Vidas entrelazadas 1 (Tobías y Samuel)

Story by nadie on SoFurry

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10/1/3853 (Lunes)

Un ruido le despertó. Abrió los ojos y se encontró encadenado a la pared, en un lugar sin ningún tipo de iluminación salvo por la apenas apreciable luz que entraba por las rendijas de unos tablones usados para tapar la pequeña ventana que comunicaba el sótano de la casa de su tío con el exterior. Como tantas otras veces, se encontraba completamente desnudo, con una mordaza en la boca que le impedía hablar. Su cuerpo estaba cubierto de moratones y de heridas, la mayoría aún abiertas y muchas de ellas infectadas. Tenía varios huesos rotos, y uno de sus pequeños cuernos estaba partido y astillado por la paliza del día anterior.

_ Salazar era un joven toro, de apenas 14 años de edad, con el pelo de un color vainilla sumamente claro cubriendo todo su cuerpo. El mechón de pelo al final de su cola era completamente blanco, y sus ojos eran de un color castaño oscuro que llamaba mucho la atención, al ser la parte más oscura de su cuerpo._

_ Llevaba allí encerrado al menos tres meses. Y estaba allí por varias razones, que realmente no justificaban de ninguna de las maneras el trato que recibía. Salazar había nacido en el seno de una familia muy adinerada, poderosa e influyente, al menos hasta ciertos límites. Era el menor de siete hermanos, y el único de color claro. Esto no le gustó a su familia, aunque no le criticaron por ello. El color no determina a la persona, y pronto se acostumbraron al contraste que se formaba con su presencia entre los demás de la familia. Pronto creció y alcanzó los 12 años. Gozaba de una gran salud y fuerza física, y al ser el más joven, le destinaron a trabajar las tierras con los criados que tenían, como habían hecho con sus hermanos antes, aunque esta vez le dejaron más tiempo del que parecía normal._

_ Su madre, el único miembro de su familia que parecía interesarse de forma significativa por él, había muerto dos años después del parto, y por alguna razón todos le culparon a él y aún diez años después se lo reprochaban. El mayor de sus hermanos fue el único que no le culpó, al menos en exceso, aunque nunca supo si es que estaba demasiado ocupado tirándose a las criadas o es que realmente tenía un poco más de cabeza y consideración que el resto de su familia._

_ El sexo fue otra de las causas, y la más significativa sin duda, de que estuviese encadenado en aquel momento a esa pared. Con 12 años, la mayoría de sus hermanos se habían tirado a al menos media docena de criadas, impulsados por los deseos de su padre, y algo frenados por los de su madre, quien realmente no había tenido nunca autoridad en la familia (a esa edad no es que estuviesen lo bastante desarrollados sexualmente para que aquello sirviera para algo más que satisfacer los deseos de su padre, pero eso a él no le importaba). Salazar se negaba a tener sexo con ninguna de las criadas, por parecerle algo horrible obligarlas a hacer aquello. Así que, por no querer "demostrar su hombría", fue tachado de homosexual._

_ Y volvemos al tema del poder, la influencia y el dinero. Su familia no quería perder ni una pizca de aquello que tenía. Un hijo homosexual implica que no hay nietos. Por tanto, la fortuna dada a ese hijo termina con ese hijo, y "desaparece" sin más. Su hijo no debía seguir siéndolo, pero no podían mancharse las manos de sangre._

_ Una pequeña fortuna, algunos contactos de moralidad dudosa y año y medio de trámites hicieron que Salazar dejara de existir legalmente. Su padre, apoyado por sus hermanos, le hecho de casa, sin dinero ni comida, puesto que semejante aberración debía desaparecer. Después de estar varios meses mendigando en las calles y medio muerto de hambre, su tío Arthur (al que sus padres nunca habían tenido especial cariño) le encontró y le ofreció llevarle a su casa, alimentarle y darle un techo bajo el que dormir. Salazar aceptó gustoso la oferta._

_ Arthur era, según la gente de la zona, un vecino extravagante. Era un toro realmente grande y de 40 años de edad, aunque aparentaba menos. Nunca se había llegado a casar, aunque muchos eran los hijos que había tenido en aquel mundo y que nunca había reconocido como tales para no "deshonrar" a la familia. Era muy educado con sus vecinos, y le encantaba visitar el colegio local para ver a los niños jugar y divertirse, hablar con sus madres y, bueno, si no estaban casadas, o se aburrían... Aunque vivía solo en su casa, nunca parecía estar solo. Siempre tenía algo que hacer. Su casa y su vestimenta eran realmente lo que le delataban como alguien extravagante. La casa estaba pintada de un color verde realmente horrendo por fuera, y por dentro la mayoría de muebles estaban hechos de madera de grandísima calidad. En las paredes habían pintados dibujos de payasos sonrientes, pájaros y otros animalillos de dibujos animados, en fuerte contraste con el mobiliario. Arthur aseguraba que aquel decorado le relajaba, aunque a la mayoría de la gente le ponía de los nervios._

_ También tenía una colección de muñecas de porcelana que encantaba a las mujeres que llevaba allí, y que era la razón principal por la que accedían a entrar y acababan en la cama con él, dios sabrá por qué. En cuanto a su ropa, vestía a la antigua. Si alguien lo hubiera calificado como "normal", habría sido tachado inmediatamente de bicho raro._

_ La casa constaba de dos pisos y un sótano, este último prácticamente vacío, aunque tenía algunas cadenas en la pared, cuyo uso Salazar había descubierto muy a su pesar. Desde que pisó el suelo de aquella casa, su tío dejó de tratarle como a una persona. Lo encadenaba a la pared del sótano y lo dejaba allí durante horas, orinaba sobre él y le obligaba a limpiar con la lengua lo que caía al suelo. Algunas veces le colgaba del techo atado de manos y pies y le golpeaba hasta que se cansaba, le escupía y se reía. Cada día le daba de comer una sola vez y le permitía "ducharse", tirándole agua por encima con una manguera. Sólo cuando parecía realmente enfermo desinfectaba todo lo que podía sus heridas y le alimentaba bien, aunque poco duraba._

_ Por las noches, cuando no llevaba a ninguna mujer a casa, le obligaba a masturbarle con las manos atadas y le violaba una y otra vez para ahogar su frustración, le hacía cortes y le lanzaba contra la pared. Muchas veces al penetrarle le obligaba a gemir, o metía los dedos en alguna de sus heridas para que sufriera y poder disfrutar de ello. Para que no huyese ni intentase escapar, algo difícil puesto que sus manos y pies estaban sujetos con firmeza por los grilletes, le estuvo inyectando todo tipo de sustancias, que le mantenían completamente paralizado sin poder hacer nada, pero perfectamente consciente de la situación._

_ Aquel día (o noche, seguramente, aunque no estaba seguro), Arthur llegó de mal humor, así que empezó a golpearle, insultarle y humillarle, después de poner la música alta para que nadie le oyese, como hacía casi siempre. Había encendido la luz. Después de acostumbrarse a la diferencia en la iluminación, Salazar vio horrorizado cómo iba vestido su tío. Llevaba puesto el "traje de castigo", como él lo llamaba. Era un traje cubierto de pinchos por todos lados, y de superficie terriblemente áspera, que tenía en la zona de la entrepierna una especie de "condón" abierto en los dos extremos, bastante elástico a medida para Arthur, e igualmente cubierto de pinchos, aunque más pequeños._

_ No habría lubricantes, ni la más mínima consideración. Sólo sexo y placer para uno, sangre y sufrimiento para el otro. Pero su tío se aseguraría de que no muriese. Nunca le dejaba morir. Rápidamente se colocó detrás suyo y le inyectó en el cuello aquella maldita droga que le mantendría inmóvil. Entonces separó sus piernas y con ayuda de una barra metálica que las sujetaba las mantuvo así. Con una cadena delgada, ató su cola por un extremo y por el otro enganchó el collar que llevaba puesto, de manera que su ano quedaba completamente expuesto. Y entonces se abrazó a él fuertemente por detrás, clavándole muchos de los pinchos y reabriendo viejas heridas, mientras posicionaba su miembro en línea con el recto del joven toro. De un sólo empujón, el miembro de su tío le había penetrado por completo, y la sangre empezó a brotar acompañada de un intenso dolor._

De repente despertó. Estaba en su cama, cubierto de sudor frío. Tobías (Tobi, que era como le llamaban) tenía 27 años y media 2,25 m de altura. Había abandonado el nombre de Salazar hacía cinco años, cuando la policía entró en casa de su tío y le sacó de allí. Arthur estaba en la cárcel, y él lejos de allí, aunque aquella pesadilla, recuerdos de su vida anterior, era algo que jamás olvidó. Durante varios minutos se quedó sentado sobre la cama, temblando un poco, abrazándose para convencerse de que sólo había sido un sueño, con los ojos abiertos pero con la mirada perdida.

Su cuerpo, al menos a simple vista, ya no mostraba las heridas de antaño. Sus cuernos eran muy cortos para un toro, ya que el trato de su tío se los había arrebatado casi por completo y apenas habían crecido desde entonces. En la punta de sus dedos y orejas el pelo se había oscurecido hasta tomar un tono marrón claro grisáceo, y sobre su frente había crecido un pequeño flequillo que caía hasta la altura de los ojos. Su cuerpo era bastante musculoso, aunque sólo un poco más de lo que la genética le había dado.

Cuando su mente volvió a la habitación, se encontró sobre la que se alegraba de llamar su cama, en un cuarto bastante grande. En una esquina, cerca de la ventana por la que entraba ahora la luz del día, había una mesa con un ordenador, algunos libros y varios lienzos para pintar. En la pared al lado izquierdo de la cama había grandes estanterías con muchos libros, y apoyado en ellas un trípode y una paleta de pinturas, con algunos pequeños botecitos de pintura debajo. A la derecha de la cama estaba la silla de ruedas que le permitía ir de unos sitios a otros de una manera mínimamente digna, o al menos a una velocidad decente. El resto de la habitación estaba lo más ordenada posible para que se pudiera desplazar con comodidad.

Su cuerpo, desde fuera aparentemente en perfecto estado, sufría las consecuencias del trato que durante tanto tiempo le dio su tío. El hecho de que lo drogase tan frecuentemente había afectado a su cerebro, y mover las piernas suponía una tarea bastante dolorosa, que unida a las roturas que sus huesos habían sufrido y el no haber andado durante mucho tiempo impedía que se pudiera tener en pie durante más de medio minuto, aunque habían forzado a las piernas a moverse con frecuencia durante aquellos cinco años para que no se atrofiaran completamente, y quizás un día volviese a caminar con normalidad. Tampoco su ojo izquierdo funcionaba como era debido (aunque para ser más exactos era el cerebro el que no recibía correctamente la información mandada por el primero), por lo que muchas veces se veía obligado a ponerse una parche encima para evitar mareos.

Por lo demás, todas las heridas físicas de su cuerpo (roturas óseas, músculos y órganos dañados) habían sido curadas con gran eficacia y no se mostraban visiblemente a los demás.

En el aspecto personal, Tobi solía evitar relacionarse "demasiado" (apenas hablaba con nadie que no fuera Alex o, sobre todo, Samuel, con quienes vivía y por el que sentía gran admiración y respeto), y cuando lo hacía hablaba poco, con la cabeza gacha y con un comportamiento sumiso.

Lentamente se incorporó sobre el borde de la cama, se sentó en la silla y salió de su habitación, cubierto con una manta a cuadros de varios colores y unos calzoncillos ajustados (tipo speedo) de color rojo que, pese a ser tan llamativos, eran sus favoritos por ser muy cómodos en su opinión, y porque Samuel se los había regalado en su último "cumpleaños". Tan rápido como su silla y sueño matinal le permitieron, atravesó el salón, que parecía una mezcla entre comedor, gimnasio y sala de juegos, con una escalera de caracol que conducía al piso de abajo en una esquina, y un ascensor cerca para que él mismo pudiera bajar. Entonces llegó a la cocina, donde tenía previsto prepararse él su desayuno, cuando vio que Samuel ya lo había hecho por él y estaba esperándole sentado en una mesa bastante amplia para dos personas, y algo ajustada para tres.

Samuel era un toro muy sano y espléndidamente conservado. A sus 47 años de edad, nadie habría dicho que tuviese más de 35. Su cuerpo mostraba una gran musculatura, aunque no tanta como para resultar ridículo. Una delgada capa de pelo marrón cubría todo su cuerpo. Tenía una espesa barba que tapaba su cuello desde delante, de color marrón oscuro. El mismo color mostraba su cabellera, que lucía con orgullo, algo despeinada pero desde luego bien cuidada, y que tapaba su cuello por donde no lo hacía su barba. Cada uno de sus ojos era de un color distinto. Mientras que el izquierdo era de color azul, el derecho era verde, con una pequeña mancha amarillenta en la parte baja de la pupila, que le daba cierto encanto adicional. Sus orejas eran algo más grandes en relación con su cuerpo de lo que suele ser habitual en un toro, aunque midiendo 2,50 m de altura, eso era algo que pasaba desapercibido para la mayoría de gente. Su cola bajaba por debajo de sus rodillas, casi hasta el suelo terminando en un largo mechón de pelo de color marrón oscuro. Algo que llamaba mucho la atención en él era que, siendo tan grande como era, su rostro solo inspiraba confianza y tranquilidad. Sus cuernos, alzándose orgullosos sobre su cabeza, con las puntas ligeramente redondeadas y de un blanco casi inmaculado, aunque con marcas de algunos golpes, no conseguían disuadir a nadie de que era un buen tipo. En aquel momento llevaba puestos sólo unos calzones blancos a rayas negras que, de haber mirado sólo la entrepierna, habrían parecido ajustados, cuando en realidad no lo eran. Sus piernas, no queriendo parecer fuera de lugar, mostraban la misma musculatura que el resto de su cuerpo, y el trasero era a la vista ligeramente redondeado, pero sin lugar a dudas firme. El agujero para que la cola pudiera atravesarlos era lo bastante amplio como para que no resultaran incómodos, y lo bastante ajustado para evitar situaciones incómodas.

