Crónicas de la Frontera: Capítulo II

Story by Rukj on SoFurry

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#3 of Crónicas de la Frontera

Bueno, pues aquí está el segundo capítulo de "Crónicas de la Frontera". En él aparecen dos nuevos personajes (aunque uno ya se veía de refilón en el anterior capítulo) y uno de ellos, por cierto, es mi favorito. Siento haber tardado tanto en subirlo, pero es que últimamente no he tenido tiempo para nada. No sé cuándo podré subir el siguiente capítulo, pero intentaré que sea lo antes posible... En cualquier caso, espero que os guste ;-)


A Loki siempre le había gustado el ambiente de la ciudad.

A pesar de haberse criado en un pequeño pueblo muy lejos de allí, desde pequeño sus padres le habían llevado una y otra vez a Cellisca Nívea, la gran ciudad de los lobos, para que les acompañara mientras ellos hacían negocios. Haberse criado en una familia de comerciantes, después de todo, había tenido más ventajas que inconvenientes, y una de ellas era la facilidad con la que Loki se adaptaba al clima de la ciudad, no importaba cuánta gente le empujara ni gritase, cuánto tiempo pasara deambulando por la calle, ni cuántas veces se repitiera a sí mismo que se había perdido.

Porque, de hecho, siempre se perdía. Y aquella vez no era una excepción.

El lince resopló por enésima vez, mientras caminaba con suavidad por las calles, todavía pensando en cómo demonios iba a encontrar cualquier clase de información en una ciudad tan grande con aquella. Cuando había ido allí con sus padres, apenas se había movido del puesto en el que se colocaban, y por ello la orientación no era, precisamente, su fuerte.

Pero aún así, tenía una misión que cumplir, una misión que no podía esperar para ser cumplida y que era de vital importancia. Y estaba en sus zarpas.

Apretando contra él con suavidad la bolsa de cuero que colgaba de su hombro, cuyo contenido era el motivo principal de su misión, el lince trató de pensar por una vez en qué podía hacer para encontrar lo que estaba buscando. <<Una pista>> se dijo a sí mismo, algo desesperado <<. Eso es todo lo que necesito para saber a quién preguntar>>. Apretó con suavidad el colgante de turmalina que pendía de su pecho, deseando que le infundiera las fuerzas necesarias para seguir adelante. Aunque, por más que lo hubiera deseado, jamás se habría detenido.

Tras unas cuantas horas de búsqueda inútil por Cellisca Nívea, Loki buscó un banco en el que sentarse y se dejó caer en él, con un suspiro de alivio. Inmediatamente, dirigió una mirada crítica a las zarpas de sus pies; sentía el dolor del cansancio en cada célula de su cuerpo, y lo cierto era que no tenía ni la más mínima gana de seguir con su camino, por más que su misión le obligara. Pero, siendo realistas, ¿qué iba a hacer sin un mapa?

El lince suspiró de nuevo, esta vez de resignación, y el chorro de aire levantó un mechón de pelo desordenado que caía sobre su frente. Era joven, su edad rondaba los diecinueve años, y distaba mucho de parecerse a la típica persona destinada a ser un héroe. Era pequeño, delgado, nada carismático y poco hablador, casi tan tímido como cuando había sido un niño pequeño. Y tal vez fuera eso lo que le faltara para salir de aquella situación: algo más de estatura, un poco más de músculo, una personalidad más interesante o quizás... algo menos de timidez. Era consciente de sus posibilidades: lo más que cualquier otra Bestia pensaría de él era que resultaba "mono", casi afeminado, debido a su cuerpo esbelto, a sus ojos ligeramente rasgados y su rostro, más juvenil de lo que debiera. En lugar de los diecinueve años que tenía, no aparentaba más de dieciséis, y Loki sabía que aquella podía ser una gran dificultad para cualquier héroe... Su pelaje era suave, de color caramelo con manchas de un color más oscuro, casi negro. Nada en su capa de pelo recordaba al color negro azabache, rojo sangre o blanco puro que caracterizaba siempre a los héroes. Supuso que él era, a fin de cuentas... diferente. Y ese era el mayor obstáculo para su misión en ese momento.

El lince sacudió la cabeza, ligeramente deprimido. ¿En qué habían pensado los maestros de la Orden cuando le habían encomendado su misión? ¿Qué clase de estúpido pensamiento les había llevado a la conclusión de que Loki podía ser el lince que buscaban? <<Tal vez>> se dijo a sí mismo, tratando de darse ánimos <<, lo que buscaran sería a alguien que, precisamente, no pareciera un héroe. Por no llamar la atención>>.

