Testeando Nuevos Horizontes

Story by AlasNegras on SoFurry

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#2 of Short stories (Español)

Hola, otra historia más para vosotros, mis fieles lectores. Un amigo muy querido me pidió este, algo picante en un espacio público. Fue un reto, pero he quedado bastante contento con el resultado. Y es muy posible que cuente con segunda parte jeje.

Tiempos desesperados requieren medidas desesperadas. Dante, tratando de resolver sus problemas monetarios, accede a ir a un club nocturno "especial". Nada va como se espera, ni siquiera esta historia.

¡Disfrutad la lectura!


TESTEANDO NUEVOS HORIZONTES

por Alas Negras

¿De verdad voy a hacer esto?

Parado en mitad de la calle, el burro dudaba. Su pelaje crema reflejaba con intensidad las luces de neón del club. Nuevos Horizontes, rezaba el rótulo. Debajo, un cartel mostraba un tigre tumbado en pose sugerente, con un atuendo aún más sugerente. De vez en cuando alguien salía desde la penumbra, buscando la entrada del local. Vio también salir a unos pocos y en ambos casos todos compartían miradas esquivas y un profundo halo de vergüenza.

El burro sintió la rojez en sus propias mejillas. Había salido de fiesta muchas veces y conocía muchas discotecas, pero este tipo de locales nunca los había visitado. No estaba seguro de lo que encontraría y tampoco estaba seguro de querer imaginarlo. Se ajustó el polo rosa y los vaqueros, incómodo. Sabía que tocaría entrar en algún momento, pero quería evitarlo todo lo posible. A fin de cuentas, no estaba allí por voluntad propia.

No del todo.

¡La culpa era de los obreros! El piso nuevo solo necesitaba un par de reformas para quedar a su gusto, solo eso. Tratando de ahorrar dinero, había pagado a un grupo que parecía de confianza y no le hacía factura. Que error. En una semana, la pared de aislamiento que habían colocado se vino abajo, la pintura se descascarillaba y la toma de agua del lavabo saltó por tener juntas del tamaño incorrecto. Resultado: todo el piso inundado, con un ambiente de película de terror.

Nunca más volveré a pagar en negro.

Sí, se había quejado, pero ninguno de los obreros se lo tomó en serio. El capataz, un toro negro que casi llegaba al techo, le había pedido más dinero por arreglar el destrozo. Por supuesto, no lo tenía, ni tenía a nadie a quien pedírselo. Con el agua llegando al salón, no podía esperar a mañana y el tipo no iba a moverse hasta que lo tuviera. Y ahí es cuando vino la oferta.

--Eh, chaval, escucha: tengo un pequeño club. Uno de mis chicos me ha dejao tirao, el muy cabronazo. Haz unas horitas allí y nos olvidamos del lío, ¿sí?

Tres horas después, costaba imaginar que el desastre había ocurrido y él tenía un compromiso el sábado. Aquella misma noche investigó el club; todo apuntaba a que no estaría sirviendo copas precisamente. La idea de negarse y no aparecer cruzó su cabeza, pero aún quedaba instalar el nuevo váter y sudaba solo de imaginar el desastre que le harían si no cumplía.

Ese recuerdo rompió su indecisión. Avanzó, plantándose ante el guardia con una sonrisa confiada. El oso lo miró como si fuera un filete y llevase días sin comer. No era un buen augurio, aunque no dejó que eso lo afectara.

--Vengo de parte de Dimitri -dijo, levantando bien el cuello para mirarlo a los ojos-. Soy Dante.

--Ah, sí, ya me dijo que vendría un canijo. Ven conmigo, estrella.

Canijo lo que te cuelga entre las piernas, pensó. Siguió al oso a través de varios pasillos con pobre iluminación, notando como la música tecno era cada vez más potente. Cruzando una puerta, se encontró en lo que debía ser la antesala de un escenario. Una cebra con un abrigo morado lleno de lentejuelas y purpurina corrió hacia él.

--¡Te estaba esperando, loca! Ains, quítate esos ropajes horteras y deja que Dina te vea.

--¿Eh?

