Crónicas de la Frontera: Capítulo I

Story by Rukj on SoFurry

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#2 of Crónicas de la Frontera

Bueno, pues aquí está el primer capítulo de Crónicas de la Frontera. El siguiente me va a costar subirlo un poco más, tanto en español como en inglés, porque últimamente estoy un poco más liado. Así que lo siento.

Y como siempre, espero que el que lo lea lo disfrute ;)


Catorce años más tarde...

Raon se agazapó tratando de pasar inadvertido, mientras la piel blanca que le cubría la espalda le ayudaba a camuflarse en la nieve. Su presa, una curiosa rata de nieve que se había alejado un poco del resto de sus compañeros, pareció detectar el peligro y olfateó el aire con insistencia, creyendo percibir algo en él. Sin embargo, Raon era el depredador, y ya había previsto algo así, por lo que se había colocado de cara al viento de forma que él pudiera oler a la rata, pero la rata no a él.

Era fácil ser un cazador cuando recordabas esas cosas. Y una especie no evolucionada jamás podría mantener aquellos útiles consejos en la memoria.

Finalmente, la rata pareció suponer que no había ningún peligro a su alrededor, porque le dio la espalda a Raon y trató de alejarse a cortas zancadas. Un error mortal. El muchacho salió de su escondite y se abalanzó sobre su presa, que dejó escapar un chillido de horror antes de ser atravesada por la hoja de una lanza. La alegría que inundó a Raon cuando vio que por fin había conseguido algo que llevarse a la boca no podría ser explicada con palabras.

Rukj iba a estar contento; desde hacía un par de días no habían encontrado nada para comer, y aunque Raon necesitaba poco para saciarse Rukj era un depredador en toda regla, y necesitaba mucha más carne que el joven Humano. Pero, a fin de cuentas, ¿en qué se parecían ellos dos?

A pesar de que le había criado desde niño, Raon era completamente distinto de Rukj. La respuesta a la pregunta era clara y sencilla: Raon era un Humano, y Rukj una Bestia. Diferentes razas, diferentes rasgos, diferente complexión y diferentes formas físicas. Pero, ¿qué quería significar aquello exactamente?

Mientras desollaba la rata junto a un lago Raon vio su imagen reflejada sobre la superficie del agua, como tantas otras veces. El pelo castaño y desordenado, que cubría su cabeza hasta la altura de las orejas, poco tenía que ver con la espesa capa de pelo negro como el ala de un cuervo que recorría el cuerpo del lobo. Además, estaba su cara: ojos muy separados, orejas redondadas, nariz en lugar de un hocico, dientes poco afilados... Las manos de Raon eran habilidosas pero débiles, mientras que las zarpas de Rukj eran fuertes aunque algo torpes. Y mientras que el lobo era grande y fornido, el muchacho era, más bien... bastante poca cosa. Ni muy alto, ni muy robusto, y ni de lejos tan intimidante como Rukj. Aunque esto podía deberse a la edad: mientras que el lobo acababa de entrar en su tercera década de vida, Raon solo tenía catorce años. Era difícil compararlos con una edad tan distinta.

Raon guardó la pieza en su zurrón y dirigió una rápida mirada alrededor antes de inclinarse para beber sobre la superficie del lago, que estaba helado en algunas partes. Solo en verano se podía beber de aquella forma; cuando llegara el otoño los lugares en los que existía el agua líquida irían poco a poco desapareciendo, y todo sería reemplazado por hielo y nieve. Durante las otras estaciones, Rukj y él solían recoger nieve para calentarla en una olla y derretirla hasta que se convirtiera en agua. Era casi una rutina.

El Humano dejó de beber agua y se limpió la boca con el dorso de la mano, antes de volver a levantarse y contemplar el vasto paisaje que se alzaba delante de él con cierta admiración. Nieve hasta donde la vista alcanzaba; una capa de nieve de casi un palmo de profundidad que parecía cubrirlo todo en el mundo. La luz del sol se reflejaba sobre ella y la hacía resplandecer con colores rojizos y dorados, dando una mayor sensación de calor que el que había en realidad. Y luego, más allá de la nieve, estaba la Frontera.

La muralla se alzaba en el horizonte, magnífica y aterradora, y su silueta infundía a Raon una curiosa sensación de angustia que no sabía identificar. Era ancha y larga, y llegaba hasta donde alcanzaba la vista. Parecía haber sido construida milenios atrás, pero aún así seguía en aquel mismo lugar, dividiendo el mundo en dos mitades separadas y opuestas.

Raon no sabía mucho de la Frontera, en realidad.

Sabía que separaba las Tierras de las Bestias, en las que él estaba, de las Tierras de los Humanos, en las que debían de morar sus semejantes, pero Rukj jamás le había contado mucho más. Lo único que el lobo le había dicho era que nunca, nunca debía acercarse a ella, ni mucho menos cruzar al otro lado. Aquella era la única prohibición que su padre adoptivo le había impuesto, y hasta el momento Raon la había cumplido religiosamente.

