Violado

Story by kingpanther on SoFurry

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#6 of Tigre de compañía


Sexto capítulo de la serie Tigre de Compañía. Este capítulo es duro, hay sexo no consensuado homosexual (M/M) entre personajes ficticios. ¡si no te gusta no leas!, y si te gusta comenta o deja un CUM, el escritor se sentirá muy orgulloso por ello.

Capítulo 6. Violado.

El tigre se montó en el gran coche color crema del señor Carl. El día anterior había transcurrido sin ninguna incidencia y la jornada laboral del tigre fue bastante tranquila. Habló con Lan de cosas triviales y de ropa, quien era todo un experto en moda. El zorro le propuso ir al centro comercial en su siguiente día libre para renovar el armario del felino y Leo se emocionó por tal idea.

El auto del presidente era bastante amplio y acogedor. El tigre cerró la pesada puerta del vehículo y se puso el cinturón de seguridad. Por fin estaban listos. Tuvieron una pequeña charla, mientras recorrían la carretera comarcal hacia bosque.

El tigre preguntó por la escopeta que estaba en el asiento trasero del automóvil. Al señor Carl le gustaba mucho la caza, y le comentó que el motivo por el que se compró el chalet tan alejado de la ciudad, era por que los ciervos eran frecuentes en los alrededores. También estaba situado un pequeño lago al sur donde se podían pescar salmones entre Diciembre y Enero, la época de puesta. El oso ofreció a Leo que tras el trabajo fueran a cazar, pero al tigre no le hacía mucha gracia tener que matar animales, así que se negó.

El oso aparcó el coche justo en la entrada de la casa. La construcción era de madera oscura y tenía dos plantas, sin ningún otro hogar en sus alrededores. Era un pequeño trozo de paraíso en una colina rodeada de árboles. Leo bajó del auto y respiró aire puro. Volvió a encontrarse en armonía con su lado animal y sintió unas tremendas ganas de correr a través de los troncos con los pies descalzos, pero desechó esa idea. Tenía trabajo por hacer.

-Leo, abre el maletero y coge la cinta métrica, indicó el gran oso mientras cedía las llaves de su coche al salvavidas.

El tigre se movió con gracia y levantó la capota trasera del coche. Se quedó en blanco cuando sus ojos se encontraron con los de Ronie. Estaba bien atado con cinta adhesiva y una bola de bondage color rojo en su hocico. En pequeño charco de babas se había formado por la cantidad de horas que llevaba dentro del maletero con aquel juguete puesto en su boca..

-Me cago en... Leo se giró para controlar al señor Carl, pero en lugar de ello la culata del rifle lo atizó justo en la frente. Estaba desequilibrado y tenía una brecha de sangre en su cabeza. Hizo falta un segundo golpe para dejarlo inconsciente. El cuerpo de Leo cayó pesadamente al suelo, todavía con las llaves metálicas entre sus dedos.

Pasaron varias horas hasta que el tigre despertó. Sus ojos se abrieron lentamente pero apenas podía ver nada. Todo estaba a oscuras. Le costó trabajo discernir la figura del lobo negro. Tenía un collar unido a una cadena y atado a uno de los pilares del sótano en el que ambos se encontraban. Las manos del tigre descansaban por encima de sus orejas. No podía moverse, sus manos lo sujetaban a la viga de madera donde tenía apoyada su espalda desnuda. Llamó a Ronie por su nombre, tenía que saber si estaba bien.

-Ese cabrón me ha drogado... fueron las palabras del lobo que apenas podía mantenerse a cuatro patas sobre el frío suelo de baldosas.

Los ojos de Leo comenzaban a acostumbrarse a la tenue luz de la luna que entraba por un pequeño agujero de ventilación. Ronie estaba en muy mal estado, le había dado una paliza y tenía un corte en su abdomen. Cualquier discusión anterior con él le parecía una pequeña rencilla ante la situación de vida o muerte en la que se encontraban.

-Él es el asesino de las cunetas, volvió a balbucear el lobo que no paraba de insultarlo. -Ese hijo de puta me lo dijo... casi me mata con unas tijeras al intentar quitarme la ropa. Leo sentía impotencia. Se hacía a la idea del poco tiempo que le quedaba de vida .Sin querer dejar ningún cargo de consciencia en su mente , se disculpó con el lobo por como lo amenazó en el ascensor. Ronie soltó una pequeña carcajada a pesar de sus heridas.

