El cuento de Mamá Nutria (Crimen, Misterio, Policíaco)

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Mi meta era escribirlo en un día y lo logré.


El cuento de Mamá Nutria, un caso de Eugenio Guerras y Katia Argerich

--¡Treinta y dos!

Katia me gritó los últimos dos dígitos desde el sofá de la sala de estar, que marqué entonces.

--¡Estoy llamando!

Lo grité con una sonrisa en los labios. Esperé, tranquilamente recostado en mi asiento, con el teléfono pitando en mi oído, a que Katia entrara a confrontarme.

La puerta de mi despacho se abrió de golpe. Entró con pasos pesados.

--¿No te atreverás a llamar ahora, no?

La fiereza que adquiere su figura leporina cuando se molesta, aunque me divierto invocándola, puede ser bastante peligrosa.

--Cuelga, Eugenio. ¿Qué es tan gracioso?

--Me encanta hacerte sufrir.

--Sufro bastante sola, gracias. No necesito a un dentista. Prefiero perder un diente en un mano a mano contra un asesino que con un...

--No lo prefieres, Katia. Prefieres el chequeo.

--¡Tengo planes! ¡Necesito moverme cuando tú no lo haces! No es el momento para esto. ¿O crees que el asunto de la musaraña (¿cómo se llamaba?) Ballini se resolverá solito, contigo aquí sentado y conmigo en una consul...?

--¡Buenos días! ¿Podría agen...?

--¡Cuelga!

--Ven conmigo al parque Quirón.

--¿Qué?

--Ven conmigo al parque Quirón y cuelgo.

--¡Pero si fui yo la que te pidió ir en primer lugar!

--Oh. Ya veo. Lo lamento, señorita, tendrá que quedar para otra ocasión. Gracias. Sí, sé que tú me lo pediste, pero no tenías realmente intención de ir. Yo creo que hoy nos vamos a divertir bastante.

--Pero quiero comer algo.

--Iremos a un café.

Ella, rendida, suspiró.

--Todo esto fue completamente innecesario.

Se alejó rascándose la cabeza.

--A ti te voy a sacar los dientes un día de estos--y mientras cerraba la puerta detrás de ella murmuró algo que no llegué a entender.

Ella es realmente encantadora, no lo digo en broma.

»--¿No son esos?-- le pregunté, esperando que esta vez sí fueran los correctos porque estaba harto de esperar.

Pasa que yo llegué después que él, y nunca los había visto, él sí.

--Presta atención, Carlo. No los pierdas de vista. Yo voy a avisarles. Si ya no están aquí cuando vuelva, búscame.

Lucas levantó la bici del piso y me miró muy serio:

--Y no vayas a meter la pata, o ya sabes.

Entonces lo vi pedalear calle abajo y me quedé observando al elefante y a los otros dos, disimulando con el trompo. »

Llegamos a la hora convenida. Estévez apareció en el área sur del parque, y de lejos nos saludó. Llegó trotando torpemente, a los trompicones, empujando accidentalmente a más de uno, la tierra temblando ligeramente a cada paso. Llegó a nuestro lado y jadeando me extendió su enorme mano.

--¡Eugenio! Mi buen amigo dientón.

--Mira quién habla, Estévez.

Su mano sacudía mi brazo entero. No pude evitar subir la mirada lentamente, apavorándome del tamaño descomunal que puede llegar a tener un elefante de cerca.

Estévez y Katia intercambiaron saludos, y él apuntó con su enorme índice a unos bancos.

--Allí parece un buen sitio.

Nos sentamos. Los pájaros cantaban. Vi a dos cachorros de comadreja jugar, uno con un trompo, y el otro andando en bicicleta. Una pareja de enamorados caminaban de la mano.

--Sabes, ni siquiera una tarde tan hermosa como esta consigue calmarme. Estoy aquí porque mi situación, y la de todo el barrio, es terrible.

Se frotaba las manos nervioso.

--Todo empezó hace un par de meses. Tocaron a mi puerta hampones, ofreciendo la protección que la mafia ofrece. O aceptas, o...

--Lo sé.

--Tengo la certeza de que me han estado vigilando, me han estado siguiendo. Me he endeudado. Estoy desesperado y no sé qué hacer. ¡Te digo que no sé qué hacer!