Y es que, en el fondo, el muchacho admiraba al lobo que había cuidado de él durante todos esos años. Aunque le costara admitirlo en ocasiones.

De repente, una zarpa cayó con suavidad sobre su hombro y Raon se giró rápidamente, sobresaltado, y con la punta de la lanza levantada. Sin embargo, en cuanto vio de quién se trataba no pudo evitar relajarse y bajar la guardia.

-Sólo eras tú... -murmuró, como para sí mismo, volviéndose de nuevo hacia la Frontera.

Quien le había sorprendido por detrás de aquella forma era, por supuesto, Rukj. Por algún motivo, el lobo tenía la irritante costumbre de aparecer siempre que Raon no le estaba esperando.

-¿Qué haces? -le preguntó el lobo, con su carácterístico tono de voz ronco y desinteresado.

-Cazar -resumió el Humano -. He cogido una rata de nieve.

-Eso está bien -murmuró Rukj, con la vista fija en la Frontera -. Nuestras provisiones se estaban acabando ya.

-Puedes ir al pueblo a comprar algo -propuso Raon, con cautela.

El lobo no dijo nada, pero el joven pudo percibir con total claridad como sus músculos se tensaban, y su hocico se fruncía en una mueca incómoda.

-No es una buena idea -respondió Rukj, finalmente -. Como tampoco es una buena idea observar la Frontera. Te lo he dicho mil veces, Raon, preguntarte qué hay al otro lado solo te traerá problemas.

Dicho esto, el lobo comenzó a caminar en dirección a la cabaña que ambos compartían, y que no estaba muy lejos de aquel lugar. Raon le siguió de cerca, preguntándose si cambiaría de parecer algún día.

-No me preguntaba qué hay al otro lado -le explicó Raon -. Sino por qué está ahí. ¿Acaso no hay Humanos aquí en nuestras tierras? Según me has contado, muchos de ellos invaden aldeas de las Bestias.

Rukj apretó una de sus zarpas con fuerza, hasta que las garras crujieron.

-Cierto. Pero mejor, ni preguntes siquiera. Haces demasiadas preguntas -le aseguró, como tantas otras veces.

Aquella era una especie de muletilla, una frase que el lobo ya había repetido mil veces. "Haces demasiadas preguntas" era una especie de vía de escape para no responder a las mil dudas del muchacho, y aunque Raon sabía que si el lobo no le contestaba era porque no quería, en el fondo se había acostumbrado al carácter seco y hosco de la Bestia que llevaba cuidándole durante toda su vida.

-Hoy podremos cenar bien -dijo entonces Rukj, cambiando de tema. En ese momento, Raon se dio cuenta de que sus garras estaban cubiertas de sangre -. Sí. Yo también he estado de caza.

El acogedor crepitar del fuego era uno de los sonidos que Raon más apreciaba.

Al contrario que Rukj, él no podía salir al páramo helado que rodeaba su cabaña sin llevar encima unas cuantas prendas que le protegieran del frío; en cambio al lobo le bastaba con el abrigo de su propio pelaje. Por eso, cuando volvían a la cabaña, Raon solía estar temblando de frío mientras que el lobo apenas había notado el cambio de temperatura.

Pero siempre encendía un fuego. Y las chispas del fuego se refugiaban en los ojos de Rukj, haciéndole recordar días más antiguos, días terribles y sangrientos, en los que había hecho una promesa que aún todavía seguía manteniendo... la de cuidar de aquel Humano costara lo que costase. Mientras el fuego crepitaba en la chimenea, Rukj se sentaba y observaba al muchacho que había criado como a su propio cachorro desde que era un bebé... y pensaba en su decisión. No sabía si había hecho lo correcto o si, por el contrario, había cometido una locura. No podía estar seguro de hasta qué punto había sido acertada su decisión.

Pero había sufrido por ella.

Sus amigos y compañeros de armas se habían negado a admitir que hubiera acogido a un Humano bajo su brazo, y le habían dado la espalda. Para Rukj había sido duro comprender que nadie iba a compartir su decisión... y que, si quería cuidar de aquel cachorro, tendría que hacerlo completamente solo. Desterrado de su propia ciudad, había encontrado aquella pequeña cabaña cerca de la Frontera y la había hecho habitable para poder vivir allí.

Y en aquella pequeña cabaña habían transcurrido los últimos catorce años de su vida, con una tranquilidad que casi parecía sospechosa.

-Rukj -le llamó entonces el muchacho, despertándole de sus angustiosos recuerdos -. ¿Qué es lo que diferencia exactamente a las Bestias evolucionadas de las que podemos cazar?

El lobo guardó silencio durante unos instantes, pensativo.

-Nosotros hablamos -respondió, finalmente.

-¿Y si las Bestias menores pudieran también hablar, pero nosotros no les entendiéramos?

Rukj sacudió la cabeza, molesto.

-Supongo que no es importante. Las Bestias menores son más pequeñas que nosotros, más débiles y más estúpidas, y por eso podemos cazarlas y comerlas sin cargo de conciencia. No es... como matar a un toro, o a un lince, o a una liebre. Nosotros cazamos porque tenemos hambre, nada más, y las Bestias menores son presas fáciles.