Fuera como fuere, sus maestros habían confiado en él, y ahora tenía la sensación de que no podía, no debía defraudarles. Después de todo, había llegado a Cellisca Nívea sano y salvo... lo que era un avance. Y si no lo intentaba, jamás podría decir que había hecho todo lo que había podido por cumplir su cometido.

Resignado, se levantó y comenzó a andar de nuevo por la calle principal de Cellisca Nívea; pero no había dado ni tres pasos cuando chocó de frente contra alguien más grande que él. Perdió el equilibrio y estuvo a punto de caer al suelo, pero por suerte consiguió estabilizarse de nuevo y dirigió una confusa mirada a la Bestia con la que había chocado.

-Mira por dónde andas, muchacho -gruñó un enorme lobo negro, con tono molesto.

Loki se dijo a sí mismo que, de todos los linces de la Orden, sin duda él era el que más atraía a la mala suerte.

-Lo siento... -murmuró, algo cohibido por la otra Bestia -. No miraba por donde andaba y...

-Eso salta a la vista -replicó el lobo, mordaz, y entonces pareció fijarse en el colgante que pendía del cuello del lince. Sus orejas se levantaron rápidamente, y su expresión pareció suavizarse un poco -. ¿No pertenecerás por casualidad a la Orden de los Cachorros de Kara?

Loki tragó saliva.

-Así es, señor. Yo... -la frase murió en su hocico. No sabía exactamente qué más decir.

-Bueno, en ese caso, puede que me seas de utilidad -respondió el lobo, esbozando una leve sonrisa. Loki advirtió que no era un gesto muy común -. Estaba buscando a alguien como tú, ¿sabes?

El lince sintió como si algo le diera un vuelco en su interior. Un brinco de su autoestima, quizá.

-¿A alguien como yo? -preguntó, ladeando la cabeza, lo que hizo que un mechón de pelo de su cabeza resbalara hacia su sien -. ¿Por qué?

-Los miembros de la Orden de los Cachorros de Kara no podéis mentir, ¿verdad? Lo tenéis prohibido.

-Sí, así es. Bajo pena de silenciamiento permanente, en realidad -murmuró Loki, estremeciéndose -. Nos cortan la lengua.

-Bien, bien... puede que sí que seas a quien estaba buscando, después de todo. Aunque... creo que no nos hemos presentado -advirtió el lobo, adelantando una de sus enormes zarpas -. Soy Rukj. Rukj Jirnagherr.

-En... encantado -musitó el lince, estrechando la zarpa del lobo, que se cerró en torno a la suya con cierta suavidad -. Yo soy Loki. Loki Farrin.

El lobo asintió, suavemente, y le dirigió una rápida mirada, observándole desde la cabeza a los pies. El lince se sintió extrañamente avergonzado, y bajó la mirada deseando que el lobo no viera cómo se ruborizaba. Pero, al fin y al cabo, ¿qué podía hacer? Llevaba siendo igual de tímido desde que tenía memoria, y además el hecho de que el lobo fuera casi el doble de grande que él no ayudaba en absoluto.

-No eres muy mayor -comentó Rukj. No pareció una crítica, sino más bien un hecho a resaltar -. ¿Has venido solo a Cellisca Nívea?

Loki asintió lentamente, sin atreverse todavía a alzar la mirada. Había algo más aparte de la vergüenza, deteniendo sus movimientos... algo que tal vez ni él mismo estuviera dispuesto a admitir... Rukj, por lo visto, malinterpretó su silencio.

-¿Es posible que te haya asustado? -preguntó, con suavidad, tratando de no alarmar más al lince.

-Un poco, sí -respondió Loki, levantando la mirada y clavándola en los ojos del lobo, que continuaban fijos en él con curiosidad -. Lo siento... No estoy acostumbrado a... bueno...

-No tienes que disculparte -le sonrió el lobo. De nuevo, su sonrisa pareció algo forzada. Permaneció en un incómodo silencio, como si no supiera exactamente qué decir o hacer, hasta que finalmente añadió -. ¿Qué te parece si entramos a una taberna y me cuentas qué es lo que estás buscando en esta ciudad? Podría ayudarte, ¿sabes? Y a cambio, supongo que tú podrías ayudarme a mí.