--Es la banda de Néstor, ¿verdad?

--¿Ya lo sabías?

--Estamos detrás de esos tipos hace tiempo--explicó Katia-- Aún no tenemos nada sólido, no hay pruebas físicas y por el miedo nadie coopera.

--Entiendo--la voz de Estévez estaba agitada.

Pasó a toda velocidad un auto de policía, calle abajo, motor rugiendo y sirena ululando.

--¡Dios mío! ¿Qué habrá pasado?

Parecía que nuestro amigo tenía los nervios destrozados.

Intenté confortarlo mientras caminamos por calle Brasil. El sol empezaba a caer. Estévez de pronto se detuvo frente a un hotel ruinoso.

--Aquí vive Mamá Nutria. Lee la fortuna. Un amigo me recomendó este lugar. Este es el mejor horario para ir y de verdad necesito saber qué será de mí. ¿Gustarían acompañarme?

--Cómo no, Estévez. Usted primero. Yo haré una llamada en ese teléfono que está en la acera del frente y enseguida subiré también.

Estévez subió las largas escaleras. Increíble que pudiera pasar por el marco de la puerta.

Luego de llamar volví a la entrada, y antes de subir Katia me confesó que no estaba segura de que fuera buena idea, y me preguntó si de verdad valía la pena.

--Si sobrevivimos a esta, te dejo elegir el café.

--"Si sobrevivimos", repitió Katia, melancólica, y subió las escaleras.

» Entonces lo ví pedalear calle abajo y me quedé observando al elefante, disimulando con el trompo.

Hablaron un rato y luego empezaron a caminar por calle Brasil. Los seguí de lejos y me asusté cuando vi que entraron al hotel donde trabaja mi madre. ¡Ella no lo sabía! Corrí lo más rápido que pude para entrar por atrás. La puerta trasera estaba trancada, y...

¡Bam!»

Una voz curvilínea fluctuó en el aire:

--Pasen.

El consultorio de Mamá Nutria estaba decorado con mantos y cortinas púrpuras y la iluminación sugerente le daba al local el típico aire de misterio que por lo general tienen.

Encontramos a una mujer, una nutria, claro está, en sus cuarentas, sentada tras una mesa redonda, en el centro de la sala. Llevaba vestido blanco que le llegaba a los talones, toda suerte de collares y anillos, turbante y grandes pendientes dorados. Poseía una mirada seductora, y cada vez que hablaba doblaba su largo cuerpo en una serpentinata que la hacía ver especialmente atractiva, adoptando poses como de pintura renacentista.

--Buenas noches, Mamá.

Ella levantó una pata y sonrió. La luz se reflejó en sus anillos, momentáneamente dándole un brillo dorado a su rostro.

--Sean bienvenidos.

Estévez aclaró que él era el único que necesitaba saber qué sucedería en un futuro próximo, y estoy casi seguro que Katia pensó para sus adentros que eso no era así. Ella estaba a punto de leerle las líneas de la pata cuando se escuchó un ruido sordo y un clac. Se volvió rápidamente hacia la puerta detrás de ella, su cuerpo más torcido que nunca.

--¿Qué fue eso?

Apenas terminar de decirlo se escuchó como si algo cayera.

--Discúlpenme, por favor, tengo que ir a ver.

Mamá Nutria se deslizó por la puerta.

--¡Pero...!

La puerta se cerró.

Fue todo lo que escuchamos desde la sala. Creí escuchar algún otro sonido casi inaudible. Estévez, sobresaltado, vacilaba en preguntar si todo iba bien o si simplemente esperar.

--Está demorando--empezó Katia.

--Qué raro--seguí yo-- Han pasado cosas extrañas, como alguien queriendo echar una puerta abajo cuando entramos, un auto de policía a la carrera, una pequeña comadreja con un trompo que no paraba de mirarnos en el parque... y ahora esto. ¿Tú notaste a la comadreja?--pregunté a Estévez.

--No... estaba muy nervioso.

Oímos un ruido sordo y un clac por segunda vez. Mamá Nutria volvió a la sala y cerró la puerta tras de sí.