-¿Y cuándo se convierte una Bestia menor en una evolucionada?

Rukj dejó escapar un sordo gruñido.

-No lo sé, Raon. No lo sé. ¿Por qué no dejas de hacer ese tipo de preguntas, para variar?

-Tengo curiosidad -respondió el Humano, encogiéndose de hombros -. Y, además, nunca hablamos de estas cosas.

Rukj le dirigió una larga mirada, antes de volver a centrarse en las llamas. En realidad, no hablaban demasiado entre ellos. Se limitaban a convivir juntos mientras, en el exterior, la temible guerra entre Bestias y Humanos continuaba a sus espaldas. Raon no sabía nada de esta guerra, pero Rukj trataba de ignorarla como si no la conociera, lo que teniendo delante a uno de sus enemigos era bastante difícil.

Tal vez fuera eso lo que hacía que se comportara de aquella forma tan tosca y seca, aunque lo cierto era que Rukj no se consideraba ni la bestia más expresiva ni tampoco la más habladora. Simplemente, era de esa forma y Raon no podía cambiarlo por más que necesitara un poco de conversación.

-Pásame la carne -le pidió el lobo, tras unos segundos -. Creo que las ascuas ya están listas.

A la mañana siguiente, Raon se despertó con los primeros rayos del sol, al alba. Se desperezó perezosamente y apartó la gruesa manta de pieles que le cubría a un lado, antes de frotarse los ojos para quitarse las legañas. La cena de la noche anterior había sido, por lo menos, la mejor que había tenido en la última semana, y el despertarse con el estómago más lleno que de costumbre le subía el humor. Iba a ser un gran día, eso seguro.

El sol se filtraba por las estrechas rendijas de la cabaña disipando la oscuridad y sumiendo el interior en una suave penumbra: la pequeña chabola estaba compuesta por una sola habitación grande, en la que cabían dos camas, un par de muebles y una chimenea que solían usar para cocinar. No era mucho, pero era el hogar de Raon y, con el paso de los años, había aprendido a amarlo. Además, no conocía otra cosa que no fuera lo que había entre aquellas cuatro paredes y los alrededores más cercanos.

El muchacho se levantó y comenzó a ponerse sus prendas de pieles, dispuesto a salir al exterior para que la fría brisa del amanecer le despejara un poco más. Rukj todavía dormía, despatarrado en el camastro de la esquina. Cuando Raon pasó a su lado, abrió los ojos y, como de costumbre, le preguntó con un tono de voz somnoliento:

-¿Dónde... vas?

En realidad, Rukj tenía un sueño tan profundo que en cuanto volviera a cerrar los ojos olvidaría la respuesta que el Humano le había dado, pero Raon estaba acostumbrado a responderle y aquella mañana no iba a ser distinto.

-Necesito tomar un poco el aire. Volveré en un par de horas.

El lobo asintió casi imperceptiblemente, antes de cerrar los ojos, enredarse en las telarañas del sueño y caer profundamente dormido de nuevo. A su lado, Raon sonrió; Rukj podía ser, desde luego, un cazador nato que le había enseñado al joven todo lo que sabía, pero dormido era una presa sumamente fácil.

Mientras abría la puerta con cuidado de no despertarle y salía al exterior, las ideas se le fueron aclarando. Rukj solía decir que Raon era un alma inquieta: a pesar de centrarse muy fácilmente en un objetivo momentáneo, el chico no podía estarse quieto en un mismo lugar durante demasiado tiempo. Esto, sumado a su insaciable curiosidad, le convertía en una criatura muy distinta al lobo no solo en su aspecto, sino también en su mentalidad. Al fin y al cabo, no era extraño que la convivencia entre ambos fuera, en ocasiones, tan difícil.

El sol brillaba en el cielo con energía aquella mañana de verano, y Raon tenía la sensación de que esa misma luz iluminaba su interior. Un brillante optimismo acompañaba a su mente mientras el joven caminaba por las llanuras heladas, sin saber exactamente a dónde dirigirse. En realidad, lo único que necesitaba era moverse y dejarse llevar por sus pensamientos; el paseo de Raon se debía exclusivamente a eso, al placer de dar un paseo.

Sin embargo, aquella mañana hubo algo que truncó aquella extraña sensación de felicidad que le había acompañado desde que se había despertado. El joven despertó de sus pensamientos cuando escuchó un aullido de dolor en la lejanía, un aullido que le puso los pelos de punta y le hizo comprender que algo no marchaba del todo bien. Tras pensárselo unos instantes, tomó con una mano la daga y se aseguró de que su lanza estaba correctamente colocada, antes de avanzar en dirección hacia aquel escalofriante aullido. Apenas unos metros más adelante, el joven fue capaz de vislumbrar la causa de aquel grito en mitad de la nada.