-Parece justo -respondió el lince, tratando de sonar resuelto, pero sin conseguirlo.

Al fin y al cabo, no podía dejar de sentirse asustado. ¿Él? ¿Con un personaje como aquel, en una taberna, hablando de sus problemas...y bebiendo? No le parecía una buena idea, y menos aún después de haber dirigido una nueva mirada al lobo y entender por primera vez qué era lo que le hacía sentirse tan cohibido.

Tenía que reconocer que, aparte de intimidante... era atractivo.

Fuego.

Había fuego por todas partes.

Era como si, de repente, alguien hubiera echado el mundo a una hoguera, y ahora ardiese como un trozo de leña, desintegrándose en las llamas poco a poco. Podía escuchar el rugido de las ascuas, y el humo le intoxicaba como una droga letal, mientras trataba de escapar inútilmente de aquella horrible y retorcida pesadilla que le atrapaba en los destellos rojizos del incendio...

Era una sensación rara, el ser consumido por el fuego. Llegaba un momento en el que las quemaduras dejaban de escocer y el dolor dejaba de existir, mientras se desvanecía en los rincones más profundos de su mente como un recuerdo lejano.

Lo único que permanecía era el miedo. El miedo a las llamas, a la devastación, a la... a la muerte, aunque era consciente de que lo único que le aguardaba si seguía con vida era una vida en soledad, una vida de traidor, una vida de repudiado... Pero aún así, el fuego era más terrorífico que esto, y en aquella pesadilla solo podía pensar que quería escapar, huir, alejarse de las llamas para que no le consumieran vivo... y el fuego se reía a su alrededor, crujiendo y rugiendo como un ogro, mientras el resplandor rojizo se reflejaba en sus pupilas aterrorizadas...

Después del fuego, la soledad.

Y tras la soledad...

...el despertar.

El lobo se incorporó rápidamente, temblando como un flan y con el cuerpo empapado de sudor, mientras trataba de ordenar sus pensamientos y de tranquilizarse un poco. Trató de respirar profundamente, pero sus pulmones no respondían del todo bien, y todo lo que pudo hacer fue dejar escapar un gañido de desesperación, mientras buscaba el aire que le faltaba. Finalmente, tras unos segundos que se le hicieron interminables, sus pulmones volvieron a ser suyos y pudo tranquilizarse un poco respirando de forma regular.

Después de haberlo conseguido, enterró la cara entre sus manos y dejó escapar un breve sollozo angustiado, preguntándose cuándo dejaría de soñar con el mismo horrible recuerdo, cuándo abandonarían las llamas su pesadilla... Había algo peor que tener que encontrarse con aquel infierno llameante todas las noches, y era que sabía que no era solo una pesadilla. Que, en determinado momento, había sido verdad... Que una noche de verano, hacía apenas un mes, las llamas habían irrumpido en su vida y se habían llevado la de todos aquellos a los que amaba, dejándole solo en aquel mundo cruel y desalmado.

Alejándose de aquellos pensamientos, levantó la cabeza y, por primera vez desde que había despertado, se dio cuenta de que había algo que marchaba mal. No estaba donde debería estar, sino en una especie de cabaña, pequeña y destartalada, que no se parecía en nada al cochambroso refugio en el que había vivido durante los últimos días. Unas mantas ásperas, pero extrañamente reconfortantes le cubrían hasta la cintura, y su espalda estaba recostada contra un colchón un poco duro, pero desde luego más cómodo que cualquier cosa que hubiera conocido durante el último mes de su vida.

Y... en una de las esquinas de aquella cabaña... bailaban las llamas de una hoguera, tan amenazantes como siempre.

El lobo dejó escapar un gruñido de frustración. ¿Dónde estaba?

De repente, la puerta de la cabaña se abrió con un crujido y alguien entró en ella, temblando de frío, y apresurándose en cerrarla para no perder el calor del interior. Su cuerpo parecía estar rodeado por una capa de pelaje... blanco, quizás, pero no era capaz de verle mejor puesto que su vista estaba todavía un poco borrosa... no sabía si por el sueño o por algo más. Trató de enfocar la vista y, en cuanto lo consiguió, distinguió los extraños rasgos que caracterizaban a una raza que, seguramente, ya conocía lo bastante bien... los Humanos.