--Venga cosito, el acto está a punto de empezar y necesito ver con que trabajo.

Quizás porque ya se lo temía o porque la voz del tipo hacía que todo pareciera irreal, Dante obedeció, despacio, empezando a quitarse el polo mientras los otros dos lo examinaban. Un gruñido del oso a sus espaldas lo convenció de ir más rápido, quedando al fin en ropa interior. Espero que no me pidan que me quite el resto.

--Oish, Calvin Klein, que ordinario. Da una vuelta. ¡Menos sonrisa! Sí, no está mal, no está mal. Si tan solo tuviera tiempo para prepararte un poco más...

--¿Lo llevo con el resto? -preguntó el oso.

--Sí, sí. En fin, tendrá que valer, que pintas, ya ni me avisan con tiempo, ¡quiero di-mi-tir!

Dina sacó un abanico y se fue, haciendo grandes aspavientos al tiempo que murmura algo que Dante no llegó a procesar. Todos los sonidos se sentían débiles y sus movimientos eran torpes. Cada latido rebotaba con fuerza en sus oídos. ¿Qué estoy haciendo? La sonrisa en su rostro era tan forzada que se sentía como una mueca. Tardó en darse cuenta de que el oso lo había llevado al escenario, agarrado por el brazo. Hay otros dos machos, aunque todo está tan oscuro que es difícil distinguirlos. Un nuevo gruñido del oso lo devuelve a la realidad. Este ahora lleva una cuerda en las manos.

--Junta las manos sobre tu cabeza.

--¿Perdón?

--Ya me has oído. No creo que seas idiota, así que colabora.

--¡Nadie me avisó de que iba a haber cuerdas! --protestó Dante, aunque de los nervios la voz le salió algo aguda y débil.

--Lo estoy haciendo ahora. Así que obedece o te aseguro que te arrepentirás de haberme hecho perder el tiempo.

Dante se quedó paralizado, sabiendo que la amenaza era real. Lo había visto antes: tipos como el oso no eran de los que pensaban en las consecuencias. Primero actuaban y si eso implicaba golpear, mejor. Con su altura y sus garras las cosas se pondrían mal para él muy pronto, así que obedeció mientras trataba de mantener una sonrisa conciliadora. Haciendo alarde de mucha experiencia, el tipo solo necesitó unos minutos para acabar. La ligadura era prieta y no se veía con claridad por donde deshacerla. Como toque final, el oso alargó la mano y amarró el nudo a un gancho que colgaba del techo, fuera de la visión de Dante.

--Tranquilo, novato. Tú solo deja que te vean. Mis amigos y yo no dejaremos que se pasen contigo. Disfruta. Y no grites demasiado --le susurró al oído, antes de darle un suave azote mientras caminaba hacia atrás--, eso les gusta.

Dante quiso replicar, pero tenía la boca seca. Al contrario que antes, el tiempo cruzaba como veloces impulsos ante la perspectiva de lo que iba a pasar. Las piernas le temblaban. Tenía que salir de allí, todo esto había sido muy mala idea, no podía hacerlo, se disculparía con el toro, pediría un préstamo, le pagaría el doble, tenía que gritar, tenía que llamarlos y decir que era un error, tenía que salir de allí, ¡tenían que dejarle salir de allí!

El telón se abrió de golpe. La luz roja, aunque tenue, le obligó a entrecerrar los ojos. Una nueva música empezó a sonar; más lenta, acariciando la piel como un suave ronroneo. La sala tenía todas las mesas repletas. Todos y cada uno de los presentes estaban mirando al escenario. No, no al escenario, a él. Una inmensidad de machos que cargaban el ambiente de testosterona estaban pendientes de él, de su respiración acelerada, de la cola entre las piernas y de su sonrisa nerviosa. Sus pupilas seguían cada movimiento, por leve o lento que fuera.

Los vio levantarse. Vio cómo hablaban de él, como lo señalaban. Vio a algunos acercarse al escenario, relamiéndose, admirando las vistas. Vio a unos pocos atrevidos subir, dejándose llevar por sus impulsos primarios. A esa distancia podía notar su deseo, era casi visible en el aire, como un aura que se expandía más y más, una pulsión casi salvaje que casi los hacía salivar. Y podía notar, para su sorpresa, un leve brinco en su entrepierna.