Sin perder la calma, Raon se escondió detrás de un pequeño montículo de nieve y trató de espiar lo que estaba sucediendo de la mejor forma posible. Era capaz de ver unas cuantas formas en el horizonte, unas formas que parecían moverse y que parecían llevar a rastras algo mucho más grande que ellas...

Cuando Raon comprendió de qué se trataba, se llevó una mano a la boca y ahogó una exclamación de sorpresa.

En primer lugar; aquellas figuras que se movían, llamando la atención con su negra silueta en un fondo tan blanco como la nieve, eran Humanos. Raon contó cinco, y todos parecían caminar alegremente mientras conversaban acerca de lo que pensaban hacer y tiraban de unas sogas que llevaban al hombro, arrastrando tras de sí un bulto más grande, peludo y dolorido que el resto...

Una Bestia. Raon aguzó la vista y trató de distinguir los rasgos de la criatura capturada por aquellos hombres, hasta que pudo vislumbrar los rasgos lupinos que caracterizaban a Rukj, aunque enmarcados en un pelaje rojizo que brillaba como el cobre bajo la luz del sol. Así pues, aquel al que llevaban los Humanos debía de ser un lobo, como Rukj.

Pero, desde luego, no estaba en buenas condiciones.

No parecía capaz de andar y, continuamente, dejaba escapar gruñidos de dolor y súplicas inaudibles, gritos de desesperación y de rabia que llegaban hasta los oídos de Raon y le hacían estremecerse. A su paso, un rastro rojo quedaba en la nieve, manchando aquel lienzo blanco. El lobo era, pues, un preso, y los Humanos lo llevaban con ellos para hacerle más daño del que ya le habían hecho.

Raon apretó los dedos en torno a su daga y trató de solucionar aquel dilema, de la mejor forma posible. Por una parte, los captores de aquella pobre Bestia eran Humanos, los primeros que él había visto en su vida. Debería sentirse feliz, pero en aquel momento lo único que sentía era miedo y náuseas. Y aquellos no eran los típicos síntomas que solían acompañar a la felicidad.

Por otra parte, los gruñidos y aullidos del lobo preso le estaban afectando de una forma que ni siquiera él podía imaginar. Tenía la sensación irracional de que él mismo estaba sufriendo el dolor propio de la Bestia, y de que en su interior era él el que estaba atrapado entre aquellas cuerdas... Era una sensación extraña, una especie de empatía absoluta que le daba algo de miedo.

¿Qué debía hacer?

Finalmente, Raon sacudió la cabeza y decidió que lo más sensato sería ir a avisar a Rukj para que él mismo decidiera cómo podían ayudar al pobre preso a salir de aquella situación. Un nuevo grito de dolor, seguido de una carcajada de uno de los Humanos, hizo que Raon se estremeciera, antes de salir corriendo lo más sigilosamente posible hacia su cabaña, memorizando el lugar en el que acababa de encontrarse con aquella siniestra comitiva.

Apenas tardó unos minutos en llegar a la cabaña, y se lanzó contra la puerta sin pensar en que Rukj podía estar dormido en su interior. El lobo abrió los ojos, confundido, y le miró con ojos vidriosos antes de preguntar, con voz adormecida:

-¿Ya... has vuelto?

-¡Rukj, tienes que ver esto! -aseguró el joven, acercándose al camastro del lobo y zarandeándole de un brazo para que se despertara del todo -. ¡Hay una comitiva de Humanos en el exterior!

-¿Humanos? -preguntó Rukj. Su voz todavía sonaba algo adormilada, aunque tenía un tono de alerta. El lobo se incorporó y sacudió la cabeza, tratando de desperezarse -. ¿Has dicho que hay Humanos fuera?

-Tienen a alguien, un preso, un lobo -le explicó apresuradamente Raon -. Son solo cinco, creo que podríamos hacer algo por...

-¿Están muy lejos de aquí? -le interrumpió Rukj, quien ya estaba despertando del todo -. ¿Podrían encontrar la cabaña?

Raon dudó unos instantes.

-No creo -respondió, finalmente -. ¡Pero eso da igual! Lo que importa es que llevan a alguien herido, y me parece que no les importa precisamente lo sano que esté... Tenemos que hacer algo, Rukj.

El lobo dejó caer los hombros y calló durante unos instantes, adoptando una expresión calculadora y pensativa.

-Cinco, has dicho -murmuró, como para sí mismo -. Deben de ser Rastreadores.

-¿Rastreadores?

-Habrán encontrado a una Bestia malherida y habrán decidido llevarla a alguna ciudad para hacer pública su ejecución -explicó Rukj, levantándose -. Se aprovechan de las situaciones, así que no deberían ser grandes oponentes. Pero son cinco... y podrían ponernos en aprietos.

-¡Rukj, por favor! -insistió Raon, cada vez más nervioso -. ¡No podemos dejar a ese lobo en manos de esos... Rastreadores! ¡No sería justo que le diéramos la espalda!