En ese preciso momento, todos los recuerdos regresaron a su mente. Los Rastreadores. La captura. Las burlas. La tortura. El dolor. La inconsciencia.

Y... la ira.

Sin poder contenerse, el lobo saltó de la cama, en dirección hacia aquel pequeño Humano que acababa de entrar en la cabaña, dispuesto a terminar con él. La furia hacía que la sangre le hirviera en las venas, y lo más irónico de todo era que solo la sangre podría aplacarla. Necesitaba matar a aquel Humano, que era la personificación de todas sus desgracias... para así poder recuperar lo que le habían quitado...

Sin embargo, su plan de asesinato no salió demasiado bien. Todavía algo débil, tropezó con sus propias patas y perdió el equilibrio; y habría caído al suelo de no ser por aquel Humano, que alargó los brazos justo a tiempo para evitar que se diera el mayor batacazo de toda su vida. En cuanto las manos sin pelo del Humano le agarraron por los hombros, algo extraño se desencadenó en su interior... una sensación completamente desconocida, que inundó toda su alma...

Sin embargo, no pudo pensar en ello durante mucho tiempo.

El Humano, incapaz de sostenerle durante mucho más tiempo, le dejó sobre el suelo, con la espalda apoyada contra una de las paredes, y se alejó de él, lentamente. Él no estaba mirando, pero habría jurado que en una de sus manos destellaba una afilada daga. De repente, el lobo tuvo ganas de llorar, sin saber por qué. El simple hecho de haber fallado en la única cosa que podía devolverle a la vida hacía que esta careciese de sentido.

Raon le observó durante unos instantes, todavía algo sorprendido, mientras se quitaba las pieles blancas del cuerpo y las dejaba cerca de la hoguera para que se secaran. De alguna forma, mientras observaba al lobo tuvo el extraño impulso de acercarle y darle un abrazo, de intentar de consolarle, de decirle que no había ninguna razón por la que tuviera que tener miedo, porque él era su amigo, era su hermano, era su...

Sacudió la cabeza.

¿Qué clase de pensamientos eran aquellos? ¿Y de dónde demonios estaban saliendo?

-Eso no ha sido una buena idea -dijo, en lugar de lo que había estado pensando -. Estabas demasiado débil como para intentar algo así.

-¿Y a ti qué más te da? -replicó el lobo, con una voz desgastada que sonó como un ladrido.

Raon mantuvo su mirada fija en él, mientras por su mente revoloteaba el recuerdo de la extraña sensación que había tenido al tocarle... finalmente, lo enterró en lo más profundo de su ser y volvió al trabajo de guardar la rata de nieve en el cajón de las provisiones, mientras el lobo seguía en una de las esquinas de la cabaña, hecho un ovillo, y sin atreverse a alzar la mirada del suelo.

-Me importa -respondió Raon, tratando de que su voz sonara lo más amistosa posible -, porque si hubiera querido matarte lo hubiera hecho hace mucho. O mejor aún, habría dejado que esos Rastreadores te llevaran con ellos. Querían convertire en una antorcha, ¿sabes?

-Vete al infierno -masculló el lobo, tan bajo que Raon apenas le oyó.

Sobrevinieron unos minutos de tensión, mientras Raon permanecía junto a la hoguera, tratando de recuperar su calor corporal, y el lobo de color cobrizo continuaba en su rincón, demasiado orgulloso para llorar pero demasiado débil como para evitarlo. El Humano no podía evitar echar de vez en cuando una mirada a su nuevo huésped, con la misma extraña sensación que había tenido cuando le había visto por primera vez, atrapado por los Rastreadores. De nuevo, volvía a sentir aquella extraña empatía para con el lobo, que le hacía creer que comprendía perfectamente por lo que estaba pasando... casi como si él mismo estuviera sufriendo lo mismo que él.

-¿Has dicho que... me salvaste? -preguntó, tras aquel frío silencio.

-Sí -respondió Raon, con suavidad, mientras se acercaba a él y le dirigía una mirada crítica -. Nadie... nadie se merece sufrir así.

La mirada del joven lobo se alzó rápidamente, y Raon se encontró mirando fijamente a dos ojos de un fascinante color verde esmeralda, en los que brillaba la amenaza de unas lágrimas que todavía no habían sido derramadas.

-¿Nadie? -preguntó, con voz ronca -. ¿Ni siquiera una Bestia? ¿Ni siquiera el enemigo?

Raon sacudió la cabeza, ligeramente asqueado.