-Aún piensas en aquello... no importa Leo, si conseguimos salir de ésta, te lo compensaré. El cánido bromeaba incluso ahora, pero el tigre era más pesimista.

-Ronie, vamos a morir... afirmó el salvavidas con sinceridad quién fue interrumpido por el oso. El señor Carl encendió la luz del sótano y siguió con su charla. -Tú no Leo, tu eres especial. El orondo presidente bajó hasta la altura del salvavidas, y comenzó a olfatearlo de una forma depravada.

-Desde que te ví te quise sólo para mí. Le susurró al felino al que manoseaba el pecho lentamente. He matado a mucha gente pero siempre fue con un motivo...

Wendy. Interrumpió del tigre que movía sus patas lentamente intentando separarse del oso, dejando de sentir el frío tacto del piso en su trasero desnudo. -Tú eres muy distinto a ella. Inocente, puro, sumiso, he soñado muchas noches con escuchar tus gemidos mientras te penetro, y como le pides a tu papá oso que te de más fuerte.

La mano de Carl sujetaba la cabeza al tigre. Era cálida y lo tocaba como si fuera frágil, como si él fuera una chica. -Por eso casi me puse loco cuando ví las fotos que te hizo este cabrón, su cara se veía enfadada cuando se refirió a Ronie. No solo se tira a mi mujer, sino que se atrevió a probar tu cuerpo. Las dotes deductivas del oso le parecían increíbles a Leo. No sabía como llegó a la conclusión de que el lobo se acostaba con su mujer, pero era evidente que había visto las fotos. Todo empezaba a encajar. En especial la actitud afable del presidente con él. Desde un principio Leo sería la siguiente víctima del marido frustrado.

Carl se movió del lado del tigre y tomó a Ronie por la correa. Estaba completamente indefenso ante la fuerza del padre de familia. El oso cogió un taburete y se sentó. Miraba enfadado al lobo que estaba a cuatro patas en el suelo, incapaz de levantarse por la droga que recorría sus venas.

-Vas a pagar caro haber tocado a mis mujeres. El oso incluyó al tigre en ese grupo, y a pesar de la situación, el felino se sintió halagado. Un pequeño cosquilleo le recorría por el estómago por como hablaba de él, pero apartó de su cabeza esos pensamientos rápidamente. Carl era un peligroso asesino y violador, y se iba a follar a Ronie hasta la muerte. Después sería el turno de Leo.

El oso bajó la cremallera de sus pantalones revelando su polla. Estaba semierecta, y lo que más le sorprendió al tigre no fue que midiera algo más de una mano sino lo increíblemente gruesa que se veía. Tenía la anchura de un bate de baseball. Leo observaba con horror como el policía sentaba el delgado cuerpo del lobo en su vientre.

Ronie agonizaba a pesar de estar bajo la influencia del narcótico. El glande de Carl encontró su lugar en la base de la cola del aterciopelado lobo. Lo peor estaba por llegar. El cánido bromista sentía como se hinchaba en su interior, lo estaba partiendo en dos. Sonó un crujido y Ronie dio un grito al separarse levemente los huesos de su cadera para dejar paso al voluminoso invasor. Ahora se encontraba completamente duro y envuelto por aquel cuerpo caliente, ofreciendo al violador una gran oleada de placer en contra de la voluntad del impotente vecino.

-Si... así me gusta puta estrecha, chilla para mí. El oso tiraba violentamente de los pelos de la cabeza al lobo, quien empezaba a llorar por el gran dolor de su trasero. Los grandes testículos de Carl botaban con las arremetidas salvajes que le estaba proporcionando al joven. El fuerte aroma a feromonas intoxicaba la mente de Leo.

Observaba como Ronie comenzaba a gemir con cierto placer. La escena era muy erótica. Su amigo estaba siendo violado por un macho que le duplicaba en peso, veía la forma de la verga del activo a través del cuerpo del chico. La restregaba frenéticamente en el interior del chico. Formando un visible bulto en el vientre de Ronie, quien ahora estaba con su cabeza agachada, jadeando y gimiendo mientras los brazos del oso impedían que se cayera de su regazo.