--¿Qué les parece? Tengo que arreglar esa ventana. Está floja.

--¿Segura?

--¿Disculpe?

--¿Segura que está todo bien?

La pregunta la tomó desprevenida.

--Pues claro. Por favor, retomemos por dónde lo dejamos.

--Usted perdone, Mamá, creo que así se llama, pero, ¿me podría decir si han pasado por aquí unos señores, digamos...?

--Unas basuras que trabajan para un tal Néstor, exigiendo dinero por protección--espetó Katia. El elefante levantó las orejas y miró a Katia con asombro.

--Sí, eso mismo--confirmé, con una sonrisa que claramente pedía disculpas.

Por primera vez desde que entráramos, la sonrisa que Mamá Nutria llevara estampada empezaba a borrarse de su rostro.

--Pues no sé quién sea ese--mintió.

--Él también es una víctima--miré a Estévez.

--Eugenio, amigo mío, esto no es adecuado. Esto no es...

--No, Katia tiene razón.

Me levanté, sin saber muy bien qué resultaría de lo que diría a continuación. Tenía que averiguarlo.

--Señora mía. Soy detective, y ella es mi compañera. Desde hace meses hemos trabajado día y noche para llevar a Néstor y a todos sus secuaces a podrirse en una sucia celda. Quiero que lo pasen mal, quiero que paguen por lo que le han hecho a esta comunidad. A gente como usted, que ha sufrido criando sola a un hijo.

--¿Cómo sabe usted eso?

--No pude evitar notar las fotos que tiene usted con esa comadreja en su pared, Mamá. Allí hay una en la que lo amamanta, allá otra en la que lo tiene en brazos, y otra en la que ambos sostienen aquel trofeo de allí. En ninguna hay figura paterna aparte de usted. La probabilidad de que fuera una madre soltera eran altas.

--Aparte con su pregunta lo acaba de confirmar--se rió Katia.

--Se llama Carlo. Pero oigan, ¿a qué quieren llegar?

--¡Colabore conmigo para cortarle la cabeza a ese criminal!

Mamá Nutria se lamentó. Clavó sus ojos en mí.

--¿Qué se supone que haga? Si hiciera algo así vendrían por nosotros a la primera oportunidad. ¡Podrían estarnos vigilando ahora mismo!

--Si no hace nada seguirán viniendo de todos modos. Piense en su hijo. Escuche.

Me acerqué a su oído y susurré:

--Escuche con cuidado y haga lo que le diga. Hablo muy en serio. No se escandalice. Ese mastodonte de ahí es el mismo Néstor, y acaba de caer en mi red. En unos instantes todo habrá acabado. ¿Ha trancado la ventana de atrás?

--Eugenio, le ruego que se detenga. No hemos venido a esto.

--¿Quiere apostar?--respondió Katia, desafiante y sin siquiera mirar a Néstor.

Se escuchó el ulular de las sirenas de policía. Ya estaban aquí.

--¿Qué?

--¡Tú por el frente! ¡Ya!--grité.

Agarré a Mamá Nutria y eché a correr hacia la puerta, y de ahí a la ventana. A la vez, Katia saltó de su asiento y escapó por la puerta de enfrente. Néstor dio unos manotazos furiosos, y el terremoto que causó con los pies al correr casi me hace perder el equilibrio y caer, pero al escapar en direcciones opuestas lo confundimos.

Por suerte, sólo había que abrir la ventana y bajar por la escalera de incendios, mientras Katia bajaría las escaleras del hotel. Me sentí como caballero de capa y espada salvando a la damisela en apuros cuando tomé a Mamá Nutria en mis brazos y salté.

Escuché gritos y disparos y mi corazón paró. Pensé lo peor. ¡Katia estaba en la calle con los hombres de Néstor!

Por suerte nadie salió herido, excepto un oficial por un manotazo del elefante que lo dejó sin sentido y dos de los bandidos, uno en una pierna y el otro en el pecho. Cuando cayó el jefe, el resto correteó un rato, pero ya había llegado el fin. Se rindieron uno a uno.

Vimos a médicos y agentes de policía llevarse a cinco animales que estarán un largo tiempo tras las rejas.