-Las Bestias no son mis enemigos -dijo, simplemente -. No sé que te hace pensar eso.

-Sentido común -respondió el lobo, con aquella bonita mirada todavía fija en los ojos de Raon -. La gran parte de los Humanos quiere vernos ardiendo en una pira, ¿sabes? Pero tú... tú pareces diferente.

Raon esbozó una tímida sonrisa, mientras desviaba la mirada, incapaz de continuar mirando aquellos turbadores ojos durante más tiempo.

-Me llamo Raon -dijo, finalmente -. Fui criado por un lobo, Rukj Jirnagherr, y he vivido toda mi vida con él. Por eso no temo ni odio a las Bestias.

El joven lobo asintió, en silencio.

-Yo soy Jarek -se presentó, tras unos instantes -. Siento... siento haberte atacado así... creo que me he precipitado.

-No te preocupes -trató de disculparle Raon -. Jarek... es un nombre bonito.

Inmediatamente, se sintió estúpido por haber dicho aquello, y un ligero rubor cubrió sus mejillas. No sabía exactamente a qué se debía, puesto que no había nada de malo en decirle a nadie que su nombre era bonito, ¿o sí? Además, ¿por qué debería provocarle eso un solo ápice de vergüenza? Pero se desvaneció inmediatamente cuando el lobo respondió, con cierta burla en la voz:

-Lo sé. No como el tuyo.

-¿Cómo?

-Da igual, no me hagas mucho caso -respondió el joven lobo, esbozando lo que parecía un amago de sonrisa -. Aún así, estoy feliz de haberte encontrado, Raon. Siempre quise conocer a un desertor, ¿sabes?

Raon ladeó la cabeza, confuso.

-Técnicamente, no soy un desertor, puesto que nunca he conocido aquello a lo que he renunciado -teorizó el Humano, frunciendo el entrecejo -. Pero sí, supongo que no soy un Humano al uso.

Jarek le dirigió una larga mirada, todavía sonriendo, y después se arrastró pesadamente hacia su camastro, sobre el que se colocó tras unos instantes de insufrible esfuerzo y algún que otro gruñido de cansancio. Raon hizo amago de ayudarle, pero finalmente decidió que sería mejor no hacer nada, puesto que el lobo parecía capaz de conseguirlo por sus propios medios. Por más que aquella misteriosa e insistente voz en su interior le dijera que le ayudase.

-¿Y ahora, qué? -preguntó Jarek, finalmente, mientras se tumbaba sobre el camastro, con la respiración agitada -. Supongo que no permitirás que me quede aquí para siempre, ¿verdad?

-Depende.

-¿De qué?

-De varias cosas -respondió Raon, ladeando la cabeza -. En primer lugar, de si tienes o no otro lugar en el que vivir.

-No lo tengo -respondió el lobo, entrecerrando los ojos, mientras un mohín de tristeza acudía a su rostro como la sombra de una nube -. Lo tuve, pero ya no.

Raon la percibió, y estuvo a punto de preguntar algo al respecto, aunque finalmente decidió que posiblemente no fuera una buena idea. <<Preguntas demasiado>> dijo la voz de Rukj en su mente. No pudo evitar sonreír.

-En segundo lugar -continuó el Humano, tratando de ignorar la misteriosa respuesta del lobo y enterrando en su interior los interrogantes que provocaba -, tendré que preguntarle a Rukj. Al fin y al cabo, la cabaña es suya, y sigue siendo el que tiene el poder aquí.

Jarek alzó la cabeza, con curiosidad.

-¿Y dónde está ese tal Rukj, si puede saberse? -gruñó, tras unos instantes.

Raon no respondió. En silencio, envió un pensamiento al lugar en el que el lobo estuviese, deseando de todo corazón que regresara pronto. Tal vez su padre adoptivo pudiera ayudarle a poner un poco de orden en los extraños sentimientos que nublaban su alma, y que cada vez le hacían sentirse más desconocido ante sí mismo.

-Sucedió hace un par de semanas -comenzó a explicar Loki, mientras miraba hacia todos los lados y bajaba el tono de voz, como si temiera que alguien pudiera estar escuchando -. La noticia voló rápidamente de barrio en barrio... me extraña que no haya salido de Cellisca Nívea.

Y, al decir esto, le dirigió una mirada dubitativa a Rukj.