Ronie apenas sentía dolor a pesar de la agresión. Apretujaba la polla de Carl con sus músculos internos mientras éste respiraba profundamente en su nuca. La estaba humedeciendo con las babas que caían de la boca del oso a cada fuerte jalada. Su erección negra brincaba hacia todos los lados otra vez. El furry de pelaje oscuro no recordaba haber tenido sexo tan salvaje en toda su vida. Y comenzaba a disfrutarlo a pesar de sus heridas. La saliva del lobo caía sobre el brazo del oso. Se sentía como una mujerzuela. Su joven y estilizado cuerpo siendo profanado una y otra vez por esa increíble verga que se movía rápidamente arriba y abajo como el pistón de un coche. El presidente era una máquina de follar culitos estrechos.

Leo solo podía mirar. Tuvo una erección dolorosa mientras los veía. Comenzaba a jadear y a ronronear, aturdido por la visión del oso con sobrepeso y el lobo de caderas sinuosas. Carl le sonreía al verlo así, y tomó por la barbilla a Ronie para que Leo pudiera apreciar mejor su cuerpo desnudo. El tigre estaba hipnotizado por ese órgano viril de color oscuro enterrándose profundo en su amigo. Deseaba estar mas cerca por momentos, su cuerpo estaba muy caliente, dominado por el sexo y la peligrosa pero excitante situación.

Carl gemía con ansias. El culo del lobo le sabía a miel y caramelo. Su sensible glande pasaba de estar enterrado profundamente en el chico, para luego sacarlo casi por completo y volver a embestirlo con un fuerte movimiento de sus caderas. Tocaba la hinchada próstata del perro con el reverso de su mástil, sacándole gemidos ensordecedores. Lo empujaba cada vez más violentamente, elevándolo y dejándolo caer sobre su miembro que se volvía más grueso por momentos. Anunciando su despiadado orgasmo.

El culo de Ronie no pudo contener todo el semen apestoso que el oso depositó en su interior. La dura polla del señor Carl explotó profunda en el cuerpo del joven, que tenía sus mejillas manchadas por un reguero de lágrimas. El presidente tomó el denso líquido y lo restregó por el hocico del lobo negro, que no pudo evitar tragarlo cuando metió sus dedos de forma atroz en su boca. Tiró al lobito al suelo, desacoplándose de su espalda mientras de su culo chorreaba un manantial de esperma.

El oso puso ahora toda su atención en su más preciado premio. El salvavidas estaba embriagado por su masculinidad y eso le complacía. Tenía la certeza de divertirse con él muchas veces por su actitud receptiva. Sería su esclavo de por vida, y por fin podría disfrutar del sexo que su mujer, Wendy, se negaba a tener con él. Apoyó su verga en el tabique nasal del tigre que parecía una gatita en celo.

Leo aspiraba el agrio olor a macho de los testículos del oso con cada bocanada de aire. Su corazón latía muy rápido y pudo notar como goteaba la semilla entre sus labios. Su boca estaba abierta y su lengua saboreó el espeso líquido. Sus cinco sentidos estaban puestos en el depredador sexual, que volvía a acariciar el pelo de su cabeza con cierta ternura. La punta de esa polla bailaba enfrente de los ojos de Leo con cada pequeña flexión de su cuello. Saboreando cada segundo de ese momento, el oso empujó sus enormes testículos dentro de la boca del felino.

No los mordió. Le gustaba tenerlos apoyados sobre la lengua. Estaban húmedos con los fluidos de ambos varones. Emanaban un olor viciado y el tigre volvía encontrarse a merced de sus propios instintos. Miraba con los ojos entrecerrados el rostro de Carl. Su ano estaba dando pequeñas contracciones de excitación y un ligero cosquilleo le recorría la zona inferior de la espalda.

Lamía los pesados huevos del oso con su áspera pero dulce lengua rosada. Leo tenía que tragarse la mezcla de saliva y zumo de macho para evitar ahogarse. El sonido que hacía el tigre mientras se atiborraba de esa esencia excitó mucho a Carl. Puso ambas manos en sus axilas y lo elevó en la columna de madera entre gemidos del tigre. La carita de Leo era toda una provocación para el violador, que ahora pasaba sus manos por detrás del culo del salvavidas abriéndolo de par en par, listo para ser desvirgado.

Puso su glande negro en la entrada de Leo que no pudo evitar dar un gemidito ahogado. Se miraban a los ojos de forma lasciva. Los bigotes del tigre estaban caídos por la humedad y sus orejas bien giradas hacia atrás mostrando sumisión. Carl no aguantaba más con ese gato hecho únicamente para complacerle. El oso empujó su pelvis despacio y la mitad de su glande trasvasó la entrada del felino. Lo iba a coger durante horas, y se deleitaba metiéndola despacio. No quería follárselo como venganza, tenía una obsesión con el tigre, lo necesitaba para él y pronto sería suyo.

