1. Randolph

Story by blaya on SoFurry

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#1 of Alguacil

Capitulo 1. Randolph


No sé muy bien por dónde empezar la verdad, aquí siempre ha habido problemas, pero si tuviera que elegir un evento que traería aún más ese sería el día que vino el ferrocarril. Todos somos forasteros aquí en Dryvalley. Yo ni siquiera nací aquí, nací en una ciudad del este, apenas recuerdo el nombre y sinceramente, preferiría olvidarla. Pero las vías traerían problemas a la par que suministros, sobre todo un peligro con un nombre y un apellido, Ned Randolph.

Era un día caluroso, aunque cuándo no lo es por estas tierras, sino fuera porque el rio pasa realmente cerca habríamos muerto todos de sed. No creo que nadie esté a gusto aquí salvo los lagartos, esos escamosos se pasan el día con sus ponchos y sus sombreros bajo el sol abrasador, y cuando llega la noche van todos al saloon a hacer lo que todos los hombres de por aquí suelen hacer.

Para un perro como yo, un malinois marrón con el hocico negro no es una tortura, pero tampoco es placentero, las ovejas lo pasan peor supongo. Los caballos parecen tener una gran resistencia, hay bastantes por aquí, siempre se necesita fuerza bruta. Dryvalley es un poco de todo, aunque su industria principal son las minas, nadie quiere trabajar ahí, demasiado peligrosas. Pero también tiene ganado, y en las partes altas, cerca de las montañas cultivos, también los hay cerca del río. Mi nombre es Dust por cierto, Dust Moses, encantado de conocerle. Es muy normal divagar por estas tierras antes de ir al grano, y en estos tiempos hay tantas cosas que explicar...

Aquel día, el día en que el primer ferrocarril pasó Dryvalley trajo comida, armas, instrumentos y algunos pasajeros, gente del este, algunos del otro lado del mar como Ned Randolph con su distinguido acento. El señor Randolph, un gato negro, muy esbelto, de mí mismo tamaño y con unos profundos ojos amarillos, un hombre serio que siempre viste con una gabardina de cuero marrón. Al principio nadie sabía a qué se dedicaba, las tranquilas gentes del pueblo decían que era un comprador al por mayor de ganado y que se dedicaba a echar un vistazo a las vacas de los prados. Otros decían que era un innovador, alguien que traería prosperidad a la zona, o quizás algún representante de la industria minera.

El señor Randolph no levantó ninguna ampolla al principio, claro, aquí en el oeste se supone que las intenciones de los forasteros son buenas hasta que su comportamiento demuestre absolutamente lo contrario. Pero amigo, créeme, pese a lo que digan nuestras generosas leyes aquí hay ladrones, bandidos, y mala gente, la vida es duda, no han tenido una buena niñez ¿Por qué esperar que traten a los demás bien?

Yo soy un alguacil, acompaño al Sheriff, un gran oso pardo, fuerte, violento... sé cómo se las gasta y sé que no duraría mucho si no estuviera por aquí. El otro día en una disputa por unas cabezas de ganado mezcladas lo solucionó matando a la vaca de la discordia, "repartid la carne." Dijo tras guardar otra vez el fusil y señor, estoy muy seguro que no era lo que los ganaderos buscaban. Sinceramente aquí no hago gran cosa, o no hacía, borrachos, peleas, disputas... Debería sentirme afortunado, han llegado a mis orejas noticias de otros pueblos del norte donde la situación está peor, y peor aún está en la frontera al sur.


Días después de que el ferrocarril llegará por primera vez, sentí como la pesada puerta de madera de comisaría se abría. Leía un diario que llegaba del este, ahora que el tren llegaba a la ciudad también nos llegaban las mierdas políticas. Sinceramente no sé porque las leía, supongo que no puedo vivir sin discusiones, peleas o conflictos, total, llegué a este pueblo huyendo de ellos para ser minero y terminé siendo alguacil.

Unos felinos pasos atravesaron el umbral de la puerta arrojando una siniestra sombra, premonitoria. El señor Randolph avanzó hacia mí y preguntó por el sheriff, no me hizo falta contestar, en seguida el gran oso, el sheriff John Alsop, salía empujando la puerta de su despacho mirando con una mirada inquisitiva al felino. Aseguró haber visto hombres valientes salir corriendo con solo esa mirada, el señor Randolph solo se quitó el sombrero de cuero marrón a conjunto con su ropa e intentó hacer el esfuerzo de una sonrisa, o quizás solo fue antojo mío.

-Sheriff Alsop- Dijo despacio. -Me temo que traigo malas noticias. - Posó el sombrero sobre su pecho, sus dedos apenas apretaban la prenda.

