El desayuno está servido

Story by kingpanther on SoFurry

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#14 of Tigre de compañía


Capítulo 14. El desayuno está servido

Fic parte de las series Tigre de Compañía. Este fic contiene lenguaje adulto y situaciones homosexuales entre personajes masculinos con carácter homosexual. Si no te gusta este tipo de relatos o si es ilegal en tu país que leas pornografía no sigas leyendo. Si por un casual te gustó dejame un comentario o un cum con tus impresiones. Muchas gracias por continuar leyendo.

Era medianoche, y en el apartamento no se escuchaba ni un ruido, salvo las tripas de Francis rugiendo. Al cetáceo siempre le entraba mucha hambre después del sexo, y esta vez no fue una excepción. Deambulaba por la casa con un bañador amarillo tapando sus vergüenzas y restos de pasión líquida, fruto de los orgasmos de su afeminado novio aún húmedos sobre sus cuidados abdominales.

Se rascó impunemente la entrepierna. No había señales de Ronie y el zorro estaba completamente dormido, por lo que estaba a solas en la cocina. Últimamente Lan siempre se quedaba grogui después de venirse. Francis recordaba con nostalgia como al principio de salir juntos se quedaban charlando hasta largas horas de la noche después de hacer el amor, pero esas pequeñas muestras de romanticismo se estaban perdiendo.

El voluminoso chico orca se bebió medio litro de leche posando sus labios directamente del cartón. A pesar de compartir piso con otras tres personas, ignoraba cualquier norma de convivencia, a el no le daba asco si los demás lo hacían.

Sus ojos no estaban diseñados para ver en la oscuridad sino para nadar en el agua, por lo que solo gracias a la luz de la nevera se percató de un extraño maletín en la esquina del recibidor. Lo que Francis no recordaba era que fue su propio novio el que subió las pertenencias que encontraron en el coche del caballo. La orca estaba fijándose más en el desaparecido y deseado culito de Leo, que atento a esos pequeños detalles.

A Francis le entró pánico. En cada uno de sus pensamientos, distorsionados por la severa actitud constante de su novio zorro, analizaba las citas que había invitado al apartamento para tener sexo sin consentimiento de su pareja. El zorro y la orca tenían una relación abierta en la que podían acostarse con quien quisieran, siempre que uno no se percatase de los deslices del otro. Los dos sabían que se acostaban con otros machos, pero así se ahorraban discusiones por celos.

El masajista tomó las llaves del coche, se las guardó en uno de los bolsillos del bañador y recogió el maletín entre sus abultados bíceps. Bajó apresuradamente al auto, mirando de un lado a otro completamente nervioso, y se deshizo del peligroso objeto, escondiéndolo en el reducido maletero de su coche tres puertas.

Mucho más contento por su crimen perfecto, volvió al apartamento repitiendo en voz baja lo orgulloso que estaba de su propia astucia, pensando en como lo abriría a la mañana siguiente en el trabajo para devolvérselo a su ligue de una noche.

Leo se despertó antes que el caballo que seguía plácidamente dormido con su brazo por encima del torso del tigre. Tenía muchas ganas de usar el inodoro y movió su cuerpo lentamente mientras se deshacía del tierno abrazo. Los pelos de su hocico, entrepierna, trasero y espalda le daban tirones. El semen reseco de la noche anterior los enredaban en una maraña pastosa, y cada lento movimiento era un suplicio para el minino.

Estuvo más de una hora hasta que consiguió quitarse todos los restos del semen de su interior y del bonito pelaje naranja característico de los de su especie. Recordaba como había sido pasar la primera noche con Marcus mientras se limpiaba. Desde cierta perspectiva, estaba orgulloso de que su novio fuera tan fogoso a pesar de los inconvenientes. Pero ahora se encontraba muy incómodo y con su trasero dolorido.