-Habría que preguntarle a ese lobo si haría lo mismo por nosotros si estuviéramos en su situación -masculló Rukj, mientras le dirigía a Raon una mirada de advertencia. Finalmente, dejó escapar un suspiro de resignación y se rindió a la evidencia de que el Humano llevaba la razón -. Está bien: iremos a ayudar a ese lobo. Pero si algo sale mal, no nos quedaremos a ver las consecuencias.

-De acuerdo -aceptó Raon, tragando saliva.

Rukj esbozó una leve sonrisa en la que sus colmillos se adivinaron bajo su hocico; una sonrisa que apenas duró unas milésimas de segundo antes de desaparecer en la eterna seriedad de su rostro. Después, hizo un gesto para que Raon saliera de la cabaña. El joven le hizo caso y, rápidamente, comenzó a correr en la dirección en la que había visto a los Humanos y al lobo. Esperaba que en el tiempo en el que habían estado discutiendo no se hubieran movido mucho del sitio, o de lo contrario ya no les encontrarían allí...

Pero, en cuanto llegaron al lugar, los Humanos y su presa todavía se podían divisar a lo lejos. Rukj se agazapó tras el montículo de nieve tal y como Raon había hecho antes y, a continuación, hizo un gesto a Raon para que le siguiera. El lobo continuó avanzando hacia la comitiva con sigilo y determinación, seguido de cerca por el muchacho, que admiró durante el trayecto la absoluta profesionalidad en sus movimientos. Algo le decía que un cazador no podía ser tan silencioso y letal, que había algo detrás de Rukj que le había hecho aprender a moverse de aquella forma y en aquellas circunstancias... pero Raon decidió que no era el mejor momento para preguntar.

Poco a poco, el Humano y el lobo fueron rodeando a los Rastreadores, hasta que se situaron en un punto que estaba a algunos metros de distancia del lugar por el que, si seguían en la misma dirección, terminaría pasando la comitiva. Rukj echó un rápido vistazo al camino sin ser visto, y rápidamente se giró hacia Raon, que le observaba maravillado.

-Imagínate que fueran presas -le recomendó el lobo, aunque en realidad Raon prácticamente no oyó sus palabras sino que las imaginó.

Aún así, asintió con energía y esperó.

Poco a poco, los Rastreadores fueron acercándose al lugar en el que permanecían escondidos Rukj y Raon, conversando alegremente mientras las quejas del lobo cautivo seguían escuchándose claramente. Parecía como si no les importara en absoluto el estado de su trofeo.

Rukj permanecía atento a los movimientos de sus nuevas presas, pero no pudo evitar fijarse en la expresión que Raon mantenía en aquel momento. Era como si... todo el dolor del preso le afectara a él también, de alguna manera, como si estuviera sufriendo por el lobo que los Humanos llevaban atado. <<Qué tontería>> se dijo a sí mismo <<. Lo que ocurre es que jamás ha visto algo parecido. Es demasiado sensible para ser un Humano>>. Pero el rostro del muchacho, congestionado por el nerviosismo y el dolor, parecía contradecir los pensamientos de Rukj.

En ese preciso momento, una exclamación de fastidio se alzó en el aire a apenas unos pasos de donde se escondían, y se escuchó un ruido sordo y amortiguado por la nieve, como si algo hubiera caído al suelo.

-¡Maldita sea! ¡Eh, Han! ¡Jefe! ¡Este ya no se mueve más!

Alguien recorrió el camino por encima de Rukj y Raon, que contuvieron la respiración. El Humano trató de ignorar el dolor que le provocaba el sufrimiento de aquella Bestia y trató de pensar en la caza... porque aquellos Rastreadores no eran otra cosa más que presas... tenía que creer que eran presas...

-Sigue vivo -comprendió el que parecía ser el cabecilla, golpeando suavemente con el pie al lobo -. Pero si no es capaz de arrastrarse no podremos llevarlo a Nueva Argenta.

-¿Entonces, qué?

Hubo un largo silencio.

-Lo matamos, lo descuartizamos y lo llevamos a la ciudad como trofeo -propuso el jefe, finalmente -. Al fin y al cabo, da igual que llegue vivo o muerto.

Raon sintió un violento escalofrío e, incapaz de aguantar más en el sitio sin hacer nada, tomó la daga con fuerza y salió de su escondite dispuesto a enfrentarse a todos aquellos Humanos tan insufribles. Rukj trató de detenerle con un gesto de su zarpa, pero el muchacho apenas le hizo caso y, antes de que se diera cuenta, se encontraba cara a cara con los Rastreadores.

Era extraño estar frente a alguien de su especie por primera vez en la vida. Mientras Raon observaba a los Humanos, tenía la curiosa sensación de estar mirándose en un estanque que le devolviera una imagen distorsionada de sí mismo. Una imagen que no le gustaba ni un pelo.

Los Rastreadores se quedaron observándole, boquiabiertos, durante unos instantes, hasta que uno de ellos, que estaba agachado junto a la Bestia moribunda que llevaban atadas, le dirigió una mirada de extrañeza y preguntó:

-¿Y este de dónde sale?

-Ha debido de seguirnos creyendo que podía robarnos nuestro trofeo -propuso otro, llevándose la mano al cinto, en donde relucía un amenazante puñal.