-Tome nota, Moses. Espero que sea algo importante, forastero, lo que menos espero son problemas con este endemoniado calor. - El gran oso apoyó una de sus grandes zarpas en mi mesa, dejando caer todo su peso.

Tomé un papel y moje rápidamente la pluma en tinta. - Verá señor, intentan matarle. - La parsimonia y despreocupación con que lo dijo provocó un silencio, en el que solo se oía el animado ajetreo de la calle y los caballos para montar relinchar fuera. -Déjeme que me explique. -

-Será mejor que así sea, porque lo que me dice es grave. - Alsop se ponía nervioso, tras la fachada de tranquilidad, su corta cola hacia movimientos bruscos que solo yo podía ver desde mi posición.

-Este pueblo ¿Cuándo fue fundado? - Su voz, felina y suave con su acento europeo se hacía irresistible, aunque la pregunta careciera de importancia justo ahora.

-Hace veinte años como mucho ¿y...? - El oso pardo se encogió de hombros sin perder la postura.

-Aquí hay gente de muchos lados señor, de muchos ciertamente. Muchos descendientes de europeos como yo, ¿alguna vez se ha preocupado de saber sus pasados? - Ciertamente, solo había dos razones para venir al oeste, búsqueda de grandeza y prosperidad o una segunda oportunidad. Cuanto menos superan de ti, mejor. ¿Habría algún forajido y tenía miedo de que nos diéramos cuenta? ¿Algún criminal viviendo entre nosotros y estaba a punto de descubrirse?

-Mire... si tiene información sobre algún forajido es hora de que me vaya dando un nombre y un motivo para que le crea. - Alsop dijo aceleradamente.

El señor Randolph volvió a ponerse el sombrero y sin cambiar la expresión de su cara, solo asintió. - No tengo nombres, no tengo pruebas de que vaya a ocurrir, solo le digo que si usted no lo ha hecho... alguien lo podría hacer. Todos tenemos pecados señor Alsop y los de unos son más graves que los de otros. - Randolph se dio la vuelta y comenzó a andar despacio hacia la puerta.

El gran oso se abalanzó hacia Randolph sujetándolo de un hombro y haciendo que girara sobre sí mismo y sujetándolo contra la puerta, iba a golpear a ese hombre, le había sacado de quicio al no ser claro. Sí, muy típico del gran oso, los problemas se resuelven a golpes, sobre todo cuando los demás no colaboran como tú quieres. Cuando ya estaba preparado para limpiar la sangre que saliera del hocico de ese gato algo me sorprendió, me desconcertó, a decir verdad, Alsop me tapaba ese gato, sabía que lo tenía sujetado del pecho contra la puerta, pero no hizo nada... el oso dio unos pasos hacia atrás, mirando a ese felino fijamente a los ojos. Randolph se ajustó de nuevo su gabardina de cuero marrón, su expresión no había cambiado nada y solo salió por la puerta.

He de admitir que hubiera deseado que hubiera matado a ese gato en ese momento, que lo hubiera despedazado, mordido y devorado sus entrañas, que hubiera descargado hasta la última gota de frustración en él. Incluso lo hubiera hecho yo mismo, Randolph no sabía cuáles son las consecuencias de provocar de esa manera al Sheriff, no las reales. Incluso por lo que acababa de pasar que sería el mismo Randolph el que mataría a Alsop, pero por supuesto la verdad es más compleja de lo que parece.

El sheriff se encerró en su despacho y no salió en todo el día, por suerte nada más ocurrió ese día, todo fue tranquilo. Limpié un poco el lugar, las armas, ordené algunas cosas y me fui a casa. No sin antes llamar al despacho cerrado a cal y canto del gran oso, la respuesta fue un gruñido del cual me pareció entender "vete a casa". La oficina del sheriff no cerraba en verdad, siempre había alguien, pero si no había ningún borracho en la cárcel o ninguna prostituta que se haya pasado con un cliente cerrábamos. La gente sabía dónde encontrarnos de todas formas, la ciudad no era tan grande y todos sabíamos dónde vivíamos todos.

Aunque las ominiosas palabras de Randolph resonaban en mi conciencia "¿alguna vez se ha preocupado de saber sus pasados?". Es cierto, aquí la gente vino buscando un futuro, el pasado da igual, a nadie le interesa que fuiste o la razón por la que viniste. Fue entonces cuando me di cuenta de algo, vivía entre gente que me apreciaba, amigos, vecinos, buenos trabajadores a los que no conozco, no son más que sonrientes caras, felinas, caninas, escamosas, plumíferos... mascaras bonitas que podrían ocultar algo perverso. ¿Pero importa? Aquí nadie da problemas, o muchos problemas.