Daba pasos lentos y con las piernas exageradamente separadas en el interior del baño de un lugar a otro. Influenciado aún por la pérdida de los bigotes y la brutal sesión de sexo que hacía mella en cada músculo de sus piernas. El tigre miraba atentamente cada uno de los disparos en el espejo, tomando cada vez más y más productos diseñados para el cuidado del pelaje del armario del baño, justo antes de entrar en la ducha.

Un ruido metálico en el exterior le puso sobre aviso de que su novio circulaba por la casa despierto. Cuando finalmente salió completamente húmedo de la regadera y tapado tan sólo por una toalla limpia, se encontró con una grata sorpresa. El caballo le había preparado el desayuno. Tenía café, tortitas recubiertas de caramelo, y una naranja pelada sobre una bandeja. Todo completamente ordenado hasta el más mínimo detalle y una nota que la que se podía leer "te quiero".

-Buenos días mi amor-. Saludó el caballo mientras arropaba al felino entre sus brazos y le daba un gran beso justo en la boca.

Leo aceptó el hocico del semental, mientras se dispersaban todas sus dudas. Tenía a un chico tierno, fuerte, grande y sexy en casa, que le preparaba el desayuno y le daba su ración de pasión por la noche. Incluso ahora notaba la verga dura del semental crecer en su vientre con tan sólo un beso, ¿qué más se puede pedir?

Comieron juntos y hablaron sobre lo que iban a hacer en el día. El tigre le sugirió con el lenguaje de señas, que ahora que vivían juntos tenían que buscar trabajo, ya que con el subsidio apenas le llegaba para ambos. A Marcus se le enrojecieron las mejillas tanto, que el color rosado se podía ver a través del pelaje. ¿Le acababa de pedir Leo que se mudase a su casa? Dio un salto hacia el tigre y lo estrujó mientras sonreía.

El caballo empujaba su hocico levemente contra el cuello del indefenso Leo, erizando cada vello de la sensible zona. El ronroneo del tigre era tan intenso que incluso Marcus notó las vibraciones en su ancha nariz. Con ternura unieron sus labios en una profunda muestra de cariño que parecía que no iba a acabar nunca.

Los dedos expertos del semental bajaban lentamente por las sinuosas curvas de la forma del tigre. Encontraron su lugar en la base de la cola de Leo, empujando la toalla que cayó al suelo. Al gatito se le dibujó una mueca de satisfacción en el rostro al notar como Marcus jugueteaba con su entrada, dando un gran suspiro. Le abría con pequeños movimientos circulares y le exploraba ligeramente con la yema de su grueso dedo índice. Leo permaneció inmóvil disfrutando, hasta que hizo un acopio sobrehumano de fuerza de voluntad para librarse de los constantes mimos.

-Deberíamos irnos, indicó al caballo apartándose con suavidad de él, que a pesar de no escuchar las palabras entendió que no era el momento.

Leo se vistió, acarició la crin del caballo para llamar su atención y le propinó un último beso antes de marcharse de la vivienda. A Marcus le habían aconsejado inscribirse en una asociación para gente que tenía su mismo tipo de problema en el hospital. No sabía donde estaba la sede, así que se quedó buscando por Internet la información necesaria para encontrarla.

El ascensor abrió sus puertas automáticas cuando llegó a la planta, advirtiendo de su llegada al expectante felino con un pitido muy familiar.

-Buenos días- Saludó el tigre con educación a la señora Doren, una ardilla rechoncha por la edad y casi tan vieja como el edificio. Vestía una prenda larga estampada con flores y en su mano derecha se apoyaba con la ayuda de un bastón. La anciana elevó la vista con un gesto de reproche mientras el tigre pulsaba el botón para bajar al nivel del suelo, y contestó:

-Nada de buenos días jovencito, anoche se te escuchaba en toda la comunidad. Tu y tu novia haciéndolo como conejos, y seguro que no estáis casados. La señora hizo una pausa y Leo dio un gran suspiro intentando permanecer estoicamente calmado.