-Yo no he oído nada -respondió el lobo, mientras tomaba con un gesto la jarra de aguamiel que acababan de servirles, y se encogía de hombros -. No soy la Bestia más... atenta a las noticias del interior, eso es todo.

Loki ladeó la cabeza, pero no dijo nada y continuó. A pesar de la vergüenza que aún continuaba reteniendo sus palabras, el lobo le había pedido ayuda, y él, como miembro de los Cachorros de Kara, no podía negarse a prestársela.

-Creo que fue... una especie de escándalo. Alguien descubrió que una mujer Humana había estado viviendo durante años en la casa de una familia acomodada -Loki fue capaz de observar el repentino cambio en la expresión del lobo, así como el momento en el que sus orejas se levantaron con curiosidad -. Una concentración de Bestias se congregó en torno a la casa. Hubo muchas discusiones, gritos y... finalmente, la mujer Humana se escondió en el edificio mientras los que la habían mantenido en secreto trataban de tranquilizar a la multitud... Pero no funcionó.

Una sombra de tristeza atravesó la mirada de Loki.

-¿Qué ocurrió? -preguntó Rukj, con la voz ronca, e intuyendo el final.

-Acorralaron a su familia y, tras encerrarlos de nuevo en el interior de la casa, atrancaron la puerta. Hicieron una pira junto a una de las paredes más amplias y la encendieron -relató el joven lince, con pesar -. La casa ardió en apenas unos minutos. Que se sepa, no quedó nadie con vida. Aunque claro, ¿quién podría saberlo? El fuego solo deja cenizas a su paso, y las cenizas se las lleva el viento.

Rukj asintió, ligeramente apesadumbrado, aunque todavía tratando de asimilar lo que acababa de escuchar. ¿Era posible que el lobo que habían acogido en su casa hubiera sido criado por una familia... como él, en aquel sentido? ¿Defensores de la raza humana? ¿Traidores a su propio pueblo? Rukj decidió que era mejor no pensar en ello, puesto que podía concebir falsas esperanzas que nublaran su mente.

Sin embargo, una cosa sí que estaba clara, y era que en los últimos catorce años habían cambiado muchas cosas en Cellisca Nívea. Algo preocupado por la posibilidad de que alguien le reconociera como el que años atrás había decidido dar cobijo a un Humano, el lobo trató de esconderse más en la oscuridad del rincón en el que se habían situado. Su pelaje negro le ayudó a camuflarse mejor con las sombras.

-¿Qué opina la Orden de los Cachorros de Kara de todo esto? -preguntó el lobo, tras echar una mirada de desconfianza a su alrededor, antes de volver a fijar la mirada de sus profundos ojos ambarinos en el joven lince.

-La Orden ya no tiene tanto poder como antes -suspiró Loki, bajando la mirada -. No pudieron hacer nada para evitarlo. No podemos hacer nada ya, en realidad. El odio entre Humanos y Bestias está tan arraigado que no podríamos extirparlo aunque quisiéramos.

-¿Pero siguen intentándolo?

-Solo cuando las cosas se desmadran... como cuando ocurrió esto. Pero tampoco son grandes esfuerzos: tímidos discursos, alguna llamada al pacifismo... nada lo suficiente llamativo.

El lince se sintió frustrado, de pronto, por lo poco que su Orden hacía para ayudar a frenar aquel conflicto que ya amenazaba con no tener fin. Y se suponía que aquella era la finalidad principal de su Orden: terminar con aquella absurda guerra de razas. Sin embargo, cuando alzó la mirada se encontró con la leve sonrisa de Rukj, que le subió ligeramente los ánimos.

-Es bueno que todavía haya alguien que se preocupe por esto -murmuró el lobo negro, disculpando sus palabras con un gesto de la zarpa -. Y la Orden resurgirá algún día, estoy seguro.

-Eso es lo que muchos temen -suspiró Loki. A continuación, dirigió una extraña mirada a Rukj, observándole de nuevo y perdiendo algo de la vergüenza que hasta aquel momento le había impedido ver las cosas tal y como eran -. Tú no eres... un lobo normal, ¿verdad?

-¿Qué te hace pensar eso?

-Parece que... defiendes las causas de la Orden de los Cachorros de Kara. Y eso solo lo hacemos unos pocos, hoy en día -razonó Loki, con gesto apesadumbrado -. Lo que no deja de ser deprimente, en realidad.

Los ojos de Rukj resplandecieron misteriosamente.