La cola era, seguramente, lo que más llamaba la atención de Tobi. No tenía nada de especial en comparación con otras, sino que era el hipnótico movimiento que efectuaba lo que le dejaba embelesado. Samuel lo sabía y hacía aquello sólo para que se mantuviera entretenido. Sabía que no le estaba mirando el trasero. A la mayoría de niños le pasaba lo mismo, y con el tiempo que Tobi había vivido en condiciones aceptables, casi le consideraba como uno. Más de una vez algún crío estuvo a punto de arrancarle el mechón de pelo del extremo al cogerla sin que él se diera cuenta.

El edificio donde vivían era suyo, y constaba de tres pisos, sin contar la planta baja, y un sótano. La planta baja era un gimnasio bastante grande y visiblemente con medios económicos de sobra para dar un servicio más que decente. El segundo y tercer pisos eran la vivienda que él y Tobi compartían, siendo el segundo el más usado por Samuel, y el tercero el que Tobi ocupaba la mayor parte del tiempo, y desde el que llevaba las cuentas de los gastos del gimnasio, el estado de la maquinaria y algunos otros temas relacionados con el gimnasio que no requerían su presencia directa en el mismo.

En el primer piso vivía Alex, que trabajaba también en el gimnasio, atrayendo al personal, de un modo u otro. Por lo general, atraía a los hombres porque era el cebo perfecto para el gimnasio. Había trabajado su cuerpo más de lo que muchos considerarían necesario y lo lucía orgulloso, aunque no de un modo arrogante. Eso atraía también a muchas mujeres, aunque normalmente acababan en su cama y no en el gimnasio, así que aquello no suponía mucho mayor beneficio que agradables visitas al local. En realidad acababan en su cama tíos y tías por igual, y aunque él decía que con que hubiese un agujero le bastaba, no le molestaba meterse en la boca lo que hiciera falta. También adoraba provocar a la gente. Si llevaba unos pantalones por casa, te podías dar por satisfecho.

Samuel había tenido una suerte similar a la de Tobi en su vida, aunque no en el aspecto económico, que le fue bastante bien. Cuando tenía 18 años tuvo a su primer hijo, y un año más tarde llegó el segundo, aunque esta vez una niña. Estuvo trabajando como luchador profesional, recibiendo grandes sumas de dinero por combates que se hicieron famosos en casi todo el mundo, hasta que un día, al volver a casa, encontró los cuerpos sin vida de su mujer y sus dos hijos. Tanto su mujer como su hija habían sido violadas repetidas veces, y después les habían cortado el cuello. A su hijo le habían torturado hasta que su cuerpo no soportó más el dolor. Los tres cuerpos estaban desnudos en el salón de su casa, tirados en el suelo, y rodeados por su propia sangre, que formaba mensajes macabros sobre las paredes de la habitación.

Incluso con lo llamativo del asesinato, no se encontró a los culpables. Samuel dejó inmediatamente su trabajo y se unió a la policía, en un intento infructuoso por encontrar al culpable y vengarse, hasta que cinco años atrás encontró a Tobi, al que él mismo renombró como Tobías en recuerdo de su hijo, y que éste aceptó gustoso como nuevo nombre.

En cuanto vio al joven toro entrar en la cocina, le dirigió la única sonrisa que era capaz de alegrar el día más difícil de Tobi, y éste la devolvió lo mejor que pudo. Pero rápidamente se sonrojó y bajó la mirada. A Tobi nunca se le había dado bien sostener una mirada directa a los ojos durante más de medio segundo.

_ De pronto recibió una llamada. Tampoco era tan extraño. Las recibían constantemente, para pedir ayuda con temas que variaban desde coger un gato encalado en un tejado hasta denunciar un maltrato o un asesinato. Lamentablemente, la mayoría de las llamadas eran más del primer tema que del último. La policía no estaba para recoger mascotas de la gente. Estaba para proteger a esa gente y evitar que los delincuentes se salieran con la suya. Un policía ocupado en coger a un gato suponía una persona menos para proteger a otra._

_ Esta vez la llamada era sobre un tipo que aseguraba que su vecino actuaba de forma extraña y que últimamente se oían ruidos, como gritos ahogados, en su casa. Así que buscó a algún compañero que fuera con él a investigar, e informó al resto de la situación y de que estuvieran atentos al teléfono para responder a las llamadas que él ya no podría responder._

_ Quince minutos después estaban en el lugar indicado. Por supuesto, habían tomado las precauciones de ir en un coche que no fuera de la policía, e ir vestidos como cualquier ciudadano de a pie. Allí encontraron al tipo (un bull terrier) que les había llamado, que les indicó la casa a la que se refería, inmediatamente al lado de la suya._

_ Llamó a la puerta, asegurándose antes de tener la pistola a mano, y esperó a que contestaran. Otro toro le abrió la puerta al cabo de uno o dos minutos. Cuando le explicaron que eran de la policía y que iban a asegurarse de que no pasara nada extraño, el dueño de la casa les invitó a entrar, aunque Samuel vio algo extraño en su mirada y en la reacción al enterarse de que eran de la policía. Les hizo pasar a la cocina y les preparó un café._

_ Cuando alguien al que le cuelgan dos huevos entre las piernas te invita a un café después de informarle de que es sospechoso de algo, sabes que es culpable. Porque una señorita siempre te invitará a un café después de un viaje a su casa, al menos si eres de la policía. Pero un toro "inocente" con pelos en los huevos lo que hace es indignarse, no darte un café amablemente e interesarse por la acusación que se le ha hecho injustamente. En cuanto Arthur, como dijo llamarse, les dio la espalda, Samuel tiró su café en una maceta (ley física nº 1324: siempre que un culpable te invita a un café en su casa, habrá una oportuna maceta donde tirarlo cuando se de la vuelta). Su compañero, mientras, se bebió el suyo, y unos segundos después cayó inconsciente sobre la mesa (ley física nº 1325: si tu compañero es un personaje secundario en una historia, es inevitablemente un inútil, y siempre que un culpable le invite a un café en su casa se lo beberá sin atender a las leyes físicas número 1320, que te alerta del peligro que esto supone, y la 1321, que te informa de cómo salir del aprieto). Samuel fingió caer dormido también y esperó a que el que ahora sería inevitablemente arrestado se acercara, momento en que se levantó rápidamente, le inmovilizó contra la mesa y le puso las esposas, sin que el sorprendido toro pudiera evitarlo._

_ Una parte de Samuel se alegró de ver que esta vez tirar su café había sido una decisión acertada. Siempre lo hacía, incluso cuando se lo ofrecía una abuelita al que acababa de devolverle el gato que antes paseaba por el tejado de su casa. No podía evitarlo. Era más un tic nervioso que una precaución, pero no se tomaba nada que hubiera preparado un extraño sin que el lo viera._

_ Después le inmovilizó por completo y le dejó atado a una columna del edificio (columna que existía gracias a la magnífica ley física nº 527. De ahora en adelante, para cualquier duda del tipo "¿qué hace eso ahí?", ya sabéis la respuesta) de manera que no pudiera desatarse, de forma que el arrestado quedaba mirando el horrible decorado de las paredes._

_ Rápidamente inspeccionó toda la casa, mientras comunicaba a la comisaría lo ocurrido y pedía que acudieran inmediatamente los hombres que se considerara necesarios. La mayoría de habitaciones, olvidando el pésimo gusto del dueño de la casa, parecían completamente normales. Cuando volvió al piso de abajo observó, sin embargo, que había un gran pasillo sin puertas a uno de los lados. Fijándose más detenidamente, vio que el papel en la pared sin puertas se había colocado hacía muy poco, aunque parecía igual al resto. Supuso que Arthur tenía previsto que algo así pasara y que en realidad el papel sí fuera viejo, y sólo una pequeña parte quedara sin pegar, para poder poner otro "trozo" de pared rápidamente para tapar alguna puerta._

_ Efectivamente, el papel estaba pegado sobre una tabla de madera que tapaba una puerta, y que encajaba perfectamente con el resto de la pared, habiendo sólo una pequeña parte de papel extra que pegaba rápidamente y disimulaba de forma magistral la existencia de aquella puerta._

_ Al atravesarla, entró en lo que debía ser el sótano de la casa, que estaba completamente a oscuras. Encendió su linterna, siempre alerta y con la pistola en la mano por lo que pudiera ocurrir. No parecía haber más que columnas, algunos objetos que prefirió no tratar de identificar y mucha suciedad. El olor era fuerte. Era una mezcla entre humedad, sangre y algunos otros olores que no sabía a qué pertenecían, hasta que vio unas cadenas en una de las paredes, que caían hasta el suelo, donde un joven y demacrado toro yacía sujeto por las mismas._

_ Cuando vio al policía apuntándole, se tapó la cara temblando, con las pupilas dilatadas, no pudiendo emitir más que leves murmullos a través de una mordaza fuertemente apretada. Estaba completamente desnudo, salvo por un collar cubierto de pinchos en el cuello. Tenía heridas por todo el cuerpo, estaba bastante más delgado de lo que resultaba recomendable para tener un mínimo de salud y se encontraba encima de un charco de orines, sangre y lo que debía ser semen, con algunos excrementos cerca. Sus cuernos estaban tirados cerca suyo, y donde deberían crecer en su cabeza sólo quedaban pequeñas astillas de huesos ensangrentados._

_ Rápidamente se acercó a intentar soltar las cadenas, pero al hacerlo el encadenado se movió, intentando huir, y el ruido de huesos crujiendo, un lamento y una caída sobre el charco resonaron en la habitación. Samuel volvió a mirarle. Estaba llorando, aterrorizado, y acababa de orinarse encima. No parecía poder andar, y moverse no se le daba demasiado bien, por lo visto. Viendo que así sólo conseguiría que se hiciese más daño, intento tranquilizarle, dejando la pistola en el suelo y acercando lentamente las manos al joven mientras murmuraba palabras tranquilizadoras._

_ Se mostró receloso e intentó moverse de nuevo, pero esta vez apenas sonó un lamento al darse cuenta de que no tenía fuerzas suficientes. Samuel aprovechó para cogerle por las muñecas y quitarle la mordaza, lo más cuidadosamente posible, y vio que los grilletes necesitaban una llave para abrirse, así que empezó a buscarla. Pero antes, buscó el interruptor de la luz. Cuando ya estaba la luz encendida, se puso a buscar las llaves, aunque no parecían estar allí, así que se fue a preguntarle a Arthur. Cuando se paró a ver si el encadenado estaba bien, éste levantó la mirada un instante y al ver que le estaba mirando, la bajó rápidamente al suelo._

_ Ese cabronazo iba a pagar por aquello. Subió y fue a donde le había dejado. Su compañero seguía inconsciente. Con palabras y un par de puños disuadió a Arthur para que le dijera dónde estaba la llave, fue a por ella y bajó de nuevo a donde estaba la pobre criatura, que esta vez se resistió menos, seguramente por su incapacidad para hacerlo, y pudo soltarle de las cadenas._

_ En aquel preciso instante llegaron los demás policías a la casa y, en un alarde de originalidad, llamaron al timbre justo después de tirar la puerta abajo. Samuel había informado lo antes posible sobre el estado de aquel muchacho, y un policía y un médico bajaron al sótano asustando aún más al pobre desdichado. Al tercer golpecito del médico, Samuel decidió que debería dejar de preguntarle "¿te duele aquí?" cuando era evidente que le dolía todo, y le apartó lo más rápida (y menos delicadamente) posible con una mano. El otro policía se mostró de acuerdo con la opinión de Samuel. Un instante después, el médico se quejaba y daba su astuta opinión._

_ -Está bastante mal..._

_ -Y asustado._

_ -Sí, también... No sé si puedo hacer algo... Me da cosa tocarlo..._

_ -Y tu propuesta es... ¿dejarle aquí tirado y dejar que se muera del todo?_

_ -No creo..._

_ -Oye, Sam, creo que le ha gustado tu cola._

_ -...que eso sea muy adecuado..._

_ -Le pasa a casi todos los críos._

_ -...y además hacerlo yo..._

_ -Está babeando. A lo mejor la quiere morder._

_ -...siendo médico, sería monstruoso._

_ -No es baba, es sangre. Bueno, baba hay, pero lo demás es sangre._

_ -¿Me has oído?_

_ -Que sí, que te parece mal... ¿Ya me lo llevo yo, vale?_

_ -¿Y qué vas a hacer?_

_ -Tengo mis medios. Ya encontraré un médico que ayude un poco más, o algo..._

_ -¡Oye! Yo con vendas, hilo y alcohol no hago nada... Ni siquiera creo que tenga suficiente sólo para cerrar las heridas sin hacer caso a los huesos rotos._

_ -Menos mal que está embobado, que si no lo matáis a disgustos._

_ Después de un rato más de discusión sobre la efectividad del médico como tal, Samuel cogió una manta con que cubrir al pobre desgraciado y se lo llevó a su casa. Ya estaba anocheciendo. Del bastardo aquel se ocuparían sus compañeros. Él tenía que encargarse del muchacho, que era en lo que habían quedado, quisiera o no. Lo primero sería quitarle la mierda de encima. Porque curar heridas para que se vuelvan a infectar es, por lo general, bastante poco útil._

_ Rápidamente se desnudo, dejándose puestos sólo unos boxers. No era conveniente asustar al muchacho, que evidentemente lo hizo cuando empezó a desnudarse. Luego se dirigió al baño con el chico en brazos. El dinero no le faltaba, y en aquel baño habrían cabido media docena de elefantes adultos (antropomorfos. A los otros nunca los intentéis meter en casa) sin necesidad de apretarse. Encendió el grifo y la bañera (que ocupaba gran parte del baño si no lo constituía por entero) empezó a llenarse. Reguló la temperatura y puso jabón para que se formara espuma. Al chico le iba a escocer, pero había que desinfectar bien. El jabón no es un gran método, pero es un primer paso, y para lo que vendría después a Samuel le bastaba. Cuando había un dedo de agua, cerró el grifo y puso la ducha en marcha. Acababa de decidir que meter a alguien que no se sostiene por sí mismo en una bañera llena era poco inteligente. Lo último que quería era rematar al pobre desgraciado._

