Crónicas de la Frontera: Prólogo

Story by Rukj on SoFurry

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#1 of Crónicas de la Frontera

Bueno, como ya lo había subido en inglés, me parecía un poco extraño quedarme sin subir también la versión en español, así que al final me he decidido a hacerlo. No creo que sea gran cosa como historia, y además no sé si hay por aquí mucha gente que entienda español, pero bueno... espero que aquel que lo lea lo disfrute. Intentaré subir el primer capítulo en cuanto pueda.


Llegaron en mitad de la noche, envueltos en la oscuridad, y nadie les vio venir.

El hombre que estaba vigilando desde lo alto de una atalaya en las afueras del pueblo pudo ser, seguramente, el que más cerca estuvo de descubrir lo que se escondía en la noche. Caminando de un lado a otro de su puesto de guardia, tuvo la ligera sensación de haber visto algo moverse a apenas un par de metros de allí, aunque en cuanto se acercó al borde para mirar y enfocó la vista, no distinguió nada. Algo confuso, sacudió la cabeza y supuso que, sin duda, aquel pequeñísimo fallo se debía al sueño.

Sin saberlo, había cometido un fallo aún mayor: asomarse al límite de la atalaya descuidando completamente su espalda. Y la Bestia que se acercó a él por detrás, sigilosa como un gato, supo aprovecharse de ese pequeño error para aproximarse sin ser oído y deslizar suavemente una daga sobre la garganta del hombre. Unos segundos después, el vigía yacía en el suelo, muerto.

Escondido tras una pequeña montaña de nieve que se había formado en las afueras del pueblo, Rukj observó con sus calculadores ojos los movimientos de aquel que había matado al Humano, hasta que le vio levantando una daga en el aire. La punta del afilado cuchillo señalaba el lugar exacto en el que permanecían escondidos.

-Es la señal -aclaró, con voz ronca.

Inmediatamente, todas las Bestias que esperaban tras él se pusieron en movimiento, y silenciosos como sombras, encendieron las antorchas que llevaban en las manos y se dirigieron al pueblo. A pesar de la ligera capa de nieve sobre la que caminaban, no había nevado en las últimas semanas, razón por la cual la madera estaba seca, casi pidiendo a gritos que alguien la incendiara.

El fuego no tardó en propagarse y los gritos comenzaron a inundar el aire; sin embargo, Rukj no reaccionó lo más mínimo y se dirigió, junto al resto del grupo, a la plaza de aquella pequeña aldea, apretando los dientes. Había un edificio en mitad del pueblo; un edificio en el que vivía una persona, una persona a la cual tenía verdaderas ganas de degollar él mismo. Una vez allí, y a una señal suya, alguien perteneciente al Clan del Toro agachó la cabeza y, tras soltar un gruñido de ira, cargó contra la puerta, que se hizo astillas al contacto.

Rukj, sin apenas asombrarse por el poder destructivo de su compañero, avanzó entre lo poco que quedaba de la puerta y comenzó a subir las escaleras del edificio. En el piso de arriba se escuchaba un movimiento casi continuo, desesperado y que rezumaba pánico; los chillidos de un conejo que sabe que ha caído en las garras de un depredador. Rukj se dirigió sin dudar a la habitación a la que su agudo oído de lobo le guiaba, y trató de abrir la puerta. Por lo visto, alguien la había atrancado desde dentro con una silla, pero Rukj no tuvo más que atravesar la madera con un fuerte golpe de su puño y desencajar la silla para, a continuación, abrir la puerta y pasar, con una mirada que destilaba odio y sed de venganza, a los aposentos del hombre al que debía matar.

El Vindicador de Argenta le vio venir y soltó un grito de terror, mientras se escondía detrás de su mujer, su amante o su prostituta (en aquel momento, Rukj lo encontraba indiferente), temblando de miedo. El lobo soltó un leve gruñido disgustado; incluso en aquella situación, el Vindicador que tantos problemas había traído a su gente demostraba ser un cobarde. Se acercó en unas cuantas rápidas zancadas al hombre y, como si fuera una mosca, apartó de un zarpazo a la mujer tras la que se escondía. El Vindicador observó, alarmado, como su escudo humano se le escapaba de entre las manos e iba a chocar contra la pared de la habitación, violentamente. El rostro de la mujer estaba ahora surcado por cuatro profundas líneas rojas, que sangraban copiosamente.