-Puede ser. Pero nosotros somos igual de normales que ellos, chico. Nunca pienses lo contrario.

El lince le dirigió una larga mirada, con curiosidad, pero no dijo ni una palabra. Comenzaba a intuir que había mucho más detrás de aquel lobo de lo que en un principio había sido capaz de ver, cegado por la vergüenza y la timidez. En su expresión dolida y en sus continuas miradas nerviosas era capaz de apreciar que había algo que estaba mal... y que, desde luego, no se sentía cómodo en aquella taberna. Ni probablemente en ninguna otra.

-Espero que lo que te he contado te ayude -murmuró, cautelosamente, sin apartar sus ojos azules del rostro del lobo, que en aquel momento le daba un nuevo trago a su jarra de aguamiel -. No es mucho, pero es todo lo que sé.

-Me has dicho exactamente lo que necesitaba saber -gruñó Rukj, quitándole importancia -. Así que supongo que te debo algo. ¿Cuál es la ayuda que tú necesitabas?

Loki enrojeció, presa de nuevo de una incomparable timidez. Lo más correcto sería no hablar a nadie de su misión, no arriesgar el éxito de su cometido por hablar con extraños lobos... por más atractivos que fueran... Pero, después de todo, estaba perdido y no tenía ninguna pista. Tenía que hacer algo si quería seguir adelante. De modo que, finalmente, se armó de valor y, desviando la mirada hacia las sombras, comenzó a hablar con el lobo:

-Los de la Orden me encomendaron... una misión.

-¿Una misión? -repitió Rukj, interesado -. Eso quiere decir que, de nuevo, habéis comenzado a hacer más que tímidos discursos y llamadas al pacifismo, ¿no te parece?

-Sí... bueno... -reconoció Loki, sacudiendo la cabeza -. Pero... tampoco creo que vaya a ser nada impresionante...

-¿Por qué?

-Pues, porque... porque es una misión que me han encomendado a mí -reconoció finalmente el lince, rojo de vergüenza.

Rukj pareció no comprender a lo que se refería Loki; al menos, no durante unos instantes. Finalmente, sus ojos se iluminaron y cierta expresión de comprensión apareció en su rostro lobuno.

-Vamos, no deberías pensar así -trató de animarle, dándole una palmada en la espalda -. Deberías estar orgulloso de haber sido elegido, porque si lo han hecho... me refiero a que estoy seguro de lo que hacían, ¿no crees?

-Eso espero -respondió Loki, apreciando el gesto del lobo, y esbozando una tímida sonrisa.

-¿Y cuál es esa misión, si puede saberse? -preguntó Rukj, mientras tomaba de nuevo su jarra de aguamiel.

El joven lince iba a contestar, pero en ese preciso momento distinguió las corpulentas siluetas de tres toros en la entrada de la taberna. Llevaban puestas las imponentes armaduras de la Guardia, y por alguna extraña razón, les estaban mirando fijamente a ellos. Solo a ellos.

Rukj pareció darse cuenta de que el lince había descubierto algo, porque su zarpa se cerró en torno al asa de la jarra con algo más de fuerza de lo habitual.

-¿Cuántos son? -preguntó el lobo, con suavidad, mientras daba otro pequeño trago a la jarra.

-Solo veo a tres -respondió Loki, sintiéndose nervioso de repente. Sin embargo, hizo su mayor esfuerzo por disimular que estaba observando a los espías.

-¿Qué son?

-Toros.

-¿Vienen a por nosotros? ¿Están mirando hacia aquí?

-Están viniendo a por nosotros -respondió el lince, en cuanto el que debía de ser el cabecilla hizo una seña para que los otros dos le siguieran -. No sé cuánto tiempo llevan observándonos. Puede que un buen rato.

El lobo soltó una maldición entre dientes.

-Escúchame, chico; puede que solo vengan a por mí. Si en algún momento ves que no te prestán atención, ignóralos y haz como si no me conocieras. ¿Entendido?

-Pero...

-¿Entendido? -repitió Rukj, con cierta fiereza. Loki, algo intimidado, asintió lentamente -. Bien. Si son tres la única opción que se me ocurre es que alguien haya dado la noticia de que estaba aquí. Quién sabe, puede que el tabernero.

-Es probable que sí -corroboró Loki, tragando saliva.

-¿Cómo lo sabes?