_ Reguló la presión y, de nuevo, la temperatura, y se metió debajo de la ducha con el chico, un bote de jabón y una esponja. El pobre había caído inconsciente, y tuvo que despertarle con cuidado. Al hacerlo, "saltó" de su lado intentando escapar y se dio un golpe contra la pared. Le estuvo mirando aterrorizado durante unos segundos, hasta que Samuel se cansó de que le tuviese tanto miedo, le dio el jabón y la esponja y se alejó un poco._

_ -Mira, chico, entiendo que estés asustado, pero sólo intento ayudarte, ¿de acuerdo? Venga, lávate un poco si quieres... Pensaba limpiarte yo, pero no pareces muy conforme con la idea. Yo me quedaré aquí por si tienes algún problema o no puedes tú sólo, ¿vale? Venga, que no tengo todo la noche._

_ El joven toro hizo como se le había dicho, y empezó a limpiarse. Se notaba que le estaba costando, y aunque no le miraba directamente, Samuel estaba seguro de que le estaba vigilando. Las manos empezaron a temblarle, y cada vez parecía costarle más limpiarse él sólo, hasta que de pronto se le cayó la esponja al suelo y empezó a toser, intentando taparse la boca con una mano, aunque Samuel vio cómo tosía algo de sangre. Rápidamente se acercó a él y le sujetó, justo antes de que empezara a caer contra el suelo. Estaba ardiendo. Con el esfuerzo de tener que llevarle a cuestas todo el tiempo, y el enfado que llevaba con aquel maldito cabronazo, había pensado que estaba acalorado él, pero ahora no había ninguna duda._

_ Así que empezó a limpiarle lo más rápido posible y bajó la temperatura del agua. No es que fuese lo mejor que podía hacer, pero al menos así le bajaría la fiebre. Cuando terminó, la mayoría de heridas parecían estar mejor, aunque el chico seguía aterrorizado. Un poco menos, pero aterrorizado. Cogió una toalla y empezó a secarle, sabiendo que de aquella toalla se iba a despedir bien pronto. Después, decidió que debía curar aquellas heridas lo antes posible, o el muchacho no duraría mucho más._

_ Colocó sus manos desnudas sobre cada una de ellas, recorriendo el cuerpo del muchacho y trazando sobre él cada corte, cada herida. Al paso de sus dedos sobre cada una de ellas se cerraron y dejaron de sangrar, desaparecieron sin dejar huella. Los huesos y los músculos se fueron recolocando, adoptando la posición adecuada y sanando._

_ El chico había dejado de toser y miraba atónito lo que le estaba ocurriendo a su cuerpo. Su rostro mostraba el asombro, la confusión y el miedo menguante que sentía. No sólo sus heridas se curaban. Su mente y su corazón se tranquilizaron. Quizás aquel toro, mucho más fuerte, capaz de acabar con él si quería, de torturarle como lo había hecho su tío durante años, realmente intentase ayudarle._

_ Entonces un grueso dedo se introdujo en su recto, y el temor volvió a dominarle. Intentó resistirse, pero no tenía fuerzas suficientes. Llevaba más de dos días sin comer, y por mucho que sus heridas estuviesen curadas ahora, no podía comparar su fuerza a la de aquel ser. Sin embargo, sólo sintió un gran alivio en la zona cuando, como en el resto del cuerpo, también allí sus heridas sanaron. Tan rápido como había invadido su cuerpo, aquel dedo lo abandonó, y el policía le habló._

_ -Ya está... Tranquilo. No te voy a hacer nada. Sólo quería curarte. A mi tampoco me gusta, pero tenía que hacerlo. Lo siento. Pero no debes contarle esto a nadie, ¿vale?_

_ El joven asintió, y Samuel se alegró de que, por fin, pareciese más tranquilo._

_ -Muy bien. Ahora tenemos que secarnos, y luego te daré algo de ropa e iremos a cenar algo, ¿de acuerdo? ¿Puedes tenerte en pie ahora?_

_ Volvió a asentir. En cuanto Samuel le soltó, cayó de morros contra el suelo, y si no le llega a coger a tiempo, seguramente le habría dolido bastante. Comprendió que había querido decir que estaba de acuerdo, no que se pudiese mantener en pie, y volvió a cargar con él hasta la cabina de secado. Es básicamente una cabina con un pequeño asiento, que al ponerse en marcha tira aire caliente por todos lados (y diciendo todos se quiere dar a entender que sale por todos lados, literalmente. Dentro de la cabina, eso sí). Cuando tienes pelo por todo el cuerpo, es mucho mejor que cualquier secador, aunque muchos se quejaban de que, al estar sentado en el propio "secador", el calor en el trasero y los bajos es demasiado intenso. Samuel lo corroboraba, y pronto el inocente toro que le acompañaba lo sabría._

_ Después salieron del baño, lamentándose el mayor por no haber advertido al joven que no se sentara, y el otro por no haber podido levantarse. El estómago de este último no había dejado de quejarse pero ahora, sin el ruido del agua al caer, las distracciones de la calle ni el sonido de la cabina de secado, resonaba por todo el piso de un modo espectacular. Sin embargo, su dueño no dijo nada, y sólo bajó la cabeza avergonzado._

_ Samuel le dio algo de ropa, que tuvo que ayudarle a ponerse, por la falta de práctica y porque, no pudiendo mover las piernas y con los brazos aún doloridos, al muchacho le habría costado mucho de todas maneras. Luego le dejó sentado en el sofá y fue a preparar algo para la cena. No tenía mucho para hacer algo él mismo, así que sacó unas pizzas vegetales del congelador y las metió en el microondas. Llevaban queso, tomate, pimiento y algunas cosas que no sabía que eran exactamente pero que de todos modos le gustaban, así que no se preocupó demasiado por ello._

_ Mientras aquello se preparaba, cogió algunas bebidas dulces de la nevera y fue preparando la mesa. Mira que tocarle hacer de niñera... Al menos el chico se portaba bien. Mientras colocaba la mesa, le sorprendió mirándole con curiosidad, y cada vez que éste se daba cuenta de que le habían descubierto bajaba la cabeza y agachaba las orejas. A Samuel le recordaba a su hijo cuando era pequeño, por lo curioso y lo tímido que era. A juzgar por la forma de actuar del muchacho, y aunque su edad física fuese mayor, dudaba que se fuera a comportar como algo más que un crío._

_ La cena se preparó bastante rápido, así que fue a coger al chico y le llevó a la mesa, le puso un plato delante y le llenó el vaso de un refresco con sabor a naranja. Éste se lo quedó mirando, sin saber qué hacer, hasta que Samuel le indicó que era su cena. Entonces sus ojos se abrieron como platos y sus manos temblaron mientras las acercaba para coger la pizza. Olía tan bien... Sólo esperaba que no se lo quitase justo cuando lo iba a coger. Aquella idea le frenaba un poco. Su tío adoraba hacerle aquello. Le hacía suplicar por la comida para al final tirarla al suelo, fría y sucia, aunque lo mejor que podía comer cuando estaba con él._

_ El policía no hizo ningún ademán de hacerle aquello. La cogió. La olió. Se metió una cuarta parte en la boca, la mastico un par de veces y se trago lo que quedaba sin esperar más. El siguiente trozo no tuvo la suerte de ser masticado, y los dos siguientes casi desaparecieron por arte de magia antes de que Samuel se pudiera dar cuenta de si el chico respiraba o lo que estaba tragando era la pizza que le acababa de dar. Él tenía un trozo de su pizza en la mano, y el resto en el plato._

_ Cuando terminó de tragar, se dio cuenta de que tenía tomate rodeando toda su boca, y lo limpió con el brazo derecho, justo antes de ver la cara atónita de Samuel, y apartar la mirada, para variar. Miró el vaso con el líquido naranja dentro. Luego acertó a mirar a Samuel durante un fracción de segundo, y de nuevo el vaso. Samuel lo empujó un poco hacia él, y no necesitó más órdenes. Lo cogió y se lo bebió todo de golpe. Sus ojos estaban hinchados y no paraba de llorar. Aquella había sido la mejor cena de los últimos años, y en aquel momento la habría catalogado como la mejor de toda su vida._

_ Hizo lo que Samuel identificó como una reverencia, agradeciéndole todo aquello, y luego se quedo allí mirándole mientras cenaba, con una sonrisa que no mostraba su boca, pero si los ojos que no se atrevía a dirigir hacia él. Samuel le dio una servilleta para que se limpiara las lágrimas, y que usó para limpiarse el brazo y luego lamerla, cogiéndola como si fuera un gran tesoro._

_ -Te ha... ¿gustado?_

_ El chico asintió. A él no le gustaba la suya. Estaba poco hecha, y la masa tenía un sabor extraño. Seguramente había salido defectuosa, y las prisas para cenar no habían ayudado._

_ -Me alegro. ¿Estás mejor? ¿Cómo te llamas?_

_ Primero sonrió y después bajo la cabeza un poco más, algo más triste de lo que ya parecía. Quizás hubiera perdido la memoria, o simplemente se negaba a recordar. Ya habían cogido muestras de sangre del chico, huellas y alguna cosa más, así que no tendría que esperar mucho para saber quién era, pero prefería que se lo dijera él. Aún así, supuso que tendría que ponerle un nombre, o tendría que llamarle "chico", "muchacho" o alguna de esas cosas, y no le gustaba hablar con alguien de esa manera. Intentó pensar algún nombre que no fuera el de su hijo, pero no le venía ninguno más a la cabeza._

_ -Mmmm... ¿Qué te parece si te llamo, digamos... Tobías, por ejemplo?_

_ El chico aceptó con entusiasmo. A Samuel no le hacía demasiada gracia, pero de momento le serviría. Al terminar se fue al sofá, después de tumbar al muchacho en su cama. Cinco minutos después un golpe sordo y un leve gemido de dolor le hizo ir a su habitación para encontrarse a Tobías tirado en el suelo, intentando trepar a la cama. Le cogió y le llevó con él al sofá. Se sentó y le dejó sentado a su lado, donde se quedó varios minutos hasta que empezó a escurrirse y terminó con la cabeza sobre las piernas de Samuel, dormido. Inconscientemente, Samuel empezó a acariciarle la cabeza hasta que él mismo cayó dormido junto al joven. Había sido un día difícil._

_ Había decidido que le cuidaría hasta que se valiera por sí mismo. No pudo curarle las lesiones cerebrales. Era como si sus poderes se hubieran desvanecido de golpe, sin dejar rastro. Nadie pudo encontrar datos del joven con su sangre ni con sus huellas. No existía legalmente. Lo único que sabían era que era familiar del salvaje que le tenía encerrado en su casa. Aquel caso trascendió a la prensa, y Samuel hizo todo lo que estuvo en su mano para que dejaran a Tobías en paz, con cierto éxito. Incluso se hizo una recaudación para que el "joven brutalmente violado y torturado" pudiera rehacer su vida. Aquello requería una identidad, y Samuel se vio obligado a ayudar a que el muchacho hiciera todo el papeleo para existir legalmente. Para ello decidió adoptarle como a su hijo, de manera que pudiera estar en el país sin que le echasen, al forzar la creación de una documentación que le reconociese como ciudadano en aquel lugar, y un habitante más del país._

_ El tiempo pasó, y la prensa olvidó aquello, al menos lo suficiente para dejarles un poco tranquilos. Samuel empezó a pensar que quizás Tobías había sido un buen nombre, y el chico empezó a dirigirle la palabra, y a veces incluso salía a tomar el aire una vez o dos por semana, siempre en su compañía. Con el dinero de la recaudación y una pequeña parte de la fortuna de Samuel, que dejó el cuerpo de policía, compraron un edificio entero, donde instalaron un gimnasio y sus nuevas viviendas, quedando aún un piso libre. También compraron un chalet en la montaña._

_ Samuel había dejado de centrar su vida en el asesinato de su familia y empezó a disfrutar de la vida que tenía. Aquel muchacho le había abierto los ojos. No guardaba rencor a nadie, y siempre se mostraba agradecido y con ganas de ayudar. Tenía un gran talento en la pintura, y aprendía deprisa. Muy deprisa. Era como si el no poder andar o ver normalmente por uno de los dos ojos se compensase con un apetito voraz de conocimientos y una pasmosa habilidad para el aprendizaje._

_ _ Y sin embargo, aún no había aprendido a sostener la mirada a Samuel durante más de medio segundo. Pero ese día era Samuel quien debía estar más nervioso de los dos, y Tobi lo sabía. Hacía una semana, su "padre" le había anunciado que había tomado una decisión. Había decidido formar de nuevo pareja con una persona que se había convertido en alguien muy especial para él.

Teresa era una mujer bastante atractiva. Tenía una mirada que denotaba serenidad, bondad y agudeza de pensamiento. Por supuesto, era de la misma especie que Samuel, y por el nombre se deduce que no le colgaba nada indebido entre las piernas. Tenía unos 38 años, por lo que Tobi sabía, el pelo de su cuerpo era de color blanco con manchas negras, y el de su cabeza de un precioso negro azabache. Sus ojos eran de un verde puro y, pasando a temas más interesantes (o no) para los lectores, tenía unos bonitos pechos, quizás más grandes de lo que a muchos resultaría cómodo, pero a los toros siempre les ha gustado eso. Si no son ubres, al menos que tengan el mismo tamaño, ¿no?

También era bastante guapa, sí, y lista, se cuidaba mucho, trabajaba más y exigía que su amor verdadero cumpliese los mismos requisitos (en cuanto a personalidad. Las tetas para las tías. Para los tíos los melones entre las piernas, no debajo del cuello, que es como debe ser). Y Samuel cumplía aquellos requisitos. Ella era hermosa, inteligente y algunas cosas más que Tobi no podía decir, y él era trabajador, honrado, inteligente y, para qué negarlo, tenía dos hermosos y pesados "melones" entre las piernas y un físico envidiable.