Raon comprendió que había cometido un terrible error en el mismo momento en el que se dio cuenta de que aquellos hombres iban armados. Echó una discreta mirada a su alrededor, tratando de encontrar a Rukj, pero el lobo continuaba escondido entre la nieve y no había forma de verle.

-Pues ha sido una mala idea, muchacho. No nos gusta que intenten robarnos nuestra mercancía; aunque tengo que reconocer que tienes agallas. ¿No crees, Han?

-Oh, callaros ya, estúpidos -les increpó el cabecilla, un hombre de mediana edad y pelo rubio casi albino, que observaba a Raon con una mezcla de odio y temor -. No ha venido a robarnos nada.

-¿Qué?

-¿No veis cómo va vestido? -les preguntó el jefe, refiriéndose a las ropas de pieles que cubrían a Raon -. Es uno de esos Humanos desertores que se unen a las Bestias.

Y, dicho esto, escupió al suelo y sacó su propia daga, con un brillo de ambición en los ojos.

-La gente disfrutará mucho más viéndole arder a él que a este lobo -murmuró el hombre, dirigiéndose al resto de los Rastreadores y haciendo una señal para que le rodearan.

-¡No! -exclamó Raon, algo nervioso, pero manteniendo la daga por delante de su cuerpo en todo momento -. Deberíais soltar al que lleváis preso o... o...

-¿O qué? ¿Nos vas a atacar si no lo hacemos? -preguntó el cabecilla de los Rastreadores, con una sonrisa desdeñosa -. ¿Vas a hacer algo?

El muchacho sostuvo la mirada divertida del hombre rubio durante un rato, hasta que finalmente asintió, en silencio. El hombre comenzó a reír a carcajadas, y pronto el resto de los Rastreadores le acompañaron.

-¿Habéis oído eso? ¡Nos atacará si no soltamos al lobo! -se burló tras unos instantes, todavía riendo entre dientes -. Sí, hay que reconocer que tienes agallas, muchacho. Pero no creo que eso sea lo que necesitas para salir de esta.

Y, dicho esto, el cabecilla de los Rastreadores comenzó a caminar hacia él junto al resto de los Humanos, mientras Raon se giraba hacia todos ellos, tratando de no perder la calma. Estaba completamente rodeado, no había ninguna salida y, lo peor de todo era que aunque intentara luchar, no tendría nada que hacer. Un muchacho no era un buen rival contra cinco hombres, por más buen cazador que fuera.

-¡Deteneos! -les ordenó, pero no surgió efecto -. ¡Yo...!

En ese momento, algo negro surgió de entre la nieve y se abalanzó sobre el jefe de los Rastreadores, que apenas tuvo tiempo de soltar un grito de terror antes de caer al suelo, apresado por aquel repentino visitante. Los Humanos se quedaron paralizados en el sitio, y Raon aprovechó su confusión para salir de aquel círculo y situarse detrás de la Bestia que acababa de surgir de entre la nieve, que no era otra que Rukj.

El lobo había caído sobre el cabecilla y le mantenía de cara a la nieve, con las garras peligrosamente cerca de su cuello. El hombre, de espaldas a la Bestia que le había atrapado como a una vulgar rata de nieve, temblaba de miedo bajo sus poderosas zarpas.

-¡Ha... haced algo! -pudo decir, pugnando por liberarse.

-Un paso -se apresuró a decir el lobo, en lo que pareció un gruñido sordo y ronco -, solo un paso... y el único trofeo descuartizado que os llevaréis será el de su cadáver.

Los Rastreadores retrocedieron y se miraron los unos a los otros, confusos, mientras su jefe trataba de liberarse en vano. Rukj era un buen cazador, y como tal, jamás dejaba escapar una presa una vez la había atrapado.

-¡Maldita sea! -gritó el hombre, desesperado -. ¡No os quedéis ahí parados!

-Ah... cierto -murmuró el lobo, dirigiendo una breve mirada a los hombres y después volviendo a fijar sus amenazantes pupilas en el cuerpo de su presa -. Sería mejor que comenzarais a correr en dirección al lugar del que hayáis venido... lo más lejos posible de aquí... si no queréis regresar a casa con el cuerpo de este hombre partido en dos piezas.

El cabecilla tragó saliva, e incluso Raon tuvo que reconocer que, cuando se lo proponía, Rukj podía resultar terrorífico.

-¡No! ¡No me dejéis solo!

-Tú cállate -gruñó Rukj, acercando sus fauces al cuello del Humano, lo que le hizo enmudecer. A continuación, se giró hacia el resto -. Quiero veros correr. Ya.

Los hombres tardaron unos instantes en seguir sus órdenes, pero finalmente, tras susurrarse algo los unos a los otros, hicieron lo que se les ordenaba y comenzaron a correr en dirección a la Frontera. Raon observó con cierto alivio como sus figuras se perdían en la lejanía, hasta quedar convertidas en puntos negros sobre la nieve.