-Por... por favor... -suplicó el hombre, arrodillándose ante Rukj, temblando de terror -. No... no me mates...

Rukj le observó durante unos segundos, con desdén, hasta que el asco pudo más que su paciencia. Agarró al hombre por el cuello de su camisa y le hizo alzarse para mirarle directamente a los ojos, unos ojos relampagueantes y furiosos que no transmitían nada bueno. Los afilados colmillos del Lobo rechinaron mientras un sordo gruñido escapaba de su garganta, y el Humano trataba de liberarse del fuerte brazo de la Bestia y de las garras que se cerraban en torno a su cuello impidiéndole respirar.

-¿¡Que no te mate?! -rugió el lobo, acercando su prominente mandíbula al rostro del hombre, que se encogió sobre sí mismo -. ¿¡¡Que no te mate!!?

En aquel momento, el poderoso Vindicador de Argenta parecía más pequeño de lo que en realidad era. Mientras el hombre se deshacía en lágrimas, Rukj apretó sus garras en torno a su gaznate.

-¿Quieres que sea piadoso contigo? ¡Tú no tuviste piedad cuando exterminaste a mi gente! ¡A mis amigos! ¡A mi familia! -Con cada frase, la ira iba en aumento -. ¡Cuando los mandaste a tu asquerosa capital y los torturaste delante de todos! -. El hombre dijo unas palabras incomprensibles, pero Rukj no le prestó atención -. ¡¡Cierra la boca de una vez, maldito cobarde!! Eres tan patético como el resto, aunque te atrevas a llamarte Vindicador.

El Humano todavía trató de frenar su muerte una vez más, revolviéndose, pero el lobo era mucho más fuerte y no le dejó liberarse. Enfurecido por aquel último intento de huida, Rukj soltó un rugido de rabia mientras conducía sus garras a lo largo de la garganta del hombre, cercenando completamente su cabeza. El Humano, muerto ahora entre sus garras, ya no volvió a moverse más, y el lobo lo dejó caer al suelo con infinito desprecio. Se agachó a recoger la cabeza del hombre, todavía caliente, y la sujetó por los escasos pelos de su cabeza, colocándola justo delante de sus ojos.

-Tan patético y mortal como el resto -murmuró, aunque sabía que él ya no podía oírle.

A continuación, salió al balcón de la casa y se encontró con un paisaje que tardaría mucho tiempo en olvidar. Los tejados de Argenta parecían antorchas en mitad de la noche: el incendio se había propagado por toda la ciudad y, en aquel momento, todos los que no habían perecido debido al fuego estaban muriendo bajo las garras, colmillos y armas de las Bestias. Rukj sonrió, sintiéndose por primera vez terriblemente satisfecho de sí mismo.

Alzando la cabeza de su enemigo en el aire, dejó escapar un alto aullido de victoria, que resonó en medio de aquel caos más como un lamento que como una celebración. Muchas de las Bestias pararon lo que estaban haciendo y corearon su aullido con rugidos y ladridos; toros, linces y liebres le acompañaron en aquel largo grito. Un inmenso orgullo llenó su corazón; las fuerzas de combate de las Bestias estaban formadas, en su mayor parte, por jóvenes como él que lo único que buscaban era una forma de vengarse de los Humanos por todo lo que les habían quitado. Y, sin embargo, había que reconocer que la facilidad con la que habían vencido era impresionante.

Después, Rukj volvió a entrar en la casa y dirigió una rápida mirada hacia la pared en la que se había quedado la mujer, amante o prostituta del Vindicador. Para su sorpresa, allí no había nadie.

Soltando una maldición, el lobo siguió el reguero de sangre que la mujer había ido dejando a su paso, y que salía de la habitación para llegar hasta otra que se encontraba contigua. Una vez entró allí, se encontró con una escena que tampoco olvidaría jamás.

La mujer se había aproximado al fondo de la habitación, en donde había una cuna, y sostenía entre sus brazos a un bebé que apenas tendría un par de lunas de vida. Parecía estar susurrándole algo, con un tono que mezclaba la ternura con el miedo. En cuanto la mujer vio que el lobo la observaba desde la entrada de la habitación, se giró hacia él bruscamente y, lejos de asustarse, se acercó a él con pasos lentos y débiles. El bebé lloraba suavemente.