Un dálmata se adelantó al resto. Muy joven, con pequeñas manchitas en la cara, ojos azules y un rabo que brincaba de emoción. Su mano alcanzó la pierna de Dante y fue subiendo hasta el cuello. Otra mano desconocida se unió en el muslo derecho y se deslizó hacia la espalda. El aliento caliente en la cadera lo hizo reaccionar.

--¡Esperad, yo no-!

Trató de tomar aire, explicar su situación, pero entonces un mordisco en el cuello convirtió sus palabras en un gemido. Oyo risas. Más gente empezó a rodearlo.

--Perdona, no he podido evitarlo. Es mi primera noche aquí y tú eres muy guapo ¿Cómo te llamas?

Era el dálmata. Aún seguía acariciándole, pero sus ojos estaban fijos en los suyos, esperando una respuesta.

-Dante.

-Soy Sam. ¿Te ha gustado?

Volvió al cuello, esta vez con un mordisco más lento, calculado, seguidos de otros más leves, meros pellizcos sobre la piel que a punto estuvieron de arrancarle nuevos gemidos. El pelaje se le erizó por completo.

--Sam, deberías parar, yo no soy, esto no es...

Le costaba pensar mientras el atrevimiento de la muchedumbre crecía. Notaba masajes en la espalda, caricias en los brazos, lametones ascendiendo y descendiendo, dejándole el pelaje húmedo y caliente. Incluso su cola no se libraba de las atenciones, tiesa bajo el sinnúmero de atenciones y roces, desde la base hasta el pincel. Solo había una zona que aún no habían tocado.

--Esto es un error. ¿Entiendes?

Sam puso cara de confusión por un instante. Entonces sonrió y hundió su hocico en la oreja.

--Sí, entiendo. Eres más bien dominante, ¿verdad? No te gusta perder el control. ¡Ya sé! Ayudaría que yo estuviera desnudo también, ¿verdad?.

--¡¿Qué?! ¡Eso no es-!

Un hocico presionó justo ahí, a lo que su miembro reaccionó con un pequeño salto, creciendo. Apretó los dientes, sintiendo que se enrojecía más que en toda su vida, sin atreverse a mirar quien era el responsable. No ayudó que Sam hablase en serio. Dante vio ropas volar y cuando Sam se acercó de nuevo no había una sola parte de él que no fuera visible. Su erección, cubierta de pre y muy dura, se frotó con ansia contra el bulto de Dante. La lengua del cánido se coló en la boca y se unió a la otra. Era fina, revoltosa, envolviendo la de Dante con pasión, tratando de saborear cada parte.

--Mejor así, ¿no? --susurró, acariciándole la cara y guiñando un ojo--. Aunque no del todo, estoy seguro. Tu querrías más, sí. Querrías que yo estuviera en tu lugar. Agarrar mi collar, empujarme contra ti. Llevarme a mi casa y ponerme a cuatro patas, con mi novio mirando. Y entonces-

--Suplicar como la puta que eres.

Con el ceño fruncido, Sam miró quien había dicho eso. Dante ya lo sabía; sintió un escalofrío al ver el torso del toro por el rabillo del ojo. Las manos de Dimitri se le enterraron en los hombros y el aliento le rozaba la coronilla. Trató de alejarse, pero el toro lo contuvo como si solo fuera un pollino chiquito.

--Disculpa, no te he pedido tu opinión --contestó Sam.

--Ni yo le pedí a tu madre que me la chupase, pero eh, no me quejo. Rosita es toda una artista, casi tanto como tu padre.

--Eso no, tú no...

--Tú a tu lugar y quizás te folle como a ellos. Por ahora quiero encargarme de este burrito.

Roto por las palabras de Dimitri, Sam dio un paso atrás, casi tan rojo como Dante. El toro lo atrajo más, haciéndole notar sus poderosos músculos contra la espalda. De un solo tirón rompió el calzoncillo, exponiendo el miembro de Dante para que todos lo vieran. Ël cerró los ojos, sintiendo que se moría de vergüenza, tratando de estirar la cola para cubrir su modesta virilidad, semi flácida. Las risas y comentarios llegaron enseguida, solo consiguiendo que se pusiera más duro.