Katia estaba sentada en el cordón de la vereda, despeinada y desarreglada.

--¡Tus malditos planes suicidas! ¡Pudo terminar muy mal! ¿Y si la policía hubiera llegado un minuto más tarde? ¿Ves este agujero de aquí? A centímetros de mi cabecita, centímetros.

Repetía "centímetros" muy lento.

--Admito que hace unas horas querías romperme los dientes y ahora tienes un buen motivo. Era la única oportunidad. Me sorprendió que Estévez no sospechara de la llamada que hice antes de entrar al hotel.

--Sí lo hizo. Me preguntó por ello y te cubrí inventando una historia de que olvidaste decirle a la secretaria que cancelara tu cita nocturna con el dentista.

--Vaya. Eso es... ingenioso.

En la acera de enfrente, entre los curiosos, estaba la comadreja que viera en el parque, en bici.

--¡Eugenio, mira!

Katia apuntó hacia el niño y este, cuando lo notó, escapó.

»La puerta trasera estaba trancada y...

¡Bam!

--La pateaste, lo oímos.

--Sí. No abrió. Subí por la escalera de incendios, entré por la ventana y tropecé, y Mamá me preguntó por qué había entrado por ahí. Le dije que no hiciera ruido porque los hombres de Néstor me habían obligado a vigilar a esa gente de la sala. Entonces le pedi a Mamá que los retuviera ahí todo el tiempo que pudiera, porque yo tenía que volver al parque a buscar a Lucas y avisarle. Necesitaba decirle dónde estarían.

Katia alzó la voz.

--Entonces volviste al parque Quirón, avisaste a tu amigo de la bicicleta, quien avisó al resto de los secuaces de Néstor para que vinieran al consultorio de Mamá Nutria a llenarnos de agujeritos. ¡Gracias a Dios que no estemos todos muertos!

El pequeño Carlo agachó la cabeza.

--¿Voy a ir preso también?

--No si te comportas.

Katia le sacudió el pelo de la cabeza y sonrió.

Mamá Nutria, a la que yo había invitado a almorzar con nosotros, agradeció por la comida, por su hijo y por todo lo que hicimos, incluso en nombre del barrio, y lloró más tiempo del que hubiera preferido.

Rato después de que se hubieran ido notamos que Carlo olvidó su trompo.

--Bah, ya se lo devolveremos. Pero algo que no entiendo es cómo Néstor no metió a sus gorilas en el hotel en primer lugar, para emboscarnos.

--Estoy seguro que era el plan original, pero, mal por ellos, la policía allanó el escondite de la banda momentos después de que concertáramos la cita en el parque Quirón. Él estaba en otro lugar, pero toda la banda estaba en el escondite, destruyendo pruebas.

--Sí, el auto de policía que pasó... ahora tiene sentido.

--Néstor decidió seguir con el plan de todas formas: sus comodines eran los niños, los mensajeros.

--Pero aún así, ¿por qué el hotel? ¿Por qué no en cualquier otro lugar? ¿Por qué Mamá Nutria?

--Quizá quería mandar un mensaje.

--Se probó que ellos también son responsables de lo de Ballini, ¿no?

--Tengo la piedra en el bolsillo.

--Ja. Me alegro que Mamá Nutria no haya rescatado, alimentado y criado a un niño de la calle sólo para que se convirtiera en parte de la banda de Néstor.

Katia estaba girando el trompo de Carlo sobre el despacho.

--La banda de Néstor sólo tenía cinco integrantes, él incluido, y todos fueron arrestados esa noche. Aunque es una pena que Lucas escapara. Podría saber algo--balbuceó bajito.

Sí, Katia, pero recuerda que, a diferencia de nuestro suertudo amigo Carlo, a quien este rito de iniciación fallido quizá lo haya liberado para siempre de un futuro como criminal, Lucas está solo, y no tiene a quién recurrir...

--Bueno, no pude llevarte ese día... ¿vamos hoy al café como te dije que haría?

Katia golpeó la mesa, con una animosidad que me tomó totalmente desprevenido.

--¡Bah, café! ¿Qué te parece ir a visitar a la señora Ballini, la musaraña, y contarle, entre otras novedades, el cuento de Mamá Nutria?