Tobi entendía aquello, y pese a lo que sentía por Samuel no quería interponerse. Nunca le dijo lo que sentía realmente por él. Durante la semana pasada le estuvo ayudando con algunos preparativos. Aquel era el "gran día". Era su cumpleaños, y lo iba a pasar en el piso mientras Samuel se declaraba a la mujer que amaba, mientras su corazón se partía, perdiendo toda esperanza. Pero otra parte de él se alegraba. Estaba siendo víctima de la alegría y la tristeza al mismo tiempo, pero había aprendido a sonreír sin importar lo que pasara. Mientras no le mirase a los ojos, Samuel no vería la tristeza que se escondía en ellos.

Odiaba los lunes. Era el día que Samuel tenía más trabajo y, por una cosa u otra, apenas le veía. Aún siendo su cumpleaños, ese lunes no iba a ser diferente. Se sentó a la mesa y se tomó el desayuno, después de darle las gracias al otro toro por prepararlo en su lugar, y decirle lo bueno que estaba. Su voz no dio muestras de lo que su corazón sentía. El "entrenamiento" que su tío le había dado había servido de algo. Después se fue a su habitación. Eran aún las 7:45, así que aún tenía 15 minutos antes de que abrieran el gimnasio y Samuel se fuera a trabajar, tres pisos más abajo, pero demasiado lejos para Tobi. Normalmente habría hablado con él, o le habría estado haciendo compañía, pero ahora no tenía ganas de compañía ni de hablar.

Samuel no pareció darse cuenta. Casi todos los cumpleaños de Tobi lo primero que hacía era felicitarle, y ese lunes, incluso habiendo preparado el desayuno, no parecía acordarse de qué día era. Tobi se puso a leer, mientras vigilaba que nada extraño ocurriera en el gimnasio a través de las cámaras, que todo estuviera en su sitio y que el sistema eléctrico, la calefacción y todo lo demás funcionara correctamente.

Las horas pasaban, y nada extraño sucedía. Al menos nada fuera de la rutina. Dos tíos se lo montaban en la sauna, otros tres en las duchas, Alex atendía los pedidos en el bar del gimnasio, vestido sólo con unos pantalones negros , un chaleco del mismo color y una pajarita roja, mostrando toda la musculatura posible sin resultar demasiado "poco apto para niños". Seguramente tenía algo que ver con los de la sauna y las duchas. Tobi no entendía cómo podían estar tan activos sexualmente a esas horas, pero no le importaba demasiado. Ese día en concreto, no le importaba nada en absoluto.

A la hora de la comida, Alex salió del bar, y un lobo bastante musculoso y menos exhibicionista que la cebra que acababa de marcharse le sustituía. Había más personal en el bar trabajando, por supuesto, y aunque Tobi sabía cuáles eran sus nombres no se interesaba en conocerles en persona. La mayoría trabajaba un par de meses todo lo más y se iban, probablemente por causas ajenas al local. Tampoco le importaba demasiado.

Quince minutos después, Alex llamaba a la puerta de su casa. La abrió y le dejó pasar, mientras se dirigía a su habitación de nuevo. Alex tardó unos dos segundos en desnudarse. A Tobi no le molestaba. Había pasado ocho años de su vida sin llevar una sola prenda de ropa sobre su cuerpo, así que no solía ponerse mucho encima, y no entendía que el nudismo se considerase tan escandaloso. Nadie nace vestido, después de todo. Claro que no se fiaba de la gente que iba por ahí desnuda como si nada. Lo primero es el respeto a los demás, y si yendo desnudo molestas a la gente y la haces sentir incómoda, mejor te vistes y ya iras desnudo donde no incomode a nadie. Para todo hay límites.

Alex era una cebra muy musculosa y grande, de 2,40 m de altura, 30 años, ojos verdes y carácter afable, extrovertido y en general agradable. Al menos hasta que herían sus sentimientos o, sobre todo, los de algún amigo o conocido con quien se llevase bien. Todo el mundo sabe de qué color son las cebras, así que en eso no hay mucho que decir, salvo porque los extremos de sus dedos y alrededor de su boca era completamente negro, y por un curioso tatuaje en su espalda, de color verde. Era una circunferencia grande con tres circunferencias dentro, tangentes entre ellas y a la circunferencia que las contenía, de forma que sus centros formaban un triángulo (no dibujado) que tenía dos vértices cada uno en un omoplato y el otro hacia el medio de su espalda, no muy bajo. De un color verde algo más oscuro eran unas alas que parecían estar detrás del anterior dibujo, llenas de detalles y que ocupaban casi toda la espalda, llegando más debajo de donde lo hacía la circunferencia grande. En cada uno de los pequeños círculos había un pequeño tatuaje. En el superior izquierdo un águila, en el derecho un lince y en el inferior un toro. El tatuaje era, sin lugar a dudas, una auténtica obra de arte. No le faltaba ningún detalle y, sin embargo, no resultaba demasiado sobrecargado ni falto de color, aún siendo todo verde. Su crin no era demasiado corta, ni muy larga, y casi siempre caía hacia el lado izquierdo. El pelo de su cola, como el resto de su cuerpo, y el de su crin, estaban muy bien cuidados. Lucía una perilla negra corta en la barbilla, y bajo las axilas y justo encima del pene tenía matas espesas pero poco abultadas de pelo negro liso, no rizado. Como casi todos los equinos, estaba muy bien dotado, y adoraba desnudarse para que todo el mundo pudiera recrearse viendo los melones que tenía por huevos y el medio metro de carne flácida y gruesa (y en muchos casos deseosa de entrar en algún agujero) que acompañaba a aquellos dos imponentes testículos.

-¿Cómo está mi ungulado favorito?

-Mmmm... Tirando, supongo... ¿Tú qué tal?

-Bien, bien. No te importa que esté desnudo, ¿no?

-No, no, claro... Pero no hagas cosas raras. Había unos tipos en la sauna y en las duchas haciendo "cosas". No tendrás tú nada que ver, ¿verdad?

-¡Anda! Si me dijeron que si me apuntaba... vaya... No están ahí, ¿no?

-No. Se fueron hace un rato. No te toques...

-Perdona. No he podido evitarlo.

-Deberías ir al médico. No puede ser normal que estés un día entero dale que te dale y no te canses.

-Soy un semental, Tobi, no me puedes pedir menos. Además, tú tendrías que tener más aguante que yo.

-No me gusta montarme fiestas de ese tipo con desconocidos.

-A mi me conoces.

-Déjalo. No soy bueno para las escusas y me duele la cabeza. Que no quiero, y punto.

-¿Seguro que estás bien?

-Sí...

-Así no me engañas. ¿Qué te pasa?

-No me pasa nada. Estoy bien, ¿vale? Déjame.

-Es por tu padre, ¿no? ¿Qué problema hay? Llevas una semana que no hay quien te entienda. Siempre le has ayudado en lo que hacía falta y... Bueno, esta última semana también, pero... Es como si intentases evitarle... Tú nunca habías hecho eso....

-¿Y tú qué sabes? ¡Si tú piensas más con la polla que con el cerebro, si es que tienes! No me pasa nada, ¿vale? Déjame en paz de una vez.

-Si no te pasa nada, entonces no te conozco. Haz lo que quieras, pero creo que ahora el que no está pensando eres tú. Sólo había venido porque no has bajado ni una sola vez y es tu cumpleaños. La gente está preocupada. Querían felicitarte y no has aparecido. Quería hacerte compañía, pero parece que no hace falta. Feliz cumpleaños. Yo me voy abajo a comer.

¿A qué había venido eso? Joder. Alex era su mejor amigo. Había sido de los primeros que fueron a trabajar al local, siempre que necesitaba algo estaba allí y hasta le habían dejado vivir en una de las viviendas del primer piso precisamente porque valoraban su ayuda y su compañía. Y coge y le suelta aquello. Ni siquiera le había contado su verdadera relación con Samuel, en aquellos cinco años, y le estaba exigiendo que entendiera cómo se sentía. Menudo gilipollas.

-Alex... Lo siento. Joder, que no lo pensaba de verdad... Mira, no estoy bien, ¿vale? Sé que no tengo derecho a pedirte esto después de lo que acabo de hacer, pero... ¿Podemos hablar de algo? Perdóname, por favor...

-Ves. Ese sí que es el Tobi que yo conozco. Dame un abrazo, anda. Y cuéntame lo que quieras. Es tu cumpleaños, ¿no? Es lo mínimo que puedo hacer.

-Gracias...

Tobi estaba llorando otra vez. Alex siempre pensó que era el deporte favorito de aquel peculiar bovino. Si le hacían daño, lloraba por el dolor o la pena. Si le hacían un favor o le perdonaban por algo, lloraba de felicidad. Si no pasaba nada, lloraba de nostalgia (nostalgia por los últimos días, porque de más de cinco años atrás no se acuerda uno y llora de felicidad, precisamente). En definitiva, lloraba por casi cualquier cosa. Alex aprovechó el abrazo, que alargó lo máximo posible, para respirar hondo el olor de Tobi. Adoraba aquel olor. Para él era como estar con el mejor semental de la ciudad y, aunque en general él era el que ocupaba el papel dominante cuando follaba con alguien, estaba convencido de que si algún día lo hacía con Tobi sería el bovino el que le machacase los intestinos desde dentro. No entendía cómo alguien en silla de ruedas, de carácter tan sumiso, podía inspirarle aquellas ideas, pero simplemente estaba convencido de ello.

El "joven" toro le contó cómo había conocido a Samuel, cuál fue su vida hasta entonces y lo mucho que agradecía a su padre adoptivo todo lo que había hecho por él. Después, tras una larga pausa, le contó lo que sentía realmente por Samuel. Y Alex entendió, se entristeció y le volvió a abrazar. El problema de ser bisexual es que abrazar a alguien medio desnudo casi siempre es comprometedor, y Tobi lo había sufrido muchas veces con Alex cerca. Pero no en aquel momento. Aquella vez fue un abrazo sincero, más que el resto, más sentido. Nadie olio a nadie. Sólo se abrazaron.

-Deberías salir a dar una vuelta... ¿Qué te parece si comemos y luego te vas a pasear mientras yo vigilo por ti?

-Pero si tú no sabes cómo va esto...

-Yo sé muchas cosas. Por eso no te preocupes.

-Está bien. Me fío de ti, ¿eh? Para que luego digas... Y vístete, anda, que le quitas sentimiento a la situación.

Después de que Alex se vistiese fueron a comer algo al bar de abajo. Subieron arriba de nuevo al terminar la comida y estuvieron hablando un rato más, hasta que el gimnasio empezó a llenarse de nuevo, y Alex se puso a vigilarlo todo. Un ex-luchador profesional y una cebra musculosa y exhibicionista es un gran cebo para un gimnasio, que no quepa duda de ello. Tobi, por su parte, se fue a pasear. No solía salir solo, así que previamente quedó con un "amigo" en el parque. Su nombre era Salazar.

Salazar tenía 15 años, y un carácter bastante más aceptable que el de la mayoría de toros de su edad. Seguramente había salido a su madre. Tobi les conoció, a él y a su madre, hacía un par de años, poco después de "superar" lo de su tío y acostumbrarse un poco al mundo exterior. Salazar era un toro bastante más razonable que su padre, en opinión de Tobi, quien no dudaba en ayudarle con sus estudios siempre que lo necesitaba, normalmente a través de internet.

Después de un largo paseo llegó al parque y esperó hasta que Salazar apareció. Estaba muy triste, y cuando llegó a su lado rompió en lágrimas (aquel debía ser el día mundial de las lágrimas o algo así...). Le contó que habían ingresado a su padre en el hospital. Tenía un cáncer bastante extendido, y no le daban más de una semana. Su madre se lo había estado intentando esconder, pero Salazar no era tonto y enseguida lo descubrió.

A las seis de la tarde el humor de Salazar había mejorado un poco, aunque el de Tobi no tanto. Entonces recibió una llamada. Era de Samuel, que quería que volviese al gimnasio. Había cerrado antes de tiempo para recibir a Teresa y darle "la gran noticia", y decía que no se sentía capaz de hacerlo si él no estaba antes. Así que Tobi fue, pero con Salazar a su lado. El chico necesitaba compañía, y no le iba a dejar tirado sin más.

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Eran las tres de la tarde, y Samuel estaba realmente nervioso. Principalmente porque se encontraba completamente desnudo, atado de pies y manos en una cama que no era la suya, con una de las mayores erecciones de su vida, los ojos vendados y amordazado para que no pudiera hablar. Una capa de sudor cubría todo su cuerpo, y su respiración era rápida e irregular. Entonces una lengua empezó a pasearse por su cuerpo, a quitarle el sudor y a torturarle con un placer que no le dejaba alcanzar su clímax. Llevaba allí casi una hora, y dudaba que pudiese aguantar mucho más.

Y de pronto la figura que tanto le hacía sufrir dándole al mismo tiempo tanto placer se colocó encima suyo, a la altura de la entrepierna, y empezó a descender. Y podía sentir cómo su miembro penetraba aquella figura, más y más, hasta que no pudo haber más y el torturador tocaba con su trasero aquello dos testículos que a punto estaban de estallar y descargar sus más íntimos y personales fluidos en el interior de quien le había atrapado allí. Y aquella figura subió de nuevo, y bajó, una y otra vez, y cada vez que lo hacía un torrente de líquido preseminal facilitaba el proceso cada vez más. Y entonces no aguantó, y como si de una fuente se tratara el semen de Samuel llenó rápidamente a su capturador y chorreó abundantemente empapando la cama, a él y a quien allí le tenía.

Le quitaron la mordaza de la boca y la venda de los ojos, y los ojos de Teresa le devolvieron la mirada.