-Porque... uno de los toros acaba de darle un saquito que seguro que está lleno de oro.

Rukj dejó escapar una nueva maldición, esta vez en voz un poco más alta.

Los toros no tardaron en llegar a la mesa, todavía embutidos en sus magníficas armaduras. Loki no pudo evitar bajar la mirada cuando llegaron hasta donde estaban ellos, pero Rukj continuó bebiendo de su jarra de aguamiel con total naturalidad. El lince todavía no sabía qué clase de oscuro secreto o crimen había cometido el lobo negro, pero estaba seguro de que no era la primera vez que tenía que fingir para que no le encontraran.

-¿Rukj Jirnagherr? -preguntó uno de los toros, con una voz profunda y cavernosa.

Loki clavó sus pequeñas garras en la mesa hasta que la madera crujió.

-¿Sí? -contestó el gran lobo, desapasionadamente.

-Sek Urunna, Comisario de la Guardia, desearía hablar contigo en la Comisaría de Cellisca Nívea. Síguenos.

Rukj sopesó sus opciones, balanceando la jarra suavemente.

No podía enfrentarse a tres toros, eso era algo que habría calificado como suicidio hasta el más loco de los locos. No, no había ninguna forma de derrotarles, y por lo que parecía, tampoco de huir. Tenía que reconocer que, por una vez... le habían atrapado.

-De acuerdo -respondió, ante la sorpresa de Loki, que le dirigió una mirada asombrada -. Llevadme ante el Comisario Sek, si así lo queréis. No opondré resistencia.

Los toros se intercambiaron una breve mirada y asintieron, sin decir la más mínima palabra. A continuación, el supuesto líder señaló al joven lince, que se encogió sobre sí mismo, y el que iba en cabeza dijo, con voz grave:

-Él también debe venir con nosotros.

Rukj se puso tenso.

-Eso no puede ser posible -respondió, tratando de mantener la calma, a pesar de que en su voz se adivinó un ligero gruñido -. No tiene nada que ver conmigo.

-Eso no importa. El Comisario Sek le quiere ver también a él, pues todo aquel que mantenga relaciones con un proscrito merece ser llamado proscrito.

La luz se hizo en la mente de Loki, como si durante todo aquel rato hubiera estado a oscuras. ¡Claro! Rukj Jirnagherr, ¿cómo no se había dado cuenta antes? Aquel nombre tendría que haberle sonado desde el principio... aunque claro, cuando todo eso sucedió, el todavía era muy joven...

Rukj, uno de los primeros desertores en el bando de las Bestias, cansados de una guerra en la que ninguno de los bandos salía ganando. Rukj, considerado un proscrito por la ciudad de Cellisca Nívea, en la que tenía prohibido el paso. Rukj, que en su adolescencia había combatido contra los Humanos y había matado a cientos de ellos, y que de una noche a otra se había convertido en su defensor incondicional. El lince dirigió al lobo una nueva mirada de profunda admiración. Para cualquier miembro de la Orden de los Cachorros de Kara, Rukj era un claro ejemplo a seguir. Loki no pudo evitar sentir una gran oleada de admiración hacia el lobo negro, que se mezcló con la que ya sentía anteriormente.

-Cogedme a mí -gruñó Rukj, algo más molesto -. Pero dejad en paz al lince. Él no ha hecho nada malo.

-Eso no puedes decidirlo tú, proscrito. Tú y tu amigo vais a venir con nosotros. Ahora.

Loki, que había estado siguiendo los movimientos del lobo desde el inicio de la conversación, adivinó lo que iba a suceder incluso antes de que comenzara.

Rukj dejó escapar un rugido de ira que pareció brotar de lo más profundo de su pecho, y se abalanzó sobre el toro más próximo golpeándole con la jarra de hidromiel en la cabeza. La jarra se rompió en mil pedazos y la taberna se llenó de murmullos y susurros, pero el toro apenas se tambaleó un poco, algo mareado, antes de que su compañero dirigiera su mano a la maza de hierro con la que había entrado a la taberna, que sacó sin ningún miramiento y dirigió hacia la cabeza de Rukj. El lobo consiguió agacharse a tiempo, pero no tuvo en cuenta que el otro compañero del toro herido estaba a su espalda.

Inmediatamente, otra maza de hierro impactó con fuerza contra su cabeza. Apenas tuvo tiempo de sentir el dolor, antes de sumirse en una inconsciencia profunda y desoladora...