-Todo esto es culpa de esos gays nuevos que se han mudado al bloque. Ellos han traído la perversión al edificio. ¿Qué diría tu difunto padre si estuviera vivo?- El tigre arqueó una de sus cejas ante esa última frase. La señora Doren era una persona mayor, y aunque suene a tópico comenzaba a desvariar.

-Señora Doren, mi padre no está muerto. Respondió Leo intentando calmar los sinsentidos de la anciana ardilla, que golpeaba con su bastón el piso repetidamente con una fuerza sorprendente para una mujer de su edad, a cada paso que daba para salir del ascensor.

-Tu padre murió el día que dejó a tu madre para tirarse a una fulana. Fueron las últimas palabras que Leo escuchó de los labios de la ardilla cascarrabias. Apresuró la marcha todo lo que le permitía su aún dolorido trasero para evitar seguir aguantando esos comentarios, preguntándose a si mismo cuanta parte de verdad tendrían las afirmaciones de la ardilla.

Esa misma mañana Ronie amaneció en una cama ajena. Le habían golpeado durante la pelea con esos dos matones del parque y su nariz le dolía por la sangre aún reseca de su interior. A pesar de que el cánido negro era más fuerte que ellos, sabían como pegar. Miró a un lado y contempló el torso desnudo del tercer fur durmiendo plácidamente en otra cama del dormitorio.

Era un chico joven, a juzgar por el lobo negro cinco años menor que él. Su pelaje de color rosa estaba brillante y cuidado, arropando su figura delgada con una textura aterciopelada. Algunas manchas blancas adornaban su cuerpo, especialmente en el abdomen, y alrededor del ojo izquierdo, dándole un aspecto muy juvenil y juguetón. Tenía orejas puntiagudas y desde lejos parecía una gata con pocos pechos, pero Ronie se había acostado con tantos furries, que supo al momento que este chico era un mestizo de pantera.

El compañero del lobo había salido malparado de la refriega, antes de que Ronie pudiera intervenir y ahuyentar a sus agresores. Por desgracia, no tuvo más remedio que cargar con el chico a cuestas hasta su casa mientras éste sollozaba. En el camino le confesó que aquellos matones eran estudiantes de su misma escuela. Aquella escena era bastante común en la vida del mestizo por culpa de su hermanastro. Todas las semanas se repetían los mismos acontecimientos, sus propios compañeros de clase le seguían y le golpeaban por su pelaje rosa, acusándole de que era un "marica" igual que su hermano mayor.

Ronie no sabía muy bien como se había dejado convencer para dormir en el mismo dormitorio que el pequeño pantera. Por suerte para el lobo, los padres del chico no interrumpieron en ningún momento en el cuarto para echar un vistazo. Esperó pacientemente hasta que dejó de escuchar ruidos. Los habitantes de la casa se marchaban para cumplir con sus rutinas de trabajo. El ágil cánido saltó de la cama como una sombra y se vistió con mucho sigilo. Justo cuando estaba a punto de girar el picaporte para marcharse, una tierna voz le sorprendió:

-¿Ya te vas? El fur de color fresa y nata se restregaba la cara con el reverso de su propio puño para desperezarse, captando la atención de los ojos violeta de Ronie que lo miraba por encima del hombro.

-Tengo cosas que hacer y yo soy un marica como tu hermano. Respondió con un tono tan serio que incluso un animal se habría retirado de la presencia del lobo. Dejando completamente desconcertado al muchacho se dirigió a la entrada, cuando el sonido de unas llaves le indicó que alguien estaba a punto de entrar en el domicilio. Ronie no movió ni un músculo.

La puerta de seguridad del apartamento se abría lentamente empujada por un fur de pelaje muy parecido al del lobo. El chico pantera volvía a casa después de haberse acostado con un hombre. El ligero olor a sexo que captaba la sensible nariz del sabueso le delataba.