Si Rukj ya se sentía algo sorprendido, aquello le hizo quedarse perplejo. ¿Qué Humano, en su sano juicio, se acercaría a una Bestia, y mucho menos sabiendo que acababa de matar a su marido, amante o cliente?

-Por favor... -musitó la mujer, escupiendo sangre. Las heridas de su rostro eran profundas y le impedían hablar bien, y Rukj casi se sintió culpable por haberlas provocado él mismo -. Llé... lléva... llevátelo, por... favor...

El lobo se preguntó si había oído bien. ¿Aquella mujer era capaz de confiar en una Bestia lo suficiente como para pedirle que se llevara a su hijo con él? ¿Confiar su hijo a un enemigo? Aquello parecía imposible. Sin embargo, pronto la sorpresa fue sustituida por la indignación.

-No, Humana -respondió Rukj, con seriedad-. Este bebé morirá contigo, aquí y ahora.

-Llévatelo... -repitió la mujer, con insistencia -. Aron...

Las orejas de Rukj se alzaron rápidamente.

-¿Aron? ¿Qué tiene que ver este bebé con el Vindicador Aron? -preguntó el lobo, agarrando a la mujer con suavidad de los hombros. El bebé hizo su llanto más sonoro.

-Es... el sép... sép...timo descendiente... de A...ron -respondió la mujer, cada vez con mayores dificultades para hablar.

Rukj notó entonces como las fuerzas abandonaban a la mujer poco a poco, hasta que esta apenas pudo mantenerse en pie y trastabilló antes de perder el equilibrio. Por suerte, el lobo reaccionó rápido y recogió a la mujer con un brazo, antes de que esta cayera el suelo.

-Cuida... de él... -le pidió entonces, todavía con el bebé en los brazos.

Y la luz de sus ojos se apagó.

Rukj todavía continuó ahí unos segundos más, contemplando el rostro de la mujer muerta y escuchando el llanto del bebé, que se hacía más y más histérico por momentos. Finalmente, dejó descansar a la mujer en el suelo, con el bebé todavía sobre su pecho, y aguardó unos instantes, sin saber qué hacer.

<<Es un Humano>> pensaba la parte más radical de su mente <<. Merece morir, igual que el resto... Vamos, Rukj, un mordisco sería suficiente para terminar con el crío>>.

Sin embargo, la otra parte de él, que era algo más compasiva y curiosa, se preguntaba si realmente aquel sería, como la mujer había dicho, el séptimo descendiente de...

-... Aron -murmuró, con un tono de respeto reverencial en su voz.

Según tenía entendido, el que era llamado por todos como "Único Vindicador" había muerto hacía ya muchos, muchos años, en los tiempos en los que la guerra entre Bestias y Humanos todavía no se había hecho oficial. La época en la que había vivido había sido el primer y último período de paz que había existido entre las dos razas, condenadas a odiarse y matarse eternamente. ¿Significaba aquello que aquel joven humano era la salvación de ambas razas? ¿El final de las guerras? ¿El nuevo Vindicador?

<<No te hagas ilusiones, Rukj>> se dijo el lobo a sí mismo <<. Solo es un cachorro de Humano. No puede cambiar nada.>>

Pero, sin embargo, allí estaba. Y, sin duda, tenía que ser importante por alguna razón, pues el destino lo había puesto bajo sus garras y él todavía no lo había matado. ¿Qué debía hacer?

Rukj dirigió una rápida mirada a la ventana de la habitación: el humo se alzaba en el cielo junto al brillo rojizo del fuego, que engullía todo a su paso. Nada volvería a edificarse en aquel lugar hasta muchos años después, y las vidas de los que habían escapado a aquella catástrofe jamás volverían a ser iguales. Rukj recordó la muerte de todos sus seres queridos, la masacre en su propio poblado, y sintió una punzada en el corazón.

Pero aquel niño... aquel niño podía terminar con eso. Aquel niño era un futuro nuevo y brillante, que podía significar el final de las luchas entre ambas razas. Rukj dirigió una mirada al bebé entre sus garras, que seguía llorando.

La decisión más importante que hasta entonces hubiera visto el Mundo estaba en sus garras. Dependía de él.

Y, finalmente, supo lo que debía hacer.