Mientras tanto, el hombre que había sido el jefe de los Rastreadores había dejado de intentar liberarse, ya que no conseguía hacer nada con ello, y había comenzado a sollozar ligeramente. Aunque las lágrimas tampoco iban a ayudarle a escapar.

-Está bien, Han -murmuró Rukj, suavemente, en un tono de voz tan bajo que Raon tuvo que hacer esfuerzos para escucharlo -. Te diré lo que vamos a hacer. Yo voy a quitarme de encima de ti y tú vas a salir corriendo detrás de tus camaradas. No quiero que mires atrás. Si en algún momento te atreves a mirar atrás, te alcanzaré mientras corres y te mataré.

El hombre negó con la cabeza, visiblemente asustado ante aquella perspectiva.

-Y, por otra parte, nunca más volverás a capturar Bestias heridas para llevarlas a tu asquerosa ciudad -dijo Rukj, en un tono de voz más severo -. Porque, si lo haces... te encontraré, Han. Te encontraré y te mataré. Sabes que lo haré.

En aquel momento, Raon se dio cuenta de que el lobo al que los Rastreadores habían llevado tras de sí estaba tendido sobre la nieve, rodeado por algunas manchas rojas que le pusieron nervioso. El muchacho se arrodilló junto a él y lo observó, con precaución, tratando de no interferir en la operación que Rukj estaba llevando en aquel momento.

El lobo poseía unos rasgos similares a los de Rukj, pero era con toda seguridad muchísimo más joven que él. Así pues, al no ser adulto no era realmente un lobo, sino un lobezno. Su pelaje era de un color entre marrón y rojizo, que reflejaba la luz del sol dándole una apariencia cobriza que resultaba cálida en contraste con la nieve. Mientras le observaba, Raon pensó que aquel pobre preso tendría que tener una edad cercana a la suya: tal vez un par de años más, pero eso no era demasiado importante. Tratando de analizar las heridas del lobezno, Raon trató de moverle con una mano para ver mejor las heridas, pero en cuanto su mano se posó sobre el suave pelaje de la Bestia sucedió algo muy extraño.

Fuera lo que fuese, sucedió en su interior.

Fue como si, por unos instantes, algo cálido e íntimo llenara su alma, algo que le hacía sentir bien, pero que le inquietaba como cualquier otro sentimiento desconocido. Raon trató de huir de aquella extraña sensación que tanto le incomodaba, pero no lo consiguió hasta que no quitó la mano de encima del pelaje del lobo. Asombrado, volvió a colocar la mano en él y...

...volvió a suceder.

Era como si, por un instante, se tejiera una extraña conexión entre ambos, algo que les uniera y le permitiera comprender a la perfección a aquella Bestia, que le era completamente desconocida, y como si por unos instantes, él y aquel desconocido fueran uno solo... Raon retiró la mano de nuevo, con un respingo, y trató de aclarar sus ideas. Finalmente, incapaz de hacerlo, comenzó a cortar las cuerdas que rodeaban el cuerpo del lobo teniendo siempre un especial cuidado en no tocarle. Si lo hacía, aquella sensación tan agradable y tan incómoda volvía a aparecer y le hacía estremecerse. No sabía si de placer o de miedo.

-Está destrozado -murmuró Rukj, unos instantes después. El Humano al que había estado amenazando había salido corriendo unos segundos antes, y ya se encontraba lo suficientemente lejos como para no suponer una amenaza -. Tendremos que llevarle a la cabaña y tratar de curarle esas heridas.

-¿Tan grave es?

El lobo se agachó junto al preso y le dio la vuelta para comprobar sus heridas, sin el menor signo de sentir lo que Raon había percibido apenas unos segundos antes. El Humano le dirigió una mirada de curiosidad, pero no dijo nada. Al fin y al cabo, Rukj era un lobo y las cosas no siempre tenían que funcionar igual para un lobo que para un Humano...

-Sí, está muy malherido -comprobó Rukj, frunciendo el ceño -. Tendremos que llevarlo con nosotros. ¿Puedes cargar con él?

-No... -respondió Raon inmediatamente, sin pensarlo siquiera -. Yo...

-Ah, claro, es por la sangre -creyó comprender Rukj, con un suspiro -. No importa; podré con él yo solo.

A continuación, pasó uno de los brazos del otro lobo por encima de su hombro y, finalmente, se lo cargó a la espalda. Raon le observó, preguntándose si realmente podría llevarlo; a pesar de ser bastante más pequeño y menos corpulento que Rukj, aquel lobo tampoco era lo que se dice un peso ligero. Y, por otra parte, seguía siendo más grande que Raon.

Sin embargo, Rukj no daba muestras de cansancio ni de esfuerzo. Tan solo le dirigió una mirada a Raon y, tras unos segundos, dijo:

-Vamos.

Llegaron a la cabaña unos minutos más tarde, y dejaron al lobo que habían encontrado en la cama de Rukj, puesto que la de Raon era demasiado pequeña. Tras situarle boca arriba, ambos comenzaron a buscar en los armarios de la cabaña en busca de algo con lo que curarle las heridas.