-¿Quién diablos er..? ¿Ronie? La respuesta por parte del lobo fue inmediata. Le propinó un golpe tan fuerte en mitad del hocico, que el pantera cayó al piso como el plomo. Ronie recordaba aquel chico. Se habían acostado en algunas ocasiones y era bastante frecuente verlo en clubes gays por las noches buscando sexo, que a juzgar por su impresionante aspecto, nunca le faltaba.

-Ese golpe es el que no te llevaste ayer por hacer lo que debías. Terminó por añadir el lobo. El cánido le escupió y paso a su lado mientras el felino se tapaba la nariz, observándole en el suelo sin comprender por qué lo habían atizado.

La mano le dolía a causa del puñetazo. Había dormido en una casa extraña con un menor y había golpeado a uno de sus ligues, pero por un momento Ronie sintió la paz interior por tomarse la justicia por su mano. Nunca se había encontrado mejor en toda su vida.

A Leo se le empezaban a agotar las posibilidades. Había dejado su currículo en tres colegios, una empresa de trabajo temporal y en algunos comercios aislados, no sin antes la obligada parada en la sucursal de desempleo de su barrio. Su ánimo estaba por los suelos cuando un cartel en el interior de un rascacielos acristalado llamó su atención.

Se busca asistente.

Interesado por cualquier oferta que pudiera darle dinero para poder estar al lado de su caballo, se introdujo en el impresionante edificio. Preguntó a la recepcionista donde podía dejar sus datos para el empleo y ésta amablemente le mostró la ubicación en un pequeño mapa.

El elevador era tan amplio como el cuarto de baño de Leo. Un panel numérico marcaba la planta en la que se encontraba en todo momento, mientras sonaba una música bastante alegre. En apenas quince segundos el aparato llevó al candidato a su destino, quedándose bastante sorprendido por la rapidez con la que había llegado al piso treinta y uno. Al tigre no le costó mucho trabajo encontrar el despacho donde recogían los documentos. Llamó a la puerta y una voz grave le dio permiso para entrar.

Un tigre como Leo vestido muy elegantemente con camisa y corbata, le sonreía sentado cómodamente detrás de una mesa de caoba. A pesar de ser de la misma especie, las diferencias entre los dos furries eran más que notables. Aquel tigre tenía al menos veinte años más que Leo, su cuerpo era rechoncho y el color del pelaje ligeramente más pardo que el del salvavidas, oscurecido a causa de la edad.

Con aire cordial, el entrevistador le sugirió a Leo que cerrase la puerta y que se sentase, lo cual hizo sin pensárselo dos veces. Tras un apretón de manos, el veterano de las finanzas rompió el hielo contándole, que acababan de colocar el cartel del empleo y que era el primer candidato. Las entrevistas personales iban a empezar mañana. Pero ya que ambos se encontraban en el mismo lugar, podía hacer una excepción con nuestro afortunado felino ahorrando el preciado tiempo de ambos.

El tigre más viejo hizo una batería de preguntas a Leo, incluyendo algunas comunes como su experiencia profesional como asistente, la cantidad de programas informáticos que dominaba y algunas un poco más personales, como su estado civil o su orientación sexual. Aquella pregunta incomodó mucho al tigre más joven, que acabó respondiendo sinceramente:

-Soy homosexual-.

El entrevistador arqueó una ceja y siguió con otra tanda de preguntas, mientras Leo notaba en los familiares gestos felinos del otro tigre como sus posibilidades eran remotas. Finalmente el encargado fue honesto con el candidato:

-Bueno Leo le seré franco, usted no reúne las cualidades necesarias para el puesto. Tras una leve pausa en la que el corazón del tigre más joven resonaba en sus oídos de lo fuerte que latía, el veterano de las finanzas continuó:

-Usted es un chico listo, que ha estudiado para ser profesor y comprendo que puede adaptarse rápidamente al puesto de trabajo. El crepitar del abrir de la cremallera metálica de los pantalones del felino con sobrepeso reveló a Leo lo que le rondaba por la cabeza a su jefe.

  • ¿Hasta dónde sería capaz de llegar por el empleo? -