-¿Te ha gustado?

-Eres... eres una fiera... Creía que me iba a morir de placer... No puedo más...

-¿Seguro que no puedes más? Te tengo atado a la cama todavía. Quizás sí que puedas. Después de todo, tampoco podías abandonar el gimnasio y aquí estás, mi gran semental.

En ese momento Teresa cogió los testículos de Samuel, que todavía estaba dentro de ella, y empezó a masajearlos. Eran grandes y pesados, y parecían estar llenándose de nuevo de aquel adorado fluido que inundaba sus entrañas en lo más íntimo. Samuel emitía leves mugidos de placer. Su erección no había disminuido lo más mínimo y su miembro sufría de nuevo leves espasmos. Empezó a mover las caderas.

-Ohhh... No hagas eso... Me vas a matar...

-No. Me vas a matar tú a mí, si dejo que me llenes de nuevo. Aunque me gusta verte así. Eres tan adorable cuando suplicas. Así que creo que me voy a quedar aquí un rato hasta que no puedas más. Parece que vuelves a tener el "depósito" lleno.

-Los toros viejos no servimos para otra cosa, ya lo sabes.

-En ese caso me quedaré aquí un rato más. Ahora no hay dudas.

Durante una hora más estuvo allí atado, mientras Teresa le besaba, le acariciaba, jugaba con sus testículos de aquella manera, torturándole de placer. Era una diosa. Sabía lo que quería, y no se lo daba tan fácilmente. Le hizo probar su propio semen, dándole un dedo empapado en él para que lo chupase, y sólo pudo acceder. Cuando vio que no aguantaba más, se apartó y dejó que el semen empapara su pecho para restregarlo por su cuerpo y luego lamerlo ella misma. Una diosa...

Pero no era su diosa. Él ya había elegido a alguien al que adorar años atrás, incluso sin saberlo, y nada cambiaría aquello. A las cinco le dejó marchar, después de una ducha que acabo con más semen que agua en el suelo del baño. A las seis y media volverían a verse, con más tranquilidad. Y sería entonces cuando se declarase.

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Tobi llegó al gimnasio a las 18:15. Se había dado toda la prisa posible en llegar, ya que sabía que Samuel estaba muy nervioso. Al llegar le recibió Alex, a quien pidió que se ocupara de Salazar, a ser posible vestido y sin intentar nada extraño. Todo estaba ordenado, y habían conseguido eliminar el olor a sudor del local, remplazándolo por un agradable olor a hierba fresca.

Después fue a la zona donde normalmente estaban todos los aparatos para hacer abdominales, pesas, etc., que habían sido apartados a un lado, dejando en medio de la habitación un gran hueco donde había una mesa con velas, platos, cubiertos y copas de cristal. La cena no estaba servida, principalmente porque no era la hora de la cena, y seguramente también porque aún no había ido Teresa.

Samuel estaba de pie allí, andando de un lado para otro y vigilando que todo estuviera bien. Llevaba puesto un traje muy elegante, negro, con una corbata y una camisa blanca. Y estaba sudando mucho. De hecho, llevaba una servilleta de tela en la mano con la que se secaba continuamente el sudor. A Tobi aquel lugar no le parecía el más oportuno para la ocasión, ni el sudor lo mejor que le podría sentar al traje, pero no podía hacer nada, así que no dijo palabra alguna al respecto.

Antes de que Tobi se acercara a él, Samuel se "abalanzó" a su encuentro y le cogió por las manos. Estaba temblando, y parecía muy serio.

-Sam, ¿estás bien?

-Sí, no... No sé. Estoy muy nervioso... Y tenía que decirte algo, pero no sé si... Mira, a lo mejor suena un poco brusco, vale, pero déjame acabar. No, mejor, voy a esperarme a que llegue Teresa, que sería más propio. Sí, eso será lo mejor... ¿te gusta la mesa? ¿Cómo voy? ¿A que huele bien? Se le ocurrió a Alex.

-Sam... siéntate un poco, venga, y tranquilízate, ¿vale? No pasa nada. Sé que hoy es un día muy importante para ti. No dejes que los nervios te traicionen, ¿vale?

-Sí, claro, perdona... Es que... Lo siento, lo intentaré...

En ese momento, el móvil de Samuel sonó y su rostro palideció, claramente nervioso.

-¡Es Teresa, ya ha llegado!

-Entonces creo que debo irme... No quiero molestar...

-No, por favor... Sólo un poco más, hasta que estemos todos...

-No seas infantil. Eres tú quien se va a declarar, no yo.

¿Cómo podía pedirle algo así? No es que no quisiera apoyarle, pero ver cómo se declaraba a una mujer y le rompía el corazón en directo era algo que no soportaría.

-Por favor... No te pido que te quedes mientras me declaro a ella, sólo un poco... Además, queríamos decirte algo.

-Está bien. Pero luego me voy, ¿vale?

-Sí, sí, sí... Muchas gracias.

Allí estaba, esperando de aquel que le salvó la vida y le adoptó como a un hijo, y que era precisamente el que iba a romperle el corazón de nuevo. No esperaba que intentase salir con él, ni nada de eso. Sabía que había estado casado, e incluso había tenido hijos. Los dos últimos años había estado saliendo con Teresa. Pero últimamente parecía haberse olvidado de él, y temía que no le volviese a tratar como antes después de declararse.

Teresa entró por la puerta. No llevaba nada en especial. Seguramente no se lo esperaba. Fue sonriendo hacia ellos, aunque Tobi no sabía si era más porque Samuel no solía vestir así y le hacía gracia, por el sudor que llevaba en el traje o por el lugar donde había puesto la mesa para lo que, debía suponer, sería una cena o, al menos, una merienda muy importante.

-Bueno, supongo que aún no se lo has dicho, ¿no?

-No. Estaba esperando a que vinieses.

-Realmente creo que deberías decírselo tú solo. Parece más un asunto familiar y no quiero meterme en medio.

-Sam, ¿de qué habla?

-Yo... Mira, me cuesta mucho decirte esto, pero creo que antes de nada debería ser sincero contigo y... No te lo tomes a mal, ¿vale? Y déjame decirlo todo antes de nada. No sé si...

-Vamos, díselo. Ya estoy aquí. No hace falta que esperes más.

-Verás, Tobi... Hace cinco años, cuando te encontré... Bueno, estabas muy mal, y sentí lástima... Pensé que no podía dejarte por ahí y confiar en que sobrevivieses por ti mismo, así que decidí que cuidaría de ti hasta que te encontraras en condiciones de vivir solo, ¿sabes? Y... es que... has crecido tan deprisa... Sólo han pasado cinco años, pero... creo que ya estás listo, y sé que esto es difícil... siempre he hecho lo que me he propuesto... y de repente veo que puedes arreglártelas tú solo, que ya no me necesitas... y se me hace duro, claro... yo... es que encima... te puse el mismo nombre de mi hijo, te adopté como uno... y no creo que hiciese lo correcto... bueno, conseguí que tuvieras unos papeles aquí para que no te echaran. Pero no me refiero a eso... quiero decir que... tú no eres mi hijo, ¿no? Y yo te he tratado así siempre, pero, gracias a Teresa me he dado cuenta de que eso no estaba bien... Te estaba tratando como alguien que no eras... Por eso... he pedido que anulen la adopción y... como ya eres libre de hacer lo que quieras... creo que deberías decidir qué es lo que quieres hacer y...

-Pero... Yo... p... ¿Por qué? N... no puedes hacerme esto... Yo creía... Me... tengo... ¿que ir? ¿Así, sin más?

¿Cómo le podía hacer aquello? Durante cinco años había estado con él. Aquel local era de los dos. Los dos lo hicieron funcionar, los dos vivían en el mismo edificio, podían entrar cada uno en casa de otro. Prácticamente dormían en la misma cama, vivían la misma vida y compartían muchísimas cosas, muchos recuerdos y experiencias y, por mucho que intentase decirle que podía hacer lo que quisiera, él sabía que no podía. Su vida se basaba en Samuel. Era el único que cuando estuvo tan mal, sin importar las circunstancias, estuvo allí, el único que siempre le apoyaba, le ayudaba cuando algo iba mal y se alegraba por él cuando iba bien.

¿Tanto le había cambiado Teresa? ¿Tanto había cambiado él? ¿Qué había hecho mal para merecer aquello? Arrancarle de su vida como si fuera algún tipo de apéndice innecesario era como matarle. Y además, justamente el día que habían decidido que sería su cumpleaños, el 13 de enero, el día que, cinco años atrás, Salazar moría y nacía Tobías, el día que había empezado a vivir realmente. Y Samuel lo sabía. ¿Por qué ese día?

Su corazón se estremeció, sus pupilas se redujeron a simples puntos, y luego se dilataron más de lo que él mismo habría creído posible. De pronto todo a su alrededor perdió sentido, todos allí no eran más que desconocidos, y él solo era un miserable trozo de carne, diminuto e insignificante, en medio de un universo que disfrutaba torturándole. Su vista se nubló hasta tal punto que nada a su alrededor era reconocible. Su oído no le permitía seguir escuchando. La sangre de su cuerpo fluyó con más fuerza de la que debería, el calor inundó su cuerpo, un fuerte dolor en el pecho le golpeó con más potencia de la que jamás hubiera imaginado y cayó de su silla al suelo, agonizando en un mar de sentimientos confusos, llorando y gimiendo de desesperación. El frágil pilar que sostenía su vida, la esperanza de ser querido por aquella persona, se rompió en mil pedazos afilados que se clavaron en su corazón. ¿Qué importaban todas las demás criaturas de aquel mundo, si la única que realmente le importaba acababa de destrozarle? Cuando volvió a ver con claridad estaba solo y desnudo, encerrado en un lugar en el que no recordaba haber estado jamás. La oscuridad se extendía en todas direcciones, incluso bajo sus pies, y no podía moverse. Pero no era el sótano de la casa de su tío. De eso estaba seguro.

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-Ya no nos escucha... Creo que te has pasado.

-¡Pero si era lo que tenía que decir! ¡Y ni siquiera me ha dejado acabar antes de caerse!

-Sí, pero hay maneras de decir las cosas... Y sospecho que sólo ha oído lo primero y está destrozado... Prepárate.

El cuerpo de Tobi, tirado el suelo, comenzó a cambiar. Su pelo se oscureció, sus cuernos crecieron y sus ojos adoptaron los mismos colores que los de Samuel. Entonces se levantó, y miró directamente a su padre.

-Hola, papá. No esperaba que me descubrierais, la verdad. Me ha sorprendido bastante...

-Cállate. ¿Sabes lo que le has hecho al chico? No puede andar por tu culpa, y no ve bien por un ojo. ¿Quién crees que eres?

-Oye, que eso no es culpa mía. Además, no sabes lo duro que es estar tan cerca de ti y no poder saludarte. Te he echado mucho de menos. Por mamá no te preocupes. Ya se fue al otro lado y está esperando. Quería que te dijese que rehagas tu vida, que no te guardaría ningún rencor y que sólo quería que fueras feliz. Necesitaba un cuerpo para decírtelo y este parecía bastante bueno... Al menos me dejaba entrar en él. Pero luego no me dejaba salir. Si no te lo habría dicho hace tiempo... Lo siento... Si no te importa, me voy con mamá. Ya no me queda nada por hacer. Y por cierto, si me ha dejado salir supongo que el otro también saldrá, así que... bueno, que tengáis cuidado.

-¡Espera!

-¿Qué?

-Dile a tu madre que la quiero y que nunca la olvidaré.

-Eso ya lo sabe... Pero se lo diré, no te preocupes por eso.

Antes de que le preguntase quién era el otro, el cuerpo de Tobi recobró su aspecto habitual y cayó al suelo. Un rápido análisis de lo ocurrido sorprendió a Samuel por el simple hecho de que no se había sorprendido antes. Luego se acercó a él, pero antes de llegar a su lado volvió a cambiar. El pelo de su cuerpo se volvió incluso más corto que antes, la cola se alargó y se hizo más gruesa. En sus brazos y piernas, donde antes había manos y pezuñas, ahora había afiladas garras. Los ojos se volvieron amarillos y fríos, y la cabeza se alargó. Sus dientes se volvieron afilados y largos, sus orejas desaparecieron y los cuernos se volvieron grandes y negros. La piel gruesa que ahora aparecía sobre su cuerpo era de un color negro profundo, con una extraña aura alrededor. Parecía una mezcla entre un toro y un dragón, más de esto último que de lo primero.

Rápidamente se alzó, estiró el brazo y cogió a Samuel por el cuello. Aún más rápidamente le lanzó contra Teresa, que cayó golpeándose la cabeza y quedando inconsciente. Samuel se torció una muñeca, pero rápidamente la curo con su magia (un tiempo atrás descubrió que sólo era incapaz de curar las lesiones cerebrales de Tobi). Antes de que pudiera hacer nada, aquel monstruo volvió a cogerle y a aplastarle contra la pared más cercana, para luego mirarle fijamente a los ojos, antes de hablar.

-Gracias, gilipollas. Ese estúpido niñato me estaba molestando mucho, pero ahora no hay problemas. No creo que se oponga a mi voluntad. Después de todo, le has quitado tú cualquier deseo de contenerme, ¿verdad? Voy a disfrutar matándote.

-¿De qué hablas? Suéltame, y deja a Tobi tranquilo. ¿Qué has hecho con él?

-Que ignorante... ¿Me decepcionas, sabes? Este chico tenía mucha fuerza. Me ha estado impidiendo salir a la superficie durante años. Incluso ha inutilizado parte de su propio cerebro para ello. Pero ahora que le has hundido en la desesperación, no tiene ninguna razón para seguir en este mundo. Y por supuesto, no servirá de nada que intentes hablarle, porque él ya no te oye, ni a ti ni a nadie. Has hecho bien curándole. Antes estaba tan mal, que si hubiese intentado salir muy probablemente le habría matado, y yo habría muerto con él, claro. Pero ahora está muy bien, ¿verdad? Ya no me sirves, estúpido.

