. Una vez lo hubo hecho, el lobo desentumeció sus músculos estirando los brazos; se sentía mucho mejor y, además... la impotencia había desaparecido. Podía y debía hacer algo para escapar de allí.

-Las cosas se han puesto muy... difíciles ahí fuera, Rukj -continuó diciéndole Sek, mientras Rukj se agachaba junto a Loki, que todavía continuaba en el suelo, temblando violentamente de frío -. Ahora... la Guardia está algo paranoica. Se acusa a todo el mundo de mantener tratos con los Humanos. He empezado a ver miembros de la Comisaría... que se aprovechan de la situación y detienen a quienes les pidan por unas cuantas monedas de oro. Corruptos. No son buenos tiempos para un antiguo desertor, Rukj.

-Tendré cuidado -le prometió el lobo, mientras se cargaba a Loki a la espalda, tras comprobar que el joven lince apenas pesaba nada. A continuación, se encaró a Sek y le dijo, de corazón -. Muchas gracias por tu ayuda, Sek. Es agradable pensar que aún tengo amigos... aunque les cueste reconocerlo.

-Aunque me cueste reconocerlo -murmuró Sek, bajando la cabeza -. Buena suerte, Rukj. Fuera es de noche; espero que no tengas problemas al escapar.

El lobo asintió, comprendiendo que había llegado el momento de marcharse... si quería salir de allí conservando su vida y la de Loki.

-Hasta que volvamos a vernos, Sek -se despidió, mientras se aproximaba a la puerta del calabozo, con Loki todavía temblando sobre su espalda. Estaba tan frío que casi tuvo miedo de perderlo definitivamente -. Me alegra... me alegra que nos hayamos visto de nuevo.

-Y a mí. Adiós, desertor -se despidió Sek, mientras inclinaba la cabeza ante él, con cierto respeto -. Adiós... Rukj. Asegúrate de que el cachorro sobreviva.

El lobo inclinó la cabeza en respuesta y abrió la puerta, dispuesto a salir de una vez por todas de aquella sala infernal que les había retenido durante las últimas semanas.

La fresca brisa de la noche le recibió y acarició cada uno de los rincones de su cuerpo, revolviendo su pelaje negro y haciéndole sentir algo mejor. La luna llena brillaba sobre sus cabezas, más grande que de costumbre y tan hermosa como solía ser a menudo. Desde el oscuro cielo lleno de estrellas, parecía susurrarles promesas de libertad y de felicidad, pero también terribles palabras que hablaban de un pesado cometido que aún debían cumplir, una misión que completar, un destino al que someterse.

Era un bonito espectáculo, pero también un gran inconveniente: la luz haría que fueran más fácilmente visibles ante cualquiera que se cruzara con ellos por las calles de Cellisca Nívea. Loki, a sus espaldas, murmuró algo inteligible mientras continuaba temblando violentamente, presa de una terrible desesperación. Rukj comprendió que no era una buena idea quedarse allí a la intemperie, y menos con el joven lince en aquel estado, convulsionándose en una danza macabra de frío y terror.

En silencio y sin perder más el tiempo, comenzó a correr en dirección a las afueras de la ciudad. No sabía adónde iría una vez salieran de Cellisca Nívea... pero en aquel momento tenían que salir de allí.

-Aguanta un poco, cachorro -le pidió, en voz baja, ignorando el dolor que sentía debido a los días de inactividad en su celda -. Aguanta un poco más... Hasta ahora lo has hecho muy bien, y sé que puedes resistir. No eres... tan débil como crees. Y sé que saldrás de esta... Tienes que salir...

Jarek supo que algo marchaba mal en cuanto despertó sin Raon a su lado.

El alba apenas acababa de despuntar, y un gélido viento soplaba con intensidad levantando la nieve a su paso y amenazando con provocar una violenta ventisca aquella misma tarde. Jarek quería creer que Raon jamás se habría separado de su lado teniendo en cuenta el frío que debía hacer fuera de la cueva... aunque, en su caso, los motivos por los que compartía calor con el joven Humano no tenían nada que ver con la temperatura del exterior.

El lobo de pelo cobrizo se incorporó y se frotó los ojos con las zarpas, todavía algo somnoliento, mientras dirigía una confusa mirada a su alrededor en busca del muchacho. Al no encontrarlo allí, su inquietud se vio aumentada por la incertidumbre; ¿habría salido Raon a cazar... con aquel tiempo tan peligroso? ¿Y si le había ocurrido algo malo? ¿Y si no había sido capaz de soportar aquel frío... y había caído en mitad de aquel aire helador? Jarek se estremeció solo de pensarlo, y apenas tardó unos instantes en espabilarse completamente y levantarse, algo más alerta.