El sol ya caía cuando mi vecina, una arrendajo azul llamaba a mi puerta con su pequeña hija para anunciarme que una vieja vecina de la calle, la señora Mary había fallecido aquella mañana. Mary era una simpática jabalí que regalaba tartas de manzanas a todo el mundo, se había mudado con su familia casi al mismo tiempo que yo había llegado. Quizás por eso nos llevábamos tan bien, nos encantaba compartir relatos de nuestra experiencia a la llegada, lo difícil que había sido cruzar la gran nada que separa el este del oeste. Las caravanas unen a la gente de lo que años de vivir en la misma calle nunca podría unir, y era la experiencia en común que tenía con la señora Mary la que nos había unido pese a no haber venido en la misma caravana.

Me cambié de ropa y salí hacia la iglesia, el velatorio sería allí y a la mañana siguiente la señora Mary sería enterrada. No tendría otra oportunidad de despedirme de ella, era triste, y sentía que mis canidos ojos ardían, pero no había lagrimas que pudieran rebajar ese ardor. Quizás empezaba a asumir la muerte, al fin y al cabo, era parte de todo, quizás ya había llorado suficiente. La iglesia se presentaba delante de mí, imponente, de madera, y una campana arriba del todo vigilando la puerta por donde pasaban los vivos y los muertos que querían enfrentarse al mismo Dios. Sinceramente no sé si aún creo que Dios, pero he de admitir que ese blanco edificio me imponía, y más aún ver entrar a vecinos del pueblo con sus vestimentas de luto.

Subí los tres escalones que se separaban de la puerta y la oscura boca del edificio me tragó, dejándome entrar a su interior. La luz del atardecer se filtraba en el vidrio sucio de las pequeñas ventanas, iluminando los bancos, y para compensar esta oscuridad múltiples velas brillaban distribuidas cuidadosamente por todo el edificio. Sacudí mi polvorienta cola, me quité el sombrero en señal de respeto y lo apoyé contra mi pecho, las uñas de mis patas hacían un leve sonido que solo yo creía oír conforme avanzaba.

Delante de mí la gente tomaba asiento en los bancos cercanos a un ataúd sin decoración donde el cuerpo de la señora Mary descansaba en paz. Era como si pudiera despertarla como cuando se quedaba dormida cuando me encontraba de camino a casa cuando volvía tarde. Mis ojos se acostumbraron finalmente a la oscuridad y levanté la mirada, justo delante del altar, y justo detrás del avatar, erigido como una siniestra gárgola una sotana negra escondia el cuerpo de otra criatura más negra aun, su mirada acariciaba mi alma con una mirada inexpresiva. Solo el alzacuello parecía emitir luz de la figura del señor Randolph. Sostenía una biblia entre sus manos, que abrió sin mirar, y entonces cuando por fin su mirada había dejado mi cuerpo pude sentarme en un banco y rezar por la señora Mary, por su alma, porque esa negra criatura supiera llevarla a buen puerto. Aun así, seguía sin comprender la reacción del sheriff, ¿había descubierto que era el nuevo cura? ¿O había sido esa mirada lo que le había parado? Alsop no era muy religioso, o al menos eso creo debido a sus múltiples blasfemias y la verdad es que tampoco quiero sacarle el tema.


No había nadie en la calle, era la hora de siempre. No podía llegar tarde o habría consecuencias, aunque si llegaba demasiado temprano también las había. Mis patas se movían más rápido en dirección al granero de la familia Coppola. La familia estaba formada por un viejo zorro rojo cuyo hocico era gris, su mujer, muy amable, aunque poco habladora, y su encantadora hija, una zorra joven, de buenos modales que aspiraba a ser una buena esposa.

Era de las granjas más cercanas al pueblo, lejos del camino hacia las minas. Las luce de la casa estaban apagadas, tenían la costumbre de ir a dormir pronto, así que colarme en el granero sin ser visto no era ningún problema, además estaba bastante separado de la casa y la puerta daba hacia al pueblo en vez de hacia la casa. La puerta estaba abierta, solo la cerraban con una cuerda fácil de quitar, la gente de pueblo era confiada. Pasé rápidamente apenas abriendo la puerta, la paja del suelo amortiguaba el sonido que harían mis patas en el suelo, y el olor me guiaba hacia donde tenía que ir. Cuando alcancé mi destino, noté como un cuerpo caliente se abrazaba al mío y me tiraba sobre una bala de paja, la misma que usábamos todas las noches, día sí, día no.