La presión en su cuello era cada vez era mayor. Casi no podía respirar, y de seguir así moriría enseguida. Aquel ser debía medir unos 3 m de altura. ¿Cómo podía haber ocurrido aquello? Sus pulmones gritaban por un oxígeno que no llegaba, había perdido mucha fuerza, y no podría aguantar mucho más. No era así como debía haber sucedido. ¿Acaso Teresa sabía que eso iba a pasar? No podía ser. Sólo había detectado a su hijo, no a aquel monstruo.

De pronto una ráfaga de viento tiró a aquella criatura al suelo. Samuel volvía a respirar, tirado también en el suelo, pero algo alejado. Alex se materializó a su lado. Siempre estaba en el momento justo en el lugar indicado. No fallaba.

-¿Estás bien?

-No sabría que decirte.

-¿Qué ha pasado? ¿Dónde está Tobi? Dejé de sentirle antes. No le veo, pero creo que sigue aquí.

-Creo que está dentro de esa cosa.

-¿Qué? ¿Se lo ha comido?

-No. Esa cosa estaba dentro de Tobi, y cuando sacamos a mi hijo salió. ¿Sabes cómo arreglar eso?

-Puedo intentar ponerme en contacto con él, pero... No sé dónde puede estar...

-Prueba cerca del cerebro.

-No, no, a ver... Esto no funciona así... Un alma no está dentro de ningún punto concreto si no se la encierra...

-Mira ahí... Inténtalo... No pierdes nada...

-Haré lo que pueda...

Alex se puso manos a la obra. Necesitaba tiempo, y Samuel era el único que podría dárselo. Durante dos minutos, Samuel le mantuvo a raya, a duras penas, sufriendo muchas heridas. Sin embargo, no era eso lo que le preocupaba. Si aquel monstruo escapaba, perderían a Tobi casi con total seguridad para siempre. Pasados los dos minutos, Alex anunció que ya le había localizado, pero que necesitaba acercarse lo máximo posible. Al mismo tiempo, Samuel perdía el equilibrio tras un fuerte golpe de la criatura y una garra producía un profundo corte en su estómago, que sumado a múltiples heridas anteriores y el cansancio le hicieron caer al suelo, demasiado agotado para seguir luchando.

Justo cuando el monstruo se disponía a dirigirse contra Álex, la cebra desapareció de su vista, y un segundo después recibía de la misma un fuerte puñetazo en la boca que le lanzaba contra el suelo de cabeza. Antes de que se diera cuenta, tenía en la frente una marca verde que, por su posición, no podía ver, pero cuyos efectos notaría muy pronto. Mientras paraba golpes y esquivaba puñetazos, patadas, coletazos y cornadas, Alex intentó hablar con Tobi, estuviera donde estuviera.

-¡Tobi! ¡Tobi! ¿Me oyes? Bueno, da igual, ahora no te podremos oír... Por favor, tienes que ayudarnos... Ufff... No sé cómo has acabado así... pero... agh... Samuel está preocupado por ti y desangrándose en el suelo... joder... Teresa está tirada en el suelo y... mff... a mi me está pegando una especie de dragón-toro que se supone que estaba dentro tuyo o algo... mierda... Intenta luchar... yo qué se... algo habrá por ahí... intenta volver a donde estabas antes... ¡aaaah!

Uno de los mayores problemas de salvar a alguien dentro del cuerpo de quien intenta matarte es precisamente ese. Él intenta matarte, y tú a él no. Y Alex acababa de sufrir uno de los efectos secundarios. Tras varias buenas paradas y evasiones, acababa de perder un ojo y parte de la cara por un ataque de aquella criatura a la que temía matar, y por la que temía morir. Al intentar devolver el golpe, algo aturdido, le cogió el brazo por un lado, lo forzó y le partió el codo. Justo después le tiró contra el suelo, dándole la vuelta, y le partió las piernas de un golpe. Era fuerte y hábil, el cabrón, y le gustaba hacerle sufrir, de eso no había duda.

Justo antes de recibir otro golpe en la cabeza, que seguramente le habría matado, logró desvanecerse de nuevo y se materializó más lejos. No había podido usar más tiempo el hechizo, y no podría usarlo más en sus condiciones. Sin embargo, en lugar de ir a por él, fue a por Samuel. Le cogió con una mano de nuevo por el cuello y le levantó en el aire, empujándole contra la pared. Con la mano libre aprovechó para meterle los dedos en la herida del pecho y retorcerlos. Le estaba mirando directamente a los ojos, a apenas unos centímetros de su cara.

-Si supieras todo lo que ese estúpido de Tobías pensaba de ti... Maldito ignorante. Si lo supieras nunca le habrías hecho lo que le has hecho hoy. Y sin embargo, ya ves... Lo has hecho y ahora vas a morir por ello. Menudo imbécil...

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¿Qué lugar era aquel? Acababa de oír la voz de Alex, pero todo seguía oscuro. ¿De dónde había venido esa voz? Quizás sólo hubiese sido una imaginación suya pero... Él no era una de esas personas a las que se les pasasen de pronto frases larguísimas sin venir a cuento por la cabeza. Se puso a caminar en la dirección del la que parecía haber venido la voz. Era sorprendente. ¿Cómo podía andar? ¿Qué demonios había ocurrido con todo lo demás? La tristeza se había adueñado de su ánimo, pero... ¿Y si realmente Samuel estuviese en peligro? No podía dejarle así... Incluso con lo que le había hecho, sus sentimientos eran claros hacia él. Sólo podía odiarse a sí mismo si estaba sufriendo por culpa suya. Le había dado los mejores años de su vida sin pedirle nada a cambio. Él era el único que merecía quitárselos, si así quería, y no podía culparle por ello.

Susurró su nombre, intentó escuchar su voz, oler su aroma y sentir su tacto, como tantas veces había hecho en sus sueños, y aquella vez los sintió con mayor intensidad de lo que jamás lo había hecho antes. Pero no estaba allí... No era un sueño. Entonces le vio, sufriendo, intentando no gritar, pegado contra una pared, sangrando por la boca y cubierto de heridas. Y en cierto modo, al mirar en sus ojos, se vio reflejado. Aquellos ojos parecían mirarle directamente a él, tan cerca y a la vez tan lejos. Y las manos que tanto daño causaban a Samuel las sintió como suyas, siendo sin embargo tan distintas a las que reconocía siempre como propias.

Intentó soltarle, y no parecía responder. Se esforzó más, cada vez más. No podía seguir haciéndole aquello. Vio otra mano metiendo sus dedos en aquellas heridas profundas y sangrantes, y esta vez pareció que ésta sí le obedecía, aunque fuera un poco. Sentía un fuerte dolor de cabeza, le costaba sudor y sufrimiento moverse y conseguir que aquella mano le imitara, pero parecía funcionar. Entonces Samuel le dio una patada en el costado a la criatura, y en un instante la mano siguió sin dudarlo sus gestos.

Rápidamente dedujo que si aquel ser que usaba "su cuerpo" sufría algún daño, podría manejarle, aunque sólo fuera por un instante, y la solución se posó sobre su cabeza y se quedó allí, dejando claro que no pensaba echarse atrás. Samuel dio otra patada, y la criatura trató de clavarle la garra en la cabeza para acabar con él de una vez.

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Había hecho su último intento. Con las últimas fuerzas que le quedaban, dio una desesperada patada al monstruo que intentaba matarle. La criatura rugió y lanzó el golpe destinado a acabar con su vida. ¿Cómo había permitido aquello? Iba a rehacer su vida con su nueva y si dios quería última pareja, y en lugar de ello había condenado a al menos tres personas y a sí mismo.

La afilada garra avanzó, arrancó un trozo de carne, se clavó en lo más hondo sin dudarlo, se retorció, trazó una larga recta a través de músculos y órganos y arrancó un grito de los labios de Samuel. Su cara y su pecho estaban cubiertos de sangre, su cuello libre. Cayó al suelo, inmóvil, con los ojos abiertos, mirando aún lo ocurrido incapaz de analizarlo.

La criatura frente a él se retorció, gimió y se desvaneció, y en su lugar apareció Tobías, cubierto de sangre, con grandes heridas en su torso, provocadas por el ataque que él mismo había dirigido. Sus ojos lloraban, pero mostraba una gran sonrisa. Una de las sonrisas más sinceras que Samuel había visto jamás en él.

-Ya puedes... seguir tu cita... Espero que seas... feliz... Perdóna... perdóna... me...

El cuerpo de Tobías cayó encima suyo. Casi no podía sentir los latidos de su corazón, y la sangre aún seguía saliendo. Samuel curó lo más rápido que pudo sus heridas, luego las propias y las de Alex, cuando pudo levantarse. Tobi estaba muy pálido y su cuerpo cada vez más frío.

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Abrió los ojos, y miró a su alrededor. Cuando sus ojos se ajustaron a la oscuridad de la habitación, vio a Alex, sentado en una silla, con unos hielos sobre la cara y mirando en otra dirección. Él estaba sobre su cama, tumbado. Cuando intentó levantarse se mareó y cayó de nuevo de espaldas sobre la cama. Se quedó un rato quieto. Alex no parecía haberle oído. ¿Por qué se empeñaban en mantenerle vivo? Oyó voces de la habitación de al lado, hacia donde miraba Alex. Eran las de Samuel y Teresa discutiendo.

-Sigo sin entender cómo no viste eso... No es así como debía pasar su cumpleaños.

-Mira, a mi tampoco me apetecía que me golpearan la cabeza, ¿vale? Todo ha terminado bien, y ya está. Cuando se levante le explicas lo ocurrido y punto.

-¿Cómo que bien? Hemos estado a punto de morir. Y ni siquiera sabemos si se va despertar hoy, mañana o nunca... No hice ese trato contigo para que pasara esto. ¡Maldita sea! ¿Ahora cómo le miro a la cara?

-Será mejor que vuelvas dentro. Si se despierta creo que querrá una explicación... Discutiendo así no arreglaremos nada.

Samuel entró en la habitación. Detrás iba Teresa.

-Tobi... Ya estás despierto... Perdona si...

-¿Por qué me mantenéis vivo?

-Tobi...

-¿Cómo que por qué?

-Ya no quieres que esté contigo. Sólo actué para que no murieses. ¿Por qué no vives feliz con Teresa y me dejas morir en paz? ¿Por qué me mantienes vivo?

-Así que es eso... No quiero que te vayas, Tobi...

-No juegues conmigo. Me dijiste claramente que ya no soy tu hijo, ni siquiera adoptivo, y que debo decidir qué hacer yo solo. ¿Cómo quieres que lo interprete?

-No me oíste terminar de hablar, ¿verdad?

-Si dijiste algo más, no. No creo que vaya a cambiar las cosas.

-Tobi... Por favor, ¿podéis dejarnos solos? Dame la caja, Teresa.

-Toma.

-Yo quería...

-Alex, fuera... Por favor.

-Mmm... Hasta luego...

Samuel se esperó a que salieran. Entonces siguió hablando, en voz baja.

-Mira, Tobi... Estos años los he pasado muy bien. He rehecho mi vida desde que te conocí. Pero no quiero que seas mi hijo, y creo que tú tampoco quieres serlo.

-¡Claro que quiero! Eres la única persona que realmente aprecio... Daría lo que fuera por ti... Pero no quiero sufrir más... No quiero odiarte... Y si me rechazas así, es lo único que acabaré por hacer...

-Shhh. Déjame acabar. Tú no me quieres como a un padre, y lo sabes tanto como yo. Por eso no quiero que sigas siendo mi hijo. Quiero que seas mi pareja, pero sólo si tú aceptas. Por eso dije que eres libre de hacer lo que prefieras. Siendo mi hijo, cualquier relación más allá sería un delito en este país. Pero ya no lo es, porque ya no eres mi hijo. ¿Entiendes?

-Sam... No lo dices de verdad... Tú no eres... gay... Llevas saliendo dos años con Teresa, tuviste dos hijos y una mujer... Eres mayor... No puedes haber decidido que eres gay tan tarde...

-¿A quién llamas viejo? Sólo tengo veinte años más que tú. Además, soy bisexual, no gay. Eso creo que lo tenemos en común.

-¿Quién te ha dicho que yo...?

-No pago a Alex y le doy una casa sólo por trabajar en el bar, Tobi...

-¿Y Teresa?

-Una comerciante. Yo le doy un poco de mi... bueno, le doy cosas... y ella me da otras cosas a cambio...

-¿Qué cosas?

-¡Ah! Eso es una sorpresa. Pero antes me vas a tener que dejar ser tu pareja y darme un besito.

-Sam...

-¿Sí?

-Como me estés mintiendo me tiro desde la terraza.

-Conforme. ¿Y mi besito?

Tobi se acercó a él, poco a poco. Por un instante, le pareció que el tiempo se detenía. Cuando le dio la sensación de que había vuelto a la normalidad, estiró el cuello y le besó una mejilla. Después se apartó sonrojado y se tapó la cara con las sábanas de la cama.

-¿Qué ha sido eso?

-Un beso.

-¿Un beso? Mis cojones eso es un beso. Un beso es esto, mariquita.

Sin que se pudiera resistir, Samuel le cogió con una mano por detrás de la cabeza, unió sus labios y, sin ningún tipo de consideración, metió la lengua dentro de su boca, la retorció, obligó a la suya a luchar por el territorio propio, y le dejó claro qué había saboreado ese día, cuánta fuerza tenía y hasta donde podía llegar. Después de lo que para Tobi fue una eternidad, le soltó y se separaron.

-ESO era un beso.

-Creo que no me has mentido...

-¿Entonces aceptas o no?

-Sí, pero... ¿y los nervios?

-A los nervios que les den. Después de estar a punto de morir y de perderte, esto es lo más normal del mundo.

-Je, je... ¿Qué hay en la caja?

-Pues... Ábrelo tú mismo...