En silencio, recorrió la cueva hasta llegar a la boca de la misma y echó un vistazo afuera, algo preocupado. La posibilidad de que Raon hubiera salido a cazar y hubiera sufrido... cualquier tipo de accidente iba ganando más y más peso conforme pasaban los segundos sin verle. Además, no podía dejar de recordar lo que había sucedido la última noche, aquella agradable conversación junto a la hoguera que habían mantenido, el frío tacto de los dedos del Humano sobre su brazo buscando su calor, su acompasada respiración cuando había caído dormido entre sus brazos... Había sido todo tan bonito que, por un instante, temió que todo hubiera sido un simple sueño, y añoró sentir de nuevo el cuerpo del Humano junto al suyo.

Sacudió la cabeza, tratando de desterrar aquellos pensamientos de su cabeza. Si quería volver a ver al Humano, primero tenía que encontrarlo. Y, a juzgar por la punzante nieve que el viento levantaba a su paso, aquello no iba a ser tarea fácil. Sin embargo, tras echar una mirada circular todavía desde la boca de la cueva, y respirar profundamente tratando de tranquilizarse, se aventuró al exterior llevándose un brazo a la cara y evitando las dolorosas sacudidas del viento.

-¡Raon! -gritó, tratando de hacerse oír por encima del estruendo -. ¡¡Raon!!

Para su sorpresa, obtuvo una respuesta mucho antes de lo que habría esperado.

-¡Estoy aquí! -escuchó que decía la voz del joven, no muy lejos de allí.

Jarek se encaminó sin el menor titubeo en la dirección de la cuál parecía provenir la voz del Humano, y no tardó demasiado en comenzar a distinguir una figura borrosa en mitad de la tormenta, de espaldas a él. Todavía cubriéndose la cara para evitar que la nieve le hiciera daño, avanzó rápidamente hacia él, con la vista fija en la mancha que veía a lo lejos, y que al estar cubierta por pieles blancas, no ayudaba mucho precisamente a guiarle en mitad de la tempestad.

-Menos mal -murmuró, al llegar donde él estaba -. Tenía miedo de que te hubiera ocurrido...

Tuvo que interrumpirse en cuanto se encontró con aquello que el Humano parecía estar observando con suma atención.

Cadáveres.

Estaban desperdigados en torno a lo que parecía ser un fuego de campamento, o al menos, los restos de la leña calcinada que la había alimentado, junto a los esqueletos de varias tiendas de lona. La blanca capa de nieve que cubría el suelo se veía manchada por ríos de sangre seca, y parecía que todos ellos habían muerto atravesados por una espada, machacados por una maza o degollados por una daga. Era evidente que se había producido un enfrentamiento... pero aún más evidente era por qué se había producido.

Todos los presentes en el campamento eran Humanos.

Humanos en las Tierras de las Bestias, intrusos en un territorio que no les pertenecía... poco más que alimañas perdidas en un lugar del que jamás podrían volver. Raon lo sabía; él se sentía igual. Por unos segundos, el simple hecho de pensar en lo que podía llegar a ocurrirle si alguien le descubría le puso los pelos de punta, la tensión amenazó con desbordarle y casi sintió compasión por las víctimas de aquel ataque... pero en cuanto distinguió un cadáver que yacía medio enterrado por la nieve que caía, todo esto pareció desvanecerse.

En silencio, el Humano se acercó, seguido de cerca por Jarek.

-¿Qué ocurre? -preguntó el lobo, al descubrir la mirada de preocupación del joven.

Este, sin embargo, no respondió. En su lugar, siguió avanzando rápidamente hacia aquel misterioso cadáver, para después arrodillarse junto a él y sacudir la nieve que lo cubría con un ágil movimiento de la mano. Se manchó de sangre, pero ni siquiera dio muestras de que aquello le importara.

En cuanto los rasgos de aquel Humano se esclarecieron, tanto el Humano como Jarek soltaron una exclamación que mezclaba la sorpresa con el alivio. Ambos conocían aquel pelo albino demasiado bien...

-Han -murmuró Raon, mientras continuaba mirando fijamente al Humano muerto.

-El hombre que... me atrapó -completó Jarek, agachándose junto a Raon -. ¿Está muerto... del todo?

-Eso parece -respondió Raon, dándole la vuelta y descubriendo un ancho tajo que, al parecer, debía de haber sido producido por un hacha -. Sí, definitivamente, está muerto.

Jarek se rascó una oreja con una de sus zarpas, pensativo.

-¿Quién...?

-Cualquiera. Eran Rastreadores, Jarek. Venían aquí a capturar Bestias. De hecho, era probable que estuvieran detrás de nosotros... aunque alguien se les haya adelantado.