--Justo como pensaba --dijo Dimitri, socarrón, tirando de las orejas de con una sola mano--. Nada más verte supe que eras una puta, con esa vocecita de niño y ese cuepercito enano.

--¡No es verdad!

--¿Ah, no?

Su otra mano pellizcaba los pezones con rudeza, mandando señales de placer y dolor a partes iguales. Su enorme pene se estaba clavando en la espalda y Dante empezó a sudar de horror, notando sus nalgas expuestas al aire, vulnerables.

--Ningún otro habría aceptado mi trato. ¿Qué somos, los únicos obreros de la ciudad? --se rió con ganas--. Diablos, hasta podrías haber ido a la policía. Pero no, viniste aquí porque esto te gusta. Porque eres un pichacorta que necesita rodearse de machos de verdad.

--No le hagas caso.

Con mayor confianza esta vez, Sam se acercó de nuevo. Dante notó sus manos vagando por su miembro, sus ojos llenos de admiración mientras se inclinaba hasta que su hocico tocó la punta.

--Puede que te haya engañado para venir --dijo, subiendo y bajando con movimientos suaves--, pero no eres nada de eso. Tu polla es perfecta. Quiero hacerte disfrutar. Dante, déjame darte placer.

--Eso, gime mientras te pajean, demuestra que has venido aquí a que te usen --los dedos húmedos de Dimitri rozaron el culo de Dante, separaron las nalgas y comenzaron a empujar, abriendo el estrecho pasaje--. Engáñate pensando que tienes el control. Hoy me he follado a ocho y tú serás el noveno.

--Tus bolas son magníficas, tan grandes... quiero olfatearlas toda la noche, notar sus empujones en mi cara.

--Este culo gordo es lo único que merece la pena de ti. Voy a hacer que me supliques cada noche mientras muerdes la almohada y pides ser tomado por un verdadero macho.

--Por favor, dame tu leche, hazme tu mascota.

--Y después romperé tu garganta a pollazos, perra.

Los dos luchaban con fiereza por la atención de Dante, sin parar de cubrirlo con halagos o insultos. Aquella mezcla lo estaba volviendo loco, los gruesos dedos del toro empujando, dejándolo sensible y abierto mientras la amorosa lengua de Sam lo rodeaba por delante y su garganta lo tomaba sin queja alguna, ofrecida. Los demás se animaron ante tal competición, sus manos se clavaron por todas partes, no dejaron un centímetro sin explorar y sin marcar con sus lenguas, arrancando todo rastro de dignidad y privacidad. Cada recoveco era suyo y lo iban a reclamar.

Con lágrimas de éxtasis en los ojos, Dante no lo aguantó. Su cuerpo se tensó, su polla se puso más dura que nunca en su vida y un gemido de total placer abandonó su boca al tiempo que cubría de blanco al joven dálmata. Agotado, se inclinó hacia adelante, todo lo que le dejaron la masa de almas excitadas. Las manos aún reclamaban su cuerpo y Dante supo que la noche no había hecho más que empezar.

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--¿Y bien?

Dante se quitó el casco. La sala blanca apareció ante él de nuevo, llena de pantallas. Un segundo más tarde el asistente le ofreció unos pañuelos.

--¿Este sería el paquete que adquiriría?--dijo entre jadeos.

--Sí, señor. Como ya le dije, en Nuevos Horizontes tenemos las mejores experiencias, lo aseguramos. Cómo ha podido comprobar, nuestras demos están a la altura de nuestras palabras. Iré haciendo el papeleo. También tenemos bono de seis sesiones por un precio inmejorable, por si le interesa.

Dante se terminó de limpiar y fue al mostrador. La sonrisa del tipo era completa. Eso le hizo sonrojar aún más cuando le estrechó la mano y se dispuso a pagar, ya ansioso por echarle un vistazo al programa completo. A fin de cuentas, un verdadero informático siempre hacía un testeo a fondo.