Tobi cogió la caja, y la intentó abrir, pero le faltaban las fuerzas, y no se había recuperado del todo ni del beso ni del mareo. Samuel la cogió y rompió la envoltura por él. Luego le devolvió la caja medio abierta. Cuando la abrió, un brillo plateado se reflejó en sus ojos. Había una especie de collar o cinto de cuero grueso, de color marrón oscuro, con una línea plateada dibujada a lo largo de toda ella, por el centro. De ella colgaba un cencerro plateado y brillante. Tobi nunca se lo había confesado, principalmente porque lo normal era que las llevaran las mujeres, pero adoraba aquellos collares con cencerro. Atado a ella había un pequeño trozo de papel con una dedicatoria escrita en letras doradas: "Para Tobías Alighieri, por darme su sonrisa siempre que la necesito y devolverme la vida que perdí".

De sus ojos brotaron pequeñas lágrimas, y esta vez sin dejar de sostener la mirada de Samuel, le dedicó la sonrisa más amplia de su vida.

-¿Te gusta?

-Sí... Gracias...

-Pues... Aún tengo algo que te gustará más.

-¿Sí? ¿Qué?

-Esto es lo que Teresa me dio al negociar con ella. Me ha costado mucho convencerla... Pero estoy seguro de que ha valido la pena. Mira.

Sacó de un bolsillo, milagrosamente entero tras la pelea de esa tarde, una esmeralda bastante grande y muy brillante.

-Es una esmeralda, ¿no?

-Sí, pero no una cualquiera. Con esta esmeralda podré curar tus lesiones cerebrales y volverás a andar. Es un potenciador. Con él puedo curar enfermedades y lesiones casi incurables. Pero sólo la puedo usar una vez.

-Sólo una vez...

La mirada de Tobi se entristeció de pronto.

-Sí, pero no necesitamos más. ¿Por qué pones esa cara?

-Es que hay alguien... ¿Podríamos... usarla con otra persona?

-Claro, pero... Es muy difícil encontrar estas piedras... Seguramente no volvamos a tener una en nuestras manos nunca más, y me ha costado mucho conseguirla... Además, siempre has querido poder andar de nuevo con normalidad... ¿Estás seguro?

-Creo... Creo que sí...

-¿Sólo lo crees? ¿Quién es? ¿Y por qué la necesita?

-Es para el padre de Salazar. Tiene un cáncer muy extendido. No le dan más de una semana, y no quiero que el chico pierda a su padre...

-¡Pero si apenas le conoces! ¡No seas ridículo! ¿Cómo se te ocurre...?

-¡Sam! Por favor... Es mi regalo de cumpleaños, ¿no?

-... Aaahh... Está bien... Son las 20:00. ¿Quieres que vayamos ahora?

-Sí, claro. ¿Dónde está Salazar, a todo esto?

-Está fuera. Se quedó dormido, antes. No sabía lo de su padre. Supongo que estaría cansado, o triste... o las dos, claro...

-Ayúdame a levantarme, anda... Pero con cuidado, que estoy algo mareado...

Cuando le ayudó a levantarse y a colocarse en su silla vio la marca de su hombro izquierdo. Parecía la cabeza de un dragón, de color verde esmeralda oscuro.

-Sam, ¿qué es esto?

-¡Ah! Eso, sí... La cosa que había salido de dentro tuyo, que Alex la ha encerrado.

-¿Alex? ¿Encerrado? ¿Qué cosa?

-Ammm... Eso mejor te lo explico a otro rato. Sería largo de contar. ¡Alex! ¡Despierta a Salazar que nos vamos al hospital! Y no, no ha pasado nada.

-Sí, buana... Lo que usté diga, buana...

-¿Qué le pasa? Le noto algo irónico...

-Sí, bueno, te ha intentado meter mano cuando estabas inconsciente y le he dejado claro que eso no estaba bien. ¿No has visto la bolsa de hielos que lleva en la cabeza?

-No. Ahora miraré.

Cogieron las cosas y salieron de allí lo más rápido posible. Tobi sugirió que iría mejor con algo de ropa (estaba desnudo, sí...), así que volvieron, le vistieron y salieron de nuevo, algo más lentamente que la vez anterior para asegurarse de que todos estaban presentables. Teresa, que era la más adecuada para ello en aquel momento, fue la que condujo el coche. Alex acabó con otro moratón en la cabeza por un desafortunado movimiento de muñeca que condujo a su mano demasiado cerca de Tobi. A Samuel empezaba a dolerle la mano. Salazar no sabía qué pensar, metido entre tanta masa de carne bovina y equina en un solo coche. Al final llegaron.

Salazar fue quien empujó la silla de ruedas de Tobi durante el trayecto. Hasta que Samuel curase los moratones de Alex, no quería que le volviese a llevar él. Había formas de hablar las cosas... Incluso con Alex. Cuando fueron a recepción, les dijeron que no podían dejar pasar a nadie que no fuera un familiar si no era con permiso escrito de uno, y como Salazar era menor de edad no contaba.

-Bueno... ¿Y ahora qué? ¿Salazar, no puedes llamar a tu madre?

-Ahora no. Mi móvil está sin batería, y aunque tuviera no creo que mamá lleve el suyo conectado...

-¿Pueden hacer un análisis de sangre?

-Sí, claro... Pero ya conocemos al chico y nos ha enseñado su identificación. No podemos dejarles pasar con él. Sólo es un menor y podrían haberle forzado.

-Para él no, para mi. Quiero un análisis, si puede ser, para poder pasar.

-Tobi... Tú no...

-Ahora no, Sam. En otro momento. ¿Me hará el análisis o no?

-Sí... Claro... Esperen aquí hasta que tengamos el resultado. Usted sígame, por favor.

La enfermera con la que estaban hablando se fue. Todo el mundo miraba a Tobi extrañado, mientras éste se alejaba de ellos, hacia donde la enfermera le dirigía. Veinte minutos después, la misma enfermera indicó al resto que se dirigieran a la habitación donde estaba el padre de Salazar, y también Tobi, aunque sólo fueron Salazar y Samuel. Cuando entraron, Tobi les pidió que se pusieran cómodos un segundo.

-Bob, este es Samuel. Creo que aún puedes ver bien, ¿no?

Bob, el padre de Salazar, asintió débilmente.

-Samuel, este es Bob... Mi hermano mayor. Perdonadme por no habéroslo contado antes, pero no pensé que fuera necesario.

-Pero... Eso no puede ser. Sólo queda papá vivo en mi familia...

-Bueno... Quizás sólo legalmente, pero no se puede engañar a la sangre que corre por mis venas.

-¿Salazar? ¿Eres tú? ¿Qué quieres de mi? Vienes a verme sufrir en mis últimos momentos, ¿verdad? Disfrutas con ello... Al fin y al cabo papá tenía razón... No eres más que un monstruo... No mereces el nombre que te dio...

-Lamento decepcionarte, pero ahora me llamo Tobi. Ya me presenté una vez con ese nombre, pero parece que no me escuchabas, para variar. Ni siquiera puedes reconocer a tu hermano... Además, no vengo a disfrutar con tu muerte, sino a evitarla.

-No necesito tu compasión. Prefiero morir que dejar que me salves la vida.

-¡Imbécil! ¿Cómo puedes decirle eso a tu propio hermano, y encima delante de tu hijo?

-Él no es mi hermano...

-Tobi... No puedes querer que le cure... ¿No ves cómo te trata?

-Me da igual cómo me trate. Aunque lo niegue, sigo siendo su hermano, y ya te he dicho que no me lo discutas, por favor. Cúrale. Yo voy a salir fuera... Pero antes, hermano tuyo o no, quiero que me prometas algo, Bob.

-No me vas a utilizar... ¡Nadie como tú tiene derecho a decirme lo que debo hacer y lo que no! Cough, cough...

-Papá, por favor... Escúchale...

-Gracias, Salazar... Para empezar, nada de beber demasiado, ni drogarse, ni tirarse a todo lo que tenga dos tetas y un agujero entre las piernas. Tienes una mujer y un hijo que se preocupan por ti y no se merecen algo así. Segundo. A tu hijo le gustará lo que le tenga que gustar, tenga tetas, polla, siete piernas o lo que sea. Eso no lo puedes decidir tú, así que nada de obligarle a fingir lo que no es.

-¡Oye! ¡Que a mi me gustan las tías!

-Muy bien. No lo digo porque no te gusten. Lo digo porque que te gusten no significa que te las tengas que tirar... Y tercero. No soy gay, soy bisexual, y si hay algo que lamento más que el hecho de que tú no seas capaz de amar a alguien de tu mismo sexo es que no toleres que otro lo haga. Dicho esto, si quieres prohibir a Salazar que vuelva a verme, te mudas y te cambias de nombre para que no vuelva a meterme en tu vida no seré yo quien lo impida. Pero ten en cuenta que quizás hay alguien al que eso le puede molestar, y no hablo de mi. Samuel, cúrale, por favor. Yo voy a vigilar que no venga nadie. ¡Ah! Salazar. Esto no se lo puedes contar a nadie.

*********************************************

Samuel se acercó a la camilla donde se encontraba Bob. No podía entender cómo Tobi quería que le curase a él... Incluso si Salazar era su sobrino, y aquel toro su hermano, no entendía cómo pretendía evitar que alguien así muriera. Con la piedra en una mano, colocó las dos manos sobre el pecho de Bob, tras asegurarse de que Tobi vigilaba y no venía nadie. Un destello verde brotó de la gema y envolvió sus manos y el cuerpo del toro negro que había tumbado en lo que deberían haber sido sus últimos momentos de vida. Medio minuto después aquella extraña luz desapareció. La joya era ahora de color negro, y estaba agrietada. Bob no dijo nada en todo el rato, pero al final se recolocó sentado al borde de la camilla, curado por completo.

-Ya veo que Salazar ha tenido suerte... Al menos suponiendo que tú no seas como él. Bastardo... Yo he tenido que vivir trabajando con lo que mi padre nos dejó, enterrando a mis hermanos y manteniendo tantos negocios... Y él sólo ha tenido suerte... No ha tenido que trabajar como yo para vivir bien... Un día te encuentra y le das una casa y un trabajo... Ya me lo contó, aunque no sabía que era él... No es justo. No se lo merece...

La cara de Bob experimentó el deleitante placer de conocer un puño acercándose a una velocidad mayor de la permitida por la ley en las proximidades de un rostro, y su dueño emitió un leve grito. Cuando intentó devolver el golpe Samuel lo detuvo y sujetó su mano firmemente.

-Mira, gilipollas. No se llama Salazar, sino Tobías. Al menos respeta su nombre. Cuando le tirasteis de casa, su tío, es decir el tuyo, lo metió en la suya y le estuvo torturando durante ocho años, violándole y golpeándole, sin que hicierais nada por él. Cuando le saqué de allí no podía tenerse en pie. Ni siquiera cuando curé sus heridas pudo. En estos cinco años sólo se ha relacionado conmigo, tu hijo y cuatro gatos más. No puede salir a la calle y que su corazón esté tranquilo un segundo. Y además, esta piedra que te acaba de salvar la vida es extremadamente rara y difícil de conseguir. Seguramente no encuentre una más en la puta vida, ¿sabes?. Y gracias a ella, Tobi habría podido volver a andar y a ver bien. Y sin embargo, se entera de que estás a punto de morirte, hoy mismo, y no tarda ni medio segundo en decidir que prefiere salvarte que poder andar de nuevo. Así que aquí estoy, junto a un gilipollas que le acaba de joder la vida a su hermano por segunda vez y le llama monstruo. Al menos podrías darle las gracias, ¿no? No dudes que la próxima vez que se te ocurra insultarle así te partiré la cara. Porque ya no eres un enfermo. Al menos no físicamente.

-No te atrevas...

-¿Que no me atreva a qué? ¿A decirte la verdad? Si Tobi no me lo impidiera, te rompería los morros aquí mismo. Ten algo de dignidad, cállate y piensa un poco con la cabeza. Si tienes un mínimo de consideración, dale las gracias y vete a tu casa a ser un buen padre, ahora que te han dado otra oportunidad.

Bob no dijo nada. Sólo bajó la cabeza, mostrándose enfadado, y algunas lágrimas brotaron de sus ojos. Samuel no sabía si acababa de madurar lo que no había madurado en tantos años o sólo se sentía humillado y derrotado, pero no le importaba, con tal de que mostrase algo de respeto.

-Salazar, Tobi. Ya podéis volver dentro. Sugeriría que fueras a pregonar el milagro que acaba de ocurrir sin razón aparente, muchachito. Yo me voy a casa con Tobi. Ha sido un día difícil.

Tobi fue a ver cómo se encontraba Bob antes de girarse para marcharse con Samuel. Su hermano no le dirigió la mirada hasta que estuvo a punto de irse. Salazar le abrazaba, contento al saber que su padre no iba a morir tan pronto.

-Tobías.

-Dime, Bob.

-... Lo intentaré.

-¿Qué?

-Intentaré hacer lo que dijiste. Pero no lo haré porque me lo hayas pedido. Papá nos enseñó a luchar, y no voy a rendirme. No dejaré que alguien como tú viva más y más feliz que yo.

-Sólo quiero que seas un buen padre. Los motivos no me importan.

-Gilipollas... Gracias...

Samuel y Tobi se marcharon. Eran casi las 22:00, y sus estómagos empezaban a reclamar alimento.

Cuando llegaron a casa eran casi las 23:00. Alex se había quedado en su piso con Teresa, así que seguramente no dormirían mucho esa noche. Dos pisos más arriba, Samuel había colocado otra mesa (la de abajo no la iban a usar) y sobre ella yacían los restos de dos pizzas vegetales bastante mejor cocinadas que las de hacía cinco años. Estaban en la terraza del edificio, con el cielo bastante nublado, así que no había mucho romanticismo en este aspecto.