-Alguien les cazó antes de que ellos nos cazaran... -musitó Jarek, comprendiendo -. Pero, ¿quién ha sido? ¿Y si sigue por aquí?

-Más nos vale que quién les ha hecho esto no esté por aquí -respondió Raon, tragando saliva -. Al fin y al cabo, no creo que vean mucha diferencia entre ellos y yo.

Jarek le dirigió una larga mirada, fijando por unos instantes sus profundas pupilas en el rostro preocupado de Raon.

-Cualquiera con dos dedos de frente se daría cuenta de que eres diferente del resto, Raon.

El lobo se sintió algo estúpido justo después de haber dicho aquello, pero tras pensarlo durante unos instantes, se dio cuenta de que tampoco se arrepentía de haber abierto el hocico. Al fin y al cabo, era verdad. Raon era el Humano más fascinante que había conocido hasta el momento... incluyendo a la persona debido a la cuál se había visto obligado a huir de su casa en llamas.

Sin embargo, Raon no se lo tomó como un halago. Molesto, sacudió la cabeza y contestó, algo nervioso:

-Tú me conoces, pero ellos no. Solo soy uno más. Otro objetivo.

Jarek no supo que responder. Aquellas palabras resultaban ser terriblemente ciertas.

-Bueno, ¿y qué podemos hacer? -preguntó, dispuesto a cambiar de tema -. No sé tú, pero desde mi punto de vista, ahora que Han ha muerto tenemos un problema menos. Deberíamos darle las gracias a quien le ha clavado ese hacha.

Raon suspiró, mientras pasaba la mano por la mortal herida cubierta de sangre del cadáver y ladeaba la cabeza. Después, entrecerró los ojos y se acercó la mano, ahora manchada de color escarlata, a los ojos.

-Tal vez incluso tengamos la oportunidad -murmuró, cada vez más preocupado -. La sangre no está del todo seca. Le han matado hace poco, puede que tan solo hayan sido unas horas.

-¿Deberíamos irnos? -preguntó Jarek, comenzando a comprender la inquietud del Humano.

-Sí, deberíamos -resolvió Raon, levantándose rápidamente y limpiándose la mano en el dorso de una de las pieles que componían sus ropas -. Podrían andar por aquí cerca... y no me gustaría encontrarme con ellos.

En ese preciso momento, Jarek alzó la cabeza, seguro de que había escuchado algo. Raon percibió el cambio en su expresión e inmediatamente se llevó una mano a la lanza que portaba junto a él, tratando de reprimir el nerviosismo y el miedo en su interior. Además, intentó aguzar el oído en busca de aquello que había llamado la atención del lobo; era capaz de escucharlo: unas pesadas pisadas sobre la nieve que se acercaban lentamente adónde estaban ellos, y un jadeo moribundo que sonaba casi agónico.

La situación parecía haberse complicado más de lo que en un principio hubieran pensado cualquiera de los dos.

Sin hacer el menor ruido, Raon se giró hacia Jarek y, tras dirigirle una breve mirada, se llevó un dedo a los labios ordenándole que guardara silencio. A continuación, se incorporó sigilosamente y desenfundó la lanza con la vista fija en la borrosa tormenta de nieve que parecía rodearles por todas partes, para encaminarse hacia aquel extraño sonido, que según intuía debía de pertenecer a algún superviviente del ataque. Mentalmente, trató de analizar cómo podría ser el enfrentamiento: jamás se había enfrentado a un Humano, pero si seguía el consejo de Rukj y pensaba que no eran más que presas, como el resto, no tendría ningún problema en salir vivo de la lucha. A no ser, claro... que aquellos jadeos y pasos no pertenecieran a un Humano, sino a una Bestia menor de gran tamaño... una de esas que, en ocasiones, Raon se había cruzado en sus sesiones de caza y había tratado de evitar a toda costa. Sabía por experiencia que eran peligrosas y muy, muy difíciles de matar.

De repente, la niebla se disipó y, tras un último azote de la nieve contra su cara, Raon fue capaz de distinguir una silueta en mitad de la blancura de la nieve; una silueta que no le era desconocida... aunque llevara ya un tiempo sin verla.

Por unos instantes, el hecho de reencontrarse con una figura conocida le quitó todas las preocupaciones de encima, le relajó y le hizo sentirse más seguro que nunca. Pero, segundos después, aquel misterioso caminante de la tormenta tropezó y cayó al suelo cuan largo era, inerte como una piedra. Y, una vez en el suelo, ya no se levantó.

Raon bajó la lanza, y corrió a agacharse junto al cuerpo... no, los dos cuerpos que yacían ahora sobre la nieve, agotados y más débiles que nunca.

Uno de ellos debía pertenecer, según lo que Raon había oído hasta entonces, al clan del lince.

El otro... el otro era Rukj.