Los testículos de Leo descansaban sobre el miembro resbaladizo del corpulento oso. Rugió cuando su ano forzado dejaba poco a poco paso a ese enorme miembro. Tan sólo tenía dentro la punta, pero comenzaba a deslizarse peligrosamente en su interior. Dolía mucho. Su culo no suponía ninguna dificultad ante la fortaleza de las caderas del presidente que tenía una expresión triunfal. Lo siguiente que sintió el rayado felino fue un gran golpetazo en su culo. Acababa de caer violentamente al suelo liberado de la presencia de esa verga.

El cuerpo del oso yacía en el suelo y Ronie no paraba de atizarlo en la cabeza con el taburete. Gritaba lamentándose mientras lo hacía. Un charco de sangre se formó en el piso de una gran brecha en la parte posterior del cráneo de Carl. Posiblemente estuviera muerto por esos golpes. Tras tomar unas bocanadas de aire profundas, el tigre recuperó la consciencia y gritó a su vecino el cual no paraba de atacar al presidente.

-¡Para Ronie! Vociferó con todas sus fuerzas. El lobo de pelaje azabache recuperó un atisbo de cordura cuando escuchó su nombre. Era como si se hubiera restablecido parte de su lado humano al escuchar su nombre tras tan abrumadora experiencia. Dejó caer el pequeño mueble de entre sus manos cansadas, y rebuscó entre la ropa del violador. Allí estaban las llaves.

Apenas alcanzaba las manos de Leo quien fue liberado tras varios intentos. Ronie se quedó en el suelo agotado, no podía casi ni respirar. El tigre lo abrazó en el piso con el cuerpo aún caliente del oso a tan sólo un metro de distancia. Ronie lloraba y Leo lo consolaba. Tardó largos minutos en volver en si mismo hasta que entre sollozos le dijo al felino que quería volver a casa.

Su amigo no estaba bien y el tigre tenía que pensar rápido. Tomó una azada del sótano con sus poderosas garras. Un armario guardaba varios utensilios de jardinería, estratégicamente situados para que sus cautivos no pudieran acceder a ellos siempre que estuvieran maniatados. Dejó caer vigorosamente varias veces la herramienta contra la cadena de hierro que sujetaba al lobo y ésta se partió en dos con un gran estruendo.

-Vámonos de aquí Ronie, ordenó al lobo que casi no se podía sostenerse en pie. Leo pasó el brazo derecho del cánido por encima de su hombros y subieron las escaleras cojeando lo más aprisa posible.

Escaparon por la puerta principal de la casa, desnudos, sin mirar atrás, y se adentraron en el bosque. Como si tuvieran una impronta evolutiva que les guiara. Les decía que ese era el mejor lugar para esconderse. No se escuchaba ni un alma, tan sólo un pequeño búho en la lejanía, mientras la luz plateada de la luna llena bañaba sus cuerpos desnudos. Eran dos siluetas en plena naturaleza. En mitad de la nada.

A Ronie casi no le quedaban fuerzas y casi se escurría de entre los brazos del tigre. La situación era desesperada. Pero la suerte les sonrió. Encontraron una pequeña cueva en la colina. Con la oscuridad era virtualmente imposible encontrar aquel minúsculo recoveco en la piedra. Ellos lo hicieron porque casi se tropezaron de bruces con el accidente natural. Lo más seguro es que sirviera de madriguera abandonada a algún animal salvaje, habían muchas marcas de huellas que pasaron desapercibidas a los sentidos de los dos compañeros.

Para el tigre era el mejor de los refugios. Dejó caer suavemente a su amigo a un lado del pasaje natural, con su espalda recostada en la piedra. Estaba tiritando. Su torso estaba muy frío, así que lo abrazó en silencio manteniendo su calor corporal y reconfortando al lobo que disfrutaba del olor dulce que emanaba el tigre. Le ayudaba a olvidar por completo el horror que acababa de vivir. No pudieron dormir hasta bien entrada la madrugada, y Leo acariciaba la cabeza de Ronie quien arrancaba a llorar de vez en cuando. Sus cuerpos y sus almas unidos por la experiencia sobrecogedora que acababan de vivir.

Tenían mucho en que pensar.