Samuel estaba sentado en suelo, apoyado contra la pared, sobre un pequeño trozo de hierba de la que cubría la mitad de la terraza, que parecía un pequeño jardincito sin árboles pero con algunas flores, y con césped artificial. Tobi estaba sentado sobre sus piernas, con la espalda apoyada sobre Samuel. Llevaba puesto su nuevo collar, que sonaba cada vez que se movía a una posición más cómoda.

-Tobi. ¿Te ha gustado la cena?

-Mucho. Me ha traído buenos recuerdos.

-¿Qué te parece si...? Bueno, no importa.

-¿El qué? Quiero saberlo. ¡Ah! ¿Qué haces?

Un pequeño mordisco en la oreja hizo que Tobi se sobresaltara.

-Perdona.¿Te ha dolido?

-No, no... es que no me lo esperaba...

-¿No? Pues qué raro, porque yo creo que estás para comerte.

Samuel empezó a darle de nuevo pequeños mordisquitos en las orejas y el cuello y darle lametones. Tobi contuvo las cosquillas lo mejor que pudo. Sin que se diera cuenta, Samuel le había puesto las manos sobre el pecho, desabrochando la camisa, y le estaba frotando el estómago. Colocando sus manos en la cabeza de Samuel, empezó a frotarle el pelo, intentando devolverle el favor, aunque en aquella posición poco podía hacer. Y sin querer, como si sus manos tuvieran voluntad propia, cogió las de Samuel y las hizo descender más, hasta su ombligo, y un poco más abajo.

-Tobi, por favor, que soy tu padre.

-Eso es mentira. Me dijiste que ya no.

-Bueno... En realidad hasta que firmes el acuerdo, no dejaré de ser tu padre. Ya eres mayor de edad. Sin tu consentimiento no podemos dejar de ser padre e hijo. Así que ahora hacer algo "así" sería un delito.

-Si no nos ve nadie.

-Vaya, vaya. No conocía yo esta faceta tuya... ¿Estás seguro de que quieres hacer esto?

-Sí. Y ahora por favor baja las manos un poco más, anda.

-Por supuesto. Si en algún momento quieres que pare, sólo dímelo, y haré todo lo posible por detenerme.

Tobi asintió y Samuel continuó lo que había interrumpido. Tobi se había terminado de quitar la camisa y Samuel, de un modo asombroso e inexplicable, casi lo había logrado, así que en un momento terminó y puso las manos donde Tobi le había pedido, desabrochando lentamente el botón del pantalón y la cremallera, para luego deslizar las manos bajos la ropa interior de Tobi. Aún llevaba aquel speedo rojo que le había regalado un año atrás, y verlo sólo consiguió excitarle más.

Tobi se intentó girar para poder abrazarse a Samuel, y éste le ayudó, sin siquiera sacar las manos de donde las tenía, masajeando aquellos dos enormes testículos, jugando con ellos y haciendo que Tobi mugiese débilmente por el placer. Mientras se daba la vuelta sus pantalones fueron resbalando, y al final se los quitó del todo con las manos para que no molestasen. Samuel vio lo que hacía y empezó a quitarse los suyos, frotándose las piernas después de desabrocharse el pantalón. La hierba frotaba su trasero y se le metía entre las nalgas, al llevar puesto sólo un jockstrap azul. No esperaba poder lucirlo ante Tobi tan pronto, pero estaba claro que había hecho bien poniéndoselo ese día.

Ahora estaban cara a cara. Tobi se sentía más vulnerable que nunca, y sin embargo mirar a los ojos a Samuel no le suponía esfuerzo alguno. Deslizó las manos por la espalda del toro al que tanto amaba, se pegó a su cuerpo, sudoroso, se restregó contra él. Quería sentirle, estar con él y que aquel momento nunca terminase. Sólo existían él y Samuel. Nada más importaba. Cogió la cola de Samuel y la levantó, paseo su mano por debajo, acercándose al mechón de su extremo, y luego bajo su base, varias veces. Cada vez que lo hacía sentía un escalofrío recorrer el cuerpo de Samuel. Cada vez se alejaba menos de la base de la cola. También Samuel había empezado a acariciar esa zona en su cuerpo.

Se daban pequeños mordiscos en el cuello, se besaban, se acariciaban y frotaban entre ellos. El líquido preseminal empezaba a salir ya en generosas cantidades, empapando la única prenda que llevaban y su pelo. No habrían podido negar su excitación aunque hubieran estado inmersos en una piscina llena de agua helada. El frío aire del invierno no estropearía aquel momento. Samuel le dejó con cuidado sobre la hierba y le quitó el speedo con la boca, manchándose la barba con los fluidos que cubrían la zona. Luego cogió el miembro de Tobi, 63 cm de largo y 14 cm de grueso en la zona más ancha de imponente carne, dura como una piedra, caliente y cubierta de líquido preseminal, desprendiendo un olor que sólo lograba excitar más a Samuel.

Se acercó el glande a la boca y empezó a lamerlo, de arriba abajo, de un lado a otro, metiendo la punta de la lengua en aquel "pequeño" agujero cada vez que pasaba. Pero no quería que terminase así. Con una mano llenó sus dedos de líquido preseminal de Tobi, y empezó a aplicarlo sobre su ano. Primero un dedo, lentamente. Aquella era su primera vez en muchos años, desde bastante antes de haberse casado con su mujer, cuando era un crío. Y lo que Tobi tenía entre las piernas no era precisamente pequeño y "adaptable a cualquier entorno". Después dos dedos, y ya le costó bastante. Cuando tienes tres dedos, dos es algo grande. Tres es algo terrible. Lo de Tobi era para echarse a llorar. Porque sabes que vas a necesitar meter antes tres dedos, y que costará de meter, pero que sacarlo será más difícil. Samuel adoraba los retos.

-Sam... ¿Qué vas a hacer?

-Ufff... Pensaba meterme ese monstruo por el culo... Uf... Y ordeñarte un rato... ¿Qué te parece?

-Pero... Eso te va a doler...

-¿Es tu cumpleaños, no? Hoy por ti... Nnnngh... mañana por mí. Agh... Joder...

-Mañana por ti... lo acabas de decir...

-Sí... Joder... ¿Me puedes meter la mano por el culo, por favor? Me estoy doblando la muñeca.

-¿Te vale el morro?

-¿Qué?

-Pégame el culo a la cara y asegúrate de que mi "monstruo" siga en pie, anda...

Aquella idea le pareció realmente fabulosa. Tenía el culo limpio, si no contamos el pringue que acababa de organizar, claro... Se había asegurado de ello antes de llamar a Tobi al gimnasio aquella tarde, por si acaso. De lo contrario, le habría parecido una idea asquerosa y sucia. Así que se tumbó boca abajo sobre Tobi, con una pierna a cada lado de su cabeza. Cogió el miembro del joven toro y esta vez intentó ir más allá. Abrió la boca todo lo que pudo y consiguió meterse parte del glande dentro. Le dolían un poco las mandíbulas, pero... ¿A quién le importa el dolor cuando tienes algo tan "fascinante" dentro de la boca?

Tobi puso una mano en cada nalga de Samuel y fue bajando el trasero de su compañero poco a poco, hasta que el ano tocaba su nariz, que en ese momento apestaba a sudor y líquido preseminal, pero a nada desagradable. Empezó a lamerlo, saboreando sus propios fluidos, mientras su propia verga entraba muy lentamente en la boca de Samuel, que cada vez empujaba su cabeza hacia abajo con más empeño.

De pronto, Samuel dio un empujón que, para ambos, fue demasiado fuerte. El miembro de Tobi sobrepasó su boca desde el interior, y avanzó por su garganta hasta que los labios de Samuel toparon con la entrepierna de Tobi y no pudo avanzar más. En su cuello había un bulto más que evidente. Al dar el empujón resbaló, y el morro de Tobi acabó, de golpe, justo dentro del recto de su compañero. Al intentar gritar los dos, más de sorpresa que de dolor (aunque a Samuel le dolió bastante lo del morro en el culo), se encontraron con que uno no podía abrir la boca y el otro la tenía demasiado abierta y, sobretodo, llena.

Samuel se reincorporó, sacando de su garganta aquella "bestia" que tanto había despertado su reflejo de vomitar como había impedido que ocurriera. Luego se apartó un poco, con el trasero algo dolorido, y miró a Tobi. Entonces se colocó en cuclillas, con la cabeza del pene de Tobi pegada a su ano. Si había entrado por un lado, entraría por el otro. La verga de Samuel, 83 centímetros de carne bovina, afortunadamente para Tobi más delgada que la que la suya, exigía aire a gritos, tensando el jockstrap y asomando más que bastante por encima. La ignoró y continuó. Tobi asintió. Estaba de acuerdo con seguir.

Samuel sudaba, empujaba y apretaba los dientes, mientras ayudaba separando las nalgas con sus manos. Tobi hacía presión con las manos contra el suelo, apretaba los puños y los dientes y mugía cada vez que Samuel intentaba de nuevo que entrase, cada vez un poco más fuerte, y haciendo que cada vez fuese un poco más fácil que la anterior. Cada vez más líquido preseminal actuaba como lubricante. Y de pronto el glande estaba dentro, con un sonoro <pop>, un sonido viscoso y un largo mugido por ambas partes. Samuel intentaba mantenerse en pie como podía. Había dolido, y seguramente se había hecho sangre, pero estaba dentro... al menos un trozo... Las fuerzas le empezaban a fallar. Aquella posición no era cómoda. Y volvió a resbalar, y de nuevo aquel monstruo invadió su cuerpo con ferocidad. Los dos enormes testículos de Tobi estaban tocando la base de su cola, y el glande acababa de golpear con impresionante fuerza su próstata. Se había hecho sangre, de eso no había duda.

Tampoco hubo dudas de lo que iba a pasar. Tobi mugió con toda la fuerza que sus pulmones le proporcionaban, y su semen inundó durante casi medio minuto los intestinos de Samuel. No podía escapar por el ano, por lo forzada que había sido la entrada, y el estómago se Samuel se hinchó levemente ante la colosal cantidad de esperma que acababa de entrar. Pero la erección no disminuyó lo más mínimo.

-Sam... ¿Estás bien...?

-Me siento hinchado... Pero aún puedes dar más. Eres joven, te corres más rápido y más que yo. Y tienes un buen par, caray. Te voy a destrozar a polvos, y vas a dormir como nunca cuando terminemos.

-Sam... Mañana...

-Sí... mañana recibes tú... no te preocupes... Si no me acostumbro a tu tamaño ahora, luego costará más. Quiero que tú seas el semental en esta relación. Yo ya lo he sido muchos años, y tú has sido la "hembra" demasiado tiempo.

-Sam... Mañana es martes. Quiero decir que si te ven andar así van a pensar cosas raras.

-Por eso no te preocupes. Mañana el gimnasio no abre... Joder... No se te va a bajar la erección, ¿no?

-¿Contigo? Lo raro es que no esté así todo el día...

De nuevo se besaron. Samuel quería esperar hasta acomodarse un poco al hecho de que una enorme tubería de carne ocupaba su recto, y por mucho que apretase no conseguía que se quitara de ahí. Aunque realmente no quería que se quitara. Cuando estuvo más cómodo, dentro de lo posible, empezó a levantarse un poco. Sólo el glande quedaba dentro (que sigue siendo una buena pieza de carne, eso sí), cuando volvió a descender, lentamente, empujando de nuevo a su interior los fluidos que trataban de abandonar su cuerpo. Repitió el proceso muchas veces, cada vez más rápido. El semen que Tobi había depositado antes chorreaba ahora por su miembro, saliendo del cuerpo de Samuel, manchando sus cuerpos y haciendo un pequeño charco en la hierba.

Samuel usaba su cola para "masajear" los testículos de Tobi, enroscándose a su alrededor, haciéndole cosquillas. Tobi le tenía literalmente cogido por los huevos, jugando con ellos, apretando ligeramente para sobresaltarle, levantándolos y dejándolos caer. El jockstrap estaba por medio, pero con testículos de esas dimensiones generando semen sin parar no hacía mucho como protector. Y al final Samuel se corrió con tanta fuerza que el semen le golpeó en la cara, manchando aún más su barba y parte de su melena y cubriendo a Tobi con el espeso líquido.

Al alcanzar su clímax, los músculos de su ano se contrajeron, presionando el miembro de Tobi, que no pudo aguantar más y, por segunda vez, descargó su "leche" dentro de Samuel, hinchando su estómago un poco más. Poco a poco, Samuel se fue levantando, hasta que con un húmedo y pegajoso <pop> el miembro de Tobi abandonó su cuerpo, y un chorro de semen le siguió. Apretó las nalgas lo máximo posible, intentando evitar que saliera más, pero su "entrada trasera" estaba demasiado forzada y no pudo evitar que el resto siguiera chorreando por sus piernas. Le costaba un poco mantenerse en pie, así que se tumbó junto a Tobi, cara a cara.

Se estuvieron mirando un rato, sin decir nada, sin poder creer lo que acababan de hacer, pero felices por haberlo hecho. Samuel terminó de quitarse la única prenda de ropa que aún estaba sobre él, y se pegó más a Tobi. Se besaron de nuevo, con más dulzura que pasión. Durante varios minutos compartieron sonrisas, miradas y pequeños mugidos. No era necesario hablar. Después Samuel ayudó a Tobi a sentarse en su silla, los dos fueron a ducharse, y luego a dormir. Esta vez juntos, en la misma cama, ambos desnudos y pegados uno a otro, sintiéndose mutuamente más cerca que nunca. No necesitaban más, y no pretendían necesitarlo. Samuel aprovechó un instante para curar las heridas que la forzosa penetración de Tobi había provocado, y pasó de nuevo sus brazos por los lados del otro toro, pegándose más a él de forma que sintiese su respiración en su nuca. Sus entrepiernas pedían más. Eran toros, y no precisamente mal dotados. Pero sus corazones querían reposar después de un día como aquel, y era a ellos a quienes obedecerían.

-Sam.

-¿Sí?

-Buenas noches.

-Sin duda... Hasta mañana

Se durmieron y en sus sueños volvieron a encontrarse.