-No me puedo creer que, con lo poco que tenemos en esta cabaña, no seamos capaces de encontrar una aguja y un hilo, y algo de alcohol -comentó Raon, mientras revolvía por los armarios en busca de lo que necesitaban.

-Yo tampoco -gruñó Rukj -. Tenemos que ser más ordenados en el futuro.

Finalmente, consiguieron encontrar lo que estaban buscando debajo de una manta de pieles que reservaban para el invierno, y Rukj se puso rápidamente manos a la obra. Raon no tenía el menor interés en ver como el lobo cosía las heridas de su nuevo huésped, por lo que decidió salir al exterior y tratar de pensar durante unos instantes en lo que había sucedido aquel día.

Una vez afuera, se apoyó contra una de las paredes de la cabaña y dejó que el viento jugara durante unos instantes con su pelo, antes de comenzar a cuestionarse a sí mismo si lo que había vivido aquel día había sido un sueño, una pesadilla... o peor aún; la realidad. ¿Qué había sucedido exactamente cuando había tocado al lobo capturado? Era una sensación tan rara y difícil de definir que Raon a duras penas podía recordarla. Solo sabía que, en el mismo momento en el que había puesto su mano sobre el pelaje cobrizo de aquel lobo, algo extraño había sucedido en su interior. Algo despierto que no debía de haberse despertado. O tal vez... algo que había recuperado, de pronto, la vitalidad que siempre debería haber tenido.

El joven sacudió la cabeza, tratando de deshacerse de aquellos pensamientos.

No era posible. Tenía que habérselo imaginado, tenía que haber sido el hambre, o quizás la falta de hambre. Tal vez incluso la falta de sueño, probablemente. Tras unos segundos en los que sus pensamientos permanecieron en silencio, Raon dejó escapar un gemido de angustia.

Pero, ¿qué estaba diciendo? Aquella noche había dormido sin ningún problema. ¿Y desde cuando un estómago lleno podía provocar sensaciones extrañas?

Había algo raro en aquel lobezno, algo que Rukj no podía percibir. Tal vez tuviera que preguntarle al respecto, por mucho que le molestara que le hiciera tantas preguntas. Si no lo hacía... aquella extraña sensación seguiría molestándole cada vez que tocara al lobo.

Decidido a hacerlo, Raon volvió a entrar en la cabaña y se encontró con que Rukj ya había terminado su trabajo, y que ahora estaba llenando un zurrón con carne y otras provisiones, como si estuviera a punto de irse de viaje.

-¿Adónde te marchas? -preguntó Raon, sorprendido.

-A Cellisca Nívea, la ciudad de los lobos -respondió Rukj, mientras cerraba el zurrón y se lo colgaba del hombro-. ¿Has visto esto? -le preguntó el lobo, tendiéndole un extraño medallón de plata que tenía la forma de un cristal de hielo, que dio algunas vueltas sobre su propio eje antes de detenerse. Atravesando el cristal de hielo había una media luna creciente, que completaba el diseño del medallón.

-No, no lo había visto -reconoció Raon.

-Colgaba del cuello del lobezno -le confirmó Rukj, dejándolo caer en la mano del Humano. El joven lo cogió con cuidado y trató de observarlo con más atención -. Es un medallón muy popular en Cellisca Nívea ya que es el símbolo de la ciudad. Si los Rastreadores encontraron a este lobezno herido por ahí, es probable que Cellisca Nívea haya sufrido algún ataque de los Humanos.

-¿Y vas a ir a comprobarlo? -preguntó Raon, ladeando la cabeza. Y, a continuación, algo más vino a su mente -. ¿Vas a dejarme solo con él?

-Sí, pero solo será durante un par de días -aseguró Rukj, con tono tranquilizador -. Necesito saber qué ha ocurrido en Cellisca Nívea... al fin y al cabo, yo nací allí.

Raon enmudeció. Jamás se le había ocurrido preguntarle a Rukj por su pasado, y estaba claro que existía. Sin duda, y por más que el creyera lo contrario, el lobo no había nacido en aquella misma cabaña.

-Está bien, entonces -sonrió el Humano -. Ten cuidado.

-Volveré antes de que te des cuenta, en dos días -le aseguró de nuevo el lobo -. Por cierto, ten cuidado cuando el lobezno despierte... es probable que lo haga de forma agresiva, y podría hacerte daño.

-Estaré preparado -le prometió el Humano -. Cuídate, Rukj.

El lobo asintió y, tras poner con suavidad una de sus grandes zarpas sobre el hombro de Raon, se encaminó hacia la puerta, pasando al lado del lobezno que dormía. Tras despedirse una última vez, salió al exterior y comenzó a caminar hacia Cellisca Nívea, mientras su mente trataba de entender qué habría podido suceder en la gran ciudad de los lobos para que aquel joven hubiera llegado hasta ellos a manos de los Rastreadores.

Si hubiera sabido por un solo momento los problemas que el encuentro entre Raon y aquel lobezno iba a desencadenar, se habría encargado personalmente de matarlo él mismo.